Traumatizados por los ataques aéreos turcos: testimonios desde Rojava
The Kurdish Center for Studies – Ali Ali & Lucas Chapman – 2 noviembre 2023 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid
Niños buscando la cabeza de su padre. Gatos que huyen de casa y se niegan a volver. Fuegos tan brillantes que convierten la noche en día y se asemejan a la superficie del sol. Niños aterrorizados que han enmudecido de miedo. Madres desmayadas que despiertan y no reconocen a sus hijos. Seis jóvenes amigos que yacen muertos juntos en la calle sin que nadie los recoja. Padres que encuentran a su hijo con sólo la mitad de la cara. Familias que impiden que sus hijos vayan al colegio para morir todos juntos. Ciudades enteras temblando por las explosiones. Y una generación traumatizada, sin electricidad, agua ni alimentos, tratando de mantener una apariencia de esperanza. Este es el infierno apocalíptico al que los aviones militares y los drones turcos han abandonado a la población de Rojava durante el último mes, según describen en este artículo las propias víctimas.
Esta pesadilla viviente comenzó a principios de octubre, cuando el Estado turco lanzó una de las oleadas de bombardeos aéreos más intensas de la historia reciente de Rojava. Aunque los ataques ocasionales con drones han sido habituales desde el final de la invasión de Afrin en 2018, la serie de ataques aéreos y con drones que comenzó el 5 de octubre de este año es el cúmulo de ataques más mortífero desde la oleada de ataques aéreos llevada a cabo por el ejército turco en noviembre de 2022. En ese momento, más de 1.500 ataques contra 265 localidades se cobraron la vida de más de una docena de combatientes de las SDF y 14 civiles, así como de 19 soldados del ejército sirio.
El 5 de octubre, los aviones de guerra turcos iniciaron su campaña de terror, golpeando infraestructuras de electricidad, petróleo, gas y agua y dejando muchas zonas de Rojava sin electricidad ni agua potable. Varios ataques también tuvieron como objetivo la zona cercana al campo de desplazados internos de Washokani, hogar de los desplazados por la invasión turca de Serê Kaniyê en 2019, lo que provocó que las organizaciones humanitarias se retiraran del campo. Es obvio que el régimen de Erdoğan está utilizando el hecho de que los medios de comunicación del mundo están mayormente centrados en la guerra en Gaza, para llevar a cabo sus propias atrocidades, que pasan desapercibidas.
El Centro Kurdo de Estudios (KCS) realizó varias entrevistas a testigos y supervivientes de los recientes bombardeos, que han dejado 48 muertos e infraestructuras civiles completamente destruidas, según los observadores locales del Centro de Información de Rojava [RIC].
Shahnaz Yusuf, de 49 años, describió a KCS la escena de un ataque aéreo contra el yacimiento petrolífero de Girdahol, cerca de la ciudad de Tirbespî:
«Hacia el mediodía, bombardearon el pueblo de al lado, Girdahol. Nunca pensé que nos atacarían a nosotros también el mismo día. Por la noche, estábamos sentados en nuestra casa… de repente, hubo una explosión y el mundo se tiñó de rojo. Nos llovió polvo y suciedad por todas partes. Pensamos que nuestra casa se había derrumbado sobre nosotros; ese día teníamos invitados y creímos que todos habían muerto. Todos, jóvenes y viejos, tenían miedo y temblaban de pavor. Incluso mi gato, al que había criado desde que era un gatito, se escapó y nunca volvió… Más tarde lo vi en la calle y lo llamé, pero no quiso venir.
Cuando el avión chocó contra el pozo, todos nos encontramos desorientados y temblando; no sabíamos si quedarnos dentro o salir al jardín, porque nuestra casa era de barro y, por tanto, insegura. Hubo impactos en muchos sitios. Había una familia árabe que vivía junto al pozo, eran nuestros vecinos. El padre y el hijo murieron, y el padre quedó decapitado. La familia tuvo que buscar por todas partes hasta que encontraron su cabeza.
Mi marido no puede andar, nos dijo que huyéramos y que él se quedaría en casa. Pero no había ni siquiera una carretera por la que huir porque estaban atacando por todas partes a nuestro alrededor, así que pensamos: muramos todos juntos. Esperamos que Turquía nos deje en paz y la seguridad vuelva a nuestras tierras».
