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Estado Nación – ¿Dios en la Tierra?

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El estado-nación, la forma dominante de organización estatal de los tiempos actuales, parece estar en crisis. Esto es especialmente cierto en Oriente Medio. ¿Qué puede emerger del caos actual?

Ponente: David Harvey
«Desafiar la Modernidad Capitalista II» – Hamburgo, Alemania – 3 abril 2015

Video_- David Harvey

Escribo estas palabras a raíz de una conferencia informativa e inspiradora de la que aprendí mucho, incluyendo el simple hecho de que tengo aún mucho que aprender sobre la situación kurda y la enmarañada red de la política de Oriente Medio. La inspiración se deriva de las exposiciones relativas a las reconfiguraciones radicales del ejercicio de los poderes gubernamentales que se están llevando a cabo en Rojava, en el norte de Siria, siguiendo los pasos de una victoria amarga de los militantes kurdos sobre el ISIS, que dejó atrás un devastado paisaje abandonado por el estado sirio.
Se me pidió, sin embargo, que hablara en la conferencia sobre el estado nacional. He evitado parcialmente hacerlo porque ese término siempre me pone nervioso. Combina dos palabras en un concepto y se presenta a menudo como una identidad cuando representa una contradicción.
El Estado es un acuerdo político e institucional territorialmente definido, dentro del cual se localizan de manera exclusiva ciertos poderes, generalmente agrupados bajo el paraguas de la soberanía estatal. El Estado capitalista suele tener el monopolio sobre los medios de violencia, regula los medios de intercambio (aunque en la zona Euro, los estados rinden ese derecho a una autoridad supraestatal) y tiene poderes para determinar leyes y aparatos reguladores dentro de ese territorio sobre el que tiene jurisdicción soberana. También suele desempeñar un papel clave en la planificación y construcción de infraestructuras físicas y sociales dentro de su territorio.
Por otra parte, la nación es una colectividad de personas unidas entre sí (a menudo sin rigidez) por puntos comunes de ascendencia, idioma, cultura, costumbres, historia, recuerdos colectivos, afiliaciones religiosas o identidades étnicas. La población puede estar o no concentrada geográficamente. Si hay una unidad del estado-nación (¿debería escribirse con guión?) es claramente lo que Marx llamaría una «unidad contradictoria». Resulta que casi todos los estados son plurinacionales, pero no lo reconocen en sus acuerdos constitucionales (no así con las constituciones recientes de Ecuador y Bolivia). Gran Bretaña, Canadá, Bélgica, Finlandia, Turquía y casi todos los estados de Oriente Medio son plurinacionales. En otros casos, como Francia, lo que antes era un territorio plurinacional se ha fusionado en una identidad lingüística por siglos de coacción y consentimiento. En el estado turco, el nacionalismo tras el fin del Imperio Otomano llevó a la expulsión de los griegos y de los judíos, al genocidio de los armenios y a la exigencia sobre los kurdos de asimilarse totalmente a la identidad nacional turca. En los Estados Unidos ha habido un largo intento, pero en gran parte fracasado, de hacer que todos, independientemente de sus orígenes, «se fundieran anglosajones» en el «crisol» que es Estados Unidos.
La importancia de la identidad nacional para el Estado es que ésta es el principal medio por el cual el Estado adquiere legitimidad y consentimiento para sus acciones y solidaridad entre sus ciudadanos, independientemente de su clase, género, religión y etnia. «El interés nacional» se utiliza para justificar políticas y acciones, incluyendo la guerra y la paz. La frase «por razones de Estado» suele referirse a acciones que no pueden justificarse abiertamente por el interés nacional. Sin embargo, es difícil lograr un sentido de identidad nacional sin patria. En el mundo contemporáneo existen algunos estados en busca de una nación (en particular los tallados por los colonizadores británicos y franceses, que son responsables de la mayoría de las fronteras estatales que ahora vemos en el mundo) y algunas naciones en busca de un estado (como ha sido evidentemente el deseo del movimiento kurdo no PKK, los cachemires y, más recientemente, los catalanes, los vascos y los escoceses). Ésta es una contradicción fundamental en la organización humana que Ocalan desea trascender. Aplaudo un proyecto de este tipo. Todos los estados plurinacionales deben tener constituciones plurinacionales. Yo no apoyaba la independencia escocesa cuando estaba inspirada en el nacionalismo, pero cuando se convirtió en un impulso para crear un espacio autónomo dentro del cual pudieran construirse políticas anti-austeridad y un modelo social más socialista, pasé a apoyarlo.
