Incendios forestales como arma de guerra: deforestar para deskurdificar
The Kurdish Center for Studies – Dr. Thoreau Redcrow – 1 Julio 2024 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid
Quemar bosques para construir castillos sobre las cenizas parece una antigua parábola moral sobre las trampas de la rapiña, no una moderna estrategia de ocupación del segundo mayor ejército de la OTAN.
Los recientes incendios forestales masivos que asolaron el Kurdistán Septentrional / Bakur (sureste de Turquía) entre Amed y Mêrdîn causaron 15 muertos y 78 heridos. Además de las víctimas mortales, más de 1.000 ovejas y cabras murieron calcinadas y otras 200 recibieron tratamiento por quemaduras graves. Con temperaturas superiores a los 40 °C en las semanas anteriores, los arbustos estaban muy secos, lo que creó las condiciones ideales para que el furioso infierno calcinara casi 2.000 hectáreas (5.000 acres) de tierras de labranza, zonas residenciales y bosques.
Sin embargo, aunque a primera vista estos incendios parezcan «actos de la naturaleza» (o de Dios, para los creyentes), una mirada a la historia de la ocupación militar turca de las zonas kurdas y a las formas estructurales en que el Estado turco pretende sistemáticamente expulsar a los kurdos de sus tierras ancestrales, muestra que tales incendios son a menudo una de las armas más eficaces de que dispone Ankara.
Las formas en que Turquía despliega supuestos «incendios forestales» contra los kurdos son emblemáticas de las formas más amplias en que los más de 20 millones de kurdos de Bakur se enfrentan a la subyugación bajo un Estado que no los ve como conciudadanos perjudicados que necesitan ayuda, sino como una molestia desleal no turca que merece crueldad. En este cálculo, Turquía ve cada tragedia «natural» (terremoto, incendio forestal, inundación, corrimiento de tierras, sequía, etc.) en las zonas kurdas como una oportunidad potencial para aprovechar la Madre Naturaleza como un arma ideal, ya que les aporta una excusa plausible. En estos casos, no es el ejército turco el que asesina literalmente a civiles kurdos -como suele ocurrir con sus famosos escuadrones de la muerte JİTEM-, sino una fuerza imperceptible que Ankara puede alegar que escapa a su control.
Sin embargo, cuando se profundiza en casi todas estas tragedias naturales, se ve a un Estado turco que, o bien causó directamente el desastre, o bien creó las condiciones para que ocurriera en primer lugar, o no acudió en ayuda de los kurdos una vez que comenzó, maximizando así los daños. Por ejemplo, este último caso resulta evidente al recordar los grandes terremotos que asolaron las zonas de mayoría kurda en torno a Licê (1975), Çewlik (2003) y Wan (2011), y que causaron la muerte de 2.300, 177 y 600 personas (en su mayoría kurdos), respectivamente. De hecho, durante esos casos, Turquía prefirió enviar soldados turcos para reprimir la ira por la falta de ayuda gubernamental, en lugar de la ayuda en sí.
Al igual que ocurre con los terremotos, cuando se trata de incendios forestales, estas tragedias no deben considerarse desgraciadas calamidades, sino «pogromos» antikurdos fabricados y militarizados, ocultos bajo el manto de un desastre natural. Por consiguiente, entender la forma en que se produce este proceso de ingeniería social deshumanizadora resulta instructivo para comprender lo que significa ser un kurdo ocupado en Turquía.
El culpable del último infierno
La causa técnica de los recientes incendios fueron postes y cables eléctricos defectuosos cuyo mantenimiento era inadecuado por parte de la compañía eléctrica privada turca DEDAŞ. Esta empresa tiene fama de descuidar las zonas kurdas y de cobrar precios abusivos a los kurdos sin rendir cuentas. En el incidente más reciente, la empresa también sustituyó rápidamente todos los postes al día siguiente del incendio para ocultar cualquier prueba de su culpabilidad. Pero mientras que las condiciones para el incendio se vieron favorecidas por la negligencia, la tragedia humana de los incendios se vio exacerbada por el abandono, debido a que el Estado turco se negó a prestar ayuda para atajar los incendios una vez iniciados.