Edla, de 53 años y madre de siete hijos, se encontraba en su casa de Tirbespî, recuperándose de una operación a corazón abierto en el momento del ataque al campo de Girdahol:
«Vivimos alrededor de los pozos de petróleo; sólo hay unos 500 metros entre nosotros y los pozos. Vivo aquí desde hace 40 años. Durante los últimos ataques a Tirbespî, estábamos en casa. Hacia las 10:30 de la noche estábamos sentados en casa; estábamos rezando porque la situación aquí es mala y había aviones sobrevolando. De repente, se oyó una explosión. Salimos a ver qué pasaba, y todo a nuestro alrededor era polvo, humo y llamas. Al cabo de un rato, tres cohetes de un avión de guerra volvieron a apuntar al pozo de petróleo. El estampido sónico fue muy fuerte y poderoso.
Toda nuestra casa temblaba, y las ventanas de nuestros vecinos se hicieron añicos y su suelo de cerámica se agrietó. Los incendios se extendieron por todas partes y crecieron hasta ser tan brillantes como el sol. Ardió hasta la mañana porque todos los barriles de gasolina habían explotado. Como los aviones no cesaban sus bombardeos, nadie podía salir de sus casas».
Edla explicó que, además de destruir grandes franjas de infraestructuras y aterrorizar a la población civil, los restos de los proyectiles utilizados por las bombas turcas siguen suponiendo un peligro para los civiles, y en particular para los niños:
«Nuestra tierra está cubierta de metralla. Nuestros hijos no pueden salir de casa porque todavía hay metralla por todo el suelo y es peligroso si un niño coge un trozo.»
Sami Sherzad, un hombre de 33 años que trabaja como guardia en el yacimiento petrolífero de Girdahol, declaró a KCS que no es la primera vez que el yacimiento es blanco de ataques. Sherzad recordó su terror cuando el yacimiento fue atacado dos veces por drones turcos hace siete meses:
«El pozo fue blanco de un ataque con drones, y me llamaron para que fuera a apagarlo. Fui a los cuadros eléctricos y lo apagué, y luego llegaron los bomberos y apagaron el fuego. Cuando regresaba, otro dron atacó la estación eléctrica. El fuego se propagó y destruyó todo el lugar. Me tiré al suelo y me arrastré para esconderme en la caseta de vigilancia porque el fuego había estallado en dos lugares y se había extendido por todas partes».
Aunque Sami no se encontraba en el campo durante la última oleada de bombardeo, su colega que trabajaba en él resultó gravemente herido y se vio obligado a someterse a una operación para insertarle varillas metálicas en la pierna.
«Soy Sherzad, del pueblo de Girdahol, en Tirbespî. Tengo 55 años. Estamos rodeados de pozos de petróleo. Desde por la mañana bombardearon la periferia del pueblo. Por la noche, vino un avión no tripulado y vigiló la zona, y una hora después vino un avión de guerra con un estampido sónico y atacó los pozos. Estábamos en casa cuando se produjo el bombardeo. Inmediatamente nos tiramos al suelo. Había mucho polvo en nuestra casa, como una tormenta de arena. Mis hijos lloraban. Los fuegos eran tan brillantes que parecía que se había hecho de día. Teníamos demasiado miedo para salir de nuestra habitación. Más tarde, cuando la situación se calmó un poco, fuimos a casa de mi hermano y vimos que había metralla por todas partes. Una de ellas había caído en el jardín de mi hermano. Nuestra casa está a 500 metros del pozo, pero incluso allí había metralla, en nuestro terreno. Ahora no sabemos qué hacer con nuestra tierra ni cómo limpiarla de esta metralla. Quemaron todos los depósitos de gasolina de nuestras tierras, pero aún no las han limpiado. No sabemos si podremos volver a utilizar nuestras tierras».
Los transformadores de electricidad de la ciudad de Qamişlo, al oeste de Tirbespî, fueron blanco de dos ataques, uno el 5 de octubre y otro el 6 de octubre. El bombardeo dejó sin electricidad a casi dos millones de personas, y sólo aquellos con medios para permitirse paneles solares o generadores privados y el combustible necesario para hacerlos funcionar pudieron tener electricidad en sus hogares.
Ziyad, comerciante de 42 años y padre de seis hijos, de Qamişlo, contó a KCS que su familia estuvo diez días sin electricidad después de que un bombardeo tuviera como objetivo la estación eléctrica de la ciudad el 5 de octubre. Ziyad estaba sentado fuera de su tienda, a sólo 100 metros de los transformadores cuando se produjo el ataque. Cuando KCS le entrevistó, todavía estaba reconstruyendo una de las paredes de su casa, que se había derrumbado parcialmente durante el bombardeo.
«La presión del bombardeo hizo añicos todas nuestras ventanas. Todas las paredes temblaron, y una sección entera se derrumbó; como ves, todavía estoy reparándola. Todo el mundo tenía miedo. Los niños lloraban, nuestros vecinos huyeron de sus casas. En ese momento me dije: ‘se acabó, no queda nada, ¡seguro que nos matan!».
