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Industrialismo: Ley, ciencia e imperialismo

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Industrialismo y democracia son ideas incompatibles. El industrialismo se basa en mecanismos de gobierno por control. El imperialismo contemporáneo es la expansión del industrialismo al militarismo. La democracia debe apoyarse en un tipo de ciencia y ley muy diferente. Democracia y capitalismo deben quedar desvinculados en el discurso público y la práctica política.

 
“Desafiar la Modernidad Capitalista II” – Hamburgo, Alemania – 3 abril 2015
Ponente: Radha D’Souza (Universidad de Westminster)

Video Radha Souza 

Propongo plantear tres cuestiones que creo que son la clave de una nueva política alternativa que llamaré “resistencia con regeneración”. No intentaré responder a esas preguntas hoy. Plantear las preguntas correctas es, sin embargo, el primer paso para encontrar las respuestas correctas. Mi propósito hoy es arrojar algunas ideas para discutir acerca de las alternativas posibles. En la primera parte de la ponencia, hablaré de mi enfoque hacia la cuestión de las alternativas, que yo cuestiono desde el punto de vista del Tercer Mundo, que de hecho engloba a dos tercios del mundo. Mi segundo punto es que la industrialización y la democracia son fundamentalmente incompatibles. La tercera parte hace referencia a nuestra capacidad de desarrollar una nueva base de conocimiento para la “resistencia con regeneración” que desafíe la ley, la ciencia y el imperialismo.

  1. Enfoques del Tercer Mundo sobre las alternativas

En las sociedades del Tercer Mundo, el industrialismo y la modernidad fueron introducidos por el colonialismo y el imperialismo. La modernidad no se desarrolló por contradicciones internas dentro de las sociedades. No fue el resultado de las trayectorias de sus propios desarrollos históricos. Fue una imposición externa de los poderes colonizadores. Esto es cierto para todos los tipos de colonialismo: el colonialismo de colonos o sin colonos, el gobierno directo o indirecto, como por ejemplo, bajo los sistemas de protectorado, o el colonialismo económico, a veces llamado semicolonialismo. Al margen del tipo de colonialismo, la modernidad fue una imposición externa. En ese sentido, el industrialismo y la modernidad en las sociedades del Tercer Mundo son fundamentalmente diferentes del industrialismo y la modernidad de las sociedades europeas y las sociedades europeas de colonos.
En las sociedades europeas, la modernidad se desarrolló con sus propias contradicciones internas e historia, dentro del contexto cultural europeo. El capitalismo se desarrolló desde dentro de las sociedades europeas por las fricciones entre diversas clases sociales. Este hecho es clave a la hora de pensar las alternativas. El saqueo y el expolio del industrialismo europeo continúan sobre la naturaleza, el trabajo y la cultura de todo el mundo colonial. Tuvimos mano de obra esclava, luego por el trabajo no abonado de los aprendices y ahora tenemos trabajadores migrantes y maquilas de compañías transnacionales a lo largo y ancho del planeta. El industrialismo en el Tercer Mundo es el desvío de la riqueza natural y social a manos de inversores externos, fábricas y minas, introduce un cisma o división en las sociedades del Tercer Mundo donde una parte, el sector moderno, está alineado con los poderes coloniales/imperiales; y el sector ‘tradicional’, con el pueblo, la naturaleza y el lugar. Hay una colonización interna apoyada por la colonización externa.
Estas diferencias reales en el industrialismo del Primer y Tercer Mundo deben ilustrar nuestra búsqueda de alternativas. Si bien siempre debemos estar abiertos y dispuestos a aprender de cada cultura y tradición intelectual, debemos observar cuidadosamente si esas ideas encajan en las realidades de esas sociedades con la historia imperial y colonial. No podemos coger ideas desarrolladas en los contextos euro-norteamericanos y esperar que funcionen automáticamente en el Tercer Mundo. Nuestras alternativas deben venir de nuestras realidades. La autodeterminación es el punto de partida de nuestro desarrollo económico, social y cultural. Esto significa que ahora mismo tenemos un problema. Las alternativas para los pueblos del Tercer Mundo tienen una dimensión externa e interna. Internamente, necesitamos encontrar maneras de relacionarnos con nuestras propias naturalezas, culturas e historias para el bienestar económico, social y cultural de nuestro pueblo. Cuando empecemos a hacer esto, inevitablemente nos enfrentaremos a las agresiones externas de los poderes militares más destructivos de los Estados capitalistas. ¿Cómo podemos conceptualizar alternativas que nos permitan conservar la coherencia de nuestras naturalezas, culturas y labores y, al mismo tiempo, defendernos de las fuerzas más destructivas que la civilización humana haya visto jamás?
Es útil recordar que el mundo de la posguerra fue inaugurado por tres acontecimientos: el Holocausto, Hiroshima y Nagasaki, y la partición de la India. El Holocausto demostró las capacidades destructivas de la unión de la lógica de la competencia industrial, la impredecibilidad de los mercados financieros y el poder estatal militarizado. Hiroshima y Nagasaki probaron el poder destructivo de la ciencia a las órdenes por un Estado militarizado. Cabe recordar que Japón había ofrecido su  rendición cuando se produjeron los bombardeos atómicos. La partición de la India demostró al mundo las terribles consecuencias de la democracia y el Estado de derecho cuando son introducidos por los poderes colonizadores. Las semillas de la partición del subcontinente fueron sembradas por políticas coloniales de “gobierno responsable”. El “gobierno responsable”, al igual que la “promoción de la democracia” de hoy, introdujo sistemas electorales basados en los electorados comunales que clasificaban a la gente en base a la religión. Entonces, ¿cómo desarrollamos estrategias que sean regeneradoras internamente y, al mismo tiempo, desarrollen capacidades para resistir la agresión externa?