Si ni el Estado ni la Nación pueden reunir a pueblos diferentes, entonces ¿qué lo puede?
Cuando estuve en Diyarbakir hace dos veranos, me encontré con un folleto que informaba sobre las conclusiones de un censo de habitantes de una cierta parte de la ciudad, realizado en algún momento del siglo XIX. Lo que me asombró fue cuántas familias que observaban religiones muy diferentes y que aparentemente usaban lenguas diferentes vivían en el mismo espacio, y me pregunté cómo podrían relacionarse todas entre sí. Una respuesta obvia es a través del intercambio de mercado. Una hogaza de pan y un par de zapatos hablan, por así decirlo, el lenguaje común de la mercancía y éste es un lenguaje que todas las personas pueden entender, independientemente de su idioma, religión y etnicidad. Éste es el aspecto positivo del intercambio de mercancías. Las mercancías pueden intercambiarse -zapatos por barras de pan-, pero a medida que las relaciones de intercambio proliferan en el espacio y el tiempo, entonces se hacen necesarias las formas de dinero, externalizando así la distinción entre el valor de uso y el valor de intercambio solidificados dentro de la mercancía en una relación entre dinero por un lado y todas las mercancías en el otro. Pero, ¿qué representa el dinero aquí? La respuesta, dice Marx, es el trabajo social que hacemos por otros arbitrado por medio del intercambio de mercado. Este trabajo social lo llama «valor». El valor al que da lugar el intercambio de mercado se convierte en el regulador de las relaciones de intercambio de mercado que le dan origen. El valor es lo que todas las mercancías tienen en común y el dinero es su expresión material. El valor es, en efecto, la expresión inmaterial pero objetiva del trabajo social oculto dentro de la «mano oculta» del mercado de Adam Smith. Pero, ¿qué hace realmente el dinero y quién lo controla? Solía ​​haber dinero como el oro y la plata, pero ahora están los bancos centrales, que tienen un papel crucial, tanto que podemos decir que vivimos bajo la dictadura de los bancos centrales del mundo. En el referéndum escocés, la capacidad de desafiar la austeridad quedó frenada por la promesa de mantener la libra británica como medio de intercambio y, por tanto, estar subordinada a la política monetaria del Banco de Inglaterra. Ser autónomo con respecto a las políticas sociales es factible, pero la autonomía del mundo del dinero no lo es.
Las formas de dinero y el intercambio de mercancías no pueden funcionar sin acuerdos de propiedad privada asignados a individuos jurídicos. Además, la calidad y la integridad de la forma de dinero tiene que quedar garantizada. El Estado capitalista existe, entre otras cosas, para garantizar los derechos individuales de propiedad privada y la integridad de la moneda. Esto implica la regulación estatal de comportamientos individuales que contradicen las libertades individuales supuestamente inherentes a los derechos de propiedad privada. Los estados autoritarios y autocráticos contrastan con los estados de laissez faire (dejar hacer). Los movimientos de propietarios privados individuales (como el tea party liberal en los Estados Unidos) surgen contra la «excesiva» regulación estatal y los impuestos, hasta que el caos de la actividad excesivamente individualizada genera una crisis que tiene que ser resuelta por la intervención del Estado capitalista.
Sin embargo, surge un problema porque con la forma de dinero no hay nada que impida a los particulares apropiarse de la riqueza social (valor). Esto tiene toda una serie de consecuencias sobre cómo se define una economía capitalista. Permite, por ejemplo, que una clase capitalista monopolice tanto la riqueza social como los medios de producción, dejando a una clase obrera sin otra opción que vender su fuerza de trabajo como mercancía en el mercado de trabajo para sobrevivir.
