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«La emergencia de la cuestión social»(1), por Abdullah Öcalan

Abdullah Öcalan

Kurdistan Report – marzo/abril 2024 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid

1 El problema del poder y del Estado

Debo subrayar una vez más que, por una parte, la historia es «el presente», y por otra, todo elemento del presente es historia. La gran ruptura entre la historia y el presente resulta de la propaganda de toda civilización naciente, a través de la cual intenta legitimarse y darse apariencia de eternidad. En la vida social real no existen tales rupturas. Otro aspecto que me gustaría subrayar es que la construcción de una historia local o singular no tendría sentido sin su universalización. En consecuencia, el problema del poder y del Estado, que ha existido desde su creación, es también un problema presente, con muy pequeñas diferencias. Estas diferencias son el resultado de cambios temporales y espaciales. Si damos tal contenido a los conceptos de diferencia y transformación, el contenido de verdad de nuestras interpretaciones aumentará claramente. Debemos ser conscientes de las desventajas de subestimar las diferencias, la transformación y el desarrollo. Al igual que la falta de una perspectiva histórica universal tiene un efecto cegador, una comprensión de la historia que no dé cabida a las diferencias y la transformación y trate la historia como una especie de eterna cadena de repetición oscurece la realidad. Es muy importante evitar estos dos reduccionismos.

La primera observación sobre el poder y el Estado desde una perspectiva contemporánea es que han adquirido una extraña extensión por encima y dentro de la sociedad. Hasta el siglo XVI, la dominación en su magnífica y aterradora naturaleza tendía a construirse fuera de la sociedad. La civilización ha sido testigo de muchas formas diferentes de dominación en distintos periodos. El Estado como expresión oficial del poder tenía sus límites cuidadosamente trazados. Se esperaba que cuanto más claros fueran los límites entre el Estado y la sociedad, mayores serían sus beneficios. Incluso en lo que respecta al poder como fenómeno social interno, los límites eran claramente reconocibles. La posición de las mujeres frente a los hombres, de los jóvenes frente a los ancianos, de los miembros de una tribu frente al jefe tribal, de la comunidad creyente frente al representante de la religión o confesión estaba determinada por normas y costumbres muy claras. Desde el tono de voz hasta la forma de caminar y sentarse, la autoridad del poder y gobernar y ser gobernado estaban sujetos a reglas detalladas. Sin duda, es comprensible que el poder y el Estado, superados por la sociedad, establecieran su autoridad de este modo para hacer sentir su existencia. Estas normas actuaban como medio de legitimación y proporcionaban educación y servicios.

La profunda transformación de la autoridad del poder y del Estado en la civilización europea se basó en su necesidad de penetrar cada vez más rápido en todos los poros de la sociedad. Hay dos factores principales que intervinieron en la expansión horizontal y vertical del poder. El primero es la expansión de las masas a explotar. Sin un aumento correspondiente del tamaño de la administración, la explotación ya no podría realizarse. Al igual que un rebaño creciente necesita más pastores, la expansión de la burocracia estatal es una clara prueba de este fenómeno. El gobierno, que había reforzado enormemente sus fuerzas de defensa en el exterior, también sintió la necesidad de reprimir a la sociedad en el interior. Las guerras siempre han generado burocracia. El propio ejército es la mayor organización burocrática. El segundo factor fue la creciente concienciación y resistencia de la sociedad. Por un lado, el hecho de que la sociedad europea no hubiera experimentado una explotación arraigada y, por otro, su constante resistencia obligaron al poder y al Estado a expandirse. La lucha de la burguesía contra la aristocracia y la de la clase obrera contra ambas condujo a una expansión de gran alcance del poder y del Estado en Europa. El surgimiento de la burguesía como primera clase media de la historia supuso un gran cambio en la posición del poder y del Estado. La formación estatal de una masa procedente del seno de la sociedad y el consiguiente aumento de poder obligaron a la burguesía a organizarse dentro de la sociedad.

