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Relato de un testigo ocular en Amed

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El relato sobrecogedor de un testigo ocular desde Diyarbakir, en el sureste de Turquía, donde el Estado continúa su ataque contra la población civil kurda.

Hace un frío helador en Amed, el nombre por el que sus vecinos conocen a la ciudad de Diyarbakir. Más de diez centímetros de nieve cubren la tierra, algo que ocurre sólo cada tres o cuatro años. Y en este preciso momento, la lucha va en aumento en el antiguo barrio de Sur en Amed y en las ciudades de Cizre y Silopi, en la provincia de Sirnak.

Estoy aquí, en la oficina de prensa de la administración municipal, junto con tres periodistas y un investigador. En estos días, la oficina sirve como base de facto para los periodistas e investigadores de la Turquía occidental y el extranjero. Hablamos de lo que ha estado sucediendo en la región durante los últimos meses.

Los acontecimientos que se están desarrollando aquí son casi incomprensibles incluso para los que viven aquí. Cada mañana, cada tarde y cada noche una ola de cansancio invade mi cuerpo al oír los disparos, detonaciones y explosiones del cercano barrio de Sur. También durante el día, pero entonces estoy en el trabajo.

Los demás dicen lo mismo, a menudo más dramáticamente. Muchos se mantienen despiertos toda la noche, todas las noches. Anoche, un mortero cayó de lleno en la azotea donde uno de ellos se alojaba.

En esta ciudad de un millón de personas, observamos con pavor cómo el Estado, docenas de veces al día, utiliza tanques y artillería para disparar a la ciudad vieja, para tratar de romper la resistencia de 200 a 300 jóvenes, organizados en el ilegal YDG-H. El estado no habla…, sólo dispara.

La primavera pasada, el gobierno turco rompió unilateralmente las negociaciones de paz con el ilegal PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y luego, a finales de julio, desató la guerra contra el PKK. Los jóvenes, entonces, establecieron «espacios liberados» en varias ciudades, espacios libres de la represión. A la par, los consejos populares de las juntas vecinales democráticas de Diyarbakir y de otros 20 lugares declararon la autonomía.

Entonces el estado comenzó a arrestar sistemáticamente a activistas políticos en el norte de Kurdistán –mil en sólo tres semanas-. De forma intermitente, entre 2009 y 2012, másamed4 de nueve mil personas ya habían sido arrestadas. Mucha gente aquí quiere que termine ya el conflicto bélico de larga duración que se desarrolla en las montañas. La mayoría están disgustados porque el AKP del presidente Recep Tayyip Erdoğan haya negado el éxito electoral del partido de izquierda-pro-kurda HDP en las elecciones de junio pasado y convocara una segunda ronda electoral bajo circunstancias represivas.

COMO UNA MALA PELÍCULA

Voy de camino a casa y sigue nevando. Los tanques ruedan ante mí en dirección a la ciudad vieja. Su efecto sobre la ciudad es terrorífico. Esto no puede continuar. La primavera pasada, un estado de ánimo rebelde prevalecía en la ciudad, después de que Kobane, en la parte kurda de Siria, fuese liberada. La revolución en el Kurdistán sirio expandió su brillante resplandor. Hoy parece que hace mucho tiempo y muy lejos. ¡Entonces era la paz, ahora es la guerra, y esta vez, aquí, en la ciudad!

Sólo pienso por categorías de lugares «seguros» y «peligrosos». Me siento como en una mala película que va a peor. Entonces me acuerdo de algo que un amigo argentino me dijo una vez, cuando vino a rodar una película: «Hay dos lugares surrealistas en este planeta: México y Kurdistán»

Hasta octubre, muchos miembros del HDP en Amed -donde el partido obtuvo el 78% de los votos- cuestionaron el sentido de la llamada a la autonomía y todas las zanjas y barricadas levantadas por los jóvenes. Se quedaron atónitos. Y los más políticos entre ellos -Amed es una ciudad muy política, no eran capaces de elaborar un análisis razonable. Muchos me preguntaron: «¿Hasta cuándo va a continuar esto? ¿Van a parar el próximo mes o qué? »

Creo que ahora han despertado de un sueño y están en estado de shock. Durante un siglo, los kurdos hemos sido ciudadanos de segunda clase. Queremos la paz, yo así lo siento, pero queremos una paz justa. Incluso aquellos que han perdido hermanos o hijos a causa del terror del Estado en los últimos 30 años, como guerrilleros o como civiles, el deseo de paz tiene tanta fuerza que creen fervientemente en cada chispa de esperanza.