Melis Tantan, portavoz kurda de la Comisión de Ecología y Agricultura del Partido Igualdad de los Pueblos y Democracia (DEM), denunció la tardía respuesta de Ankara al incendio:
«No es aceptable que no se enviara un helicóptero de visión nocturna a la región desde el momento en que comenzó el incendio. El fuego se extendió a una gran zona en poco tiempo. Y, por desgracia, se silenciaron las llamadas. En estos casos, una intervención temprana desde el aire puede evitar que el fuego se extienda a grandes zonas. Por desgracia, nuestro país se ve constantemente desprevenido ante este tipo de catástrofes. No se trata de una coincidencia ni del destino. Es un caso en el que los responsables no cumplen con sus responsabilidades».
Mientras crecía la ira entre los kurdos contra el rencoroso régimen de Erdoğan por no ayudar en los incendios, los bomberos turcos llevaron a cabo un falso despliegue de ayuda, en el que un helicóptero dejó caer innecesariamente agua desde la presa de Göksu sobre fardos de heno cuando el fuego ya estaba extinguido. Los kurdos locales respondieron a la farsa de ayuda gritando: «¡Filmen esta vergüenza de helicóptero!».
Al otro lado de la frontera, en Rojava, las representantes de Kongra Star, Nisreen Rajab y Shilan Khalil, del barrio de Sheikh Mahsud, en Alepo, también criticaron la respuesta de Turquía:
«La política del Estado ocupante se basa en la exclusión y en la dimensión nacional, ya que hace dos días repitió el escenario de indiferencia ante la vida de los kurdos, como ocurrió durante el terremoto que asoló la región el año pasado, en un crimen con el que el Estado ocupante turco viola la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial. La solución ideal para asegurar el futuro del pueblo kurdo en todas las partes del Kurdistán, especialmente en el Kurdistán de Bakur, es aplicar el proyecto de nación democrática.»
El fuego como herramienta de contrainsurgencia
La eliminación de bosques y árboles como cobertura para las guerrillas armadas es una táctica tradicional de contrainsurgencia para los ejércitos ocupantes que luchan contra un movimiento de resistencia indígena. Desde el uso de herbicidas en Malasia por parte del ejército británico en la década de 1950 hasta el del agente naranja por parte del ejército estadounidense en las densas selvas de Vietnam, la lógica es que cualquier tipo de vegetación proporciona un santuario visual a los opositores, especialmente frente a los ataques aéreos. En el caso de las fuerzas turcas en el norte de Kurdistán, no es diferente; sin embargo, históricamente han decidido proverbialmente «matar dos pájaros de un tiro», destruyendo tanto los bosques como los pueblos kurdos situados junto a ellos.
Durante la década de 1990, mientras el ejército turco quemaba más de 4.000 aldeas kurdas, también desplegaba incendios forestales como siniestra herramienta para impedir emboscadas defensivas en los bosques de las guerrillas del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) que se les resistían. Y como la mejor manera de descifrar la verdad sobre el Estado turco es considerar sus acusaciones como confesiones, Ankara ha llegado a acusar a los guerrilleros del PKK de quemar los bosques en los que viven, propaganda absurda que los taquígrafos de los «medios de comunicación» personales de Erdoğan están encantados de regurgitar.
