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La autonomía kurda, bajo asedio

6140636231_3ed7d03fae_z-1Imagen cortesía del usuario de Flickr Marcel Oosterwijk.

Cómo los derechos kurdos continúan luchando bajo una Turquía autoritaria y una Siria colapsada.

En un caluroso viernes por la tarde en abril, cientos se reúnen en la Casa del Luto para rendir homenaje a la juventud caída de la ciudad kurda de Diyarbakır. Entre la multitud hay familias y amigos, vecinos y colegas, funcionarios municipales y políticos locales, así como líderes del movimiento kurdo y muchos de sus más comprometidos seguidores. Por invitación de nuestros anfitriones, estamos aquí para presenciar el funeral de Yusuf, 19 años, uno de los cientos de jóvenes kurdos asesinados durante los recientes enfrentamientos con las fuerzas turcas en el antiguo vecindario de Sur.

Nos unimos a una procesión al cementerio de los mártires en la periferia de la ciudad, yendo en una abarrotada furgoneta junto a mujeres vestidas de negro. Una vivaz multitud se reúne y marcha a través del famoso campo de tumbas, cada una decorada con el luminoso trío kurdo de verde, rojo y amarillo, mientras corean en oleadas que suben y bajan: şehid namırın! Una frase que todo el mundo aprende aquí a una edad temprana: “los mártires nunca mueren.” Cuando llegamos a la nueva tumba cavada, los amigos de Yusuf -hombres jóvenes, todos adolescentes – forman un círculo alrededor de él y orgullosamente exhiben una pancarta engalanada con su retrato. Miramos mientras la familia coge su cuerpo del ataúd y lo bajan, envuelto en una sencilla sábana blanca, en la tierra revuelta.

Junto a la familia, los jóvenes se turnan para echar tierra en la tumba mientras el sudor gotea sobre sus ojos. Seguido de un corto discurso de su padre, la ceremonia concluye con todo el mundo levantando el signo de la victoria, dos dedos extendidos en una V, en el aire. Cantan, en honor a los muchos mártires del Kurdistán, el himno de llamada-y-respuesta de las guerrillas. Después de que la última voz se disuelve en el aire, la multitud se dispersa lentamente y la gente hace su camino de vuelta hacia los coches que esperan. Fuera de las puertas del cementerio, los antidisturbios de la policía turca vigilan de cerca la menguante procesión.

Habíamos llegado al sudeste de Turquía a principios de ese mes como activistas americanos en apoyo al movimiento kurdo. Como muchos de la izquierda internacional, estábamos inspirados por los eventos que se están desarrollando en Rojava, al sur de la frontera en Siria, donde los kurdos están liderando un amplio abrazo a la democracia de base. Este territorio autónomo no existe por casualidad y en aislamiento, por supuesto, sino como el resultado de un movimiento de décadas y altamente organizado que tiene sus raíces en el sudeste de Turquía. Después de meses de búsqueda y de hacer contactos sobre el terreno, a principios de abril, aterrizamos en Diyarbakır – o Amed, como los habitantes llaman a la capital de facto de esta región – para aprender sobre esta impresionante historia de lucha.

Nuestro itinerario de un mes nos llevaría al área conocida como Bakur, una antigua tierra verde y exuberante en mitad de la primavera, y nos llevaría a conversaciones con docenas de individualidades y organizaciones asociadas con el amplio movimiento kurdo. Encontramos, no solo un profundo y transformador experimento político sino, en realidad, una floreciente revolución ahora bajo asedio. En un conflicto vergonzosamente infrainformado por la prensa occidental, Turquía se ha lanzado a un guerra total contra los kurdos y está haciendo todo en su poder para detener su avance liberador. Cuando preguntamos cómo los activistas internacionales como nosotros podían apoyarlos en esta época crítica, la respuesta de todos los rincones fue unánime: empezando por contar lo que estábamos presenciando.

