Kurdî (kurdo): En busca de una lengua prohibida
Kurdistan au féminin – 21 febrero 2023 – Traducido por Rojava Azadi Madrid
Con motivo del Día Internacional de la Lengua Materna que se celebra el 21 de febrero, volvemos a publicar este artículo sobre la lengua kurda fechado en marzo de 2020 pero que sigue siendo pertinente mientras el Kurdistán siga colonizado.
«¿Quién puede decir que despojar a un pueblo de su lengua es menos violento que la guerra?»
Ray Gwyn Smith
Hoy en día, la probabilidad de oír a un kurdo decirte «soy kurdo pero no hablo kurdo» es muy alta. En efecto, desde la división del Kurdistán a principios del siglo XX, los Estados ocupantes del Kurdistán han querido acabar con la existencia del pueblo kurdo aplicando políticas de genocidio lingüístico porque era muy difícil exterminar físicamente a millones de individuos, a pesar de las numerosas masacres perpetradas, como en Dersim, Zilan, Halabja… Así pues, estos Estados (Turquía, Irán, Irak*, Siria) han prohibido severamente la práctica del kurdo desde la segunda mitad del siglo XX.
Los kurdos no pueden recibir enseñanza en kurdo, no pueden defenderse ante los tribunales, etc., ¡ni siquiera afirmar que tienen una lengua llamada kurdo porque Turquía niega la existencia misma de esta lengua milenaria y ¡la registra como «lengua X» (X como «desconocida»)!
Una mirada retrospectiva a un genocidio lingüístico a través de los ojos de una superviviente.
Mi familia vivía en una granja aislada en las montañas del Kurdistán del Norte ocupado por Turquía (Bakur). Durante el invierno, el único vínculo que teníamos con el mundo exterior era el aparato de radio que mi padre había comprado para él y los raros invitados que venían de los pueblos de los alrededores cuando no había demasiada nieve bloqueando los caminos que llevaban a la montaña. Un día, cuando yo era todavía una bebé, mi padre le dijo a mi madre que a partir de entonces todos los niños debían hablar únicamente turco, porque el Estado turco había prohibido formalmente nuestra lengua, so pena de multa y/o cárcel, etc.
Esta prohibición de hablar nuestra lengua materna causaría traumas insospechados en las nuevas generaciones. Tardé años en darme cuenta de su gravedad. Muchos recuerdos me sugieren esta lenta destrucción de un pueblo a través de su lengua prohibida.
Nuestro pueblo, donde había una nueva escuela primaria, estaba a varios kilómetros de nuestra granja y los nevados meses de invierno impedían a mis hermanos y hermanas ir allí. Así que mi padre tuvo que enviarlos a un internado.
Para «cortar» de raíz la lengua kurda, el Estado turco decidió crear internados** para niños y niñas kurdas en los años ochenta. A partir de los 7 años, los kurdos pasaban el año escolar en internados a merced de profesores y supervisores cuya misión era inculcar la lengua turca a niños y niñas que no sabían ni una palabra de ella y turquificarlos aislándolos de sus familias, su cultura y su lengua. Ni siquiera quiero detenerme en los abusos psicológicos, físicos y sexuales de los que fueron víctimas muchos niños y niñas kurdas en estos internados del horror…
Unos años más tarde, tuvimos que abandonar nuestra granja y nos trasladamos más cerca de la pequeña ciudad donde estaban internados mis hermanos y hermanas. Así pudieron dejar el internado y volver a casa. Pero todos hablábamos turco entre nosotros y nuestro padre. El kurdo estaba reservado para nuestra madre, que hablaba muy poco turco.
Por el hecho de que los profesores nos dijeran día tras día que no había kurdos en «Turquía» (porque para Turquía no había ni kurdos ni Kurdistán), yo, de pequeña, me sentía culpable. Culpable de existir cuando, lógicamente, no debía porque así lo decían nuestros profesores. Culpable también de hablar, en secreto, una lengua que no existía. Así que, un día, cuando nuestra profesora preguntó si había niñas que no supieran hablar kurdo y que levantaran el dedo, lo hice inmediatamente. Era la única y no estaba demasiado orgullosa de mí misma…
Con la escuela, la televisión y la radio turcas, no tuvimos que esforzarnos para olvidar esta lengua clandestina. El Estado turco lo había planeado todo para nosotros. Lo único que teníamos que hacer era dejar que sucediera. Nuestro vocabulario kurdo disminuía día a día, sustituido por el turco, incluso en nuestros sueños, y esto sin «ningún» remordimiento. De todos modos, no nos gustaba esta lengua ilegal. ¿A quién le gusta la ilegalidad, sobre todo cuando eres una niña que quiere hacerlo todo bien?