Este fenómeno de los incendios forestales como forma de contrainsurgencia contra la resistencia kurda ha sido investigado por varios académicos. Por ejemplo, en un análisis de cómo el gobierno turco provocó incendios forestales alrededor de Dersim en 1994 para obligar a los kurdos a evacuar la zona y reducir la guerrilla kurda, Pinar Dinc, Lina Eklund, Aiman Shahpurwala, et al. elaboraron un artículo titulado «Combatir la insurgencia, arruinar el medio ambiente: el caso de los incendios forestales en la provincia turca de Dersim» (2021), en el que examinaban si existía una correlación entre el número de incendios forestales entre 2015 y 2018 y las operaciones militares turcas contra el PKK. Lo que encontraron fue que el análisis estadístico sugería una relación significativa entre los incendios y los conflictos alrededor de Dersim, mostrando que a medida que el número de conflictos aumentaba o disminuía, el número de incendios generalmente le seguía.
«El Estado prende fuego al bosque cada dos años, no deja crecer los árboles. En cuanto los árboles son tan altos como un ser humano, prenden otro fuego».
– Habitante de Dersim, de la investigación de 2021
Otras conclusiones de la citada investigación fueron que los residentes locales de Dersim vinculaban al Estado turco con los incendios, a los que acusaban de provocarlos directamente mediante ejercicios militares o de negarse a extinguirlos cuando estallaban espontáneamente. Los testimonios locales destacaban a menudo cómo los incendios comenzaban después de que los soldados turcos dispararan obuses o explosivos desde comisarías y lanzaran bombas desde helicópteros de combate. Los informantes de la zona añadieron que los incendios forestales solían producirse alrededor de los kalekols turcos (bastiones militares situados en lo alto de las colinas), creyendo que se provocaban para que los agentes de seguridad tuvieran una visión más clara de los alrededores. Un informe del Centro de Estudios de Dersim no tardó en confirmar esta percepción al concluir que la mayoría de los incendios forestales de la zona eran consecuencia de bombardeos aéreos y ataques lanzados desde bastiones militares turcos. Otra opinión común citada por la comunidad local era que Turquía llevaba mucho tiempo intentando provocar un cambio demográfico en Dersim, expulsando a los kurdos locales de sus hogares para abrir la zona a las empresas mineras y energéticas.
Un artículo de investigación y estudio anterior realizado por Joost Jongerden, Hugo de Vos y Jacob van Etten titulado «Forest burning as counterinsurgency in Turkish-Kurdistan: An analisis from space» (2007), también investigó la militarización de los incendios forestales por parte de Turquía entre 1990 y 2006 contra el movimiento de resistencia kurdo. En ese estudio, se utilizaron imágenes por satélite para evaluar las denuncias de incendios forestales intencionados con fines de destrucción de aldeas, y luego se cruzaron con los datos geográficos de los relatos de testigos presenciales. Lo que ese estudio descubrió fue que sólo en 1994 se quemó el 7,5% del bosque total de Dersim y el 26,6% de los bosques cercanos a los pueblos (en un radio de 1,2 km). En última instancia, el análisis concluía que: «La mayor intensidad de las quemas alrededor de los pueblos destruidos y evacuados es una prueba importante de la intencionalidad del uso del fuego contra la población civil y subraya la denuncia de violación de los derechos humanos». El estudio también descubrió que había una alta frecuencia de incendios en los casos de destrucción de pueblos (85%), lo que sugiere que la destrucción de dichos pueblos kurdos, «casi siempre iba acompañada de la quema de bosques, huertos y campos a su alrededor.»
Pero, tal vez, a la hora de comprender el papel que han desempeñado los incendios forestales en torno a Dersim, sea útil fijarse en las palabras del preso político kurdo Selahattin Demirtaş, quien en 2021 desde la prisión de Edirne relacionó tales infiernos con el genocidio de Dersim de 1938, declarando:
«La razón de que no se apaguen los incendios forestales en Dersim no es la ineficacia. La mayoría de los bosques de esa región se queman conscientemente y nadie puede intervenir. Se trata de una política consciente y oficial que lleva décadas en vigor. Todo el mundo conoce esta verdad, pero por desgracia nadie se atreve a decirla. Los bosques se queman por el mismo motivo por el que Dersim fue bombardeada en 1938».
