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El Kurdistán con Cataluña (I-Bakur) [2 de 5]

Des de Rojava Azadî hemos traducido el texto con las reflexiones de unas personas integrantes del Grupo de Reflexión por la Autonomia (GRA) de Cataluña que viajaron a Kurdistán. El texto es muy largo y lo publicaremos en 5 secciones para facilitar su lectura.

Podéis encontrar el texto completo en catalán en la página del Grup de Reflexió per l’Autonomia

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Crítica y autocrítica

Esta es la primera idea a resaltar del movimiento kurdo, descrita por su gente como «la fuente de nuestra fuerza». Aceptar que estamos mal no nos debe llevar al derrotismo, sino a la voluntad de mejora, de aprender. Así, si nos predisponemos a replantearnos, a exponernos al cambio, a no dar nada por supuesto, el proceso revolucionario se convierte en un proceso de probar, experimentar, equivocarse, rectificar … además así evitamos caer en dogmas o ideas inamovibles. También por aquí va el «caminar preguntando» del zapatismo, otro movimiento que no por coincidencia es puntero en cuanto a construir otros mundos.

Dicho así podría parecer fácil, pero el caso es que la crítica y la autocrítica son capacidades que no se enseñan en las escuelas, entre otras cosas porque el sistema tiene enormes carencias en este campo. Frente a esto, el movimiento kurdo se ha tomado muy en serio la necesidad de aprenderlas y practicarlas, y ha desarrollado y arraigado en su interior una metodología de círculos de crítica y autocrítica. Esta dinámica es realizada cotidianamente, por parte de cualquier agrupación o sub-parte del movimiento (desde los profesores de las escuelas hasta las guerrillas), al terminar cualquier actividad o periodo. Aunque hay variaciones según el contexto, básicamente consiste en: una por una, las personas participantes se levantan y hacen autocrítica de su actitud y acciones durante el periodo y, antes de pasar a la siguiente persona, reciben también las aportaciones críticas constructivas por parte de sus compañeras, evitando entrar en dinámicas de réplicas y contrarréplicas (donde suele surgir el ego y perdiendo así el clima de mejora personal). Aquí el adjetivo «constructivo» es muy importante, y hace referencia al hecho de conectar la crítica con cómo el sistema afecta nuestro hacer, así como en las propuestas de cómo mejorar nuestra actitud. Además, esta práctica va más allá de lo personal y queda en muchos casos transcrita para enriquecer todo el movimiento, por lo que algunas personas que lo lideran, como Öcalan, han podido hacer estudios de los patrones psicológicos que se repiten y que se encuentran detrás de muchos de los conflictos que nos afectan, así como las maneras de mejorar la forma de abordarlos.

La centralidad de este tema en el movimiento kurdo permite entender mejor cómo fueron capaces de darse cuenta, en los años 90, que no se estaban haciendo bien algunas cosas, y que era necesario un período de replanteo, que finalmente permitió abandonar el antiguo paradigma marxista del Estado-Nación socialista kurdo para adoptar un paradigma radicalmente diferente como es el Confederalismo Democrático.

Esta predisposición a desarrollar la crítica y la autocrítica contrasta bastante con nuestros movimiento, donde suelen haber muchas voces que incluso rechazan la idea de criticar o de «juzgar» las personas. A la vez, nos cuesta hacer críticas constructivas, y tendemos a hacer bandos y ponernos moralmente por encima de las otras personas, es decir, a «condenarlas». Así, juzgar puede ser entendido como un acto de crítica constructiva totalmente necesario para mejorar como personas y hacer la revolución, y el problema es más bien condenar. Entendemos la diferencia entre ambos conceptos en la actitud acogedora, dentro de nuestras posibilidades, ante las partes oscuras o complicadas que todas tenemos, buscando también comprender el contexto e historia de cada persona. Hacer críticas sin sentenciar la otra persona (en la línea «tu eres tal, y nunca podrás cambiar») ni rechazarla o excluirla. Sabemos que esto no es fácil, pues estamos lejos de saber tratar con todas las realidades que llegamos a vivir al ser humanas. Por eso es parte ineludible del proceso del aprendizaje a todos los niveles y la puesta en común de las infinitas realidades que somos.

