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Turquía – Testimonio sobre las cárceles del 12 de septiembre


Kedistan – 23 septiembre 2020

Seza Mis Horoz (delante a la derecha). La activista feminista kurda «Sara» Sakine Cansız también está en esta foto (arriba a la derecha). Cárcel de Çanakkale, enero de 1981.


En Turquía, en particular para toda una generación, la expresión «12 de septiembre de 1980» abarca y describe todo un período. Las generaciones siguientes no se libraron de todo eso, y todos los movimientos izquierdistas turcos se remiten a ello.

Express, nº 53, septiembre 2005

El golpe militar del 12 de septiembre de 1980 en Turquía atropelló al país como una apisonadora. Este período de pesadilla de persecuciones, de torturas inimaginables, de ejecuciones, dejó huellas indelebles.

Hay varios libros que cubren este período, pero también testimonios como los de nuestro amigo y autor de Kedistán Sadık Çelik que pasó 8 años tras las rejas antes de ser absuelto tras todos esos años. Testimonios pictóricos que también requieren de coraje el mirarlos de frente, como los trabajos de Zülfikar Tak, que hizo dibujos de los métodos de tortura. O la novela gráfica de Zehra Doğan, actualmente expuesta en la Bienal de Berlín y que será publicada por Delcourt (Francia) en marzo de 2021, en la que aporta imágenes de su estancia en la actual prisión de Diyarbakır, y recorre la historia de esta siniestra cárcel hasta los años 80.

Esta entrevista con una de los testigos de las cárceles turcas de los años 80 arroja una dura luz sobre las cárceles y los métodos… Publicada inicialmente en el n° 53 de la revista Express en septiembre de 2005, 1+1 la vuelve a publicar con motivo del 25 aniversario del golpe de Estado, y Kedistán comparte las traducciones en francés y en inglés, como referencia de archivo.


Seza Mis Horoz, testigo del encarcelamiento del 12 de septiembre
Una entrevista realizada por Siren İdemen y Aysegül Oğuz

El oficial encargado del interrogatorio había dicho: «Cuando salgas, recuperarás tal juventud que nadie te reconocerá, ni siquiera tú misma». ¿Quiénes eran esos jóvenes que encarcelaron y torturaron? ¿Qué querían? ¿Qué les hicieron en las prisiones del 12 de septiembre? Escuchamos a Seza Mis Horoz, miembro activo de İnsan Hakları Derneği (İHD, Asociación de Derechos Humanos), de Tutuklu ve Hükümlü Yakınları Birliği (Unión de familiares de condenados y encarcelados) y de 78’liler Vakfı (Fundación de los 78ers) que vivió la persecución perpetrada en las cárceles de Erzincan, Mamak (Ankara), Metris (Estambul) y Çanakkale. Edición especial «25 años desde el 12 de septiembre» de la revista Express.

¿Dónde estaba antes de 1980, qué estaba haciendo?

Es cierto que para nuestra generación hubo una ruptura entre «antes del 80» y «después del 80». Viví en un pequeño pueblo en Iğdır hasta que terminé la secundaria en 1973. Cuatro de nosotros, de una familia de ocho, fuimos a Estambul para continuar con los estudios. Me inscribí en la Universidad de Estambul en la Facultad de Ciencias Económicas. De hecho, con mis altas calificaciones, podría haber asistido a una escuela mejor, pero como tenía que trabajar, tuve que elegir una escuela que no requiriera una asistencia regular. Ésta es también una especificidad de nuestra generación: teníamos que estudiar mientras trabajábamos y, al mismo tiempo, estábamos involucrados de todo corazón en la política.

¿Dónde trabajaba?

Mientras asistía a la universidad, me integré como funcionaria en la Dirección Regional de la Seguridad Social (SSK). Allí empecé a aprender sobre temas políticos. Cuando vivía en casa, no sabíamos mucho sobre lo que estaba pasando. Cuando llegué a una gran ciudad y a la universidad, mi mundo cambió muy rápidamente. Mis horizontes se ampliaron…

¿Cuál era el clima político en la universidad?

Como era trabajadora a tiempo completo y sólo asistía a la escuela para los exámenes, me consideraba más como una trabajadora que como una estudiante. Todavía tengo sueños en los que no termino la universidad.

Es decir que el movimiento estudiantil no tuvo influencia en su politización…

Cuando empecé a trabajar, habíamos entrado en un período de transformación de los trabajadores en funcionarios, implementado para confiscar sus derechos de huelga y sus convenios colectivos. Como funcionarios, apoyamos la resistencia de los trabajadores. Ésta fue la primera etapa de mi politización. Aquí es donde empecé a ver la realidad: despidieron a masas de gente, sin prestar atención al invierno, a la nieve. Para hacer atractivo el estatus de funcionario, nos dieron tres o cuatro bonificaciones adicionales. La mayoría de nosotros donó esos bonos a los trabajadores. Para mí, esto era algo grandioso, participábamos en la resistencia de los trabajadores de todo corazón, en solidaridad.

¿Había un sindicato, una organización que dirigía esta resistencia?

Estaba Sosyal-İş, de la cual los trabajadores eran miembros y los funcionarios estaban en el proceso de organizar una asociación con Mem-Der. Además, socialistas, revolucionarios, demócratas, participaron en este tipo de resistencia. En esos momentos iba a todas las reuniones del movimiento estudiantil. El ambiente en los anfiteatros era muy político, se discutía… Los estudiantes querían aclarar, investigar, intentar comprender la vida. Eran muy diferentes de los seres que el Consejo de Aprendizaje Superior (YÖK) fabrica en estos días. El trabajo, la escuela, la vida en el vecindario, los sindicatos, las actividades en los barrios bajos, todos eran parte de un movimiento cohesivo…

¿Cómo pasó a una lucha más estructurada?

En casa, estábamos cerca del MHP [Partido de Acción Nacional]. Pero nuestro enfoque no era de pertenencia nacionalista, fascista. Somos de origen azerí y como los azeríes estaban en contra de Rusia, éramos simpatizantes del MHP. Después de mi llegada a Estambul, me convertí en simpatizante del CHP [Partido Republicano Popular, secular, kemalista]. (Se ríe) Esos eran los días en que Ecevit [todavía presidente del CHP] decía «trabajadores manuales, obreros, estudiantes»…

¿Participó en las actividades del CHP?

Como estaba trabajando, no tenía esas oportunidades. Aun arriesgándome a perder mi trabajo, fui a las reuniones de todos modos. Durante ese período, conocí amigos politizados en el trabajo, y luego en las asociaciones. Empecé a aprender el pensamiento socialista, las ideas revolucionarias, me integré en el proceso político muy rápido e intensamente.

¿En qué tipo de actividades políticas se encontró?

Al principio, consistían en trabajo de asociación para organizar a los funcionarios. En esa época, se podían hacer varias actividades al mismo tiempo. Había una lucha en las barriadas, con los habitantes. Participábamos en varias actividades de resistencia de los trabajadores. También me mezclé con asociaciones y activistas estudiantiles. Los trabajadores, los funcionarios, los estudiantes, los habitantes de las barriadas formaban parte de mi campo de intereses, como era el caso de muchos jóvenes de la época.

En la segunda mitad de los años 70, el estado de ánimo cambiaba cada vez más. La masacre del 16 de marzo en la Universidad de Estambul, la intensificación de los ataques… ¿Cómo vivió este período al rojo vivo?