La burguesía como clase era demasiado grande para establecer externamente su dominio sobre el poder y el Estado. Estaba claro que esta clase se encontraría en un conflicto social una vez convertida en Estado. La lucha de clases anunciaba esta verdad. El liberalismo, como ideología burguesa, no dejó piedra sobre piedra para encontrar una solución a este problema. Sin embargo, lo que ocurrió con el tiempo fue una expansión del Estado y del poder y un mayor desarrollo del cáncer burocrático. Cuanto mayor es el Estado y el poder en una sociedad, mayor es la guerra civil. El problema más fundamental que se desarrolló en la sociedad europea fue de este tipo desde el principio. Las grandes luchas por las constituciones, la democracia, las repúblicas, el socialismo y el anarquismo estuvieron estrechamente vinculadas a la forma en que se desarrollaron el poder y el Estado. Hoy en día, los derechos humanos, el Estado de Derecho y la democracia ligada a normas constitucionales claras son el antídoto más popular contra este problema. En lugar de una solución sostenible, se intenta superar la antigua fase de lucha obligando al Estado y a la sociedad a llegar a un acuerdo sobre el poder. El problema del poder y del Estado no se ha resuelto, sólo se ha hecho sostenible.

El primer ejemplo de estado-nación se vio en la resistencia holandesa e inglesa contra el Imperio español. el estado-nación proporcionó a su propio poder una base de legitimación al movilizar a toda la sociedad contra un poder externo. El desarrollo europeo hacia sociedades nacionales tuvo, por tanto, inicialmente, rasgos relativamente positivos. Sin embargo, desde el principio, esta construcción nacional tuvo evidentemente la misión de ocultar la explotación y la opresión de una clase por otra. El estado-nación lleva ciertamente el sello de la burguesía. Es el modelo de Estado de esta clase. Más tarde, las campañas de Napoleón condujeron a la difusión de este modelo, que había cobrado fuerza en Francia, por toda Europa. El atraso de las burguesías alemana e italiana y las dificultades que experimentaron en sus esfuerzos por lograr la unidad nacional condujeron a una política más nacionalista. La amenaza exterior de la ocupación, por un lado, y la continua resistencia de la aristocracia y la clase obrera, por otro, llevaron a la burguesía a aferrarse a un modelo de Estado chovinista-nacionalista. Ante la derrota y la crisis, muchos países, especialmente Alemania e Italia, se encontraban en una encrucijada: «o revolución social o fascismo». El modelo de Estado fascista salió victorioso de este dilema. Puede que Hitler, Mussolini y los de su calaña perdieran, pero su sistema prevaleció.

El estado-nación puede describirse esencialmente como la identificación de la sociedad con el Estado y del Estado con la sociedad, lo que, por cierto, es también la definición del fascismo. Por supuesto, ni el Estado puede convertirse en sociedad ni la sociedad en Estado. Sólo las ideologías totalitarias pueden hacer tal afirmación. La cualidad fascista de esta afirmación es bien conocida. El fascismo como forma de gobierno es siempre un invitado de honor del liberalismo burgués. Es la forma de gobierno en tiempos de crisis. Como la crisis es estructural, esta forma de gobierno también lo es. Lleva el nombre de gobierno del estado-nación. Representa el clímax de la crisis de la era del capital financiero. El Estado del monopolio capitalista, que actualmente se encuentra en su apogeo a escala mundial, es generalmente fascista en su fase más reaccionaria y despótica. Aunque se hable del declive del estado-nación, sería ingenuo creer que en su lugar se construirá una democracia. Tal vez la construcción de formaciones fascistas macro-globales y micro-locales esté a la orden del día. En Oriente Próximo, los Balcanes, Asia Central y el Cáucaso se están produciendo acontecimientos notables. En Sudamérica y África son inminentes nuevas experiencias. Europa sigue una estrategia de alejamiento del fascismo del estado-nación mediante reformas. Lo que ocurrirá con Rusia y China es aún incierto. El superhegemón Estados Unidos dialoga con todas las formas de Estado.

