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¿Deben los kurdos prepararse para otra traición en la revolución iraní?

The Kurdish Center for Studies – Dr. Hawzhin Azeez – 25 noviembre 2022 – Traducido por Rojava Azadi Madrid

La muerte de una mujer kurda, Jina Mehsa Amini, el 16 de septiembre, ha producido uno de los levantamientos más potentes de Irán hasta la fecha. El asesinato de Jina ha desencadenado un diálogo interno en relación con la política identitaria iraní, que también se ha extendido a nivel internacional. A medida que los manifestantes se extendían por las calles de Irán en decenas de ciudades y pueblos, el nombre de «Mehsa Amini» se convirtió en un grito de liberación, de libertad para las mujeres, los estudiantes y otros segmentos de la sociedad.

Sin embargo, este debate ha dado lugar a incómodas discusiones en torno a lo que supone la «libertad iraní». Algunos han defendido la liberación de todas las comunidades oprimidas y marginadas, mientras que otros han reclamado un sentimiento de unidad nacional bajo el lema de «una nación, una bandera».

A medida que las protestas cobraban fuerza, la comunidad kurda de Irán, el mayor grupo étnico minoritario y un segmento de la sociedad oprimido y marginado desde hace mucho tiempo, mostró su descontento por el hecho de que la identidad kurda de Jina se haya pasado por alto, mientras que eslóganes kurdos de larga tradición, como «Jin, Jiyan, Azadi» (Mujer, Vida, Libertad), fueron utilizados abiertamente por los manifestantes. La tensión por el uso de Jina o Mehsa como nombre de la joven asesinada puede parecer superficial y, como argumentan algunos manifestantes iraníes, desbarata el objetivo principal del levantamiento popular.

Sin embargo, si se tiene en cuenta no sólo la larga historia de opresión de los kurdos en Irán, sino también los esfuerzos de la nación kurda en general por alcanzar la autonomía cultural, se pone de manifiesto la importancia de promover el aspecto kurdo de las actuales protestas.

La historia de la opresión de los levantamientos kurdos:

Desde la imposición del acuerdo Sykes-Picot a principios del siglo XX, los kurdos han estado divididos entre los Estados de Irán, Turquía, Irak, Siria y la Unión Soviética. Su división fue una trágica política colonial que, desde entonces, ha dado lugar a décadas de intensa represión, violentas tácticas de asimilación, limpiezas étnicas e incluso múltiples genocidios. A los kurdos de Irán, con la región dominada por los kurdos llamada Rojhelat, no les fue mejor que a sus homólogos de las demás regiones del gran Kurdistán. A principios del siglo XX, el nacionalismo ganó apoyo popular y, tras el infame discurso de los catorce puntos de Woodrow Wilson en el que las antiguas colonias debían obtener la independencia, el nacionalismo kurdo también fue testigo de un fuerte movimiento hacia la autodeterminación. El régimen Pahlevi, al igual que sus Estados vecinos, había emprendido políticas represivas de persianización de sus diversas minorías étnico-religiosas en un intento de centralizar el poder y el gobierno. Las políticas racistas y excluyentes, como la Revolución Constitucional de 1905-1911, diseñadas para promover la lengua y la identidad persas por encima de otros grupos étnico-religiosos, sirvieron para alejar aún más a los kurdos del gobierno central.

No obstante, los kurdos de Rojhelat siguieron defendiendo sus derechos etnoculturales diferenciados dentro de las fronteras de Irán. Las rebeliones kurdas al otro lado de las fronteras de Turquía e Irak, como el levantamiento del jeque Ubeydullah en 1879-81 contra el Imperio Otomano, primero, y el Irán Qajar, después, y los esfuerzos de las rebeliones de Barzani, dieron lugar a los correspondientes levantamientos en Rojhelat. El caso de la rebelión de Simko Shikak de 1918 o el de la República de Mahabad en 1946 fueron los resultados de los mayores esfuerzos de los kurdos hacia la autonomía o la independencia. En cualquier caso, los esfuerzos separatistas kurdos han sido amplios y continuos al menos desde 1918 hasta la fecha, ya que los gobiernos centrales han aumentado la represión y la violencia hacia los kurdos. La República de Mahabad acabó siendo brutalmente reprimida y su líder, el presidente Qazi Muhammad, y muchos de sus colaboradores cercanos fueron ahorcados públicamente en la plaza. La incipiente República llevaba apenas 11 meses de existencia, pero había conseguido formar instituciones de gobierno, eliminar la policía iraní con sus propias fuerzas kurdas y establecer el kurdo como lengua oficial. Mahabad dejó una fuerte y duradera impresión en la psique colectiva de los kurdos, sobre todo por su brutal final.