Teníamos sentimientos encontrados y, por otro lado, varias personas se unían al movimiento, la lucha se intensificaba. La mayoría de nosotros podía ver esta fuerza, esta unión. Estábamos convencidos de nuestra legitimidad. Algunos camaradas fueron heridos o cayeron a nuestro lado. La visión general era poner un vendaje en nuestras heridas y continuar con la lucha. Estábamos en ese estado de ánimo. Obviamente, hubo muchas provocaciones. Con nuestros colegas, nuestros amigos de la escuela, intentamos enfrentar estos ataques. Nuestra confianza surgió de la convicción de que nuestra causa era legítima. Estábamos convencidos de que ganaríamos, porque considerábamos que los que estaban delante de nosotros estaban equivocados, eran tiranos. Me quedé en Estambul hasta febrero del 79. Y después de la universidad, me dirigí a las ciudades del Este, Erzincan, Elazığ.

Seza Mis Horoz

¿A qué grupo pertenecía en ese momento?

Al grupo «Partizan» [Organización comunista revolucionaria en Turquía]. Este fue el primer grupo con el que me familiaricé.

¿Así que pasaste del CHP al Partizan?

Sí. (Se ríe) Fue un salto rápido para mí. Un año después de llegar a Estambul, me convertí en una persona muy diferente. Mi mente se abrió a una serie de temas, perdí mi timidez, fui capaz de tocar diferentes aspectos de la vida. La politización me hizo evolucionar muy rápidamente.

¿Qué le atrajo del movimiento revolucionario?

El hecho de que las personas estuvieran cerca unas de otras, que se opusieran a la injusticia… Una oposición total a la injusticia y un reflejo natural defendiendo la igualdad, la igualdad entre mujeres y hombres… Para mí, esto era una gran libertad. Venía de un lugar donde los principios del orden feudal eran dominantes. Como mujer, las ideas socialistas me atraían mucho más… A veces, llegaba a casa a la una o las dos de la mañana, y si esto hubiera sido antes, habría oído «una mujer debe quedarse en casa». Vi que las mujeres podían lograr todo lo que los hombres podían, y que la lucha por la libertad hace a la gente aún más eficiente. Todo eso me atrajo. Por supuesto, el aspecto más importante era la actitud contra la injusticia, la explotación y la demanda de un mundo y una sociedad más justa e igualitaria…

Cuando escuché todo eso, me imaginé que todos, mi familia, incluso mis jefes, la gente del Estado, aceptaría el socialismo. Porque era hermoso y humano. El sudor de la gente encontraría una respuesta, habría trabajo, habría un Estado socialista… Pensé que todos los que quisieran vivir con dignidad dirían «sí». Nunca hubiera imaginado que los que defendíamos esta visión nos enfrentaríamos a una gran persecución y a una gran violencia. Al principio, no sabía que las costumbres y tradiciones se impondrían con una reacción tan fuerte. En mi lógica, había aceptado el cambio con tanta facilidad que pensé que todos lo percibirían de la misma manera. Avanzando en la vida, empecé a ver cómo las fuerzas de la ambición profesional y la propiedad son poderosas. Nos dimos cuenta de la tiranía del Estado a través de la experiencia. Mis pies comenzaron a pisar más firmes en el suelo.

Y usted vivía en Estambul, acababa de recibir su diploma de educación superior, se le abrían numerosas oportunidades antes, ¿vaciló en decidir ir al Este?

En absoluto. Sabía que luchábamos por cosas bellas, que aspirábamos a una sociedad justa que permitiera a todos vivir felizmente, humanamente. Así que ni siquiera miré hacia atrás. Y ahora, hoy, puedo tener dificultades pero no me arrepiento en absoluto. En aquel entonces hicimos lo que nuestro corazón nos dictaba.

En 1979, ¿tuvo una premonición, adivinó que se acercaba un golpe de estado?

De hecho, se habló de ello. Frente a varias provocaciones, el hecho de que enviaran a las milicias fascistas en contra nuestra, la masacre de Maraş, fueron sonidos de botas precursoras del golpe de estado. Hubo comentarios sobre un golpe de estado que se aproximaba como «en las disputas entre hermanos, me opongo a la izquierda y a la derecha». La junta se construyó sobre eso. Las provocaciones se organizaron para crear en la gente la idea de que «alguien nos salvará».

¿Qué recuerda de la masacre de Maraş?

Yo estaba en Estambul en ese momento. Experimenté una gran ira y estábamos muy tristes. A pesar de todo, te dices a ti misma «tal crueldad a tal nivel es simplemente imposible». Mujeres embarazadas, niños asesinados, gente quemada… Eso despertó mucha ira; así que te aferras aún más a la lucha. También hubo algunos que dijeron «si el Estado es tan cruel, me voy a mantener al margen». En nuestra generación hubo un progreso muy rápido pero también, debido a esta velocidad, algunas evoluciones poco saludables. Un niño camina a gatas, luego camina de pie, crece… Ése no era nuestro caso; tan pronto como nos dimos cuenta de quiénes éramos, nos vimos obligados a correr. Demostramos falta de observación profunda en un número de cosas que no habíamos interiorizado, amasado en nuestra personalidad… Pero eso era natural, no debemos criticar ni juzgar.

¿Cómo vivió el día 12 de septiembre?

Nos habíamos mudado de Elazığ a Erzincan. Mi compañero y yo estábamos en nuestra casa en el centro de Erzincan. En la radio, nos enteramos de que se estaba produciendo un golpe de estado. La ley marcial, el toque de queda, todo tomó proporciones aterradoras. Se desplegaron vehículos blindados por todas partes. Sabíamos que había habido una crisis presidencial antes del 12 de septiembre. No se pudo elegir al presidente de la República, e incluso se barajó el nombre del cantante Bülent Ersoy para las urnas. Cuando escuché el anuncio de un golpe de estado por radio, pregunté sin pensar «¿quién será el Presidente?». (Se ríe) Mi marido me dijo «no habrá un Presidente ni una República, los militares están en todas partes». Por supuesto, la vida se volvió aún más difícil.

¿Cuándo te casaste?

Nos habíamos casado cuando decidimos ir al Este. Nuestro matrimonio duró un año y medio. Pero viendo lo intenso de las cosas, apenas pasamos un mes, un mes y medio juntos. Él también fue arrestado, dos meses después de mi detención.

¿Cómo fue tu detención? ¿Dónde te llevaron?

Me arrestaron poco después del 12 de septiembre. El 30 de octubre, en un autobús de Erzincan en dirección a Elazığ. Hicieron un círculo alrededor del autobús. Vinieron directamente hacia mí. Justo antes de eso, habíamos estado con un grupo de camaradas, supongo que uno de ellos habló. Hubo muchas denuncias en ese momento.

Me llevaron a Elazığ. Estaban poniendo a la gente en lugares como los campos nazis, en lugares apartados. Me llevaron a un edificio donde la Inteligencia turca (MİT) y la contraguerrilla trabajaban juntos, con un aviso que decía «Dirección Regional de Tráfico», ubicado en un lugar conocido como «1800 Evler», fuera de Elazığ. Comenzó el primer interrogatorio.

La duración de los interrogatorios se incrementó entonces a 90 días, ¿no es así?

Sí, pero yo me quedé allí 115 días. Funcionaba bajo mi verdadera identidad, no estaba en una lista de búsqueda, así que pensé que me liberarían rápidamente. Un grupo de policías, hombres y mujeres, llegaron, me desnudaron, me registraron. Inmediatamente me llevaron para interrogarme. Ése era el procedimiento estándar en ese momento, arrestar rápidamente, tan pronto como se proporcionara un nombre. Porque tan pronto como tus amigos se enteraban de tu arresto, tomaban medidas de precaución. Por esta razón, el primer ataque fue colosal.