Esto ayudaría a explicar por qué Mustafa Karasu, del Consejo Ejecutivo de la Unión de Comunidades de Kurdistán (KCK), recordó a los kurdos tras el último incendio que «pedir algo al Estado que quiere cometer un genocidio contra ti es pedir algo a tu verdugo».
También están los objetivos ultranacionalistas turcos de querer erradicar el kurdismo y asimilar culturalmente a los kurdos que viven en la región, lo que es más fácil de hacer si se les desarraiga de sus tierras ancestrales y se les obliga a trasladarse a las ciudades costeras del oeste de Turquía, donde pueden ser explotados como trabajadores textiles y no tienen tiempo ni energía suficientes para preservar su cultura. Pero uno de los objetivos y motivaciones más profundos existe en el plano espiritual y metafísico, donde el Estado turco quiere erradicar los bosques por el profundo significado religioso que muchos kurdos atribuyen a ellos y a los animales que llaman hogar a esos árboles.
Volviendo a las reflexiones traducidas de Zozan Pehlivan, en su entrevista observa cómo los kurdos se ven afectados económicamente por los incendios forestales, esbozando cómo:
«Cuando un bosque está en llamas, no es lo único que arde. Hay vidas ligadas a ese bosque. Los lugareños colocan colmenas en el bosque y recogen leña para calentarse. A finales de primavera y en verano, podan los robles frescos y recogen haces de ramas. Después de apilarlos, los cubren bien para que no se sequen con el calor del verano. Durante el invierno, las hojas del roble son una fuente de alimento para los animales. Se llaman «velg» en zazakî, un dialecto del kurdo. Las ramas secas restantes se utilizan para cocinar y calentar. Se llaman «percin». El bosque es una importante fuente de energía para los habitantes de la región. Además, las zonas donde se producen incendios son tierras con pastos. La hierba buena de las tierras altas se cosecha en primavera para alimentar a los animales durante el invierno siguiente, mientras que los animales pastan la hierba restante, que es demasiado corta para cortarla con guadaña. Cuando se incendian estas zonas, se causan estragos en la ganadería, que es una de las fuentes de ingresos más importantes para los aldeanos».
Sustituir árboles por castillos
En septiembre de 2020, Anil Olcan realizó una entrevista a la historiadora medioambiental Dra. Zozan Pehlivan, en la que señalaba que los kurdos que viven cerca del Monte Judi (Çiyayê Cûdî) se referían a los incendios anuales como «implementaciones» (uygulama), un término acusatorio que implica una operación que se aplica intencionadamente bajo una estrategia y una lógica determinadas.
Según la base de datos mundial sobre incendios forestales, entre 2003 y 2016, los incendios en esa región de Bakur fueron más frecuentes durante la temporada de cosecha de la zona, entre julio y septiembre. Pero, mientras que esos incendios duraban tradicionalmente entre 3 y 4 días, ahora duraban hasta 20, dejando un camino calcinado de destrucción ecológica y medios de vida destruidos para los lugareños que dependían de los bosques para sobrevivir. En cuanto a la ubicación, los incendios forestales se concentraron en dos regiones kurdas principales: la parte oriental del triángulo Amed-Êlih-Bidlîs y el corredor que conecta Sêrt, Colemêrg y Şirnex.
Curiosamente, en estas dos regiones también se encontraban torres de vigilancia y fortificaciones militares turcas muy extendidas, que se construyeron «casualmente» por toda la zona antes del inicio de los grandes incendios, y que «convenientemente» despejarían entonces sus líneas de visión y ampliarían su campo de visión. La profesora Pehlivan describió este proceso, observando cómo:
«En las dos últimas décadas se ha construido un número increíble de casetas de vigilancia o, como las llaman en la zona, «estaciones-castillo» (kalekol), en las zonas donde los incendios forestales son más intensos. Estas estaciones-castillo están construidas como ciudadelas fortificadas medievales sobre colinas dominantes, con las zonas forestales que las rodean radicalmente recortadas. Además, los bosques y mesetas que rodean las estaciones-castillo se declararon zonas de alta seguridad y se cerraron al acceso de civiles».