Un ejemplo destacado que tiene importancia para el actual levantamiento en Irán para los kurdos es su participación en la Revolución de 1979. La Revolución de 1979 fue un levantamiento popular de masas que tuvo como resultado la eliminación de la dinastía Pahlavi bajo el gobierno del Sha Mohammad Reza Pahlavi. El resultado fue la creación de la República Islámica bajo el gobierno clerical del ayatolá Jomeini. Los clérigos religiosos se apropiaron de la revolución en el último momento, a pesar de que en el levantamiento había múltiples grupos de izquierda, laicos y religiosos. El nuevo gobierno clerical había desbancado a una monarquía prooccidental laica, aunque represiva y autoritaria, y la había sustituido por una teocracia antioccidental que se basaba en la noción de la Tutela de los Juristas Islámicos. Sin embargo, en esencia, el nuevo régimen era tan represivo y autoritario como la monarquía anterior. Y lo que es igual de importante, esta nueva Tutela no sólo supuso un resurgimiento de la secta chií reprimida durante mucho tiempo en Oriente Medio, sino que también conllevó un fuerte liderazgo en el que Irán se presentaba como protector de la identidad islámica, aunque chií.

Para los kurdos, que habían participado ampliamente en los grupos de izquierda, marxistas y seculares en las revueltas, el resultado de la Revolución de 1979 fue desastroso. Los kurdos no sólo eran principalmente laicos, sino que también eran mayoritariamente suníes o de otras religiones, como parte de las comunidades yarsani, bahá’í o judía. Aunque al principio se reclamaron mayores derechos para los kurdos e incluso una autonomía absoluta, el diálogo entre los partidos kurdos y el gobierno central pronto se vino abajo. Un destacado discurso del ayatolá Jomeini, en el que rechazaba la existencia de minorías en Irán por considerarla no islámica, dio lugar a una fatwa, un edicto religioso, contra los kurdos. La fatwa se emitió en agosto de 1979 sancionando la masacre de los kurdos por considerarlos no creyentes y separatistas. El resultado fue una guerra brutal y continua contra los kurdos, en la que los tanques, los cañones y las fuerzas armadas se adentraron en las regiones kurdas y comenzaron a masacrar a los civiles.

Jomeini también envió a su fiel seguidor, el ayatolá Sadegh Jalkhali, que había sido ascendido a jefe del Tribunal Revolucionario Islámico y que ya era conocido como «el juez de la horca», para que ejecutara al mayor número posible de presos políticos kurdos. Miles, entre ellos mujeres y niños que apenas se habían presentado ante el juez, fueron ejecutados sumariamente o ahorcados. A medida que la guerra de represión continuaba, más kurdos fueron detenidos, torturados, ahorcados o desaparecidos a lo largo de los años.

La guerra contra los kurdos no fue sólo militar. También conllevó políticas económicas diseñadas para mantener deliberadamente a las regiones dominadas por los kurdos sumidas en la pobreza y sin acceso generalizado a la educación y la sanidad. La región, en relación con el resto de Irán, ha permanecido siempre subdesarrollada y con carencias hasta la fecha. Esta política fue gran parte de la tendencia de las monarquías anteriores de no modernizar las regiones kurdas, donde no se construyeron fábricas ni carreteras. Asimismo, los clérigos rechazaron los derechos de los kurdos en forma de ropa, lengua hablada, escritura o publicación o educación en las escuelas. El kurdismo se proscribió de forma tajante. La persianización se convirtió en sinónimo de genocidio cultural de los kurdos.

