Ecocidio en Kurdistán, consecuencia de la colonización
Make Rojava Green Again – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid
Normalmente, si se produce una catástrofe natural o una destrucción del ecosistema contra toda una región, contra toda una sociedad, aparece la reacción de los ecologistas, de los activistas climáticos y de las ONGs. Pero no es así si se niega o se ignora la existencia de tal espacio y de esa sociedad, como es el caso de Kurdistán. Sin que la opinión pública se dé cuenta, asistimos hoy a un gran ecocidio en todo Kurdistán.
Kurdistán es uno, como geografía y como ecosistema.
Debido a la fragmentación forzada de Kurdistán bajo la ocupación de cuatro estados-nación (Irán, Irak, Turquía y Siria) por el Tratado de Lausana de 1923, la mayoría de la gente, incluidos los que se solidarizan con la Revolución de Rojava, no piensa en Kurdistán como un todo. Apenas se piensa en él como entidad geográfica, social o ecológica. El objetivo de las potencias hegemónicas mundiales, imperiales y locales hace cien años era borrar Kurdistán de la conciencia del mundo, y está voluntad está mostrando sus efectos hoy. Esto dificulta el reconocimiento y el análisis de la situación ecológica y medioambiental de la región. Por ejemplo, tanto el Tigris (en kurdo, Dicle) como el Éufrates (en kurdo, Firat) nacen en el Kurdistán septentrional; uno en Elazîg y el otro en Erzurum, al tiempo que reciben importantes afluentes como los ríos Zap, que fluyen desde el este de Kurdistán. Estos ríos son la principal fuente de agua para la agricultura en casi todo Kurdistán. Otro ejemplo son los amplios bosques y las fértiles tierras altas de las grandes cadenas montañosas que dominan la geografía de Kurdistán. Desde tiempos ancestrales garantizan aire fresco y lluvia para las cosechas tanto en las montañas como en las llanuras, son el hogar de innumerables animales y plantas y crean y aportan todas las condiciones necesarias para la agricultura. El hielo que se derrite en primavera en la montaña de Cudî (en el norte de Kurdistán) proporciona agua a los campos de la región de Cizîre (en Rojava). Las colinas que rodean Afrîn forman parte de la cadena montañosa que continúa por el norte de la frontera turca hasta Mereş y Elbistan. Ante estos hechos, la lucha por el cambio ecológico en Rojava no puede verse nunca separada de la lucha kurda.
Gracias a este ecosistema rico y diverso y «Gracias a su posición geográfica, los kurdos han podido proteger su existencia como comunidad étnica hasta hoy. Por otro lado, fue la posición expuesta de la zona de asentamiento kurda lo que a menudo despertó el apetito de las potencias externas y las invitó a incursiones y conquistas» (Abdullah Öcalan). En un tiempo de enfrentamiento entre la vida rural de la sociedad y la explotación de los recursos naturales y la industrialización, Kurdistán se encuentra en el centro de esta contraposición. Se convierte en objeto de un ecocidio que va acompañado del silencio internacional. En todas partes de Kurdistán podemos presenciar ataques contra la naturaleza, los paisajes y los asentamientos humanos. El monte Cûdî se enfrenta a una deforestación masiva, y desde el 26 de julio, el ejército turco prendió fuego a los bosques y dejó que se extendiera conscientemente con el fin de despejar la región para las empresas de prospección petrolífera. En las montañas de Cûdî y Gabarm, así como en la región de Besta, se destruyen metódicamente las tierras para instalar canteras y minas de carbón. Con el fin de apoderarse de las materias primas, no parecen marcarse fronteras que frenen la destrucción de la naturaleza. Dado que estas regiones son también zonas estratégicas para las fuerzas guerrilleras del PKK y conocidas por la resistencia de la población, el Estado turco utiliza el argumento ‘contra el terrorismo’ para militarizarlas y deforestarlas. Algunos soldados turcos publicaron vídeos en plataformas digitales en los que se les ve provocando incendios. Al igual que en las regiones de Dersim y Bitlis, donde se han creado zonas militares restringidas, el Estado ha prohibido a los aldeanos y lugareños luchar contra los incendios. Salvar la naturaleza que ha sido su hogar y refugio durante miles de años ha sido declarado un crimen por el Estado. En la provincia de Amed se han producido otros ecocidios. El caudal del río Pasûr se ve afectado por la construcción de presas para centrales hidroeléctricas y contaminado por las canteras de arena. Mientras la Tierra se enfrenta a una crisis climática, la industria capitalista aumenta las emisiones de dióxido de carbono mediante la explotación y consumo de recursos y la tala de árboles, que desempeñan un papel esencial en la resolución de los problemas climáticos.