Ziyad y su familia aún no se habían recuperado del primer ataque, que destruyó un transformador. Al día siguiente, la estación fue golpeada de nuevo y el segundo transformador quedó destruido.
«En ese momento, mi único hijo, que todavía es un niño, se desmayó y se quedó mudo de miedo. Inmediatamente salí corriendo a la calle para ver qué pasaba. Vi que habían atacado la central eléctrica y que dos guardias se alejaban corriendo, aterrorizados. Vi el humo y el fuego flotando hacia el cielo y la metralla golpeando mis paredes».
El hijo de Ziyad permaneció en el hospital unos cuatro días hasta que se le pasó la ansiedad y por fin pudo hablar. Ziyad dice que él, como millones de personas que viven en Rojava, no tiene adónde ir en medio del caos y el terror causados por los bombardeos.
«Vayamos donde vayamos, estamos amenazados porque atacan en todas partes. Si no fuéramos pobres, no nos habríamos quedado aquí. Pero, ¿qué podemos hacer? Nuestra casa es todo lo que tenemos. Nos resulta demasiado difícil comprar otra casa y trasladar allí todas nuestras cosas. Estos ataques no afectan sólo a los soldados; nos afectan mucho a los civiles. No abandonaremos nuestra tierra, este es nuestro lugar. Nacimos y crecimos aquí, y por eso siempre resistiremos. Claro que tenemos miedo y sufrimos y nuestros hijos están angustiados, pero no podemos abandonar nuestra tierra. No entregaremos nuestra tierra a nadie».
Los ataques han tenido efectos de gran alcance, incluidos los costes económicos asociados a la reconstrucción, así como la pérdida de sueldos y salarios, sobre todo de los trabajadores que dependen de los jornales para sobrevivir. Osman Abdulaziz, de 28 años y propietario de un taller de plásticos de Qamişlo, describe cómo presenció los ataques contra los transformadores eléctricos de la ciudad el jueves por la tarde:
«Había mucha gente llevando reciclaje a mi almacén, al otro lado de la calle de la estación eléctrica. De la nada se oyó un ruido muy fuerte, una especie de silbido, y luego una explosión. Miré a mi alrededor para ver qué había pasado. Pensamos que nos había alcanzado un cohete porque era muy fuerte. No podía ver lo que tenía delante a causa del humo. Muchos de los hombres se tiraron al suelo para protegerse, pero yo no fui capaz de hacerlo».
Abdulaziz decidió llevarse a sus empleados a casa en caso de que hubiera otro ataque, aunque decidió volver al trabajo al día siguiente para llevar el plástico potencialmente inflamable -un gran peligro en caso de que hubiera otro ataque- a un almacén en otro lugar de la ciudad.
«Oí otra fuerte explosión en la estación eléctrica, pero esta vez sin el ruido de un avión ni el silbido de un cohete. La presión fue muy intensa y rompió todas las ventanas de la casa de al lado. La madre de esta casa se desmayó y ni siquiera pudo reconocer a sus propios hijos cuando despertó».
El taller de Abulaziz cerró durante seis días tras el segundo ataque, paralizando la vida de los aproximadamente 30 hombres y mujeres que trabajan para él, la mayoría de los cuales lo haceññn por un jornal diario para mantener a sus familias.
Tanto civiles como fuerzas de seguridad han resultado heridos y muertos por la serie de ataques, que continuaron durante varios días después de los bombardeos iniciales. Una de las pérdidas de vidas humanas más atroces se produjo el 8 de octubre, cuando la aviación turca atacó una academia de las Fuerzas de Seguridad Interna (Asayish) en la región de Kocherat, cerca de Derik. Murieron 29 miembros del departamento antidroga de la Asayish, y la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria declaró tres días de luto tras el ataque.
El primer día de los bombardeos, un ataque con drones tuvo como objetivo la aldea de Tel Habash, al sur de Amûdê, y mató a seis miembros de la asayish. Sipan Ali, hermano de uno de los fallecidos, habló con KCS sobre su difunto hermano Bahoz:
«Él y seis de sus amigos habían ido a Tel Habash a por pan. Cuando llegaron, un avión no tripulado les alcanzó y seis de ellos murieron. Sus cuerpos permanecieron en el suelo durante media hora antes de que llegaran sus amigos y los llevaran al hospital.
Ver su cuerpo fue muy doloroso. Un lado de su cara había desaparecido por completo. Tenía los brazos quemados y las piernas amputadas. Era una visión tan dolorosa y grotesca. Que Dios no perdone a los que los mataron sin sentido. Era joven, sólo tenía 22 años y aún no se había casado. Era el hermano más joven de nosotros cinco. Llevaba casi cinco años trabajando y esforzándose por mantenernos; somos una familia numerosa y nuestra situación económica no es muy buena.