El largo e inquebrantable compromiso de los kurdos con la libertad sólo es comparable con el número de veces que han sido traicionados históricamente. Está por ver si el actual levantamiento iraní, que sigue pareciendo sin líder, repetirá el mismo ciclo de traiciones del pasado. ¿Ayudará su labor revolucionaria a crear, en última instancia, un gobierno autoritario y neonacionalista persa similar? La historia, al menos, nos dice que los kurdos deben tener mucho cuidado. Esto es especialmente importante a la luz de la creciente supresión del carácter kurdo de Jina Mehsa Amini, reduciéndola simplemente a una mujer iraní, como si su carácter kurdo no tuviera nada que ver ni siquiera con su nombre, y mucho menos con su tortura en prisión y su posterior muerte a manos de la policía de la moral. Un ejemplo perfecto es un artículo reciente de Nahid Siamdoust, profesora adjunta de Estudios de Oriente Medio y Medios de Comunicación de la Universidad de Texas, cuyo artículo «Women, Life, Freedom: A Slogan One Hundred Years in the Making». El artículo analiza y destaca el activismo de las mujeres iraníes -léase persas- en los últimos cien años. Curiosamente, el artículo no menciona ni una sola vez a los kurdos, al Kurdistán o que Amini era kurda, ni las formas de intersección en las que las minorías étnico-religiosas han sufrido desproporcionadamente más de las políticas estatales opresivas en Irán; ni que la mayoría de los asesinados durante las protestas proceden de las comunidades baluch y kurda. El movimiento iraní debe rechazar firmemente la repetición de las prácticas coloniales de borrado y apropiación cultural para no perder la confianza del segmento kurdo.

¿Sin más amigos que las montañas?

El breve resumen de la historia kurda moderna indica que los kurdos son utilizados a menudo para los movimientos y levantamientos democráticos populares, sólo para encontrarse más reprimidos e incluso más marginados que antes. A la luz de esta historia brutal y sangrienta, es esencial que los kurdos de Irán se forjen una posición distinta en la que se protejan sus derechos tras la revolución. La historia no puede repetirse. De hecho, no se puede permitir que se repita. Por esta razón, los kurdos de Irán necesitan formular un plan en relación con el tipo de autonomía o derechos culturales que necesitan. Quizás esta visión implique un sistema confederal como el que practican los kurdos de Rojava, o quizás implique una forma de autonomía como la que viven actualmente los kurdos de Irak. En cualquier caso, existen multitud de modelos y ejemplos en los que los kurdos pueden experimentar la libertad cultural y la paz.

El factor decisivo, por supuesto, tiene que ver con los persas y otras facciones de los actuales levantamientos populares. Como ha demostrado la historia, la mayoría de los levantamientos populares acaban convirtiéndose en réplicas de los sistemas brutales y autoritarios del régimen anterior. De hecho, ya hay elementos de esta preocupante tendencia en las revueltas, ya que a los manifestantes kurdos se les ha negado el derecho a hablar, a declarar su condición de kurdos, a izar banderas kurdas o incluso han sido silenciados en las protestas con el lema de «una nación, una bandera».

Si el actual levantamiento iraní quiere ser finalmente exitoso y democrático, debe tener en cuenta al elemento kurdo, sus sacrificios y su participación en las protestas. Del mismo modo, hay que tener en cuenta a otras comunidades marginadas, como los baluch y los lors, entre otras, y tomar todas las medidas necesarias para garantizar la protección de sus derechos y su integridad cultural.

Una cosa está clara: los levantamientos de 2022 en Irán no pueden ser una repetición de la revolución de 1979. Los derechos humanos, los derechos culturales, los derechos de las mujeres, los niños y el medio ambiente y una serie de otros derechos no pueden ser sacrificados a la voluntad y el capricho de una élite, un grupo poderoso.

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