  1. Industrialismo y Democracia

Tras esta introducción a mi enfoque sobre el industrialismo, pasaré al segundo punto. Quiero empezar recordando que el viejo filósofo tamil, Auvaiyaar, dijo, “Construye pequeño y vive en grande”. Si quieres vivir en grande debes construir pequeño. El industrialismo hace lo contrario. Construye a lo grande y nuestras vidas se vuelven cada vez más pequeñas e insignificantes en los laberintos institucionales que Kafka describe tan maravillosamente bien.
El industrialismo y la democracia son, en esencia, incompatibles. El industrialismo se dedica a la producción a gran escala basada en la división del trabajo a nivel global, depende de la expansión de las escalas. A lo largo de la historia, ha tratado de saltar de escalas locales, nacionales y regionales a escalas globales de producción, distribución y consumo. Las escalas ampliadas de producción, distribución y consumo conllevan una apropiación a gran escala de la naturaleza y los distintos trabajos. Las escalas ampliadas de apropiación requieren de grandes burocracias y ejércitos profesionales que dependen de mecanismos de mando y control. Presuponen mecanismos jurídicos e institucionales en los que se ha eliminado la mediación humana y se basan en la mediación mediante la tecnología y el derecho moderno.
Las grandes presas requieren una un nivel muy alto de gestión, grandes inversiones de inversores globales, Estados centralizados y organizaciones regionales e internacionales. En las últimas décadas hemos visto cómo estos proyectos han llevado a la represión y el desplazamiento en todas partes. El Estado turco quiere modernizar la economía, pero la presa de Ilisu desplaza a los kurdos. Aquí se enfrentan dos miradas sobre la naturaleza y cómo se relacionan los humanos con ella. ¿Y si un Estado kurdo construyera la misma presa? ¿Acaso cambiaría algo? En el Tercer Mundo hemos visto como Estados que se comprometieron con los movimientos de descolonización acabaron sin embargo reproduciendo lo mismo que los Estados coloniales en el pasado. Creyeron que el capitalismo era posible sin colonización y acabaron sin el desarrollo industrial al estilo europeo y sin la independencia nacional por la que habían luchado. Las grandes presas trajeron desplazamientos a gran escala, enormes protestas y resistencia, pero esta vez la resistencia no se produjo los potentes movimientos anticoloniales que sacudieron a los imperios del siglo XIX.
La democracia, en cambio, implica la participación de las personas en las decisiones sobre las personas en su entorno. Los lugares unen la naturaleza con el trabajo y la cultura. El industrialismo se desarrolló rompiendo las relaciones entre la naturaleza y los pueblos. La ruptura primigenia rompió los vínculos de tanto la naturaleza como el trabajo con el lugar. Abrió el camino para que se mercantilizara la naturaleza y trabajo y despojó a ambos de un lugar. La tecnología permite que el agua del río que pasa por el jardín de mi casa sea transferida a un lugar distante. Podría estar viviendo en un valle de un río caudaloso y no tener agua para beber porque las compañías embotelladoras se han apropiado a gran escala de los recursos acuíferos. Las tecnologías imponen arquitecturas a las sociedades. Da lo mismo que la apropiación masiva de la naturaleza y el trabajo se lleve a cabo por un  Estado liberal, socialista o nacionalista.