Fíjense en algo sobre este bosquejo de la teoría del capital de Marx. El capital se expresa como una serie de contradicciones entrelazadas:

  • Valor de uso versus valor de cambio
  • El dinero (la representación del valor) versus el valor (trabajo social)
  • Propiedad privada frente al Estado
  • La apropiación privada versus la producción colectiva de riqueza social
  • Propietarios (capitalistas) versus no propietarios de los medios de producción (trabajadores).

Éstas son las primeras cinco contradicciones sobre las que escribo en un libro recientemente publicado titulado “Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo”. Yo tenía un doble objetivo al escribir este libro. El primero era tratar de llegar a una definición más clara de lo que significa ser anticapitalista, porque he notado que muchos individuos y movimientos sociales indican vagamente que son anticapitalistas sin saber realmente qué puede significar. En segundo lugar, quería provocar una discusión sobre por qué todos debemos ser anticapitalistas ahora. En breve abordaré brevemente ambas ideas. Pero, antes de hacerlo, déjenme ilustrar cómo las contradicciones entrelazadas trabajaron juntas en la reciente crisis. Voy a utilizar como ejemplo el papel de la vivienda y el mercado inmobiliario en la génesis de la crisis de 2007-2008.
LA CRISIS
1 VALOR DE USO – VALOR DE CAMBIO. Los apologistas del capitalismo nos dicen que la mejor manera de obtener valores de uso para la gente, como la vivienda, es establecer un sistema de mercado «eficiente». Privilegiar los valores de cambio y la obtención de beneficios puede aportar valores de uso para la gente de manera eficiente y a bajo coste. Sin embargo, en 2007-2008, el sistema de valores de cambio privó a más de 6 millones de propietarios del valor de uso de su vivienda en los Estados Unidos. En realidad, el sistema de valores de cambio sólo ha funcionado para las clases medias y los ricos. Nunca ha proporcionado vivienda decente y asequible sin subsidios públicos para el tercio inferior de la población. Esto es así porque el acceso a la vivienda se obtiene en función de los ingresos.
VALOR MONETARIO  El valor está anclado en el trabajo social, pero su representación en forma de dinero no es tan restringida. El dinero puede convertirse en un instrumento especulativo tal que el precio puede ser extraído de las cosas (como la tierra) que no son productos del trabajo humano. El rápido aumento de los precios en los últimos años en los mercados de la vivienda de Irlanda a Turquía, a China, a Nueva York y Sao Paulo, proporciona pruebas convincentes de que el exceso especulativo de los precios monetarios de los activos está quedando fuera de control en relación con el valor como trabajo social. Como consecuencia, vemos viviendas construidas para los ricos como inversión especulativa (conveniente para el lavado de dinero) y no para vivir, mientras que la vivienda asequible para los pobres queda desatendida.
LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL ESTADO  Las políticas estatales capitalistas han favorecido durante mucho tiempo la propiedad de la vivienda en los países capitalistas avanzados, en parte debido a que los «propietarios de viviendas con deudas no se declaran en huelga» y porque los propietarios derivan naturalmente hacia la propiedad privada y el sistema capitalista. Los propietarios privados quedan unidos a sus casas como posibles valores de cambio, así como valores de uso. Se convierten en exclusivos y favorecen la segregación social para mantener fuera a las personas no deseadas. Especularon con los valores de sus viviendas. En Estados Unidos, el Estado trató de incorporar grupos hasta entonces excluidos del sueño americano de la propiedad de vivienda mediante reformas hipotecarias y subsidios a productores y consumidores de viviendas. Esto, junto con una política de bajas tasas de interés sobre las hipotecas, fue lo que produjo el auge económico basado en la vivienda desde 2001 a 2007 y la posterior crisis que llevó a una grave alteración del sistema financiero.
APROPIACIÓN PRIVADA DE LA RIQUEZA SOCIAL   Se inventaron nuevos esquemas para comercializar nuevas formas de financiación de vivienda para producir una vasta ola de financiación subprime (de alto riesgo), de tal forma que abogados, contables, ofertantes de hipotecas, bancos, todos ellos se hicieron ricos al absorber en sus esquemas a poblaciones vulnerables en una vasta ola de acumulación por desposesión, escondida bajo el auge especulativo del valor de la vivienda. Cuando llegó la crisis, dejó atrás un visible paisaje de robo, hurto e ilegalidad que, en el caso de los Estados Unidos, ascendía a una de las más dramáticas transferencias de riqueza de una clase a otra en la historia de los Estados Unidos.