Me desnudaron y me suspendieron al strappado. Al mismo tiempo, me daban descargas eléctricas. No entendía lo que estaba pasando. Sin preguntas, sin «quién eres, de dónde vienes, adónde vas», sin intentos de establecer mi identidad.

¿Te colgaron de la garrucha directamente?

Sí, en cuanto me desnudaron, fue directamente a la garrucha. Me hizo entrar en pánico. Ése es su objetivo.

¿Había mucha gente en custodia?

Claro, gritando… No puedes ver si son personas que conoces porque te vendan los ojos enseguida.

Durante los primeros cinco, diez minutos en la garrucha, me sentí confundida. Nuestra generación aprendió todo a través de la experiencia… Estoy suspendida allí y digo «por favor, ¿podría bajarme?»… (Se ríe) Ellos estallan de risa, diciendo «¡debemos bajar a la señora!» Después de la risa me dije «vamos Seza, entiende dónde estás, en qué realidad».

¿Cuántos años tenías entonces?

Acababa de terminar la universidad, tenía 23 años.

¿Hubo insultos, humillaciones?

Insultos monumentales que apenas podía entender. Agresiones sexuales, insultos sexuales del tipo más bajo… Los trabajos. La garrucha, la electricidad, los insultos, falaka [golpes con un palo en las plantas de los pies], las palizas… A pesar de todo esto, me recompuse rápidamente. Una vez que entendí lo que podía y debía soportar, me relajé. Quería un mundo mejor, una sociedad mejor; había asumido esta causa con convicción y por voluntad propia. Una vez que me dije a mí misma: «Voy a enfrentarme a esto a cualquier precio, no voy a denunciar a nadie», mi cabeza se aclaró, mi capacidad de resistencia se disparó.

¿Cuánto tiempo duró la tortura?

Me violentaron mucho durante dos días. Me bajaron y luego me volvieron a subir a la garrucha. Se ocuparon de mí durante seis, siete horas… Me bajaron, me volvieron a subir, me bajaron, arriba…

Si una persona se rinde durante el primer interrogatorio, está acabado. Si no, después la gente se las arregla para controlar su vida. Consideraban que «por cada persona arrestada, cinco armas, cinco hombres». Ése era su mínimo aceptable. Me persiguieron duramente. Durante la primera sesión de tortura, mi brazo derecho se volvió inútil. Poco después, me arrojaron a una celda de aislamiento. Me quedé allí sola durante 25 días. Durante los primeros días, tallé palos en la pared, lo dejé a los 20 días. Durante esos días, me sacaban para torturarme.

¿Hubo momentos en los que pensó que no lo lograría?

Sí, claro. Te ponen en un espacio psicológico específico, te hacen pensar que nunca saldrás de allí si no haces una declaración. La puerta está abierta, puedes salir. Pero dirán «le disparamos mientras escapaba». Frente a esa puerta, viví realmente un momento de conflicto: «sin medios de liberación, me voy, me disparan y esta tortura termina». A pesar de todo, el hecho de aferrarse a la vida pesaba en la balanza.

Me torturaron durante casi un mes, sin parar. Trajeron en grupos a universitarios porque habían gritado consignas, colgado pancartas… Gritos de niños, suplicantes… Trajeron a los padres de su pueblo para que denunciaran a sus hijos, a sus hijas… Sin interrupción, gritos de los torturados, gritos de ancianos, gritos de niños… Fue aterrador.

El último día que pasé allí, el comisario vino a medianoche, «hoy hablas o te mueres», me dijo. Me acompañó, lleno de odio. Otro policía se acercó a mí: «mi niña, tengo una hija de tu edad. No puedo dormir por la noche, no soporto verte sometida a tanto sufrimiento. Diles un par de cosas, tendrás una oportunidad de vivir». Haciendo el papel de sacerdote. Le respondí: «Si tuvieras tanta conciencia, no podrías trabajar en un lugar así». Se marchó. Cinco o seis personas entraron en la habitación. El comisario me quitó la venda de los ojos. Si lo hubieras conocido por fuera, habrías pensado que era un profesor, bien vestido, perfumado… pero extremadamente feroz. «¡No me asustas, acabarás hablando!» me dijo. Además, él había hecho una apuesta. Yo soy bastante pequeña, «el sexo débil». Si te resistes, su orgullo recibe un golpe. Las palabras «no me asustas» fueron extraordinariamente estimulantes para mí. Había estado allí durante un mes. Mi pelo largo estaba enredado, lleno de piojos. Mi cuerpo estaba herido e hinchado por todas partes. Me hicieron mirarme en un espejo. Fue aterrador, me asusté. Y esa frase «no me asustas» pronunciada delante de mí cuando estaba en tal estado me hizo pensar que «ellos, de hecho, son los que estaan asustados por nuestra legitimidad». Dijo «¡este asunto va a terminar hoy!» Cogió un gran palo. Instintivamente, levanté mi brazo para proteger mi cabeza. En el primer golpe, mi brazo se rompió con un fuerte chasquido. Uno de mis brazos estaba inutilizable; ahora, el otro estaba roto. Le pregunté «¿te has cargado mis dos brazos y me pides nombres?» Entonces soltó el palo y siguió golpeando con la porra. Soltó la porra y me administró electricidad… Por primera vez me desnudaron completamente. Antes de aquello, me dejaban las bragas… Me llevaron al baño. A finales de noviembre hacía frío. Me rociaron con agua fría a presión. Luego, la garrucha otra vez. Por primera vez, sentí que me desmayaba. Luego, tuvieron que vestirme y me arrojaron a una celda con otras mujeres. Había algunas mujeres que habían traído del campo.

Prisión de Çanakkale, enero 1991

¿Hubo casos de violación?

Muchos. No hubo violaciones allí, pero, regularmente, asaltos sexuales. Una vez, cuando me sacaban de mi celda para torturarme, había un soldado mayor, creo que era un sargento… un tipo asqueroso. Me sostenían bajo los brazos, me arrastraban y él me palpaba los pechos. Tenía náuseas. Cuando te dan choques eléctricos, te los aplican dentro de la vagina. Es algo espantoso. Como si todos tus órganos internos fueran a estallar por ahí. Los pezones también son muy reactivos porque están cerca del corazón…

De todas estas torturas, ¿cuál fue la más difícil de soportar? ¿O es posible tal comparación?

La garrucha es lo más difícil. Es impresionante. Como si tu brazo se fuera a separar de tu cuerpo. Sientes que si tu pie pudiera tan tocar tan solo una pequeña área por un instante, estarías en el paraíso. La garrucha es horrible. La electricidad es muy dura también. En ese punto, tu corazón parece detenerse. Pero cuando termina, respiras de nuevo.
También estaba la falaka, muy intensa. Las plantas de los pies quedan laceradas. Todavía recuerdo a un guardia llamado Ahmet. Realmente sufría mucho por lo que veía. Intentó ayudar. Una vez que todos se fueron, para evitar que la gangrena se me metiera en los pies, me hizo caminar en agua salada.

¿Qué pasó a finales de mes cuando te metieron en esa celda con las mujeres?

Cuando volví en sí, las mujeres, esperando que me muriera, lloraban a mi alrededor. Golpeaban la puerta: «¡Se va a morir, llévenla al hospital!» No me torturaron de nuevo. Me mantuvieron allí durante tres días, con dolor. La razón por la que pararon las torturas fue porque habían matado a un niño. En medio de la noche, podíamos oírlos, golpeándolo de una esquina a otra, tirándolo. Escuchamos los gritos del niño. Entonces, de repente, los gritos cesaron. Hubo un silencio impresionante. Pasos que salían corriendo. Al día siguiente no torturaron a nadie. Nos enteramos más tarde que ese niño había muerto.