La democracia, en cambio, presupone restaurar la unidad entre los pueblos y la naturaleza. Esta unión entre la naturaleza y las personas solo puede darse en los lugares, no en un mundo de instituciones burocráticas que ha perdido los lugares. El industrialismo del siglo XIX se ha transformado en el militarismo del siglo XX. Las dos guerras mundiales cambiaron de manera radical el carácter de la ciencia industrial y de las instituciones del Estado y de la sociedad. Desde entonces, el militarismo ha sido el motor que ha impulsado la innovación tecnológica, científica, legal e institucional. Las cuestiones que se investigan desde la ciencia y el derecho las establecen las demandas del militarismo y la gobernanza. El siglo XX introdujo nuevos campos en la ciencia, como la psicología social, las ciencias de gestión y el comportamiento organizativo, la cibernética y las tecnologías de comunicación. Todos estos campos e invenciones fueron desarrollados durante las guerras mundiales para llevar a cabo la guerra, no la paz. Las guerras mundiales fundieron instituciones del Estado, militares, organizaciones de la sociedad civil como las universidades y las asociaciones y la investigación de las ciencias sociales, de tal manera que las fronteras entre lo público y lo privado, el Estado y la sociedad, se desdibujaron en la era de posguerra. Las puertas giratorias funcionan entre las burocracias corporativas, científicas, legales y del conocimiento, y ocasionalmente, leemos alguna noticia escandalosa sobre ello en la prensa.
Las grandes instituciones son complejos de leyes donde el poder se concentra en pequeños nodos. La democracia, por otra parte, se basa de la contracción de escalas, conlleva la participación de personas localizadas en lugares. Los lugares unen la naturaleza, el trabajo y las culturas. La ideología del lugar es la «regeneración», la regeneración de la naturaleza, de la sociedad y de la vida. La ideología del militarismo industrial es el «fronterismo»: la conquista de  pueblos, naturalezas y culturas. La democracia real presupone una ciencia y un derecho muy diferente. La ciencia es el estudio de la naturaleza. La ciencia industrial estudia la naturaleza para apropiarse de ella para la producción,  distribución y consumo a gran escala. El derecho es el estudio de las normas que rigen las relaciones humanas, entre humanos y con la naturaleza. El derecho en las sociedades industriales crea complejos de grandes instituciones dentro de los cuales coloca a las personas – el lugar de las personas en ese mundo se sitúa en esta u otra corporación, esta o aquella organización,  dentro de las cuales tienen que vivir. Restablecer la unidad de las personas y de los lugares exige una ciencia y una ley muy diferente a la que sustenta el militarismo y el industrialismo.
El problema que tenemos, es que el industrialismo combina la modernidad y la democracia. Esta combinación y asociación del modernismo con la democracia es problemática, sobre todo en el Tercer Mundo, donde el gobierno colonial creó instituciones que eran de todo menos democráticas. Muchos movimientos radicales en distintas partes del Tercer Mundo han subrayado la incompatibilidad del desarrollo industrial expansionista con la democracia formal. El reto es: ¿cómo desvinculamos los dos conceptos: industrialismo y democracia, en el discurso público y la práctica política? Esta es otra cuestión que deberán abordar las alternativas políticas.

