Artículo para comprender la situación actual de Siria: «La Siria que conocimos ya no existe»
Fuente: http://ctxt.es/es/20150312/politica/597/La-Siria-que-conocimos-ya-no-existe-Internacional.htm
Edward Dark era un próspero comerciante textil en la ciudad siria de Alepo, la más poblada y el motor económico del país antes del conflicto. Está en la treintena y vive en los suburbios del noroeste de la ciudad. Hasta hace unos años, se acercaba con regularidad al centro antiguo, un trayecto en el que tardaba apenas un cuarto de hora si no había mucho tráfico. El zoco era el centro del intercambio comercial de esta urbe y donde Edward negociaba la venta de los productos que fabricaba.
Hoy no tiene ningún sentido que Edward vaya al centro de la ciudad. Los viejos edificios de piedra están abandonados y hay que caminar con cuidado para evitar francotiradores y proyectiles. La parte vieja es el frente de guerra que divide en dos Alepo, un frente que apenas ha cambiado desde el ataque de grupos rebeldes en el verano de 2012. Pero aun así, si Edward quisiera llegar hasta allí, tendría que recorrer 700 kilómetros en su coche y tardaría al menos medio día en atravesar las decenas de puestos de control del trayecto, suponiendo que en cada uno de ellos no le retuviesen demasiado tiempo.
Desde hace un año, el único paso que comunicaba las dos mitades de Alepo, el de Bustan al-Qaser, está cerrado. «Alepo es como Berlín durante la guerra fría, pero además tiene un frente activo», explica por Skype este emprendedor que se ha adaptado a los nuevos tiempos. «La economía de la ciudad ha cambiado completamente y la guerra ha eliminado todas las comodidades». Ahora, dice, la gente gasta su dinero en las necesidades básicas que antes estaban aseguradas por el Estado, como por ejemplo los generadores que suministran la electricidad necesaria a diario para sobrevivir.
Edward aprovecha su perfecto inglés aprendido en el extranjero para escribir sobre la situación de su ciudad. Pero su principal fuente de ingresos es el comercio de estos bienes básicos que busca la gente: generadores, baterías de camiones que sirven para iluminar las casas, antorchas… La mayoría de sus amigos se marcharon hastiados y sin esperanza, al no encontrar trabajo o simplemente para no morir, pero él decidió quedarse.
«La situación es mala, pero es aún peor en la zona bajo control de la oposición porque el régimen bombardeó sin reparo y los precios son mucho más elevados». Aun así, explica que apenas disfrutan de una hora diaria de electricidad y la falta de gasolina para que funcionen los generadores. «Este invierno ha hecho mucho frío y a la gente no le quedaba más remedio que quedarse en casa y cubrirse con mantas». Y en verano la situación tampoco mejora: «No tuvimos agua durante cinco o seis semanas y apenas podía conseguirla de los pozos subterráneos».
Presente sin futuro
Este mes de marzo se cumplen cuatro años de las primeras manifestaciones masivas en Siria. En aquel lejano 2011, los manifestantes pedían una reforma político social del país, gobernado desde 1970 por el clan al-Asad. Era la época de las protestas que barrieron varios países árabes y que provocaron la caída de Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto.
Siria es hoy el escenario de un conflicto que desangra al país y que ha destrozado la vida de sus habitantes. Es el principal ejemplo de una época que sufre «la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial», según Naciones Unidas. El país se ha dividido en pedazos controlados por diferentes actores, y a corto plazo no se vislumbra ni una salida negociada políticamente, ni la victoria militar de alguna de las partes.
En un nuevo estudio apoyado por el Programa de Ayuda al Desarrollo de las Naciones Unidas, publicado en el marco del cuarto aniversario del conflicto, se asegura que ha habido más de 220.000 muertes, y 2014 ha sido el año más mortífero. También se destaca que el 80% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y que la esperanza de vida se ha reducido en 20 años. El país ha perdido el 15% de la población y 200.000 millones de dólares en PIB, además de la destrucción de muchas de sus infraestructuras.