La negación muestra sus efectos: el silencio de los ecologistas
Además de las agresiones en Kurdistán, el Estado turco también ha lanzado una guerra contra todas las esferas de la ecología en regiones no kurdas. Desde el 17 de julio, en el pueblo de İkizköy en Muğla, a pesar de la resistencia de los aldeanos y sus partidarios, el bosque de Akbelen fue talado bajo la supervisión de la policía y las fuerzas militares para la excavación de carbón por YK Energy, copropiedad de Limak Holding y la empresa İÇTAŞ. La montaña Kaz, entre las provincias de Çanakkale y Balıkesir, en el noroeste de Turquía, también se enfrenta a una deforestación masiva. Es el resultado de los intereses de la minería del cobre, que reporta enormes beneficios a la empresa Cengiz Holding. En contra de estas actividades se está levantando un amplio abanico de protestas en toda Turquía que, por supuesto, deben ser apoyadas. Pero mientras ONGs como Greenpeace participan en la protesta de Akbelen, permanecen silenciosas ante la masacre medioambiental en las tierras colonizadas un par de cientos de kilómetros más al este, en Bakur (norte de Kurdistán). Según la respuesta de Greenpeace a una petición de la asociación de abogados de Şirnex, «desgraciadamente, este tema está fuera de [su] campo profesional». Es evidente que en Kurdistán la colonización y la política de negación no sólo son la base de la explotación de la sociedad y la naturaleza, sino que también impiden que las personas que se consideran democráticas o ecologistas alcen la voz. Kurdistán no existe en la legitimidad ni en la mente del público. Este desastre ecológico pasa desapercibido ya que se trata de una guerra colonial.
Una tierra dividida se está convirtiendo en objetivo de ecocidio
Estos ataques contra la tierra deben considerarse ataques contra el pueblo. El ecocidio es una guerra contra el pueblo kurdo en el marco de décadas de desplazamiento de la población, masacres, saqueos y destrucción de localidades. Mediante la destrucción de los ecosistemas con los que se relacionan las personas y de los que dependen, los Estados ocupantes intentan destruir la cultura, la economía y el modo de vida de los pueblos kurdos, obligando a la población a exiliarse en zonas urbanas. Desde 2018, el cantón de Afrin en Rovaja está ocupado por el Estado turco y sus mercenarios. Los olivos son talados o arrancados del suelo con regularidad, y luego vendidos o quemados. Los olivos han sido un recurso importante para la población de Afrin, una parte enorme de su vida y su economía. Las Fuerzas Democráticas Sirias publicaron un informe sobre el cantón ocupado de Afrin en mayo de 2023. «Los mercenarios de la ocupación turca talaron un total de 2.124 olivos y granados en la región ocupada de Afrin. Además, quemaron aproximadamente 18.000 olivos. Es más, incendios intencionados destruyeron numerosos árboles forestales». En ese caso, la destrucción de las tierras no muestra otro objetivo que lanzar un ataque contra los habitantes y contra la Revolución. Apuntar a los campesinos también deja claro que la destrucción de las tierras es una estrategia del sistema capitalista y estatal para apoderarse de los medios de subsistencia del pueblo y, por tanto, aumentar su dependencia. El ecocidio es un genocidio «blanco» contra los pueblos colonizados.