Lo que llevó a Yusuf y otros muchos jóvenes hombres y mujeres a sacrificar sus vidas tiene sus raíces en una lucha de cien años por la identidad y derechos kurdos. Pero más que la reanudación de un largo conflicto, lo que vemos envolviendo el sudeste de Turquía se produce cuando los kurdos ocupan un nuevo lugar en la escena mundial. Están consiguiendo alabanzas internacionales por defender de ISIS pueblo por pueblo en Siria, al mismo tiempo que abogan por un sistema federal para asegurar un futuro pacífico y democrático para todo el país. En Turquía, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) -un partido de izquierdas predominantemente kurdo basado especialmente en los derechos de las mujeres y las minorías – ha hecho significativos logros electorales el pasado año desafiando al modelo cada vez más autoritario del presidente Erdoğan. Y en el corazón de los recientes logros del movimiento kurdo en Rojava y Bakur está el Confederalismo Democrático – un paradigma político de autogobierno participativo propuesto por Abdullah Öcalan, el líder encarcelado del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

En un cambio de sus anteriores creencias Marxista-Leninistas, durante más de una década Öcalan ha abogado por un sistema conectado de asambleas locales y consejos populares que basen la toma de decisiones sociales en un nivel más directo y accesible. Dejando atrás al estado-nación, el Confederalismo Democrático nombra las prácticas de autoorganización que aseguran a las personas el poder colectivo para determinar cómo van a vivir, unidos de una manera igualitaria y a una escala regional. El sistema exige la inclusión significativa de las minorías y la igual participación de las mujeres,y, de hecho, las mujeres han estado liderando los cargos en muchos frentes. Desde su formulación, el movimiento kurdo ha ido poniendo pacientemente este concepto en funcionamiento y construyendo una especie de democracia horizontal sin estado a lo largo de sus diversos territorios. Floreciendo detrás de las barricadas de la actual guerra no es sólo la familiar y bien merecida  demanda de autodeterminación kurda, sino su visión de una forma de vida verdaderamente democrática.

La respuesta de Turquía al creciente ímpetu del movimiento kurdo, tanto dentro como fuera de sus fronteras, así como su radical visión democrática de la vida social ha sido rápida, brutal e inequívocamente clara. Justo después de la entrada del HDP en el parlamento con las elecciones generales de junio de 2015, el estado ha suspendido el alto al fuego en curso y las negociaciones con el PKK. Ese verano, el consejo popular en muchas ciudades kurdas en el sudeste declaró la “autonomía” en línea con su visión del Confederalismo Democrático. Los jóvenes militantes crearon barricadas en las fortalezas políticas como el distrito histórico Sur de Diyarbakır, a lo que Erdoğan respondió imponiendo un estricto toque de queda las 24 horas y desplegando las tropas en esas áreas. En cuestión de días, se produjeron enfrentamientos entre las fuerzas de ocupación de Turquía y los jóvenes de los vecindarios afectados.

El gobierno ha seguido desde entonces una campaña de contrainsurgencia para erradicar el “terrorismo” en el sudeste, lanzando una serie de violentas operaciones aplanado no sólo Sur sino una gran parte de otras grandes ciudades como Cizre, Nusaybin y Şırnak. Contra las fuerzas especiales de Turquía, armadas con el último arsenal incluyendo tanques, artillería y aviones, los jóvenes kurdos en los centros urbanos, la mayoría sin preparación y con escasos recursos, intentan repeler el asalto, apoyados por combatientes del PKK más experimentados realizan acciones de guerrilla en el campo. El número de militantes asesinados durante el pasado año en esta seria disputa, oscilan desde los 5.000 de acuerdo a fuentes estatales a la cifra más modesta de 500 según el independiente Grupo Internacional de Crisis. La Fundación de los Derechos Humanos de Turquía ha confirmado que alrededor de 300 civiles han sido también asesinados por el estado desde el pasado agosto.