La crítica, en el fondo, se trata de poner en movimiento y en contacto unos valores sobre el “cómo vivir”. Es algo necesario si queremos construir vidas comunes. Las compañeras kurdas dan mucha importancia a encontrarnos en los valores, al contrario de algunas visiones relativistas basadas en la idea de que «cada uno tiene su verdad» y que no tenemos derecho a cuestionarla, planteamiento clave para el imperio del individualismo y la renuncia a vivir con ética y coherencia. Cuando recibimos una crítica estamos recibiendo unos valores a los que no estamos prestando suficiente atención, en nuestras prácticas y actitud. No se trata de hacer una crítica desde el «contigo no», sino desde el «y nosotras como?».

La autodefensa y la montaña

Si bien hay algunos intentos iniciales en las grandes ciudades kurdas, el movimiento se origina en las montañas. La razón de esto es que la montaña, como elemento físico donde el terreno es irregular, es difícilmente controlable por los Estados y sus ejércitos, y por lo tanto, un lugar de protección para otras formas de vivir. Así, fue en las montañas donde el movimiento kurdo pudo constituirse como fuerza revolucionaria, entrenando y formándose ideológicamente, haciendo incidencia en las zonas más rurales y adquiriendo así capacidad de autodefensa.

Precisamente, otra base del movimiento es que, para poder luchar y construir otro modelo, primero hay que ser capaz de defenderse. El concepto de autodefensa, que en los inicios era bastante restringido a la lucha armada, se ha ido desarrollando mucho más allá hasta el punto de afirmar que «todas las partes de la vida pueden ser formas de autodefensa»: disponer de recursos colectivizados es autodefensa frente a la violencia económica que recibimos en forma de paro y precariedad, que las mujeres se organicen y creen sus propias estructuras es autodefensa frente a la violencia patriarcal, etc. De esta manera se rompe con la típica dicotomía entre construir y destruir, como en una rosa ( «teoría de la rosa», así lo llaman ellos): para hacer crecer algo bonito necesitan espinas para protegerse.

Esta capacidad de autodefensa implica:

– Empoderamiento a todos los niveles para defender aquello en lo que creemos.

– Organización por parte de las personas oprimidas para ser fuertes ante la opresión, superando la postura de víctima desamparada o dependiente de las estructuras estatales.

– Específicamente, cuando los grupos más damnificados por los sistemas de dominación (como las mujeres, las minorías étnicas…) se organizan entorno y frente la opresión específica que sufren, pueden participar en las estructuras más aglutinadores desde una posición de empoderamiento, mientras que los individuos no organizados son más vulnerables.

– Conseguir la seguridad para confrontar el opresor (también el que llevamos dentro) desde una posición integradora, y abrir vías para que pase a ser un compañero en lugar de un enemigo.

Compromiso revolucionario

Sólo haremos una pequeña introducción a este apartado que desarrollaremos más en un siguiente artículo sobre Rojava y Cataluña. Después de la convivencia con las compañeras kurdas y de conocer la historia de su movimiento, estamos firmemente convencidas que sin al menos un núcleo de personas totalmente comprometidas a dedicar sus vidas a terminar con el sistema y construir una alternativa, no hay posibilidad de alcanzar el éxito.

¿Qué significa este compromiso revolucionario? Hablamos de un compromiso en el que se sitúa el trabajo para la transformación social por delante de la propia vida individual y privada. Las compañeras que cogen este compromiso renuncian incluso a tener familia o posesiones propias y se dedican en pleno cuerpo y corazón a luchar para cambiar el mundo.

Quizás no hay que llegar a este punto, principalmente porque dudamos que estemos preparadas para algo así, pero sí que hay que desmontar muchas ideas con las que nos limitamos y autoengañamos, como por ejemplo la idea de que para poder trabajar por el colectivo primer necesitamos estar bien con nosotras mismas. Las compañeras nos dicen que esto es falso, pues nunca llegaremos a estar bien individualmente si nuestro entorno, nuestra comunidad y nuestra sociedad no están también bien. Por lo tanto, nuestro trabajo se desarrollará a la vez en ambos frentes. Nuestra experiencia política y comunal nos confirma esta idea, pues predomina el poner nuestras necesidades individuales por encima de las necesidades colectivas, con el resultado que pocas veces nos encontramos con compañeras que estén dispuestas a asumir el compromiso necesario para el trabajo que nos toca realizar.

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