Bajo el régimen turco, ni siquiera los muertos pueden descansar
Medya News – Robin Fleming – 2 septiembre 2022 – Traducido por Rojava Azadi Madrid
El abuso de los kurdos a manos del Estado turco no termina con su muerte. Como es habitual en todos los regímenes que brutalizan a sus ciudadanos, residentes o vecinos y niegan su identidad, la deshumanización continúa incluso cuando el ser humano ya no existe. Recientemente, los restos de un hombre kurdo asesinado durante un asalto de las fuerzas estatales turcas a una ciudad del sur de Turquía, de mayoría kurda, hace siete años, fueron finalmente devueltos a su padre: los huesos fueron entregados sin ceremonias y, asombrosamente, en una bolsa de plástico.
Estos incidentes no son sólo subproductos accidentales de la indiferencia de Turquía hacia las vidas de los kurdos. Más bien, están calculados para subrayar el hecho de que, para Turquía, no existe en absoluto la «vida kurda».
La política de retener restos humanos, o de manipularlos para obtener beneficios políticos, no es exclusiva de Turquía. Israel retiene los restos de al menos 80 palestinos, y recientemente ha decretado que sus fuerzas de seguridad retendrán los restos de cualquier persona sospechosa de haber cometido un atentado terrorista.
Los ataques a los funerales han sido una imagen habitual desde la Irlanda del Norte ocupada por los británicos hasta la Sudáfrica del apartheid, mientras que la profanación de tumbas y de los cuerpos de los muertos en la guerra son también atrocidades cometidas regularmente por las fuerzas de seguridad. En Turquía, junto a otras decenas de casos de cuerpos retenidos por el Estado o incluso devueltos a la familia por los servicios de correos, se ha denunciado la profanación de casi 3.000 tumbas por parte de las fuerzas del Estado entre 2015 y 2020, con casi 1.700 completamente destruidas. Las feas imágenes de soldados turcos o de sus apoderadosdel Ejército Nacional Sirio mutilando y violando los cuerpos de las combatientes kurdas asesinadas también añaden un elemento misógino de género a la violencia.
Todas estas tácticas pretenden enviar un mensaje claro. Por un lado, sirven como acto de violencia contra la comunidad al impedir los procesos de duelo adecuados. Este tipo de violencia es especialmente grave en un país de mayoría musulmana como Turquía, donde los kurdos musulmanes suníes no pueden cumplir con los ritos funerarios adecuados y se les puede negar el acceso a una mezquita o a un imán o el derecho a lavar el cuerpo si uno de sus familiares muere bajo custodia policial turca. En términos más generales, la caída de las porras de la policía sobre los dolientes o el hecho de que una tumba quede vacía impiden que comunidades enteras lloren y den sepultura a sus muertos.
Lo particular del último incidente, y las horribles imágenes de un padre con cara pétrea saliendo del juzgado con los restos de su hijo en lo que es poco más que una saca de transporte, es su anticlímax. Aquí no vemos a soldados con botas de goma pisoteando un cementerio y derribando lápidas, sino un acto de indiferencia ociosa, casi absurdo por lo mundano y cotidiano que parece hasta que se revela el contexto. Este es un Estado que no sólo utiliza la violencia contra los kurdos cuando luchan por sus derechos: es un Estado que fundamentalmente no ve a los kurdos como seres humanos en absoluto. Vemos este enfoque reflejado en otros lugares; por ejemplo, cuando el Estado turco permite que se construyan villas de lujo sobre las tumbas de cientos de kurdos asesinados.
Los ataques a las tumbas son ataques a la historia, al pasado, intentos de borrar lo que está escrito en piedra para que todos lo vean. Los ataques neonazis a los cementerios judíos o partisanos son habituales porque el neonazismo es un intento de reescribir la historia. Al entregar los huesos de un joven kurdo en una bolsa de plástico, Turquía intenta reescribir su historia personal, diciendo que no era nada ni nadie, que no importaba.
Por supuesto, esto no es cierto. El dolor en el rostro de su padre nos muestra que se trataba de una persona real, que vivía, amaba y sufría en una tierra real, hogar de gente real, que no será borrada de los libros de historia. Su nombre era Hakan Arslan, y le debemos no olvidar.
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