¿Había médicos participando en las torturas?

No lo sé. Pero ciertamente había algunas personas que aconsejaban a los torturadores. Por ejemplo, para no matar, sólo elevaban la dosis de electricidad a un nivel específico.

Tres días después, me transfirieron al hospital militar de Elazığ. El 12 de septiembre aún no estaba institucionalizado en todos los lugares. En muchos lugares, todavía quedaban algunas personas con conciencia. Allí había una enfermera jefe llamada Ayse y su marido, un médico. Cuando vieron el estado en el que estaba, se enfadaron. Cabello enredado, sucio, sin brazos funcionales, piojos, pulgas, incluso estaba asqueada de mí misma. Estaba en una condición tan inhumana… Les dije «por favor, discúlpenme, estoy en una condición terrible». Ellos respondieron «¿cómo puedes decir eso? La vergüenza es de aquéllos que te ponen en este estado». Fueron muy cordiales. Me cortaron el pelo, me limpiaron.

¿Había militares o policías vigilándote?

Por supuesto. Las mujeres policías hacían guardia. Tres de ellas se comportaron correctamente, intentaron mantener una actitud positiva. En realidad, el 12 de septiembre fue un shock para todos. También se quejaban, tenían problemas para soportar lo que estaba pasando. Las otras tres tenían mentes fascistas. Como no podía usar mis manos, se vieron obligadas a alimentarme. Una de ellas lo hiza empujando mi boca, derramando todo sobre mí.

El médico dijo que necesitaría tratamiento durante al menos un mes y medio y me dio un informe diciendo eso. Nueve días después, llegó un equipo. Me llevaron en esas condiciones, me pusieron en un Renault y me llevaron a Ankara. Un viaje asqueroso, bajo asalto, insultos incesantes…

¿Cuál fue la razón de este traslado a Ankara?

Sin ninguna declaración, ni revelación de vínculos organizativos por mi parte, no pudieron hacer nada. En Ankara, hay un lugar llamado «Müteferrika». Me llevaron allí. Ya había un grupo de 28 ó 30 personas arrestadas en una operación. Querían integrarme en ese grupo. Los juicios tras el golpe de estado relativos a acusaciones de pertenencia a una organización ilegal, casi siempre se abrían contra grupos. El más impresionante es el juicio conocido como «el juicio principal del Dev-Sol» con 1.243 acusados.]

Dije que no conocía a ninguna de esas personas. La policía que me acompañaba dijo «si revelan algo aquí, dispararemos». Se jactaron diciendo «nadie puede conseguir declaraciones de aquéllos que no han hablado en Elazığ.» Me quedé un mes en Derin Araştırma Laboratuarı [DAL – Laboratorio de Investigación Avanzada]. Durante los primeros días, me persiguieron implacablemente. Luego dijeron «no vamos a sacar nada de ésta». Me enyesaron los dos brazos, se deshicieron de mí. Como no podían incluirme en un juicio en Ankara, me llevaron a Estambul, a Gayrettepe.

Esta vez, trataron de incluirme en otro grupo arrestado durante las operaciones en Estambul. Dije que tampoco tenía ningún vínculo con esas personas. Estambul fue una catástrofe, el lugar se desbordó. Trajeron gente de asociaciones, sindicatos, cualquiera que cayera en sus manos. En una pequeña celda, éramos nueve, diez. No había espacio para moverse. Apenas podías respirar. Nos turnábamos para acercar la cabeza a la ventana y respirar. Los piojos se arrastraban sobre nosotros. Los baños, con un olor pestilente, eran horribles. Sentías como si tu cerebro explotara. Incluso la policía se quejó: «Por tu culpa, nuestras esposas no nos dejan entrar en casa. Seguimos rociándonos con agua de colonia pero este olor no desaparece». Cientos, miles de personas fueron retenidas allí durante meses…

Habían puesto a una mujer embarazada con nosotros. Le dijeron «si hablas, te liberaremos». La mujer estaba en pánico, «aquí mi hijo nacerá minusválido»… No sabes qué decir. Por un lado, otras vidas están en la balanza; por otro, tratas de entender a esta mujer. Le decíamos «deberías resistirte, no puedes confiar en que mantengan su palabra». Ella respondía «prometieron que me liberarían». Así que firmó una declaración, escribió los nombres de las personas que conocía. También los trajeron. Pero, por supuesto, no liberaron a esta mujer. Se estaba volviendo loca. En un ataque de nervios, se golpeaba la cabeza contra las paredes. «Aquí, mi hijo nacerá discapacitado». Para nosotros, su «batir de alas», como un pájaro atrapado en la red, era una tortura aún más dura que las otras.

Seza Mis Horoz con su marido Memik. Cárcel de Çanakkale, enero de 1991.

¿Seguía siendo torturada en ese momento?

Continuaron, por supuesto. Dijeron «esto es Estambul, todas las lenguas se sueltan». Mis brazos seguían enyesados, no podían suspenderme de la garrucha, me asaltaban, me golpeaban con porras.

Pensé que me liberarían al final del plazo legal de 90 días. Me mantuvieron 15 días más. Luego, me enviaron de nuevo a Ankara. Y abrieron un juicio sólo para mí.

¿Bajo qué acusaciones?

Bajo el artículo 141/5, perteneciente a una organización ilegal, el Partizan.

Había un lugar en el corazón de Ankara, lo llamaban «la escuela de idiomas». Aquí es donde me llevaron. Me sentí como si hubiera aterrizado en el paraíso. Me quitaron los yesos de los brazos. Los amigos me lavaron, me frotaron. Ésta era la primera vez que me lavaba después de mi detención, tres meses y medio antes…

¿Hubo persecuciones y violencia allí también?

Al principio, se acercaban a las mujeres con progapanda del estilo «fuisteis engañadas, sois hijas de buenas familias». Haced la declaración que os pide el fiscal y luego podréis seguir adelante y construir vuestras vidas».

Cuando nuevas personas eran arrestadas durante las operaciones en curso, podían ser sacadas de nuevo para ser interrogadas. Esta posibilidad de volver en cualquier momento a la comisaría era también una especie de tortura psicológica en sí misma. Estábamos cerca de 200 mujeres. Todas las organizaciones revolucionarias estaban allí. Era una prisión con bloques de celdas.

Al principio, otra vez, intentaron sobornarnos. Por ejemplo, nos ofrecían 4 tipos diferentes de comida. Nos amenazaban con trasladarnos a la prisión de Mamak. Intentaron aniquilar nuestra identidad política. No sabíamos realmente cómo debíamos organizar la resistencia. Entre nosotras había algunas militantes muy nuevas. No todas estaban al mismo nivel. Pero pensamos que teníamos que empezar en algún lugar.

¿Le impusieron una disciplina militar?

Se impuesieron algunas cosas. En primer lugar, el himno nacional. Algunas dijimos «no cantemos», otras dijeron «hagamos como si cantásemos». Tuvimos discusiones. Nos decían: «Hay cuatro o cinco líderes entre ustedes que las incitan, denúncienlas. Ustedes, ustedes son jóvenes agradables».

Una vez, cuando nos pidieron que cantáramos el himno nacional, algunas lo hicieron, otras no. Se acercaron a nosotras y nos dijeron «todas ustedes se sientan en el suelo». No sabíamos qué debíamos hacer, siempre debíamos actuar como un grupo. Siete u ocho amigas se quedaron de pie, las demás se sentaron. Empezaron a atacarnos violentamente con porras, patadas. Entonces, algo hermoso sucedió, como se ve en las películas. ¿Qué vimos? Una mujer se puso de pie, y luego otras, una por una. Todas las mujeres se pusieron de pie, juntas. Fue hermoso.

