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Árabes, kurdos, armenios: memorias de un armenio del Valle de la Bekaa

Komun Academy – Meral Çiçek – 30/11/2018

De haber vivido suficiente, acabaría de cumplir 61 años. Nació en California el 25 de noviembre de 1957, lejos de su tierra natal. También su padre había nacido lejos del país de origen de su familia. A pesar de pertenecer a la tercera o cuarta generación de la diáspora, su madre patria era esencial para él. A los 24 años, escribió en una columna:

«No existe una etnia armenia, pero sí un pueblo armenio, una nación armenia, ésa es la razón por la que debemos luchar. Los armenios en la diáspora se ven incapaces de hacer frente a los impactos centrífugos de la asimilación cultural y pierden la identidad de su existencia cultural y nacional. Si los armenios en la diáspora no defienden su derecho a vivir en su propia tierra, perderán más y más su identidad cultural. Cuando esto ocurra, se habrá completado el genocidio blanco* en curso».

Tenía 35 años cuando perdió la vida el 12 de junio de 1993 mientras dirigía a combatientes armenios en Karabagh. Se llamaba Monte Melkonian, su nombre de guerra era Avo. Monte significa montaña, Avo es «el que trae noticias».

Se preguntarán cómo es que nunca habían oído su nombre, cómo es que nunca habían leído nada sobre él en algún otro sitio. Yo pensé lo mismo la primera vez que oí hablar de él y lo sigo pensando. Por una coincidencia, supe de su existencia e historia unos días antes del trigésimo octavo aniversario del PKK, pocos días antes de que él cumpliera 59 años.

Cuando llegó a Irán en 1979 para participar en los combates para derrocar al Sha, descubrió que los kurdos se preparaban para levantarse contra el régimen, pero sentía bastante prejuicios hacia ellos. Había leído acerca de cómo los kurdos colaboraron con los otomanos durante el genocidio armenio y, por lo tanto, tenía pocos motivos para fiarse de ellos. No obstante, viajó al Kurdistán oriental con sus amigos para unirse a la resistencia armada. Si los kurdos tenían éxito en Irán, Turquía sería el siguiente paso, pensó.

Primero se dirigieron a Mahabad, donde se reunieron con líderes como Abdulrahman Ghassemlou (Qasimlo) y Ghani Boloorian. Aunque el estilo y la mentalidad de Qasimlo le parecieron demasiado occidentales, él y sus amigos expresaron su deseo de unirse a las filas del Partido Democrático del Kurdistán iraní (KDP-I). Sin embargo, cuando se corrió la voz de que Monte era estadounidense, los líderes del KDP-I cambiaron de opinión y le dijeron: «No necesitamos más combatientes en el frente».

El partido Komala recibió calurosamente al grupo. El jeque Îzeddîn Huseynî, líder kurdo espiritual y político muy respetado, los invitó y ofreció a sus hermanos armenios adiestramiento militar y armas. A Monte lo conmovió el afecto del jeque, pero decidió abandonar Komala en 1980 para unirse al Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia (ASALA). Dos años antes, había trabado relaciones en Beirut, Líbano, donde residía una amplia comunidad armenia, de modo que el movimiento tenía mucha fuerza allí. Los militantes de ASALA eran entrenados por palestinos. Para ello, se trasladaron al valle de la Bekaa en Líbano a principios de los años 80.

Durante ese período, además de los palestinos y los armenios, había otro grupo dedicado al entrenamiento militar en el valle de la Bekaa: los revolucionarios kurdos, es decir, el PKK. Los siguientes extractos pertenecen a los diarios de Monte Melkoniano:

«Por la noche, los kurdos soñaron con su atormentada madre patria. Y nada más despertar, corrieron al campo de entrenamiento. Cavaron trincheras encantados y gritaban: «Thaura! ¡Thaura!» (¡Revolución!) durante las prácticas de asalto, en lugar del habitual «Allahu Akbar!» (¡Dios es Grande!). Cuando recogían algún membrillo, dejaban al pie del árbol unas monedas para el agricultor. Y cuando algún agricultor druso iba a recoger aceitunas a los huertos cercanos, se subían a los árboles con cubos para echarle una mano. En una ocasión, el kurdo Solimán partió un plátano por la mitad y, distraído, le dio el trozo más pequeño a su camarada Hassan. Terjuman, otro camarada del PKK, exigió entonces una ronda de crítica y autocrítica. Suleiman se sinceró y juró solemnemente no volver a comportarse de manera tan indecorosa.

Cuando se esfumó la diversión inicial, los desaliñados, malhablados y fumadores árabes y armenios del campamento empezaron a sentirse acomplejados en presencia de los abstemios kurdos con sus canciones internacionalistas, sus alusiones a la filosofía clásica alemana y su concentración constante en la revolución.

Su entusiasmo era contagioso. Uno a uno, los fumadores empezaron a apartar sus raciones de cigarrillos cuando volvían de correr por las mañanas. Los camaradas se reunían sombríos alrededor de la radio para escuchar las noticias sobre el golpe militar del 12 de septiembre de 1980 en Turquía. Los reclutas árabes se ofrecieron voluntarios para disparar a diplomáticos turcos. Al cabo de poco tiempo, estaban todos bajo el sol dando pisotones, hombro con hombro, y gritando en árabe, kurdo y armenio: «¡Regresemos a la patria!», «¡Luchemos hasta la victoria!» y «¡Somos fedayines!».»

Estas breves anécdotas de Monte nos permiten comprender el impacto mutuo que ejercieron entre sí los movimientos revolucionarios en el valle de la Bekaa en aquella época. Con motivo del cuadragésimo aniversario de la fundación del PKK, conmemoremos y recordemos las condiciones precarias en las que los «primeros» redefinieron la revolución a través de los ojos de pueblos hermanos en lucha en la región y cómo se desarrolló su personalidad revolucionaria y su estilo de vida. De igual manera, debemos recordar a todos los que como Monte han sido auténticos camaradas del pueblo. Si existe una memoria común de la resistencia, una historia común de la resistencia, que debe ser modernizada para revivir Oriente Medio, ésta estará animada principalmente por el espíritu revolucionario de principios de los años 80 en el valle de la Bekaa. ¿Qué pasaría si este espíritu se propagara de nuevo por todo Oriente Medio? Se produciría una revolución. Una verdadera revolución de los pueblos.


*Nota de traducción: la expresión «genocidio blanco» se emplea a menudo para hablar de métodos no físicos de etnocidio y genocidio tales como  desplazamientos forzosos, asimilación, ocultación del patrimonio cultural e histórico, etc. dentro de las atrocidades cometidas contra armenios, kurdos, sirios, asirios y yazidíes. No tiene nada que ver con su uso por parte de las teorías de conspiración ultraderechistas en países occidentales que alegan racismo contra los blancos.

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