En total, un año sangriento sin un final claro a la vista. El HDP y muchas otras organizaciones kurdas han pedido repetidamente la inmediata reanudación del alto al fuego y las negociaciones anteriores. La respuesta de Turquía ha sido de un total rechazo y una maniobra deshonesta para expulsar al HDP, la voz principal por la paz, del parlamento. Otros políticos, académicos, periodistas y activistas que se expresan contra la desproporcionada campaña del estado están siendo encarcelados rutinariamente. Las naciones occidentales y las instituciones de gobierno globales han permanecido en su mayoría en silencio respecto a estos temas, vacilando en criticar a las políticas de seguridad de Turquía debido a la posición clave que ocupa en la dirección tanto en la crisis de los refugiados como la difusión de ISIS. Una oscura compensación en el libro de contabilidad de los derechos humanos, con un resultado que aún está por comprender.

Durante la ceremonia de Yusuf en la Casa del Luto, nuestro técnico nos presentó a Omar, un hombre de mediana edad cuya historia es la típica de aquellos desplazados por la renaciente guerra. Él y su familia están entre las 45.000 personas que huyeron del distrito Sur durante los enfrentamientos, de acuerdo a un informe del distrito. Omar viste un traje gris, en conjunto con su pelo y bigote, y mantiene sus pálidos ojos marrones fijos en nosotras mientras hablamos. Aprendimos que él y su familia de seis permanecieron en su casa durante cuarenta días de toque de queda antes de que la lucha finalmente los obligase a irse. “Vimos,” explica su decisión de irse, “que podíamos realmente morir allí.”

Omar y su familia se fueron sin ninguna pertenencia y fueron a quedarse con unos parientes en un abarrotado apartamento en los alrededores de Diyarbakır. Con la ayuda del distrito, él ha alquilado recientemente otra casa donde vive ahora su familia. Estos días, está buscando un trabajo en la construcción e intentando juntar las piezas de su vida de nuevo. El estado turco no ha ofrecido ninguna ayuda y no revelarán ninguna información sobre su antiguo hogar -sin importar si, por ejemplo, se mantiene aún en pie – o que pasará con su querido vecindario en los próximos meses. “Sobre el futuro, no sé nada,” dijo Omar simplemente. “Dijeron, espera, espera, espera, y sigo esperando. Estoy así, viviendo sin información y esperando solamente.”

Durante nuestros viajes por la región, nos encontrábamos una y otra vez con personas como Omar, luchando con los efectos colaterales del conflicto. Con ciudades bajo toque de queda y algunos vecindarios arrasados por los bombardeos, anteriores residentes que se encuentran sin hogar, posesiones, salario, o cualquier recurso legal por lo que les ocurre. Un cálculo reciente recabado por  los distritos regionales pone el número total de personas desplazadas en el sudeste en la impactante cifra de 400.000. Como estas personas desplazadas internamente no reciben ayuda del gobierno central ni de organizaciones internacionales, los distritos dirigidos por los kurdos hacen intensos esfuerzos para proporcionarles una asistencia mínima. Un grupo humanitario que entrevistamos, la “Rojava Solidarity and Aid Association”, fue fundada originalmente para ofrecer asistencia en Siria pero ahora ha desplazado sus esfuerzos dentro de la frontera turca.

Todos esto agrava una compleja situación con Turquía hospedando a unos 2.7 millones de refugiados sirios, muchos de los cuales están también localizados en el sudeste. A lo largo de los caminos entre ciudades, pudimos localizar estos campamentos de refugiados en laderas a tan sólo kilómetros de distancia de las operaciones militares turcas en curso. Mientras los kurdos abrazan la visión de un cuerpo políticos multicultural, los efectos a largo plazo de la campaña estatal contra ellos podría llevar a incrementar la división entre el mosaico de identidades de la región y desestabilizar aún más un ya precario Oriente Medio.

Después de que el servicio por Yusuf termine, volvemos al centro de la ciudad con un oficial del partido quien nos ayudó a coordinar nuestra estancia en la capital. Mirando por la ventana de nuestro coche, hay constantes recordatorios de que Diyarbakır continúa bajo ocupación a pesar de que los enfrentamientos locales han descendido. La policía turca está estacionada en puntos clave a lo largo de la ciudad, barricadas rodean los parques y plazas públicos, jeeps blindados conducen por las avenidas principales, helicópteros rondan por los barrios rebeldes, y los aviones militares rugen por encima en su camino a otras ciudades kurdas bajo asalto. Grandes banderas turcas se exhiben prominentemente de los edificios estatales y los complejos pro-gobierno mientras la bandera del Kurdistán no se puede ver en ningún sitio.