¿Podemos decir que este momento fue un punto de inflexión para la resistencia?

Sí, de alguna manera, eso es realmente lo que fue. Los militares entraron en pánico. Éramos cerca de 200, nos llevaron a unas sesenta al sótano. Un espacio sofocante donde las ventanas están pintadas de negro, lleno de ratas, donde las alcantarillas gotean y hay literas.

A la mañana siguiente, entraron y anunciaron «ustedes también son parte del ejército; deben estar atentas y tranquilas». Otra vez se lanzó la amenaza de la prisión de Mamak «¡si te resistes irás a Mamak!» Durante tres o cuatro días, nos persiguieron, nos golpearon, algunas hasta el punto de perder el conocimiento.

¿Las mujeres policías también se unieron a las palizas?

¡Claro que sí! Especialmente las que tenían mentes fascistas. Eran los peores. Por ejemplo: una vez, estaba exhausta, con el brazo enyesado, y una de estas mujeres me golpeaba. Había jóvenes camaradas a nuestro alrededor. Una de ellos, que ya no podía soportar la escena, saltó sobre ella «¡está enferma, no la golpees!» Aprovechando la oportunidad, todas las demás se unieron, le tiraron del pelo, la pellizcaron, la golpearon… Ella entró en pánico y las demás tuvieron que sacarla…

¿Qué pasó después del sótano?

Nos quedamos allí casi una semana. Luego, me levantaron y nos enviaron al bloque D en Mamak.

¿Sabías por cuánto tiempo estarías encarcelada?

Nadie lo sabía exactamente. A decir verdad, en el primer período de la junta, las sentencias no eran tan pesadas como ahora. En aquellos días, por «pertenecer a una organización ilegal», se te condenaba a 4 años y 2 meses. Uno de nuestros camaradas fue condenado a 5 años, por «dirigir una organización ilegal». Yo fui condenada a 4 años y 2 meses.

¿Cuáles fueron tus primeras experiencias en Mamak?

El primer día, nos pusieron en un bloque muy grande y largo. Éramos cincuenta o sesenta. El bloque contenía literas de madera. Las camas estaban hechas de madera, así que no podían ser usadas como armas. Los colchones eran un desastre, simplemente no se podía dormir en ellos. Las comidas eran asquerosas… La comida estaba cubierta con algún tipo de aceite bituminoso. Lo tirábamos antes de comer y enjuagábamos los ingredientes como si fueran garbanzos en el plato.

Intentaron imponer rangos al estilo militar con «¡atención, descansen!». Pero nos resistimos. En Mamak había mucha presión sobre los hombres, pero también muchas rendiciones. Los hombres cedían a las órdenes más fácilmente.

¿Cómo explica el hecho de que las mujeres se resistieran más?

Las mujeres eran más decididas en la defensa de sus libertades. Pensé que era importante practicar los valores que me inculcaba el hecho de ser una revolucionaria. Ser una revolucionaria aporta mucho más a las mujeres en su vida diaria. Te conviertes en parte de la vida política, tu mundo cambia totalmente, te vuelves más eficiente. Entonces sientes que debes apropiarte y defender todo lo que has ganado. Y también, creo que la terquedad en las mujeres es otra cosa. Hemos sido capaces de adquirir este estado de ánimo. Algunas lenguas se aflojaban de vez en cuando, pero en general fuimos bastante resistentes.

Por ejemplo, se nos ordenaba «debes dirigirte a nosotros como ‘mi comandante’ o abrirás las manos»; usaban la porra en las palmas abiertas. Esa porra te arrancaba las tripas. No decíamos «mi comandante», abríamos las manos. De hecho, no debías abrir las manos. Una vez, una amiga abrió sus manos. El soldado empezó a golpear, a golpear… estaba rojo de cansancio… Dijo «¡Baja las manos, sucia perra!» Y nosotros le decíamos a nuestro amiga «para, para, acabarás siendo una minusválida». Al final, el soldado fue el que tiró la toalla y se fue. Obviamente, nuestra amiga no pudo usar sus manos durante meses.

¿Hay algún momento de claudicación que aún recuerde?

Sí. Por ejemplo, cuando nos metieron en el sótano, algunas personas dijeron «¡Acepto!» Este tipo de comportamiento no estaba relacionado con las carreras políticas de los individuos. Por ejemplo, había una con una gran carrera que se retiró a un rincón el primer día y, sin embargo, había simpatizantes muy jóvenes que se resistieron hasta el final. Fuimos testigos de ese tipo de claudicación.

¿Cuánto tiempo permaneció en Mamak?

No mucho tiempo. Porque tampoco sabían qué hacer conmigo allí. Luego me llevaron a la prisión militar de Erzincan. Aquí es donde terminó mi juicio. Con todo este lio, pasé en total año y medio en prisión.

En aquellos días, algunas cadenas de televisión ponían las fotos de los presos, sobre todo de ciertas mujeres con el pie de foto «¡flash! ¡flash!». Les daban diversos sobrenombres: «Filiz, la pulpo», «Leyla, la bombardera» …Mientras estuve retenida en la «escuela de idiomas» (Ankara), veíamos la televisión. ¿Qué es lo que ví? Mi foto en la pantalla: «Se busca mujer terrorista». (Se ríe)

¿Cuál era la atmósfera en la prisión de Erzincan?

Era un lugar bastante pequeño. Éramos nueve mujeres, las cosas eran más tranquilas. Me liberaron a mediados de 1982.

¿Cómo fue arrestado su compañero?

Mi marido fue arrestado en Erzincan. También lo llevaron a Ankara. Fue sentenciado a 5 años, de los cuales cumplió unos 2 años y medio.

¿Qué hizo después de su liberación?

Volví a estar cerca de mi familia en Estambul. Intenté ganarme la vida como contable. Trabajé en la oficina de un ciudadano armenio en Sultanahmet. La policía también lo molestaba. Me dijo: «No me culpes a mí, pero voy a tener problemas, no puedes seguir trabajando aquí». Así que me encontré sin empleo. Para ampliar mi capacitación, tomé sesiones de formación como mecanógrafa, en el cuidado de la salud.

Hiciera lo que hiciera, la policía no me soltaba. Me seguían y también molestaban a mi familia. En esos días, muchas personas fueron detenidas. Las asociaciones y los sindicatos cerraron. Era un ambiente aterrador. Me di cuenta de que no había nada que pudiera hacer, construir una vida era imposible, me fui de casa. Volví a entrar en la vida política. Y en marzo de 1984, fui arrestada de nuevo.

¿Cómo fue su arresto esta vez?

Sucedió en Estambul. Uno de nuestros camaradas reveló nuestro lugar de encuentro a la policía.

¿Qué sentimientos te produce esta situación? ¿Un gran sentimiento de traición, o parece una parte ordinaria del todo?

Un sentimiento muy malo. Te avergüenzas de esa persona. Experimentas una gran ira. En verdad, éste era un camarada muy devoto y muy modesto. Conocía su pasado. Experimentas una doble emoción: por un lado, a pesar de todo, no debes traicionar. Nadie entra en esta causa forzado por un tercero. Por otro lado, viendo la condición a la que la tortura reduce a la gente, sientes ira. Te sientes oprimido.

¿Fue un hombre, una mujer?

El camarada era un hombre. Nunca he recibido un golpe de las mujeres. (Se ríe)

¿Tiene una explicación el hecho de que algunas personas se resistan a pesar de las peores torturas mientras que otras cedan al más mínimo empujón?

