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La no violencia es un privilegio negado a los guerrilleros kurdos

Nlka.net – Dr. Thoreau Redcrow – 25 noviembre 2022 – Traducido por Rojava Azadi Madrid

«No me gusta tener que disparar mi arma. Ojalá hubiera otra forma de detener la inhumanidad de Turquía, pero no la hay. Nosotros disparamos para vivir. Ellos disparan para matar».

Una guerrillera del PKK a la que entrevisté en 2014

Parafraseando las observaciones de Arundhati Roy y Stokely Carmichael sobre la cuestión, la no violencia es una obra de teatro que necesita un público persuasivo, y sólo puede funcionar si tu oponente tiene conciencia. Desgraciadamente, el Estado turco -que lleva asesinando a los kurdos desde que los arrojó por los acantilados en el Genocidio de Dersim (1937) y continuó con esa brutalidad en la década de 1990, cuando quemó más de 4.000 pueblos kurdos- no tiene esa brújula ética. De hecho, el Estado turco ha cometido casi todos los actos de barbarie que la mente humana pueda imaginar contra los ciudadanos kurdos que reclaman sus derechos humanos, desde torturarles en la infame prisión nº 5 de Diyarbakir hasta prenderse fuego, hasta cortar las orejas de los guerrilleros kurdos muertos para llevarlas como collares. Sin embargo, la resistencia armada contra un Estado criminal que viola a tu hermana o lanza a tu hermano desde un helicóptero está criminalizada internacionalmente por ser el «remedio» equivocado, ya que el mundo exterior espera que los kurdos se limiten a pedir amablemente que no los masacren. En consecuencia, para comprender plenamente los riesgos de comprometerse con esa «no violencia», es importante perforar la ilusión que se esconde tras la supuesta superioridad moral de la posición dogmáticamente no violenta.

La violencia puede ser espantosa, nauseabunda y adormecer el alma, pero para muchos grupos que se enfrentan a la aniquilación en todo el mundo, es la única opción que se les concede para preservar su existencia. Naturalmente, casi todo el mundo está teóricamente en contra de la violencia, del mismo modo que todo el mundo está en contra de la enfermedad, pero al igual que ésta, la primera existe y prospera independientemente de las inclinaciones personales o los deseos sinceros de cada uno al respecto. Por esta razón, los Estados opresores cuentan con que la aversión instintiva de la mayoría de la gente a la violencia de masas anule su disgusto por la injusticia, ya que les permite librarse de su propia violencia y destrucción estructurales. En vista de ello, me gustaría argumentar que una expectativa o demanda de no violencia sitúa la propia autoconcepción subjetiva de «inocencia» por encima de la prevención forzosa de los asesinatos, mientras que a menudo se aboga inconscientemente por el suicidio masivo de víctimas desarmadas.

Como advertencia importante, no sostengo que la resistencia violenta sea siempre eficaz, o incluso más exitosa, sino que asumir una posición universalmente no violenta es un lujo y un privilegio que muchos de los oprimidos sistemáticos del mundo (como los kurdos ocupados en todo el Gran Kurdistán) no poseen y simplemente no pueden permitirse. Por ejemplo, me gustaría recordar a aquellos que se preguntan por qué las guerrillas kurdas del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) no «trabajan dentro del sistema», que han intentado repetidamente perseguir sus objetivos de forma pacífica y han propuesto numerosos ceses de hostilidades unilaterales, todos los cuales el Estado turco niega continuamente, no dejando ningún mecanismo no violento para operar. Tampoco se trata sólo del PKK, ya que históricamente el gobierno turco ha prohibido y arrestado repetidamente a miembros de todos los partidos pacíficos pro-kurdos elegidos democráticamente durante décadas, como el HEP, el ÖZDEP, el DEP, el HADEP, el DEHAP, el DTP, el BDP y, más recientemente, el HDP. Por lo tanto, no hay ningún «sistema» en el que trabajar, y Turquía recompensa cualquier intento en ese sentido con un billete de ida a una fosa común, o a una mazmorra para la tortura diaria.

Sin embargo, nada de esto es una sorpresa, ya que la historia demuestra inequívocamente -citando a León Trotsky- que «ningún diablo se ha cortado nunca voluntariamente sus propias garras». Como tal, la opresión del Estado turco sobre los kurdos se construye en torno a la agonía perpetua, la privación de derechos, la desposesión y una profunda desautorización de la esperanza, y no se detendrá porque los kurdos lo pidan amablemente, o de lo contrario habría cesado hace mucho tiempo. Del mismo modo, la brutalidad de Turquía tampoco cesará porque sea lo correcto, o de lo contrario nunca habría empezado. En este sentido, lo que creo que demuestra la historia es que no existe una situación en la que ambas partes sean pacíficas, ya que el Estado siempre es violento, incluso cuando no lo parece directamente; la única decisión es si las víctimas de la violencia estructural -como los kurdos a través del PKK- quieren contraatacar o no. El motivo es que las estructuras de poder osificadas, como el Estado turco, no se rinden al cambio a menos que se vean amenazadas por una presión radical o por el colapso del sistema. Claro que los kurdos pueden ser idealmente «el cambio que quieren ver», pero sin una organización armada defensiva, sus manifestantes con pancartas amarillas no son más que una forma más brillante de práctica de tiro de la policía turca.

Cuando lo legal significa lo malo

Tomemos como ejemplo las acciones del ejército turco contra los kurdos justo a finales de 2015, cuando cuarenta y cuatro niños kurdos fueron trágicamente asesinados por el ejército turco según un informe titulado literalmente «¡No queremos la guerra! No queremos que maten niños!» Cabe señalar que estos ataques contra los niños se produjeron en respuesta a los alcaldes kurdos elegidos que anunciaron que les gustaría ejercer sus derechos pacíficos y democráticos de autogobierno. En cambio, esto fue recibido por el gobierno del AKP en Ankara con toques de queda y ataques militares contra los civiles kurdos, que obligaron a al menos 200.000 kurdos a huir de sus hogares. En medio de este clima en el que los francotiradores del ejército turco disparaban a las ambulancias y mataban a los civiles que llevaban banderas blancas, además de utilizar tanques para bloquear las entradas de los hospitales, el colíder del HDP, Selahattin Demirtaş, resumió la falta de opciones de la siguiente manera:

«Nada de lo que hace el gobierno (turco) tiene una base legal. ¿Qué puede hacer la gente ante un Estado que no reconoce la ley? El propio Estado está actuando ilegalmente. Si el presidente y el primer ministro están haciendo cosas ilegales, ¿dónde podemos ir a pedir ayuda? ¿A los fiscales? Están en la cárcel. El gobierno incluso detiene a escritores y miembros de la prensa. ¿Los jóvenes están cavando zanjas? ¿La gente levanta barricadas? Muéstrales otro camino y lo harán en su lugar».

Como era de esperar, Demirtaş fue posteriormente detenido por el régimen de Erdoğan en 2016 y ha estado encarcelado desde entonces, a pesar de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) condenó su detención y ha pedido continuamente su liberación.

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