El estado de ánimo actual de las calles es tenso e incierto, incluso aunque muchos residentes van volviendo poco a poco a sus vidas diarias. Nuestro traductor, trasladándonos de oficina en oficina, describe el sentimientos de ansiedad que  impregna la ciudad: “Puedes decirlo por las caras de la gente,” dijo de la atmósfera. “Nadie sonríe.” La economía, central para toda la región, ha caído, dejando tiendas y restaurantes vacíos y muchas personas sin trabajo. Hay una sensación palpable de que la violencia podría estallar cualquier día, ya sea por otra operación de las fuerzas estatales o por un ataque en represalia de los militantes kurdos. Como todos los demás, seguimos las noticias que llegan de las provincias cercanas, las cuales establecen el número de pérdidas más alto cada día.

Cada semana hay asaltos a organizaciones kurdas con sedes aquí, desde partidos políticos y asociaciones civiles a medios de comunicación y grupos humanitarios. A pesar de las circunstancias represivas, figuras del movimiento son generosos con su tiempo y entusiastas por compartir sus experiencias con nosotros. En oficinas decoradas con retratos de mártires, en restaurantes y cafés, en la parte de atrás de taxis y a lo largo de calles empedradas, aprendemos en detalle sobre los asedios de Turquía en curso, por aquellos que están viviendo a través de él. A veces tenemos que detener nuestras conversaciones mientras aviones militares cruzan el cielo y ahogan la voz de nuestro interlocutor. Oímos anécdotas sobre la vida bajo el toque de queda, las dificultades a las que se enfrentan los residentes para adquirir comida y medicinas. Hay historias de abusos por la policía, declaraciones sobre los militares apuntando intencionadamente a civiles.

Los distritos, junto a partidos políticos y organizaciones de mujeres, están trabajando para recabar un dossier de violaciones de los derechos humanos durante las operaciones estatales y pidiendo asistencia internacional para investigar estos crímenes. Turquía, por su parte, se niega a permitir el acceso a las áreas afectadas o responder cuestiones sobre información crucial. La urgente situación que está afectando Diyarbakır, nuestros huéspedes nos recuerdan a menudo, está siendo repetida a los largo de todo el sudeste. Con violencia estatal y desplazamientos masivos en esta escala, una funcionaria de la ciudad insinúa que estamos siendo testigos de una traumática repetición de los años de 1990, el último periodo en el que el conflicto fue muy intenso. “Las generaciones están creciendo con desilusión,” nos contó sin emoción, “y un futuro sin esperanza.”

Durante nuestra serie de entrevistas en la capital, preguntamos constantemente sobre el futuro de la antigua ciudad de Sur. La devastación visitada no es única en este conflicto, pero la situación es excepcionalmente trágica. Uno de los lugares más antiguos de Mesopotamia, una tela multicultural tejida a lo largo de milenios y civilizaciones, el distrito es hogar de incontables sitios antiguos y comunidades de armenios, asirios, y yezidís, además de su mayoría kurda. Sus muros de piedra y jardines adyacentes a lo largo de las orillas del Tigris están reconocidos por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, un estatus que resultó intrascendente en el cálculo militar. Sur, oímos de una de las representantes del HDP, es el corazón de la capital, tanto las raíces históricas de la ciudad como donde una vida plural aún florece. “Si quitas el distrito de Sur de Diyarbakır,” insistió, “no dejas nada sobre Diyarbakır.”