Creo que el hecho de ceder al más mínimo empujón es, en verdad, la señal de una desintegración que había ocurrido fuera. Esta persona llega allí con una convicción, pero ya ha sido alterada en el exterior. Entrar en un proceso de juicio no es asunto fácil. Debes estar constantemente calculando para ser más fuerte. Debes reconocer tu propia realidad. Los seres humanos deben asumir responsabilidades en la medida que puedan soportar. La gente soporta la tortura hasta cierto punto y, una vez alcanzado ese límite, puede hablar. A pesar de todo, nadie debe pasar directamente a las declaraciones al primer empujón.

¿Y qué pasó después de su segundo arresto?

Me llevaron de nuevo a la famosa Gayrettepe (Estambul). Permanecí allí durante aproximadamente un mes y medio.

¿Los interrogatorios fueron tan violentos?

Los métodos eran los mismos. La violencia fue, tal vez, un poco menos. Pero aún así, falaka, garrucha, electricidad, palizas… Lo más intenso fue lo que llamamos «meydan dayağı» una especie de linchamiento. Luego me enviaron a Metris.

¿Cuándo apareciste en la audiencia?

Me presenté a la primera audiencia, dos años después. Tuvimos un tercer juicio que involucró a 380 personas. Tuvieron su primera audiencia cuatro años después. De ellos, 49 personas fueron liberadas. Si estas personas hubieran tenido su juicio sólo unos meses después de su arresto, habrían sido liberadas en ese momento. Durante cuatro años, estos camaradas fueron objeto de la más intensa persecución del período de la junta. La mayoría de ellos fueron absueltos, por cierto.

¿Cómo era Metris en 1984?

Practicaban la tortura al amparo de los «registros». También se impuso un registro para salir al «paseo», no lo aceptamos y eso significaba que no saldríamos durante meses. Los bloques estaban llenos. Dormíamos en literas, de tres en tres. A veces, en la litera de arriba, nos atábamos para no caernos.

¿Existía la práctica del uniforme [conocido como la «prenda única»]?

Por supuesto, imponían el uso de la prenda única. Hubo una huelga de hambre de 28 días contra esta práctica. No la impusieron a las mujeres, pero también participamos en la lucha contra todo lo que se imponía a los hombres.

Antes de las visitas, querían que hiciéramos cola. No se pueden hacer visitas en un fila. Su objetivo era destruir nuestra identidad política.

Pusimos fotos de niños, de paisajes. Los arrancaron. No querían que mantuviéramos el más mínimo vínculo con la vida. Los quitaron y volvimos a poner otros de nuevo. Fue una guerra de voluntades. Podíamos recibir golpes durante días, sólo por una imagen. La imagen no se cuestionaba, querían destruir todo lo que nos pudiera interesar.

En los primeros períodos, las prohibiciones incluían periódicos, correspondencia, lápices, visitas… Compartíamos nuestros pensamientos entre nosotras, mutuamente, para que nuestros cerebros no se oxidaran. Tratábamos de responder acertijos, hacíamos obras de teatro. Nos enseñábamos todo lo que sabíamos, una enseñaba matemáticas; la otra, inglés; y una tercera, otra cosa… Hacíamos todo lo que podíamos para mantener nuestro cerebro funcionando.

A menudo prohibían el agua, lo que es particularmente importante para las mujeres. Durante los períodos menstruales, se requiere agua. Nos adaptamos hasta el punto de poder bañarnos con un pequeño cuenco de agua.

Los períodos menstruales se veían afectados por las condiciones, ¿no?

Particularmente debido a las torturas, la mayoría de nosotras teníamos períodos terriblemente dolorosos. Para algunas de mis amigas, los períodos se volvieron irregulares, demasiado frecuentes o sólo cada dos o tres meses… En ese sentido, las mujeres vivían muchos problemas. En cualquier caso, durante las sesiones de tortura, nos decían «secaremos a tus descendientes, secaremos tu útero». Ésta era su mayor amenaza contra las mujeres: «nunca más tendrás un hijo». A decir verdad, no pensé que sería capaz de traer un niño al mundo. ¡Estás muy mal! Pero el cuerpo humano es un mecanismo increíble, se repara a sí mismo.

La introducción de objetos en el cuerpo, la aplicación de descargas eléctricas a través de la vagina, ¿era métodos generalizados?

Por supuesto. El uso de la electricidad estaba muy extendido. Introducían porras en la vagina de algunas mujeres. Puede que fueran más reacios con las mujeres jóvenes [vírgenes], pero no conocían límites.

¿Fueron violadas algunas mujeres ?

Claro que sí.

¿Hablaron estas mujeres sobre este tipo de tortura, lo compartieron con otras?

Esto dependía de los niveles de conciencia, de las formas de ver la vida. Algunas dudaron, sintiéndose avergonzadas. Algunas lo ocultaron, sintiéndose oprimidas, viviendo con los problemas. Cuando sentíamos esto, tratábamos de hablar con ellas, de compartir, de ayudarnos unas a otras. Cuando se controlaron, cuando se les prestó atención, lograron hablar y rehabilitarse. Hubo algunas que no lograron hablar. Preferían no recordar y no revivir esos momentos de nuevo. Y por supuesto, están esos juicios, esos criterios feudales. Se sintieron humilladas, manchadas.

¿Cuánto tiempo estuviste en Metris?

Me impusieron veinte años.

¿De qué se le acusó esta vez?

Esta vez me ascendieron. (Se ríe) Según el artículo 168/1, que significa «fundar un grupo, liderar un grupo»… Sí, yo también me convertí en líder de un grupo. (Se ríe)

No me quedé mucho tiempo en Metris. Poco después me trasladaran a Çanakkale.

Al hablar de Metris, ¿qué fue lo que más le impresionó?

La resistencia que organizamos contra los registros. Las amistades. Vivíamos cosas hermosas, de verdad. Los esfuerzos que hicimos para comunicarnos con nuestros camaradas…

¿Cómo se comunicaban con los hombres?

Trataron de mantenernos separados tanto como pudieron. Se comportaron como si sólo los hombres fueran prisioneros políticos y nosotras estuviéramos allí por accidente. Y eso nos estimuló aún más. Por eso era tan importante para nosotras organizarnos como grupo, resistir como grupo. Cuando le hacían algo a los hombres, nos comportábamos como si nos lo hubieran hecho a nosotras.

Tratábamos de comunicarnos cuando íbamos a los tribunales, cuando pasábamos por los pasillos. O de nuevo a través del código Morse, en las paredes… Más tarde, tras largos esfuerzos, organizamos una línea aérea. Fue increíble.

¿Cómo lo hicisteis?

Había un paseo entre nuestro recinto y el de los hombres. Los hombres tuvieron que tirar una cuerda con un peso hasta nuestra ventana. Esperamos noches enteras frente a la ventana. No funcionó. Y entonces el milagro ocurrió una noche.

¿Colocásteis un sistema de poleas?

Sí. Antes de eso nos comunicábamos con trozos de papel. Apenas se podían leer con una lupa. Con la línea aérea se intercambiaban cartas y fotos, había comunicaciones personales. La gente veía fotos de unas y otras, reconocía rostros.

Entonces, luchamos y ganamos el derecho a la biblioteca. Podíamos ir allí en ciertos días de la semana.

Estuviste allí durante la «fuga de Metris». ¿Qué pasó?

Para mí, esa fuga se suponía que era un evento privado. (Se ríe.) Yo era la única informada en el bloque de mujeres. Los hombres fueron los principales instigadores. Había un área conocida como el «Bloque de Siberia», se suponía que debían hacer su escapada por allí. La primera vez que me hablaron de ello, no podía creer lo que estaba escuchando. En aquellos días, el dicho era «ni siquiera un pájaro puede escapar de Metris». Dije «esto es imposible», estaba llena de miedo. Sentí dos cosas a la vez: la libertad y la muerte. ¡Si fallaban, sería la destrucción! Y no eran sólo unos pocos, eran 29.