  1. “Resistencia con Regeneración”: Desafiar la ley, la ciencia y el imperialismo

Llego a mi último punto sobre el fundamento del conocimiento de la “resistencia con regeneración”. La base del conocimiento para el industrialismo es lo que llamamos Ilustración europea. Esta no es de ninguna manera un solo cuerpo homogéneo de conocimiento. Sin embargo, avanzó desafiando la autoridad de la Iglesia y de la teología, se desarrolló en el curso de la lucha contra el feudalismo europeo. El feudalismo europeo se basaba en la autoridad de la Iglesia para organizar el poder y el orden en el mundo y en la teología como fuente de derecho. La Ilustración europea se desarrolló como la antítesis de la Iglesia y la teología. En la Ilustración, las ciencias del pensamiento tomaron el lugar de dios, y el Estado el de la Iglesia. La estructura del conocimiento de la Ilustración portaba las huellas de las tradiciones intelectuales europeas. Por supuesto, se inspiró en la Europa pre-cristiana, en particular de Grecia y en Roma, por su desafío científico y jurídico de la Ilustración, pero conservó la estructura de pensamiento que la Iglesia y la teología habían arraigado en la sociedad europea. Los fundamentos culturales de la modernidad europea siguieron siendo coherentes con la historia y las tradiciones europeas. No fue el caso en las colonias. Ahí, la ciencia colonial destruyó el nexo entre el mundo natural y el social. La ciencia no fue el resultado de transformaciones sociales dentro de la sociedad, sino más bien de la introducción colonial para expropiar la naturaleza y el trabajo. Las raíces de la ciencia moderna son, en el mejor de los casos, endebles en el Tercer Mundo.
Durante más de quinientos años el pensamiento ilustrado ha dominado las ideas de la ciencia y el derecho y ha llevado a la civilización humana a un precipicio. El peligro medioambiental nos rodea por todas partes. Hemos perdido la capacidad de tomar decisiones sobre nuestras necesidades cotidianas básicas, como qué comida comemos, qué agua bebemos o con qué material construimos nuestros hogares. Vivimos en un mundo de incertidumbres: un colapso bancario, un desastre nuclear, una desastre natural, una decisión social, económica o técnica equivocada, tomada en algún lugar de Washington o Ginebra, un pequeño error en cualquier lugar puede dar lugar a pérdidas a gran escala y afectar a sectores importantes de la sociedad a menudo alejados del lugar donde se tomaron las decisiones. Con la expansión de las escalas de producción, distribución y consumo, también aumentan los desastres. Lo que resulta interesante de la ciencia de posguerra es que los científicos que aportaron grandes descubrimientos para la ciencia, fueron los primeros en reconocer que quizá habían creado un monstruoso Frankenstein. Tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, Einstein dijo: «Si hubiera sabido que esto, hubiera sido zapatero». Oppenheimer, Nobert Weiner, Berners-Lee, entre otros, se convirtieron en los críticos de sus propias invenciones. Y uno debe preguntarse, ¿por qué? La crítica de sus propios descubrimientos sugiere una disyuntiva entre el desarrollo de la ciencia y las instituciones sociales, incluidos los contextos legales y constitucionales donde se desarrolla la ciencia.
