La espiral del terror contra el terror
Los ataques en Bruselas han despertado, una vez más, la sensación de terror en nuestro país. Si bien no han dejado de haber ataques de carácter yihadista en el mundo desde el tristemente célebre 11-S, la atención mediática aparece cuando las víctimas podríamos haber sido nosotros. Pero más allá del comprensible sentimiento identitario más acusado hacia Bruselas, París o Nueva York, hace falta apelar en primer lugar a la responsabilidad de los medios a la hora de utilizar narrativas que pueden servir para crear violencias o terrores futuros. Es decir, la utilización, otra vez de términos como islamista, musulmán o árabe para referirse a estos actos de terrorismo sirven para legitimar los cada vez más numerosos discursos islamófobos en nuestro país. Lo cual no es baladí, ya que legitima políticas xenófobas, insolidarias -por ejemplo con las refugiadas- y la utilización de la violencia para hacer frente a esta amenaza. La extrema derecha está, sin duda, frotándose las manos.
Pero estos discursos no son nuevos. Desde el 11-S han sido hegemónicos y son los que han justificado la llamada Guerra Contra el Terror, impulsada por George W. Bush, de la mano de sus aliados europeos y de la OTAN. La doctrina basada en el ojo por ojo, diente por diente promovida por EEUU, ahora vigente más que nunca en Europa, es el soporte ideológico que necesitan las medidas que ante un siempre horroroso y despreciable ataque terrorista, optan por aumentar en las calles la presencia policial y en algunos casos militar, reducir las libertades individuales (y consecuentemente aumentar la represión) para facilitar la labor de investigación de las fuerzas de seguridad (llegando a extremos como Guantánamo y las torturas legalizadas de la policía norteamericana), y responder con la misma moneda a los que se supone como causantes originarios de la amenaza terrorista, en Afganistán fue Bin Laden y al Qaeda, en Siria es el ISIS (Daesh o Estado Islámico).
De hecho la Guerra Contra el Terror es todo esto, un conjunto de medidas para acabar con el terrorismo (refiriéndose sobre todo al autodenominado como yihadista) lideradas por la invasión de Afganistán con la excusa de ir a capturar a Bin Laden y el aumento de la persecución (muchas veces en forma de represión) de los ciudadanos de origen árabe, de religión musulmana o cualquier cosa que se les parezca. Cabe decir que la declaración de guerra de Bush y Rumsfeld, como bien explica el profesor e investigador del Centro Delàs de Estudios por la Paz José Luis Gordillo en el Diccionario de la Guerra, la Paz y el Desarme, además de Al Qaeda incluía la Yihad islámica, Hizbulá, Afganistán, Irak, Irán, Siria, Libia, Sudán, Corea del Norte y Cuba.
Una vez han pasado 15 años de guerra, de las fuerzas armadas más poderosas del mundo (Estados Unidos y Europa acumulan dos tercios de las capacidades militares mundiales) contra unos miles de terroristas, el balance no puede ser más negativo. La Guerra Contra el Terror ha dejado Afganistán tan mal como estaba, pero con decenas de miles de nuevas víctimas de un conflicto armado que ha reforzado no sólo en Afganistán sino en la región, los discursos anti-occidentales de talibanes y otros grupos agraviados por la intervención militar aliada. La Guerra Contra el Terror continuó expandiendo sus actividades en los países de la lista Bush-Rumsfeld, invadiendo Irak, interviniendo directa e indirectamente en el derrocamiento de Gadafi y ahora con la guerra de Siria. En cómo han quedado estos países después de la intervención de los ejércitos aliados no hace falta insistir, cientos de miles de muertos, millones de heridos, mutilados y decenas de millones de personas forzadas a abandonar sus hogares en busca de un lugar seguro.
Pero de lo que no se habla es de la responsabilidad de estas actuaciones hacia el terrorismo actual. Es decir, hay que responder a la pregunta de si la Guerra contra el Terror ha podido ser causa de la expansión de Al Qaeda, de la creación y crecimiento del ISIS, y de la aparición de pequeños grupos e incluso individuos, ciudadanos americanos o europeos, que cometen actos terroristas en nuestro entorno. La respuesta es como siempre en el análisis de conflictos más compleja – no hemos hablado aquí, por ejemplo, de quien ha armado y entrenado a estos grupos armados que ahora nos atacan a nosotros- pero todo indica que la Guerra contra el Terror más que reducirlo la ha aumentado, lo ha potenciado. Porque la estrategia de la fuerza militar, de los bombardeos y de la represión de la población musulmana en Occidente, han sido el combustible de los terroristas que ahora amenazan nuestra seguridad. ¿Acaso alguien piensa que las bombas que ahora caen sobre Raqqa no son la excusa perfecta para acusar al malvado Occidente de masacrar la población musulmana? Los dirigentes del ISIS no dejarán pasar la oportunidad de captar nuevos adeptos a su abominable causa cada vez que un familiar suyo muere como consecuencia de los bombardeos aliados. Las bombas sirven para legitimar los ataques terroristas de hoy y fabrican los terroristas del futuro.
La Guerra contra el Terror nos ha convertido en una amenaza para una parte importante del mundo, nos ha hecho ser enemigos, ya que nosotros los hemos tratado como tal. La Guerra contra el Terror ha sido, pues, un fracaso absoluto, porque ha generado más terror, un mundo más inseguro y una sociedad menos tolerante. 15 años de errores son suficientes. Si queremos crear un mundo más seguro, hay que darle la vuelta a las respuestas de Occidente al terrorismo. Hay que parar la espiral de violencia que ha creado y potenciado la Guerra contra el Terror y probar con alternativas basadas en la paz y la convivencia. Las respuestas armadas ya hemos visto que no han funcionado.
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* Jordi Calvo Rufanges es profesor de relaciones internacionales, coordinador e investigador del Centro Delàs de Estudios por la Paz
Fuente: El diario
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