SE PROFUNDIZAN LAS DIFERENCIAS DE CLASE   En 2008, Wall Street pagó casi $ 50 mil millones en bonos a los que se habían estrellado contra el sistema financiero mundial. Hacia el mismo tiempo, la población afroamericana perdió más del 60% de sus activos, los inmigrantes hispanos casi lo mismo y las poblaciones blancas perdieron cerca del 30% del valor de sus activos (sumando todo ello alrededor de $ 100 mil millones). La rica clase capitalista ganó una buena ocasión y las partes más vulnerables de la población perdieron mucho. Tras la crisis, los hedge funds (fondos de cobertura, instrumentos de inversión alternativa y de alto riesgo) y los grupos de capital privado se hicieron con la compra de las propiedades cuyas hipotecas habían sido ejecutadas para alquilarlas con rentas de monopolio. Los ricos se hacen más ricos (incluso en medio de una crisis enorme) y los pobres se hacen más pobres (sufriendo el peso de la crisis). Llanamente, los ricos deben ser despojados de sus ganancias mal adquiridas y la riqueza redistribuida equitativamente sobre el principio «de cada uno de acuerdo a su capacidad y a cada uno de acuerdo a sus necesidades».
Espero que perdonen que recurra al ejemplo de los Estados Unidos que es, por supuesto, el lugar que conozco mejor. Pero pensé que era importante ilustrar que lo que a primera vista aparece como categorías y contradicciones muy abstractas ideadas por Marx en ‘Capital’ puede ser usado para ilustrar lo sucedido en el período previo a la crisis de 2007-2008, al mismo tiempo que indica qué tipo de transformación social será necesaria para un futuro anticapitalista.
POR QUÉ SOY ANTICAPITALISTA
No soy anticapitalista por un defecto en mi ADN. No soy anticapitalista porque fuera educado para serlo o porque se produjera algún evento traumático o brutal en mi historia personal que me desviara en esa dirección. Ni siquiera soy anticapitalista porque no pueda soportar toda esa televisión que muestra promesas de un mundo de ensueño que nunca se materializa (aunque esto agrega algo a mi fervor anticapitalista). Soy anticapitalista por motivos racionales. He llegado a la conclusión de que toda persona racional también debe ser anticapitalista. Soy consciente, por supuesto, de que en estos tiempos posmodernos y post-estructuralistas y en un mundo donde la emoción tiene prioridad sobre la razón incluso en la izquierda, esta insistencia en la racionalidad no está de moda. Soy racional, no en el sentido de la Ilustración (aunque creo que la Ilustración todavía guarda mucho que elogiar), sino en el simple sentido de que creo que es racional salirse del camino cuando un automóvil con exceso de velocidad pierde el control en tu dirección.
Comencé a leer a Marx a los 35 años porque estaba profundamente insatisfecho con la teoría social que había estado leyendo. Parecía tener poco o nada que ver con los procesos políticos y económicos que se desarrollaban a mi alrededor. Puesto que en mi primera lectura realmente no tenía mucha idea de qué iba ‘Capital’, decidí aprender de la mejor manera que sé, que es enseñar, y lo enseñé cada año (a veces varias veces) durante cuarenta años o así. Al hacerlo me familiaricé mucho con las contradicciones del capital y con las formas en que estas contradicciones han producido crisis periódicas. También me quedó claro que las crisis no eran sólo momentos de colisión de múltiples contradicciones, sino también momentos de oportunidad para que el capital se renovara o cambiara su forma. Pero también se trataba de momentos en los que los movimientos sociales podrían afirmar su poder para cambiar el rumbo de la evolución capitalista o para comenzar el complejo trabajo de búsqueda y construcción de alternativas.