Con estas zonas acantonadas cerradas a los civiles, cuando se producían incendios forestales, se prohibía a la población local entrar para ayudar a extinguir las llamas por motivos de «seguridad», lo que significaba que a menudo lo consumían todo a su paso. El resultado fueron cimas de colinas despobladas y estériles, con puestos militares turcos dominando el nuevo páramo calcinado.
Talar para vender
Además de los incendios forestales, la tala de árboles es otra forma en que el Estado turco saquea y explota Kurdistán del Norte. Una de las zonas donde esto ocurre es cerca de Şirnex, donde actualmente los soldados turcos utilizan a los guardias del pueblo para talar los árboles, después de que los kurdos locales se negaran a hacerlo. En los últimos meses, miles de árboles han sido talados y cargados en camiones para ser transportados y vendidos en otras ciudades. Esto sigue el patrón de noviembre de 2023 cerca de la montaña Gabar de Şirnex, donde después de que los bosques fueran talados, una serie de torres de vigilancia militares turcas, obras viales y sitios de exploración de petróleo ocuparon su lugar. Unos meses antes, en agosto de 2023, también se talaron miles de árboles en una zona rural cercana a Çewlik, para que el ejército turco pudiera construir una nueva base militar.
En el caso de Şirnex, los informes desde el terreno indican que todos los días decenas de camiones cargados de árboles talados se dirigen a Riha y Antep. Al parecer, los militares turcos que supervisan la deforestación, que comenzó en 2021, dijeron a los guardias del pueblo que el proceso de tala de todos los árboles duraría diez años en total.
Según Agit Özdemir, del Movimiento Ecologista de Mesopotamia, Şirnex «es un laboratorio para el Estado«, donde están talando árboles conmemorativos de 500 años de antigüedad. Algo similar a lo que hacen los yihadistas en el Afrin ocupado por Turquía, que siguen talando los árboles sagrados de cinta de los yazidíes de esa región. Pero no sólo eso, en lugar de cortar desde abajo como se hace habitualmente, en Şirnex están arrancando las raíces de la tierra para que los árboles no vuelvan a crecer nunca más en esa zona. Según Özdemir, «la destrucción es de tal nivel que no hay vuelta atrás», y añade:
«El objetivo de esta deforestación es la deshumanización. en los años 90, lo veíamos durante las evacuaciones de los pueblos: ‘Seca el agua, que se mueran los peces’. Hoy, esta estrategia continúa con variaciones. No sólo los guerrilleros, sino el pueblo [kurdo] en su conjunto son vistos como enemigos».
Matar el alma del bosque viviente
Cuando el Estado turco inicia intencionadamente o se niega a extinguir los incendios forestales que se producen de forma natural en las zonas kurdas, sus motivaciones pueden ser múltiples. Están los objetivos militares estratégicos de convertir los densos bosques, que podrían ocultar a los defensores de la guerrilla de Kurdistán, en colinas estériles con puestos militares avanzados en todos los puntos altos, que luego funcionan como zonas de seguridad «prohibidas». Hay objetivos económicos para expulsar a los aldeanos kurdos de la zona para que las empresas con ánimo de lucro afiliadas al régimen gobernante puedan apoderarse de esas tierras y utilizarlas para construir viviendas urbanas, desarrollar excavaciones mineras o realizar prospecciones petrolíferas.
También están los objetivos ultranacionalistas turcos de querer erradicar el kurdismo y asimilar culturalmente a los kurdos que viven en la región, lo que es más fácil de hacer si se les desarraiga de sus tierras ancestrales y se les obliga a trasladarse a las ciudades costeras del oeste de Turquía, donde pueden ser explotados como trabajadores textiles y no tienen tiempo ni energía suficientes para preservar su cultura. Pero uno de los objetivos y motivaciones más profundos existe en el plano espiritual y metafísico, donde el Estado turco quiere erradicar los bosques por el profundo significado religioso que muchos kurdos atribuyen a ellos y a los animales que llaman hogar a esos árboles.