La situación que estamos atravesando es horrible. Estamos sufriendo por los drones y ya no podemos trabajar. Cada día o cada dos días los aviones vuelan por ahí atacando a la gente. Sólo queremos estabilidad y seguridad. Claro que mi hermano cayó mártir y estamos sufriendo, pero estamos muy orgullosos de él».
Ali recuerda que a su hermano sólo le quedaba un mes de contrato con la Asayish cuando lo mataron.
Para muchos civiles que viven bajo el terror de la aviación turca, existe un temor muy real de que se repita el escenario de las invasiones y ocupaciones turcas de Afrin y Serêkaniyê, ocurridas en 2018 y 2019, respectivamente. El obrero de la construcción Kawa Mahmoud, de 46 años y natural de Amûdê, cuenta a KCS:
«La situación actual nos ha afectado mucho y ha detenido nuestro trabajo con frecuencia. Nuestro trabajo se detiene cada vez que hay un ataque aéreo. Todos tememos perder la estabilidad, tememos perder nuestra ciudad como perdimos Afrin, Girê Spî y Serêkaniyê. Solíamos trabajar mucho y ser muy activos en la región, pero ahora tenemos miedo de perder nuestra ciudad. Nos hemos vuelto bastante desesperanzados. Nuestra ciudad se está vaciando poco a poco debido a los ataques. En los últimos ataques nos quedamos sin electricidad y sin agua. Si no fuera por los generadores, no tendríamos electricidad. Y si no eres económicamente estable, no puedes permitirte un generador. Estos ataques que empezaron en Afrin y Serêkaniyê ahora se han extendido y atacan en todas partes».
Mahmoud vivía a sólo 700 metros de un taller que fue bombardeado en Amûdê, y describió cómo toda su casa fue sacudida por la explosión tras haber regresado de dar el pésame a un vecino cuyo hermano había muerto en un bombardeo.
«Todo el mundo tenía miedo, miraba al cielo y se preguntaba dónde sería el próximo ataque aéreo. Cada vez que se producía otro ataque, perdíamos la esperanza. El efecto psicológico es aún peor que el material; quiero decir, cuando acabe la guerra, ¿cuánto tardaremos en volver a la normalidad?».
Describe los efectos psicológicos que han tenido los bombardeos, sobre todo en los niños pequeños, muchos de los cuales han desarrollado una gran ansiedad y temen salir de casa.
«La escuela de mis hijos también lleva muchos días cerrada, y mis hijos tienen demasiado miedo para salir de casa e ir a la escuela de todos modos. Nos decimos: ‘es mejor que nuestros hijos estén con nosotros si mueren a que cada uno esté en un sitio diferente’. Han atacado las estaciones de gasolina, agua y electricidad, así que sabemos que en algún momento atacarán la escuela.
Ya no sabemos cuánto tiempo seguirá afectándonos a nosotros y a nuestro trabajo. No hemos hecho nada para merecer que esto ocurra en nuestra tierra. Estábamos aquí antes de que estuviera el régimen sirio, antes de que estuviera ISIS y antes de que estuviera la Administración Autónoma. Pero tristemente, esta es nuestra vida ahora».
Mahmoud explica que no es la primera vez que su región es objeto de ataques y expresa el futuro incierto al que se enfrentan ahora los habitantes de Amûdê, y de la región en general.
«El año pasado, también en octubre, la región que nos rodea fue bombardeada por tanques. Nadie sabía dónde iban a caer los proyectiles porque el ataque era totalmente indiscriminado y aleatorio. Dejamos de trabajar durante seis meses. Este último ataque, el ataque aéreo, conmocionó a toda Amûdê, y fue uno de los peores, porque muchos de los soldados muertos eran padres y cabezas de familia, y no sólo hombres jóvenes. Cuando mueren, afecta a toda la sociedad, y generaciones enteras de niños se verán afectadas. Como civiles, siempre tenemos miedo y ya no hay seguridad. Nos hemos mantenido firmes aquí hasta ahora, pero ahora no sé si abandonaremos nuestra patria o no».
Los autores:
Ali Ali es un periodista, investigador y fotógrafo kurdo de Rojava. Ha trabajado anteriormente como colaborador y jefe de relaciones públicas en el Centro de Información de Rojava, y ha colaborado con North Press Agency, Arab News, el Instituto Kurdo de la Paz y Orient XXI.
Lucas Chapman es un periodista freelance estadounidense afincado en Rojava. Pasó un año como redactor jefe de la sección inglesa de North Press Agency y ha colaborado con Arab News, Kurdish Peace Institute, The Post Internazionale y Zenith Magazine.