Sur sufrió una destrucción generalizada durante 100 días de toque de queda y enfrentamientos que finalmente terminaron en marzo, dejando alrededor de 250 militantes kurdos muertos de acuerdo al estado turco. El variado distrito se convirtió de nuevo en blanco semanas después cuando el gobierno central se apoderó del territorio bajo una orden de “expropiación urgente.” Citando la vaga necesidad de “remodelación”, el estado ha rechazado desde entonces la vuelta de muchos residentes, demolido grandes franjas del distrito, y propuesto transformar el área histórica en un seguro y brillante centro comercial. Sin información concreta disponible del gobierno turco, no queda claro quien podrá residir aquí después de la reconstrucción. Con sus casas tradicionales totalmente en manos del régimen, los funcionarios de la ciudad y los residentes desplazados temen que pronto el Sur que conocen – toda su historia y su vitalidad – podría ser eliminado.

Políticamente, las pérdidas golpean a los kurdos más duramente, porque el área es como un bastión del movimiento. “Todo en Sur le da fuerza a la identidad kurda, a la lucha kurda,” nos cuenta un consejero municipal. Nos sentamos en su oficina, forrada de estanterías llenas de coloridos volúmenes, a sólo unos minutos del distrito herido. “Esta es probablemente una de las razones,” añade claramente mientras se enciende un cigarro, “por la que el gobierno turco es tan insistente en reprimir a las personas en Sur.” Después de dejar su oficina, caminamos por la ancha avenida hacia el distrito, aún acordonado detrás de puestos de control y vehículos blindados.

Por encima de las verjas arqueadas de la pared de la antigua ciudad, la bandera rojo brillante de Turquía cuelga como un antiguo signo de conquista. La malhumorada policía registra a peatones y vehículos que esperan para entrar. Nos miran atentamente pero, al menos, esta vez no nos detienen. En una posada local conocemos a Alan, un amigo que nos prometió guiarnos a través del laberíntico distrito. Nos cuenta, mientras vamos por la carretera principal salpicada de puestos de control adicionales, que esta pista solía estar tan abarrotada que apenas podías caminar. Ahora muchos escaparates están cerrados y se puede ver a pocas personas.

Esquivando a un equipo policial holgazán en la siguiente esquina, Alan nos lleva al barrio noroeste, donde la lucha fue menos intensa y la cual fue la única parte accesible de Sur durante nuestra visita. Las calles son estrechas, retorcidas y no siguen ningún patrón que podamos descubrir. Encontramos entre los polvorientos callejones a algunas personas limpiando los escombros o reuniendo suministros. Niños curiosos nos siguen por las calles mientras mujeres ancianas no observan desde ventanas resquebrajadas. Todo mientras reina un silencio general.

Alan nos lleva más adentro del barrio y vemos nuestros primeros signos de lucha. A lo largo de una ancha pared, acrónimos de la resistencia están garabateados con spray negro. Agujeros de bala están grabados en las casas cercanas y una barricada de piedra que una vez dividió la calle está ahora derrumbada y deja una caótica pila. Unos pocos bloques más allá, nos metemos entre los escombros de una casa de dos pisos cuya parte de atrás está enteramente derrumbada.

Después de un largo y sombrío paseo, Alan nos guía fuera del barrio y nos lleva de vuelta a la calle principal. Normalmente hablador a todas horas y desafiante en su punto de vista, ahora mantiene la cabeza baja y no dice nada. Seguimos detrás de él con inquietud, nuestra mirada se dirige hacia la mitad este de Sur, donde los enfrentamiento fueron más violentos y donde Yusuf fue asesinado; donde la familia de Omar vivió una vez y donde no pueden volver a entrar. Grandes lonas blancas están colocadas entre callejones para evitar miradas dentro.

Detrás de ellos, el estado turco rompe en mil pedazos las casas restantes y envía camiones que se deshacen de los escombros llevándolos a un vertedero a través del valle. Más de una vez oímos que se han encontrado cuerpos, semanas después, en esas macabras pilas. Esa tarde, vemos desde la colina como camión tras camión repiquetean a lo largo de la carretera llena de baches que lleva fuera de la ciudad. Siguiendo su estela hay plumas de polvo, llevándose trozos de piedras rotas y vidas extinguidas.

Fuente: Guernica Mag.

Autoría: Ryan Richardson y Siddhatha Gurung

Fecha de publicación del original: 19 de julio de 2016

Traducido por Rojava Azadî.

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