Muchos desconfían del Estado, que ha actuado cada vez más brutalmente desde el pasado verano. Sus actos de crueldad, con toques de queda recurrentes –en Sur, desde el 1 de Asesinatos Sur1452610860diciembre-, están despertando poco a poco a la gente. Primero fueron sólo los activistas políticos, pero ahora, incluso los residentes a menudo dicen cosas como «la resistencia ha comenzado» y «no nos queda más que luchar con dignidad.»

Desafortunadamente, tenemos un presidente que, en un grado sin precedentes, está persiguiendo a todos los kurdos y no kurdos demócratas en el oeste de Turquía que buscan la paz, -quienes se encuentran en un estado de shock incluso mayor que nosotros-, con el fin de establecerse como eterno gobernante. ¡Debemos resistir! Esto puede sonar a propaganda o como un eslogan para impulsar la moral. Pero, ¿qué solución tienen los críticos? En el pasado, sólo la resistencia ha tenido algún efecto.

Y, mientras tanto, ¿qué están haciendo los gobiernos europeos? Envían dinero al Presidente Erdogan para que retenga a los refugiados en Turquía, y cierran sus ojos. La UE, una vez más, habla incluso de la adhesión, para atar a Turquía más cerca. De repente, todas las críticas de los últimos años se silencian. De acuerdo, la política estatal es una mierda. Pero aquellos de ustedes en Europa todavía tienen una esfera pública medio independiente, lo que nosotros estamos perdiendo aquí. ¡Manos a la obra y no permitan que se cierre este sórdido acuerdo!

«HAS MATADO A MI MADRE»

Tres horas más tarde estoy traduciendo la carta de un joven de Silopi, Inan, cuya madre recibió un disparo en la calle el mes pasado y sucumbió a sus heridas, porque durante una semana los francotiradores de la policía disparaban a cualquiera que intentara ayudarla. Hace una semana, un periodista publicó la historia en el blog de un periódico turco. Ésta es, quizás, la traducción más difícil de mi vida. Quiero compartirla con ustedes.

Cuando nos enteramos de que mi madre había recibido un disparo, nos apresurados a ir al lugar. Antes de llegar, mi tío había tratado de llegar hasta ella, pero le dispararon también. Cuando Muerte en _Silopi1450099509llegué, los vecinos se llevaban el cadáver de mi tío. Les pregunté por mi madre y me dijeron que todavía yacía en la calle. Cuando traté de aproximarme, me retuvieron. Lloré, lloré, lloré. Mi madre había quedado en medio de la calle y seguía yaciendo allí. Al principio se había movido un poco, pero luego sus movimientos disminuyeron. Todos los que llamamos -representantes, consejeros regionales, el gobernador provincial- dijeron que los francotiradores tenían que retirarse para que pudiéramos recuperar su cuerpo.

¿Qué sentía mi madre mientras estaba allí? Sufría. Durante siete días yació en la calle. Ninguno de nosotros dormimos, para mantener alejados de ella a los perros y los pájaros. Ella estaba allí, a 150 metros de distancia, y vimos cómo había perdido su vida. En esos siete días, el estado nos causó tanto sufrimiento como cualquier ser humano puede causar a otro.

Mi madre todavía tenía su pañuelo en una mano; sus manos se habían quedado rígidas, la posición de su cuerpo reflejaba su lucha por sobrevivir. Su sangre estaba seca. Sus manos, su cara, el lugar en que cayó al suelo, estaban cubiertos de suciedad; su ropa estaba empapada en sangre seca.

Los creyentes han arrancado el alma de mi madre. Los ojos de mi madre siguen abiertos, con el rostro inclinado hacia nuestra casa. No puedo expresar cuánto dolor siento. Durante siete días del más duro invierno quedó yaciendo en la calle. Lo más doloroso es no saber cuánto tiempo estuvo viva. Espero que muriese de inmediato. Han matado a mi madre.

AUTOR: Ercan Ayboga

Este artículo fue publicado originalmente en Die Wochenzeitung. Traducido del alemán al inglés por Janet Biehl. Traducido al castellano por Rojava Azadi.

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