¿Durante cuánto tiempo cavaron el túnel?

Durante cuatro o cinco meses.

¿Sabía la fecha prevista para la fuga?

Sí, porque mi prometido estaba allí. Me había separado de mi primer marido. Conocí a mi prometido en la cárcel.

¿Cómo vivió el día de la fuga?

Fue aterrador. No podía dormir. Se suponía que iban a escapar entre la medianoche y las 5 de la mañana. Como eran 29, iban a salir en pequeños grupos. Obviamente, casi me muero de miedo toda la noche. No sabía nada de cómo iban las cosas… vivía con miedo y alegría al mismo tiempo.

La administración se dio cuenta de lo que había pasado durante el recuento matutino. Los únicos que quedaban eran aquéllos cuyas sentencias se acercaban a su fin. El soldado preguntó «¿dónde están?» y el camarada respondió «escaparon». El soldado insistió: «¡deja de bromear, deben salir!» No podían creerlo. Buscaron por todas partes.

¿La violencia aumentó después de la fuga?

Eso es lo que esperábamos. Pero estaban en estado de shock. Entonces, comenzaron los traslados y me enviaron a la prisión de Çanakkale. Me quedé allí hasta 1991.

¿Cómo era Çanakkale?

Después de 1989 y a través de las luchas, se obtuvieron ciertos derechos. Mucha gente fue sentenciada a muerte o a perpetuidad. Las condiciones habían cambiado un poco respecto a las del período inicial tras el 12 de septiembre. En Çanakkale, teníamos algunos derechos. Podíamos conocer a los hombres prisioneros, había visitas abiertas [sin cabina] podíamos recibir comida del exterior.

Fuera de los días especiales, ¿cuál era la rutina diaria?

Mi vida estaba muy ocupada fuera. Dormía cinco, seis horas; corría todo el tiempo. No podía imaginarme vivir en una prisión, encerrada entre cuatro paredes. Pero estuve encarcelada por un total de nueve años y, aún allí, el tiempo pasaba.

En la cárcel, me acostaba a medianoche y me levantaba a las 6 de la mañana. Practicaba deporte por la mañana. Leíamos mucho, escribíamos, teníamos actividades de entrenamiento. Me gustaba trabajar con las manos, tejía sombreros, estuches para lápices. A veces no teníamos dinero y vendíamos estos artículos.

Matrimonio en la prisión de Çanakkale, 8 de marzo de 1990.

¿Qué le pasó a su prometido después de la fuga?

Nueve de los camaradas fueron arrestados de nuevo un mes y medio después. Fueron enviados a Metris, y luego deportados a la prisión de Bartın. Entonces pedí mi traslado a Bartın para poder casarnos. Hubo un contratiempo y el matrimonio no se llevó a cabo. Entonces nos enviaron a los dos a Çanakkale. Nos casamos el 8 de marzo de 1990.

¿Podían verse después de su matrimonio?

Sí. Había visitas de cónyuges. Además, podíamos ver a los prisioneros varones.

¿Cuál fue la sentencia de su marido?

Perpetua. En 1991, recibieron una libertad condicional.

¿Cómo encontró el clima social a su liberación en 1991?

Lo que me pareció más extraño fue ver que todo se medía con dinero. Antes, nos abrazábamos mucho cuando nos encontrábamos de nuevo, experimentamos un gran entusiasmo. Descubrí que este aspecto había disminuido. Y también, la falta de interés en la política… En el exterior, el 12 de septiembre había logrado su verdadero objetivo.

Como todavía teníamos allegados, compañeros de prisión, asistíamos regularmente a las organizaciones democráticas, nos reuníamos allí con las familias. Poco después, mi marido fue liberado y seguimos juntos en la confusión del mundo exterior…

¿Decidiste tener un hijo de inmediato?

Yo amaba mucho a los niños y deseaba tener algunos. Pero también había miedos. Había pasado por tantas cosas que no creía que pudiera quedarme embarazada de inmediato. Pero es muy posible que me quedara embarazada la primera noche. (Se ríe)

Después de la liberación de mi marido, vivimos como si quisiéramos recuperar el tiempo pasado en prisión. Viajamos, hicimos caminatas por las montañas, por los valles, paseamos, nos reconectamos con amigos… Era una vida loca. Por primera vez en mi vida, me bañé en el mar…

Un día, estábamos con amigos, sentí unas descargas extrañas, me dolían las encías. Estaba embarazada. Mi hijo tiene ahora 14 años.

De hecho, su marido volvió a la cárcel, ¿no?

Lo arrestaron en 2001 y lo condenaron a 15 años.

Si comparas las condiciones de las prisiones de hoy [2005] con las de los años 80…

Las condiciones en las prisiones de tipo F [prisiones con una arquitectura específica que permite el aislamiento] son realmente muy duras. A pesar de todo el sufrimiento, al menos estábamos todos juntos. El tipo F es repugnante, inhumano. Mi marido estaba en el tipo F de Tekirdağ, luego fue deportado a Bolu. Las condiciones son aún peores en Bolu.

¿Cuánto tiempo más debe permanecer en la cárcel?

De hecho, hasta 2012, veremos cómo se aplica la nueva ley. Creemos que todavía le quedan dos, dos años y medio.

Es aún más difícil ser un prisionero político en estos días. El objetivo de las prisiones de tipo F es intimidar a la sociedad a través de las personas en prisión, para mantener a la gente alejada de la política. Pero no importa cuáles sean las condiciones, la gente lucha, no puedes paralizar el movimiento completamente.

¿Cuál es su análisis de las «huelgas de hambre hasta la muerte» [huelgas de hambre sin absorción de tónicos] llevadas a cabo en las prisiones de tipo F y el hecho de que no se produzca una reacción fuerte y generalizada a pesar del número de muertos y discapacitados?

Uno debe considerar las huelgas de hambre hasta la muerte como la fase final de la lucha. Porque no queda nada que defender más allá de la vida. Creo que es el punto final al que uno puede llegar. La sociedad debería ser capaz de ver esto: si la gente pone su vida en juego, por lo que está luchando debe ser serio. Imponen cosas peores que la muerte: el aislamiento, la purificación de la identidad política… La masacre del 19 de diciembre [2000] fue otro indicador; transmitieron el salvajismo en vivo. Frente a esta política de destrucción, la gente no tenía otra opción que poner en peligro sus cuerpos. Se pagaron altos precios, se vivieron graves acontecimientos. Pero, desafortunadamente, esto no tuvo resonancia en la sociedad o en otros lugares. No era un problema de la prisión, sino que éste es el resultado del 12 de septiembre que ha empujado a la sociedad hasta este punto. Sin reacción de la sociedad, uno tenía que cesar la acción a partir de ese momento. De hecho, varias personas analizaron la situación y detuvieron su huelga de hambre hasta la muerte.

Finalmente, todo esto quedará inscrito en la historia. Creo que debemos mirar no a los que murieron sino a los que los mataron.

Cuando comparas la joven generación de la oposición con la juventud anterior a los 80, ¿qué diferencias fundamentales ves?

El 12 de septiembre expulsó a una gran parte de la juventud de la vida, discutiendo sobre política, cultura, actividades de la vida… Veo el hecho de haber nacido después del 12 de septiembre como una desgracia. Han matado sus esperanzas, el egoísmo fetichista, los valores trastocados… A pesar de ello, existe una juventud que muestra resistencia política. Pero, naturalmente, no se puede disociar a una persona de la sociedad. Llevan las huellas de una existencia más individualista, menos devota, pero hacen más preguntas.