Los ataques más planificados y violentos contra los bosques tienen lugar en Kurdistán meridional (Başur), en las regiones de Zap, Metîna y Avaşîn (Zona de Defensa de Medya), en la frontera turco-iraquí, donde las fuerzas guerrilleras del PKK y el ejército turco libran una guerra intensificada desde hace casi dos años. En esta guerra, el ejército turco utiliza constantemente armas químicas y termonucleares prohibidas, sin que las instituciones internacionales se opongan a ello. Estas armas no sólo son inhumanas, sino que también tienen efectos a largo plazo sobre el agua, la flora y la fauna que aún no se pueden calcular. Acompañando a estas políticas de destrucción, se queman los bosques en bombardeos de alfombra que están convirtiendo antiguos bosques en tierras baldías. Otro lugar esencial de esta política es Lîce, cerca de Amed (tr.: Diyarbakir). Junto a las operaciones militares, justificadas por la guerra contra las guerrillas, se producen regularmente incendios forestales, de los que los más recientes han sido los más destructivos.
En Kurdistán Oriental (Rojhilat), sobre todo en los alrededores de la ciudad de Merîwan, situada cerca de la frontera entre Irán e Irak, desde hace al menos cinco años se producen periódicamente grandes incendios que destruyen buena parte de los bosques. Los aldeanos afirman que estos incendios han sido provocados por los pasdaran, los llamados «Guardias Revolucionarios», las fuerzas paramilitares del Estado iraní. Los civiles se han comprometido masivamente a luchar contra el fuego, pero estos esfuerzos se han visto reprimidos por las fuerzas militares, que secuestran y matan a los activistas. La lucha contra los grupos que se resisten en las zonas montañosas es utilizada por el régimen iraní como excusa para establecer zonas militares que prohíben la presencia de civiles.Otro factor que provoca los incendios forestales es la presencia de antiguas minas terrestres de la guerra entre Irán e Irak que detonan bajo los ataques turcos contra la guerrilla. Los Estados turco e iraní ven en la guerrilla una amenaza para su hegemonía. Como no dejan de calificar de terrorismo las acciones de autodefensa, también ven una amenaza ideológica en el Movimiento por la Libertad [de Kurdistán].
La raíz del ecocidio está en el colonialismo
Para llevar a cabo una resistencia ecológica eficaz, es necesario comprender las raíces de la crisis ecológica llevada a cabo por el capitalismo al que nos enfrentamos hoy en día. La modernidad capitalista surgió en el contexto de la colonización. Los genocidios y la esclavitud han sido la condición de un saqueo masivo de los recursos y de la destrucción de las tierras y viceversa. Los ecocidios y la explotación de la naturaleza, de las mujeres y de la sociedad en su conjunto han ido de la mano durante miles de años. El sistema capitalista ha llevado esta lógica a una escala cada vez mayor y sigue su camino hasta hacer la tierra inhabitable. El colonialismo sigue siendo hoy la base misma del capitalismo, ya que proporciona la mayor parte de las materias primas y de la mano de obra barata. Además, la mentalidad del sistema da tan poco valor a la vida que, también en el contexto de Kurdistán, el ecocidio se pone en marcha no sólo para saquear los recursos, sino igualmente para destruir cualquier tipo de resistencia, ignorando la complejidad de las relaciones entre las diferentes formas de vida que hacen posible la vida misma.
La justicia social y la justicia ecológica son una sola. Resistir al asesinato capitalista de la tierra induce a la solidaridad internacionalista con y entre las resistencias de los pueblos colonizados, con la ecología social como horizonte. Cada colonizador de Kurdistán, cada Estado, cada empresa que proporciona medios para esta destrucción y se beneficia de ella, es responsable. El internacionalismo exige que la gente en todas partes vea su responsabilidad en la resistencia social y ecológica, dondequiera que haya especuladores y organizadores de la guerra contra la vida y la naturaleza en Kurdistán.