En este escenario, los sirios que se han quedado en el país viven el conflicto de manera distinta según donde se encuentren. La costa mediterránea es un bastión del régimen en el que se agolpan centenares de miles que escapan a territorios más inseguros. Damasco, la capital, ha multiplicado por dos su población, y a pesar de que la mayor parte de la ciudad está bajo control gubernamental, algunos suburbios siguen dominados por los rebeldes. El norte de Alepo hasta la frontera con Turquía es el feudo principal de los grupos opositores, que se encuentran ahora asediados tanto por el régimen como por el Estado Islámico, que controla el este del país. Los kurdos han reforzado su autonomía y gestionan dos áreas separadas en el norte, fronterizas con Turquía e Iraq.
La región de la costa mediterránea ha evitado la peor parte de los combates, pero sufre las consecuencias del conflicto de otra forma. «La ciudad está sobrepoblada y hay mucha gente desempleada», explica Ahmad, ingeniero de 40 años que vive en la ciudad costera de Latakia. Empleado en una compañía estatal, apenas trabaja y busca la manera de salir del país para mejorar su situación financiera. «La gente consigue gestionar sus vidas pero está desesperada, aquí no hay nada que hacer».
En esta ciudad, antes destino turístico, los trabajadores públicos siguen cobrando un salario. Reem, de 35 años, es profesora en una escuela, cobra unas 30.000 libras sirias mensuales. Antes de la guerra, equivalían a 600 dólares, pero en la actualidad, al cambio, apenas se le quedan en 125 dólares.»“¡Y además los precios se han vuelto locos! La gente ve Latakia como una ciudad pacífica, por eso vienen aquí, pero a los habitantes no nos queda otra que aguantar una situación insostenible y un desempleo abismal».
El régimen intenta mantener en funcionamiento los edificios gubernamentales y sus instituciones operativas. Compra el petróleo necesario con el que hacer funcionar los generadores que aseguran electricidad para torres de telecomunicaciones, hospitales, universidades… «Intentan dar una imagen de que todos los departamentos trabajan bajo una cierta normalidad, pero no es real», explica Ahmad.
A pesar de las dificultades, Latakia es una ciudad relativamente estable y la región se ha beneficiado de los graves problemas de inseguridad y falta de suministro de otras áreas. «Muchos de los productos que fabricábamos en Alepo vienen ahora de Latakia o de Tartus», explica Edward Dark.
En cambio, Abdulkader Hariri ha visto pasar a casi todos los diferentes actores del conflicto en Raqqa. Primero, el régimen reprimió las manifestaciones en las que Abdulkader participó activamente. En 2013, una amalgama de grupos armados opositores entraron en la ciudad, convirtiéndola en la primera capital de provincia del país que perdió el régimen. Luego, llegó el Estado Islámico y convirtió la ciudad en el laboratorio de lo que sería el futuro y autodenominado califato.
«La situación era caótica cuando entraron los grupos rebeldes, pero, más o menos, podíamos sobrevivir», cuenta Abdulkader durante una conversación por escrito vía Skype, ya que la conexión es tan mala que no se puede hablar. Explica cómo los habitantes de Raqqa viajaban a Turquía para comerciar con bienes y las ONG internacionales podían trabajar sin problemas en la ciudad. Incluso los empleados públicos iban a Deir Ezzor a cobrar sus salarios, una política del régimen a la que Abdulkader no consigue dar una explicación.
Este profesor de inglés y graduado en Literatura Inglesa estuvo a punto de marcharse del país, pero decidió quedarse para explicar lo que estaba pasando, ser testigo del deterioro de la situación. Ahora espera reabrir el café con conexión a Internet que regentaba y que tuvo que cerrar cuando el conflicto se agravó. La presencia del Estado Islámico (EI) no ha impedido que siga escribiendo. «Sigo publicando sobre Raqqa a pesar de la presencia del Estado Islámico. Hace más de un año que controlan la ciudad, por lo que parece que no son muy buenos en atrapar a gente como yo», asegura desafiante en un tono que suena a burla.
En la ciudad, los servicios facilitados antes por el Estado apenas existen. «Las condiciones en los hospitales son miserables, los casos más graves se trasladan a Turquía, las escuelas están todas cerradas, el transporte depende de la gente». Según el informe de Naciones Unidas, la mitad de los niños sirios en edad escolar no asiste a la escuela. El EI recauda impuestos en las tiendas, unos nueve dólares mensuales por cada servicio. Es la fuente principal con la que financian la poca electricidad de la que disfrutan los habitantes, limpian las calles y pagan a los militantes que mantienen el orden impuesto por ellos.