Hay, sin embargo, algunas contradicciones que son particularmente peligrosas en nuestros tiempos (en contraposición a las que Marx trató en su tiempo). Una de ellas es el estrés de mantener el crecimiento compuesto para siempre. El capital tiene que aumentar o morir y el crecimiento es, por tanto, un aspecto no negociable de su propio ser. La acumulación de crecimiento se convierte en un problema cada vez más importante según pasa el tiempo, y con la entrada del bloque soviético y China en el sistema capitalista global, además de un aumento masivo de la mano de obra global de dos a tres mil millones de trabajadores asalariados desde 1980, aparecen claros límites para un mayor crecimiento compuesto. Esto se ve exacerbado por otra peligrosa contradicción, constituida por la degradación ambiental global. Además de eso, el creciente uso de la mecanización, la automatización, las tecnologías de la información y la inteligencia artificial, hace que la posibilidad de un trabajo significativo y satisfactorio sea cada vez más remota. Gran parte de la población trabajadora se convierte en un ejército de reserva industrial inestable y transitorio o condenado a un trabajo insignificante y degradante. Cuando todo esto se combina con el consumismo cada vez mayor, gran parte del cual no tiene sentido en relación con el deseo de satisfacción real, el resultado es la alienación generalizada de las poblaciones humanas. Esta alienación se agrava muchas veces por la falta de democracia y un sistema político construido por las élites y en beneficio de ellas. El resultado es brotes de malestar, a veces incoherente, pero masivo.
El crecimiento compuesto, la degradación ambiental y la alienación generalizada son las tres contradicciones más peligrosas de nuestro tiempo. Si bien el capital podría en principio sobrevivir a todas ellas, sólo lo haría bajo represiones draconianas y violentas y la militarización de la vida cotidiana, por no decir nada de guerras civiles y revueltas urbanas surgiendo por todas partes.
Esta es la situación que me impulsa a ser anticapitalista y a preguntarme cómo se reconfigurarán las contradicciones del capital para que la vida de todos pueda ser mucho más gratificante, segura y satisfactoria.
UNA AGENDA ANTICAPITALISTA
Como mínimo, ser anticapitalista significa encontrar una manera de reemplazar un modo de producción capitalista por alguna alternativa que no descanse en la acumulación perpetua de más y más capital habitualmente en cada vez menos manos, una proliferación de la degradación ambiental y la creciente alienación de las poblaciones humanas: alienación del trabajo, del consumismo redundante, de la sociedad civil y el Estado, de las falsas promesas de una democracia monetizada y de la propia naturaleza.
Las revoluciones no son acontecimientos. Son procesos -a menudo lentos y parciales- que permiten que una nueva forma de sociedad salga del vientre de la vieja. Pero estos procesos necesitan dirección. Esto es lo que la revolución neoliberal comenzada en los años setenta, gracias a la teoría del monetarismo y al cambio en la subjetividad política desde la solidaridad de fuertes movimientos sociales hasta el individualismo del mercado, desde las economías de mando operando bajo dirección estatal hasta la superación de la soberanía del Estado por el poder de los obligacionistas y mucho más. Lo que este movimiento revolucionario hizo fue mostrar claramente que las revoluciones y evoluciones de movimiento lento son posibles. ¡Pesimistas de la izquierda, por favor, tomen nota!
Pero hay mucho trabajo por hacer. Parte de la tarea de la teoría es trazar un camino plausible hacia la transformación revolucionaria y esto es lo que intento hacer en ‘Diecisiete Contradicciones’. El truco consiste en desplazar el peso de la presión social y política de un lado a otro de una contradicción más favorable al cambio revolucionario. En algunos casos, la contradicción tendrá que ser completamente disuelta. Veamos cómo funciona esto tomando las cinco contradicciones que ya he considerado brevemente.
En el caso del valor de uso y del valor de cambio, el camino obvio es buscar una manera de degradar y finalmente abolir el poder de las relaciones del valor de cambio sobre la entrega de aquellos valores de uso básicos necesarios para una vida humana adecuada. Marx defendía esto como lo hace Ocalan. Hay dos formas de hacerlo. De la misma manera que el Thatcherismo y el Reaganismo lograron mercantilizar cada vez más la vida cotidiana para fortalecer el poder de las relaciones de intercambio con el fin de dictar nuestros destinos y fortunas, para que podamos revertir esta tendencia neoliberal específica hay que sacar del mercado la atención de la salud, la educación, la vivienda y la provisión de los bienes básicos. Esto rechaza la forma neoliberal de capital, pero no el capitalismo en general. Es aquí donde las relaciones entre las diferentes contradicciones entran en juego para definir un segundo camino de movimiento revolucionario.