Volviendo a las reflexiones traducidas de Zozan Pehlivan, en su entrevista observa cómo los kurdos se ven afectados económicamente por los incendios forestales, esbozando cómo:
«Cuando un bosque está en llamas, no es lo único que arde. Hay vidas ligadas a ese bosque. Los lugareños colocan colmenas en el bosque y recogen leña para calentarse. A finales de primavera y en verano, podan los robles frescos y recogen haces de ramas. Después de apilarlos, los cubren bien para que no se sequen con el calor del verano. Durante el invierno, las hojas del roble son una fuente de alimento para los animales. Se llaman «velg» en zazakî, un dialecto del kurdo. Las ramas secas restantes se utilizan para cocinar y calentar. Se llaman «percin». El bosque es una importante fuente de energía para los habitantes de la región. Además, las zonas donde se producen incendios son tierras con pastos. La hierba buena de las tierras altas se cosecha en primavera para alimentar a los animales durante el invierno siguiente, mientras que los animales pastan la hierba restante, que es demasiado corta para cortarla con guadaña. Cuando se incendian estas zonas, se causan estragos en la ganadería, que es una de las fuentes de ingresos más importantes para los aldeanos».
Sin embargo, Pehlivan aborda a continuación ese elemento cultural y espiritual más profundo, relacionándolo con el proceso de turquificación de la Gran Anatolia, donde Ankara quiere que la gente olvide quiénes son realmente:
«La gente desarrolla relaciones de pertenencia con sus tierras, sus árboles, flores, animales y agua, que son tanto emocionales como económicas. Cuando alguien pierde esta relación, pierde las cosas que le hacen ser quien es. El objetivo de las evacuaciones de aldeas de los años 90 era romper la relación que los habitantes de este lugar habían desarrollado con su cultura y su lengua. Es mucho más difícil romper esta relación cuando la gente permanece en sus hogares/tierras nativas».
Esto es especialmente cierto según mi experiencia en las zonas kurdas alevíes (Rêya Heqî), cuyas creencias están arraigadas en la veneración de la naturaleza y tienen mucho más en común con el yarsanismo, el yazidismo o el zoroastrismo que con el islam hanafí imperante en el Estado turco. De este modo, no es una coincidencia que estos kurdos alevíes (a menudo de habla zazaki) consideren sagrados el agua y los árboles, mientras el régimen de Ankara construye directamente presas y deforesta en sus zonas sagradas ancestrales. En esencia, Turquía está llevando a cabo un «asalto espiritual» contra lo que da sentido a la vida de estos kurdos, con la esperanza de que si pueden doblegarlos a nivel anímico, será menos probable que se resistan a nivel político.
En esta ecuación, al quemar los bosques, el Estado turco elimina la capacidad de tener ganado, tanto porque la falta de leche y carne disminuirá la energía física de la comunidad, como porque si ciertas cabras montesas se consideran seres míticos, ¿qué mejor manera de destrozar la psique de un pueblo al que se quiere ocupar que causarle un trauma psicológico obligándole a ver cómo se queman todas, igual que hicieron con el pueblo kurdo de sus abuelos en los años noventa?
EL AUTOR:
El Dr. Thoreau Redcrow es un analista estadounidense de conflictos mundiales especializado en geopolítica, naciones sin Estado y movimientos guerrilleros armados. Es ponente habitual ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra y ha sido asesor de política exterior de varios grupos que buscan la autodeterminación. Ha trabajado sobre el terreno en Europa, América Latina, el Caribe, África Oriental y Oriente Medio. Actualmente es codirector del Centro de Estudios Kurdos (rama inglesa).