¿Qué tiene que decir sobre la literatura de la «hermandad» (bacı) que se ha formado en torno al período anterior a 1980?

Debemos analizar las experiencias de vida en sus propias condiciones. En aquella época, existía una cierta forma de feudalismo en las relaciones, sin duda, pero sería injusto permanecer bloqueado en esto. Muchas mujeres tomaron conciencia de la lucha política en ese momento, se emanciparon hasta cierto punto, se volvieron activas. Por supuesto, en la lucha política no es posible establecer inmediatamente el equilibrio entre hombres y mujeres. Una verdadera conciencia socialista no domina inmediatamente para todos. A veces, puede que se haya planteado la cuestión de permanecer en segundo plano. Pero cuando se mira la condición de la mujer hoy en día, se ve que las masas de mujeres están todavía alejadas de la sociedad y carecen de confianza.

Pero creo que este período me aportó mucho personalmente. Me comportaba de manera muy diferente a mi madre, a mi hermana menor. Pensaba que podía elegir a mi compañero, participar en la lucha política y, a pesar de las protestas de mi familia, podía ocupar mi lugar en la vida. La lucha política me trajo eso.

Por supuesto que no se empieza la lucha en igualdad de condiciones con los hombres. Incluso hubo algunas mujeres que, para ser aceptadas, sintieron la necesidad de comportarse como hombres. Hubo experiencias que intentaron hacerse más viriles, sentimientos de alejamiento del propio género. Esto todavía continúa. En ese entonces, había una cierta cultura revolucionaria, usábamos pantalones, no usábamos maquillaje, no prestábamos atención a la ropa. Por supuesto que eran deficiencias pero también eran cosas que aceptábamos de buena gana. Pero podríamos haber sido más flexibles.

Cuando analizas la cuestión ahora, algunos enfoques pueden parecer sectarios. Pero no ardíamos en deseos de usar maquillaje. Vivíamos una vida en la que éramos felices, nos considerábamos exitosas, confiadas.

Te ganas el pan, ayudas a tu familia, estudias en la universidad, estás en el centro de la lucha… Hoy en día, la gente no puede gestionar sólo su vida profesional, o sólo su escolaridad… En aquel entonces podíamos hacer varias cosas a la vez, nos las arreglábamos, teníamos confianza en nosotros mismos. De paso, había fallas, podríamos haber vivido mejor nuestra feminidad, llevarla a la vanguardia. Eso habría sido muy hermoso.

La pareja Seza y Memik con su hijo Coşkucan. Prisión de Tekirdağ, 17 de mayo de 2004.

Mirando en retrospectiva de manera general sobre el movimiento revolucionario de ese período, ¿cuáles son las carencias y errores fundamentales que destacan para usted?

Creo que deberíamos habernos preguntado más profundamente, políticamente hablando. Nos cuestionamos mucho más que la mayoría de los demás en la sociedad pero, en un área tan ambiciosa como la revolución, deberíamos habernos cuestionado aún más profundamente. Más allá de las actitudes, tradiciones y hábitos existentes, un mundo arcaico. Para ello, debes luchar contra el arcaísmo y los hábitos en todos los ámbitos de la vida, ininterrumpidamente. Creo que hubo fallas en ese sentido. Deberíamos haber cuestionado las relaciones tradicionales más profundamente y darnos cuenta de las calamidades que causaron y haberlas superado en nuestras propias vidas. Mientras vivas con esta incapacidad, no puedes llevar la sociedad más allá. Ese fracaso existió y las relaciones hombre-mujer son parte de ello.

¿Cuál es la herencia más positiva de este período que debemos proteger?

El reflejo de oponerse a la injusticia, la voluntad de buscar, la demanda de una sociedad justa y un mundo mejor… El hecho de ser consciente de que uno puede oponerse a la injusticia y obtener derechos y el deseo de hacerlo es muy importante. Debemos transmitir esto hoy.

El 12 de septiembre confiscó el sueño de un mundo mejor.

La conciencia de que uno puede luchar contra la injusticia se ha desvanecido, la gente se ha vuelto pasiva. Hoy, la cuestión no es juzgar a Kenan Evren o a otros cuatro o cinco generales. Los resultados creados por el 12 de septiembre son los que deben ser juzgados y condenados.

A pesar de todo, ¿no le gustaría que los responsables del golpe de Estado y sus verdugos a diferentes niveles fueran juzgados algún día?

Sí, absolutamente, ¿cómo no iba a querer esto? También es necesario para crear una conciencia en la sociedad, que muestre cómo se juzga a los injustos. Pero si usted sólo dice «que sean juzgados» no proporcionará nada más que un simple sentimiento de venganza. Hoy en día, más allá de todo a lo que fui sometida, el problema reside en la forma en que el 12 de septiembre demolió una sociedad entera. La ley, la cultura, la ideología del 12 de septiembre deben ser juzgadas. Y sus verdugos, absolutamente.

Tú observas a otros países. Ves la resistencia que se da en sociedades más sanas. Por ejemplo, en Grecia, cerca de aquí, se puede vivir más democráticamente hoy en día. Lo mismo ocurre en Argentina. En las sociedades en las que se juzgan las injusticias, la gente elabora reflejos de oposición a la injusticia.

La mentalidad del 12 de septiembre era convencer a la gente de que no puede juzgar al Estado, que no puede oponerse a él. Si no fuera así, habrían sacrificado a Kenan Evren. Habrían usado a éste y el otro, y luego los habrían tirado como pañuelos sucios. Si el 25º aniversario pudiera contribuir a esto, sería una alegría para la sociedad.

¿Qué hace en estos días, cómo pasa su tiempo?

Como el 12 de septiembre nos echó a un lado, fuera de la vida, insistimos tercamente en ser parte de la vida, de ser sujetos. Me interesan mucho las prisiones. Trato de arrimar el hombro en cada acción, a cada organización democrática involucrada en las prisiones. Soy miembro de Tutuklu ve Hükümlü Yakınları Birliği (TÜYAB, Unión de Familiares de Condenados y Encarcelados). Hemos fundado una asociación llamada Dayanışma Ağı (Red de Solidaridad). Además, estoy con el 78’liler Vakfı (Fundación de los 78ers). Todos juntos, con nuestros propios medios, intentamos obtener el juicio del 12 de septiembre y que se disuelva el distanciamiento entre generaciones. Estoy en todas partes donde se llevan a cabo luchas por los derechos humanos.

¿Cómo se provee para su sustento? ¿Su pasado ha sido un obstáculo para encontrar trabajo?

Evidentemente, sí. Después de nuestra liberación, mi marido y yo trabajamos durante diez años en la prensa. Estábamos con los camaradas e intentamos vivir modestamente. Después de mi arresto, empecé a centrarme más en las actividades en torno a las prisiones. Intento permanecer de pie con mi propias fuerzas. Estoy muy familiarizada con el trabajo de periodista, habiéndolo sido durante diez años. Pero no puedo trabajar en periódicos burgueses. Ni me contratarían, ni iría allí.

Para mí, el acceso a las visitas a la prisión es muy importante. Después de tantos años en la política, me pesa una vida orientada sólo a la supervivencia. Limpio oficinas y casas, así puedo pasar el resto de mi tiempo en el resto.

Este artículo ya tiene quince años, en este mes de septiembre de 2020. Kedistán lo publica para que usted pueda desarrollar una perspectiva más profunda de la situación actual en Turquía.
Traducido por Rojava Azadi Madrid a partir de la traducción inglesa de Renée Lucie Bourges.

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