Lo mismo ocurre con el derecho. «No hay tal cosa como la sociedad», dijo Margaret Thatcher, profeta del neoliberalismo. La elevación del derecho contractual a todas las esferas de la vida humana ha destruido la noción misma de sociedad. Desde el espacio al cuerpo, todo puede ser objeto de contrato. Existe un cuerpo extenso de leyes sobre los contratos de subrogación y cómo deben ser escritos. Los contratos entre organizaciones financieras internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional y los Estados del Tercer Mundo dictan los tipos de cambios constitucionales y legales que deben adoptar estos Estados. Los pensadores ilustrados elevaron los contratos a un nivel metafísico porque eran voluntarios y desafiaban la fuente sobrenatural de la ley teológica. Sin embargo, debemos preguntarnos donde queda la voluntad de una mujer pobre en un país del Tercer Mundo a la hora aceptar un contrato de maternidad subrogada con una pareja europea sin hijos, o de un hombre pobre que acepta donar un riñón a una persona rica porque no tienen otros medios de conseguir el dinero que necesitan.
El derecho y la ciencia fueron fundamentales para el pensamiento ilustrado. Gran parte del conocimiento moderno se desarrolló a partir de su marco conceptual de preguntas sobre las relaciones humanas con la naturaleza y entre sí. Al resistir el feudalismo, los pensadores de la Ilustración se rebelaron contra los vínculos al lugar, contra la sacralidad de la naturaleza porque la dictaba Dios, contra la ley natural porque tenía su origen en la teología. Sin embargo, no hubo revoluciones contra el feudalismo en el Tercer Mundo. Allí, el imperialismo cooptó a las sociedades feudales en su totalidad en estructuras imperiales de poder y gobernanza. Desde el colonialismo, el feudalismo y el imperialismo han coexistido reforzándose mutuamente. No resulta sorprendente que no se desarrollara ninguna ciencia o ley nuevas a partir de las luchas de liberación nacional.
Los movimientos de liberación nacional creían que una vez que se deshicieran de los gobiernos coloniales, la ciencia moderna y el constitucionalismo podrían estar al servicio del bienestar de su pueblo. En su lugar, el imperialismo reapareció como neocolonialismo y más tarde como neoliberalismo, en gran parte gracias a la ciencia, la tecnología, el derecho y las instituciones. De igual manera, las revoluciones socialistas sirvieron de inspiración a los retos políticos del capitalismo. La reconstrucción socialista se basó en la misma ciencia y en los mismos sistemas legales positivos que había producido la Ilustración. Los socialistas creían que quitando a los capitalistas del poder, podrían aprovechar la ciencia ilustrada y el derecho moderno para crear una sociedad justa e igualitaria. La mayoría de los agricultores reconocerán el dicho «no se puede sembrar una semilla y cosechar otra fruta». Ocurre lo mismo con el conocimiento. Einstein dijo que «ningún problema puede resolverse desde el mismo nivel de conciencia que lo creó». No podemos usar el conocimiento capitalista para construir el socialismo o el conocimiento imperialista para ejercer la autodeterminación. A la hora de pensar las alternativas, el desafío es: ¿podemos ir más allá de la crítica de la economía y la política para investigar las condiciones previas que sustentan el tipo de economía política que tenemos? ¿Cuáles son los axiomas del complejo militar-industrial en el que vivimos? ¿Qué tipo de conocimiento necesitamos para construir una sociedad que sea la antítesis de la Ilustración? ¿De dónde vendrá ese conocimiento?
 