Es evidente que el problema del poder y del Estado se encuentra en una de sus peores fases. El dilema «o revolución democrática o fascismo» está a la orden del día y su solución sigue siendo vital. Ni la organización regional del sistema ni la organización central de la ONU siguen funcionando. El capital financiero, que alcanzó su cenit en la fase más global de la civilización, es la facción del capital que más está alimentando la crisis. La contrapartida político-militar del monopolio del capital financiero es la intensificación de la guerra contra la sociedad. Esto ya es una realidad en muchos frentes en todo el mundo. Qué formaciones políticas y económicas emergerán de la crisis estructural del sistema mundial no puede determinarlo la profecía, sino el esfuerzo intelectual, político y moral.

En la era del capital financiero, el monopolio de capital más virtual de la modernidad capitalista, la sociedad está expuesta a una desintegración sin precedentes históricos. El tejido político y moral de la sociedad se ha hecho añicos. Lo que está ocurriendo es un «sociocidio», un fenómeno social más grave que el genocidio. Los medios de comunicación, dominados por el capital virtual, están actuando como un arma que está llevando a cabo un sociocidio mayor que en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo puede defenderse la sociedad de los medios de comunicación que la bombardean veinticuatro horas al día con sus cañones de nacionalismo, religionismo, sexismo, cientificismo y artisticismo (deporte, series, etc.)?

Los medios de comunicación actúan como una especie de segunda inteligencia analítica en la sociedad. Al igual que la inteligencia analítica no es ni buena ni mala en sí misma, los medios de comunicación también son una herramienta neutral. Como cualquier otro arma, su papel viene determinado por quienes la utilizan. Las potencias hegemónicas no sólo disponen siempre de las armas más eficaces en sentido literal, sino que también esgrimen el arma de los medios de comunicación. Utilizando los medios de comunicación como una segunda inteligencia analítica, consiguen neutralizar la resistencia social. Este arma se utiliza para construir una sociedad virtual. La sociedad virtual es otra forma de sociocidio. El estado-nación también es una forma de sociocidio. En ambos casos, la sociedad es despojada de su socialidad y transformada en una herramienta del monopolio que la controla. La subestimación de la naturaleza social es extremadamente peligrosa; el robo de su socialidad expone a la sociedad a peligros ilimitados. Al igual que la era del capital financiero, la era del monopolio virtual sólo puede coexistir con una sociedad que ha dejado de ser ella misma. La aparición simultánea de estos dos fenómenos no es casual, ya que están vinculados. La sociedad a la que el estado-nación ha privado de su socialidad (para que se crea estado-nación) y la sociedad seducida por los medios de comunicación son, literalmente, sociedades derrotadas de cuyas ruinas se construyen otras cosas. No cabe duda de que estamos viviendo una época social de este tipo.

No sólo vivimos en la sociedad más problemática, sino también en una que no ofrece nada a sus individuos. Las sociedades en las que vivimos no sólo han perdido su tejido moral y político, sino que ven amenazada su existencia. No sólo se enfrentan a un problema, sino que corren el riesgo de ser destruidas. Si, a pesar de todo el poder de la ciencia, los problemas crecen y se profundizan en la actualidad y se convierten en una especie de cáncer, entonces el sociocidio no es sólo una hipótesis, sino un peligro real. La afirmación de que el poder del estado-nación protege a la sociedad crea la mayor ilusión y permite que este peligro se materialice paso a paso. La sociedad no sólo se enfrenta a problemas, sino a su propia destrucción.

Nota a pie de página:

1 Traducción al castellano de un extracto de: "Sociología de la Libertad" (Manifiesto por una Civilización Democrática, Volumen III). Edición en alemán. Münster 2020. pp. 124-129.

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