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Paraísos ficticios: historia de un refugiado yazidí

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Mujeres yazidís en el campo de refugiados de Amed (Diyarbakir), 03/08/2016 / Sara A. de Ceano-Vivas Núñez

Khelaf Barjes, nombre escogido por él mismo para representar su historia y protegerse de las posibles repercusiones de sus declaraciones, es un joven yazidí de Shengal, región noroccidental de Iraq. Camarógrafo profesional, era reconocido en su trabajo y ganaba un buen salario para mantenerse y ayudar a su familia. A finales del 2014, con veintiocho años, migró hacia Alemania persiguiendo el sueño del paraíso europeo y de la vida segura lejos del ISIS, unas expectativas que, para él, nunca se cumplieron.

Cuando el ISIS atacó, yo no estaba en Shengal, estaba trabajando en Suleymaniya. Entonces escuché que estaban atacando la ciudad y sentí miedo por mi familia”. La masacre de Shengal comenzó el 3 de agosto de 2014. Miles de personas fueron asesinadas o raptadas y otras miles tuvieron que abandonar sus hogares y dirigirse a la montaña de Shengal, donde pasaron siete días sin agua ni comida. Centenares de personas fallecieron por las extremas condiciones, sobre todo niños y ancianos. “Fue el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) quien vino desde Siria e hizo un corredor por la carretera de Snuny para que pudiéramos salir. Ni las autoridades de Iraq ni el KRG (Gobierno Regional de Kurdistán) hicieron nada por ayudarnos.»

Tras la masacre de Shengal, la mayoría de la población decidió desplazarse hacia el norte del KRG con la intención de migrar. Khelaf Barjes se reunió con su familia en la localidad de Zakho y emprendieron la marcha hacia Turquía.“Llegamos (a Turquía) por las montañas, ilegalmente. El PKK nos recibió en las montañas, nos dieron de todo, comida, agua, ropa y asistencia médica. Cruzamos y la gente kurda nos recogió en coche y nos llevó hasta Roboski (Uludere en turco).» Las autoridades kurdas en el sudeste de Turquía repartieron a los refugiados en campos de diferentes ciudades: Silopi, Diyarbakir, Sirnak, Batman.

El gobierno turco no ha otorgado los mismos derechos a los refugiados sirios que a los yazidis (iraquíes). El número del documento de identificación de un refugiado yazidi comienza por 98, mientras que el de un refugiado sirio por 99. Esto le concede al refugiado sirio la posibilidad de llevar a sus hijos a la escuela y de recibir una asistencia médica completa en los hospitales públicos.

Decidí continuar con mi vida y encontré a otros refugiados que querían emigrar a Europa. Escogimos ir por Bulgaria, no por el mar, para llegar hasta Alemania. Cruzamos por Turquía, Bulgaria, Serbia, Croacia, Eslovenia, Austria y Alemania. Pensé, quizás en Europa pueda encontrar un lugar seguro para mí’.” La frontera de Turquía con Bulgaria se cruza a pie durante cuatro horas, siempre de noche. Los grupos suelen ser de veinte a treinta personas y en el año 2014 costaba a cada individuo 1.800€.

Bulgaria realiza el primer censo de los migrantes ilegales que cruzan a Europa desde Oriente. Obtiene una valiosa información, tanto para la UE como para los países de origen de los migrantes. El procedimiento de recepción suele ser de intensos interrogatorios individuales. “Tienes que darles toda la información. No puedes mentir para que te den el estatus de refugiado y todos los derechos. Es la puerta a Europa. Si robas o haces cosas ilegales, toda Europa lo sabrá”.

Khelaf llegó a un campo de refugiados. “Hay dos tipos de campos en Bulgaria. Los ‘Campos Cerrados’, que son como una cárcel, y los ‘Campos Abiertos’. Cuando llegas, primero te llevan a un ‘Campo Cerrado’, donde debes estar entre veinte y treinta días. Las condiciones son muy malas, muy poca comida, no puedes ir al baño hasta que no te lo ordenan ni dormir cuando quieres. No te dejan utilizar el teléfono”. Finalmente pudo abandonar el ‘Campo Cerrado’ y se estableció con unos amigos yazidís en Sofía. Khelaf pasó casi tres meses en Bulgaria hasta que sus amigos pudieron cruzarle de manera gratuita a Serbia. “Ellos alquilaban coches especiales, coches que no tienen más que una puerta y sin ventanas, para que no se vea nada. Llegas a la frontera y cruzas las montañas a pie, de noche. Tardas unas seis horas hasta que llegas a un pueblo donde coges un taxi que te lleva directamente a la policía.”