La vida es «muy diferente y más difícil», continúa Abdulkader, «y el EI es muy estricto, pero todavía tenemos un margen de maniobra para seguir viviendo». A pesar de que tiene que ir con mucho cuidado para que no le atrapen, explica que fuma en privado y no va a la mezquita a rezar. También confirma que las informaciones publicadas sobre las imposiciones a las mujeres, que no pueden salir de casa si no van acompañadas de un hombre, y los castigos y ejecuciones en las calles son ciertas. A la vez que añade que ha detectado que en las últimas semanas hay menos extranjeros en la ciudad, ya que se han desplazado a la región de Alepo. Lo que es un reflejo de los cambios estratégicos del EI y los reveses que ha sufrido, por ejemplo, frente a las milicias kurdas.
El régimen mantiene el pulso
En la región de Alepo, el EI ha avanzado posiciones y ganado terreno a expensas de otros grupos opositores al régimen. Estas disputas favorecen un lento pero progresivo avance del Ejército sirio y sus aliados. Los grupos paramilitares, las milicias y el apoyo del grupo libanés Hezbolá y de la Guardia Revolucionaria iraní están siendo clave en los avances del Ejército regular, que suma la mayoría de las bajas y que se muestra «agotado tras cuatro años de conflicto», asegura Michael Young, editor de opinión en el diario libanés The Daily Star.
«El régimen y sus aliados quieren asegurar el núcleo del territorio que va desde la costa a Damasco», afirma Young, «y a la vez cortar las líneas de suministro desde las fronteras a las zonas opositoras». El Ejército ha marginado a los grupos opositores dentro de este núcleo y sólo quedan algunas bolsas de grupos opositores importantes en la frontera con el Líbano. Tampoco ha sufrido grandes retrocesos en el sur ni en el norte, a pesar del apoyo, bastante activo, de Turquía y más ambiguo de una coalición internacional con base en Ammán, la capital de Jordania, hacia grupos rebeldes moderados.
A pesar de sus esfuerzos, el Ejército sirio no ha conseguido desalojar a la oposición en los suburbios de la capital. El centro de Damasco está militarizado, invadido por los controles de seguridad, «unos 400», según Karim, un activista opositor que vive en zona gubernamental y que abandonó sus estudios universitarios en 2011 para trabajar en uno de los centros de medios escribiendo artículos o filmando vídeos que difunden a través de las redes sociales.
Las zonas de la capital bajo control del régimen han doblado su población. «Los precios de alquiler se han multiplicado por cuatro y hay casas en las que viven al menos tres familias», explica Karim. «Aunque las condiciones en las áreas bajo control de la oposición son mucho peores: los precios se han multiplicado a veces hasta por diez, y el bombardeo por parte del régimen es casi constante». Las filmaciones caseras de Ghouta, suburbio asediado desde hace más de dos años, son, simplemente, apocalípticas.
Y en la mitad bajo control opositor de Alepo, el régimen deja caer barriles-bomba, repletos de dinamita, que destruyen bloques enteros de casas de forma aleatoria y sin puntería desde finales de 2014. Un asedio que sufre también la otra mitad de la ciudad, bajo control gubernamental, «aunque a un nivel nada comparable», aclara Edward Dark.
Dependiendo de donde vivan los sirios están sufriendo el conflicto de forma distinta, pero tienen en común un deseo: el fin de la guerra. ¿A cualquier precio? «Ya no se trata de lo que es aceptable, sino de lo que es posible», señala Dark. Mantiene la esperanza de que pequeñas negociaciones a nivel local puedan conducir a acuerdos globales. Pero, tras cuatro años de promesas incumplidas y negociaciones que no llevaban a ninguna parte, los entrevistados son escépticos. «Vivimos en una lógica militar», concluye Young, «en la que cualquier propuesta de diálogo es abortada, no lleva a ningún sitio, y son, en mi opinión, una pérdida de tiempo». Ahmad, de Latakia, también es contundente en su análisis final: «Debe haber un cambio, pero el país que conocimos ya no existe».