Dra. Radha D’Souza es profesora numeraria de Derecho, especializada en Derecho Internacional y Desarrollo, Derecho en las Sociedades del Tercer Mundo y Conflictos por los Recursos en el Tercer Mundo. Es activista por la justicia social y las libertades civiles en la India y a nivel internacional.

0 comentarios en «Industrialismo: Ley, ciencia e imperialismo»

  • Por un lado creo que en el momento de definir la postguerra mundial, olvidas los procesos revolucionarios de modelo bolchevique, que es precisamente entonces cuando se empiezan a manifestar fuera de Rusia (y por lo tanto de Europa, aunque Rusia siempre fuera periférica y semicolonial en Europa): primero China y Vietnam del Norte, luego el resto de Indochina, Cuba, varios países africanos, adoptan este modelo para su emancipación más o menos exitosa (en el caso de China al menos no hay duda que le ha funcionado tan bien como el modelo de desarrollo «prusiano» para Japón un siglo antes).
    Por otro lado, hay que decir que incluso en Europa tenemos procesos semi-coloniales. Ya he mencionado Rusia pero otro caso muy evidente es la Península Ibérica (y por supuesto la Balcánica). En mi caso particular, como vasco, cuando estudiamos la historia del siglo XIX vemos como hay terribles guerras (Guerras Carlistas) iniciadas por el rechazo de los mineros libres (una herencia de revoluciones campesinas antiguas) a ceder su derecho a las minas comunes a la propiedad privada capitalista impuesta por el estado español al servicio de los intereses imperialistas británicos. Que a pesar de todo eso, gracias a la existencia de un amplísimo campesinado libre pre-existente, se desarrolle una burguesía «nacional» (supeditada siempre a intereses y dominación extranjera), no quita para que el proceso de industrialización sea colonial e impuesto desde fuera. Incluso en Gran Bretaña misma, la cuna del Capitalismo, vemos en las famosas (o infames) «enclosures» como los campesinos, muy en particular los escoceses, irlandeses, etc., son obligados a ceder sus derechos sobre la tierra para convertirse en proletariado urbano desestructurado. En este sentido, lo que vemos en el llamado «Tercer Mundo» es una repetición de lo que ya se había producido en Europa, y es algo que naturalmente continúa tras la independencia formal de las colonias, puesto que el Capitalismo no tiene patria (pero los pueblos, las clases trabajadoras sí, o eso tienden a creer, ya que lo único que les queda son precisamente los lazos y valores sociales, en gran medida «étnicos», que por mucho que los niegue Thatcher están ahí desde el origen de la humanidad).
    Con esto no quiero justificar nada sino subrayar que el proceso Capitalista es el que es, al margen de cual sea su centro. Y que el uso exitoso del Capitalismo (incl. su variante «sin burguesía» de los bolcheviques y sus imitadores) por parte de potencias como Japón y China, o Rusia misma, que ya he mencionado que era en gran medida un estado semi-colonial hasta 1917, evidencia que no es una fuerza exclusivamente europea. De hecho cada vez lo es menos y con la globalización lo que se va produciendo es también una transferencia de poder y centralidad económica a centros coloniales. Nada es eterno y la centralidad europea tampoco.
    Nada de esto soluciona el Capitalismo, ni siquiera el intento semi-exitoso bolchevique-maoísta de crear un Capitalismo sin burguesía. Pero sí que nos sirve para plantarnos en un análisis realista.
    Efectivamente, si plantams Capitalismo, cosecharemos Capitalismo. Cómo superar el Capitalismo? Ese es el gran problema. Sin duda el Capitalismo nos lleva por senda de la crisis, crisis que, al menos en el centro capitalista es actualmente irresoluble en parámetros capitalistas, que sólo puede tener solución en parámetros de: (a) triunfo de las máquinas sobre la humanidad (escenario Terminator), (b) creación de un nuevo sistema explotador «post-humanista» o «transgénico» (escenario «Un Mundo Feliz» de Huxley) o (c) revolución eco-socialista o eco-comunista. Honestamente en Europa no veo claro cual es la salida más probable, porque la pirámide poblacional está extrañamente invertida y son los viejos con ideas viejas (reaccionarias pero muy ineficaces) quienes están ahogando a la juventud y, o bien la juventud pasa anti-democráticamente por encima de sus abuelos y abuelas, o bien habrá que esperar a que éstas mueran.
    En la periferia o «Tercer Mundo»? No me atrevo a dar recetas. Sin duda hay elementos de esperanza desde Venezuela y Bolivia a Kurdistán, pero lo que predomina claramente es el desarrollismo capitalista con todo lo que conlleva. Kurdistán y sobre todo Rojava es un proceso muy interesante porque coge lo mejor de todas partes y lo convierte en realidad localmente. Ahora bien, mi temor es a que ocurra algo parecido a lo que pasó con el Zapatismo, que al final se quede limitado a su realidad étnica o local específica y no acabe de penetrar en una geografía más amplia. Nuestra época sin embargo no es 1994, en plena burbuja crediticia del Capitalismo Toyotista tardío, sino una época que exige soluciones radicales a problemas tremendos para los que el Capitalismo ya parece haberse quedado sin los trucos de ilusionista que tenía entonces.
    Creo sinceramente que esta década que viene, los 2020s, habrá importantísimas revoluciones. Dónde exactamente? No lo sé, quizá en todas partes: Brasil es un candidato, Estados Unidos mismo es un candidato, algunas zonas de Europa son candidatas y sin duda Kurdistán está ya en ello. Pero estoy seguro de que tengo muchos puntos ciegos.

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