El procedimiento legal para los refugiados que llegan a Serbia es desplazarlos a uno de los múltiples campos gestionados por la UNHCR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados). La UNHCR se encarga de darles alojamiento y asistencia hasta que puedan ser trasladados a otros países de Europa donde solicitan asilo.

Sin embargo, Khelaf viajó a Belgrado para visitar a un amigo iraquí con el que residió durante dos meses. Su amigo era refugiado político. Había huido de Iraq unos años antes tras pasar diez años en la cárcel. Se estableció en Belgrado y prosperó, regentando un café y un restaurante. Khelaf comenta que fue el mejor momento de su periplo, un lugar donde se sintió integrado y seguro. “Decidí no quedarme en Serbia, aunque estaba muy bien con mi amigo. La familia es más importante que los amigos y mi familia podría tener una vida mejor y segura en Alemania”. Su compañero le dio todas las indicaciones que precisaba para llegar hasta Alemania en tren, familiarizado con el proceso, pues apoyaba regularmente a los refugiados que llegaba a la estación de Belgrado.

Khelaf cruzó en tren sin descanso desde Serbia a Croacia a Eslovenia y a Austria para, finalmente, llegar a la frontera con Alemania. Al llegar a Alemania fue internado en un campo de recepción de refugiados. Según datos estimados por el propio Khelaf, en dicho campo había alrededor de 20.000 personas. Un campo donde son acogidos durante unas semanas hasta realizar las primeras entrevistas para luego reubicarlos en otros campos del país. “En total me gasté 5.280€ para llegar a Alemania, los cuales tienes que pedir prestados a la familia y a los amigos porque nadie tiene esa cantidad de dinero.”

Khelaf fue trasladado primero a un campo de refugiados cerca de Osnabrück y, finalmente, lo establecieron en Neckermann, en unos antiguos almacenes transformados en centro de acogida cerca de Frankfurt. Según datos oficiales, el edificio Neckermann alojaba en 2015 a 3.000 refugiados. “Las condiciones en el campo no eran buenas. La comida era mala, el servicio médico no estaba bien, recibíamos 145€ al mes para nuestros gastos, pero, sobretodo, el problema es que no había buena gente en el campo (…) El gobierno alemán trata a todos los refugiados de la misma manera, tanto si han escapado del ISIS como si son simpatizantes del ISIS.”

Durante los últimos cuatro años, los países de origen con mayor afluencia de refugiados son Siria, Afganistan e Iraq. En los campos de refugiados se mezclan nacionalidades y religiones. Khelaf asegura que había militantes del ISIS dentro de los campos y que éstos atacaban a los yazidis quemando sus tiendas y posesiones. Existen registros de ataques y conflictos entre musulmanes y yazidís, así como a otras minorías religiosas de manera recurrente. “Para mí, que estuviera conviviendo con gente del ISIS es algo que no podía tolerar. No consideré que Alemania fuera un país seguro para mi familia, así que decidí volverme.”

La organización IOM (International Organization for Migrations) se encargó de organizar el retorno de Khelaf a Iraq. Financiaron su billete a Erbil y le entregaron 700€ adicionales para sus gastos personales. “Yo no sabía la situación de Alemania antes de ir. Cuando hablaba con mis amigos de Alemania me decían que Alemania era un paraíso, pero para mí no fue así.” El departamento de AVRR (Assisted Voluntary Return and Reintegration) confirma que durante el año 2015 repatriaron a 69.540 migrantes, de los cuales 35.446 abandonaron Alemania. El destino final de Khelaf no era Iraq, sino retornar junto a su familia, que se encontraba en el campo de refugiados yazidís de Diyarbakir. Tuvo que cruzar ilegalmente a Turquía, una vez más.

Su periplo no acabó aquí. Quince días después de su regreso falleció su padre y tuvo que volver a cruzar a Iraq para enterrarle en los lugares sagrados en Shengal. Cada viaje ilegal de Iraq a Turquía cuesta 250$. “Llevo casi un año en este campo de refugiados. Aquí no tenemos futuro. No hay escuela para los niños, ni trabajo. No puedo imaginar mi futuro. No tengo objetivos porque no creo que ningún objetivo que desee se pueda cumplir.”

La situación para esta minoría religiosa es extremadamente peligrosa. Son ya 74 los genocidios perpetrados contra ellos. Su demanda principal es que la ONU establezca en Shengal una zona de seguridad internacional. Sin esta condición, no desean regresar, aunque la zona sea liberada del ISIS. El miedo a un nuevo genocidio, al cambio de fachada de los extremistas religiosos, durará varias generaciones. Mientras tanto solo les queda esperar o migrar a realidades que no resultan tan paradisíacas como se cuentan.

Fuente: Berria, Destino Oriente Próximo

Autoría: Sara A. de Ceano-Vivas Núñez

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