Yo, la niña «sabia» e «inteligente», era la niña mimada de mis profesores e incluso recibía el apodo de «la turca» en el barrio por haber empezado a hablar turco antes que kurdo, mientras que a los demás niños les costaba más convertirse de la noche a la mañana en pequeños turcos perfectos. ¿Y qué decir de la vergüenza que sentía ante mi madre, que no dominaba el turco? Vergüenza de pertenecer a un pueblo que no debería existir, un pueblo «atrasado», según la definición del Estado colonialista que quería acabar con nosotros turquificándonos como es debido.
Una vez adulta y exiliada en un país occidental (Francia), cuya lengua desconocía, enseguida quise aprender francés para librarme del turco, porque este exilio físico fue el detonante de un retorno mental a mis orígenes. De repente, empecé a tener los famosos recuerdos en los que afloraban todas las humillaciones que habíamos sufrido como kurdas y niñas y la prohibición de hablar nuestra lengua en nuestra propia tierra.
Me pasaba el día escuchando cintas para aprender francés, leía, hablaba con no kurdos para aprenderlo rápidamente. Por la noche, tenía el diccionario «Le Petit Robert» en mi cama (¡siempre digo que Petit Robert fue mi primer amante francés!) En unos meses, conseguí desenvolverme bien y, al cabo de unos años, el francés se convirtió en mi primera lengua. ¡Pero seguía sin hablar bien mi lengua materna y la gente de mi entorno me apodaba esta vez «La Francesa»!
Hace unos meses hablaba con un amigo kurdo que me preguntó si había nacido en Francia porque mi francés era «muy bueno». Le dije que no, que había venido de mayor, sin ir a la escuela. Apenas me creyó. Le hablé de mis dos apodos relacionados con los idiomas, antes de añadir que había conseguido ser turca y francesa y que ahora me tocaba (re)convertirme en kurda y llamarme «Kurdê» (la kurda).
Hoy leo y escribo kurdo, con dificultad, salvo cuando los poemas huérfanos llaman a mi puerta para llevarme al campo. Pero no desespero, conseguiré convertirme en una «verdadera kurda» que hable su lengua, aunque me cueste, tenga que tropezar con las palabras, caer al suelo, después de tantos años pasados en una parálisis lingüística impuesta y ¡viva la venganza de los «vencidos»! (Keça Bênav)
*En otras partes de Kurdistán, en Irak, Irán y Siria, existían más o menos las mismas prohibiciones. Hoy en día, en el Kurdistán autónomo de Irak y en Rojava se enseña la lengua kurda, mientras que en Irán el kurdo sigue estando penalizado… Por eso, hoy en día, muchos kurdos, sobre todo los de Turquía, ya no hablan su lengua, pero muchos luchan por el derecho a reaprenderla y a hablarla; a reapropiarse de su música, sus hábitos y costumbres, expoliados y prohibidos por sus colonizadores. El precio que tienen que pagar los kurdos para conseguir lo que quieren sigue siendo muy alto. A menudo les cuesta la vida, pero siguen decididos.
** Esta decisión implementada ha tenido bastante éxito, con efectos devastadores que pueden adivinarse fácilmente en el nivel psicológico y/o sociocultural de las niñas y niños kurdos y los adultos en que se han convertido.
Para terminar con los derechos o prohibiciones relativos a las lenguas, he aquí una historia escrita por un escritor kurdo sobre la prohibición del kurdo y lo que nos esperaba si la desafiábamos.
«Una barra de pan turco» o cómo prohibir a los kurdos hablar su lengua materna
Es la década de 1980, en una región kurda bajo ocupación turca. Un campesino corre a la panadería del pueblo cuando vuelve del campo y quiere comprar una barra de pan antes de la puesta de sol, que está cerca, porque en esta región kurda el Estado turco ha declarado el estado de emergencia con toque de queda al anochecer. El campesino grita apresuradamente «ka nanakî, bi tirkî.***» en kurdo, que podría traducirse por «una barra de pan, en turco». Este pobre campesino no sabe hablar turco, pero tiene que comprar su pan de alguna manera.
Imaginemos por un momento que esta escena tiene lugar en Francia, durante la ocupación nazi: un campesino de Correze, de vuelta de su campo, corre a la panadería de su pueblo. El sol está a punto de ponerse, pero hay toque de queda al anochecer. Los nazis han prohibido el uso del francés y han impuesto la lengua alemana en todo el país, pero nuestro campesino de Correze no habla ni una palabra de alemán. Así que diría, presumiblemente: «Una barra de pan, en alemán».
De hecho, el Estado turco había prohibido el kurdo en todo el país, incluidas las regiones kurdas, desde la creación de Turquía en 1923. Incluso en sus casas, los kurdos no podían hablar su lengua o serían detenidos y/o torturados y multados. (El Estado turco había enviado funcionarios a todo el Kurdistán con este fin).
Aún hoy, en Turquía, la lengua kurda sigue estando prohibida, aunque en la vida privada se pueda hablar…
*** «Ka nanakî bi tirkî / Bana türkçe bir ekmek ver» es el nombre de un cuento de Cezmi Ersöz, escritor y periodista kurdo.