Con el tiempo, la representación del trabajo social en forma de dinero ha escapado de sus amarras en la realización de ese trabajo social. Los movimientos monetarios están fuera de control del sistema de valores reales. Dadas las barreras a la acumulación incesante de capital, el sistema monetario está potenciado, acompañado por una cada vez mayor centralización de la riqueza social, como regulador de la vida económica, social y política. En tiempos de crisis vemos al capitalismo luchando desesperadamente por restablecer sus raíces en el trabajo social sin interrumpir la enorme centralización de la riqueza y el poder en unas pocas manos. Se deben tomar medidas para frenar las funciones monetarias. Un primer paso sería prohibir el papel del dinero en la gobernabilidad democrática, seguido de pasos claros para erradicar la actividad especulativa (por ejemplo, mediante disposiciones impositivas efectivas) y obstaculizar el poder del capital para apropiarse de gran parte de la riqueza social a través de manipulaciones monetarias. Esto no significa la abolición de todas las estructuras del valor de cambio, ya que el comercio en el mercado de bienes y servicios será claramente importante en cualquier sociedad futura. Los bancos minoristas deben ser considerados instituciones comunitarias y servicios públicos.
Para que todo esto gane tracción se requiere una reconfiguración radical de las relaciones de propiedad estatales-privadas, llevando en última instancia a la abolición total (o «marchitamiento») de los poderes institucionales -particularmente los poderes de militarización y represión organizada / encarcelamiento- subsumidos dentro de los aparatos estatales.
Cuando la gobernanza convencional se desmorona, como ocurrió en Argentina después del colapso de 2001 y como ocurre actualmente en Rojava, en Siria, las poblaciones humanas se muestran altamente imaginativas e innovadoras cuando se trata de la provisión social de los bienes necesarios para alcanzar un nivel de vida mínimo. En Argentina, por ejemplo, se formaron asambleas vecinales, las fábricas inactivas y abandonadas fueron «recuperadas» y sometidas al control de los trabajadores, y se estableció una vasta red comercial de trueque para hacer frente a la falta de liquidez de los hogares. En un cierto momento de la recuperación, sin embargo, las asambleas se derrumbaron, el sistema de trueque fue sistemáticamente atacado y destruido (por quién todavía no está claro), dejando atrás las cooperativas controladas por los trabajadores, muchas de las cuales han sobrevivido como islas radicales en un mar de resurgente actividad capitalista. El rápido ascenso de las nuevas estructuras de gobernanza comunal en Rojava es otro ejemplo (del cual quisiera saber mucho más).
Uno de los mayores peligros para este movimiento revolucionario es la paz y la restauración de la clara soberanía del Estado sirio sobre su territorio, incluyendo Rojava. Si los experimentos que emergen en Rojava han de tener una larga vida, deben ser tan profundamente implantados en toda la población de la región como imposibles de erradicar. Esto significa que el confederalismo democrático debe ser particularmente inclusivo con los intereses árabes y de otros grupos minoritarios y fomentar la participación más amplia posible. Si no, el Estado sirio usará las exclusiones para fomentar la discordia y reafirmar su gobierno administrativo centralizado. Los kurdos militantes también tienen que practicar el plurinacionalismo.
La perspectiva a largo plazo es desplazar las disposiciones de propiedad privada mediante grados mayores y más amplios de participación de lo común (incluso en algunos casos la creación de derechos de propiedad común alternativos o incluso de derechos no mercantiles como los incluidos en los waq’fs (1). El desarrollo de asambleas locales y una democracia confederal, como medio para la gestión común de estos bienes comunes, resulta crucial.
La reestructuración de los derechos de propiedad, junto con las restricciones propuestas sobre los usos y los poderes del dinero, contribuirá en gran medida a crear un entorno en el que disminuirá considerablemente la capacidad de los individuos para apropiarse de la riqueza social. El consecuente debilitamiento del poder de clase debilitará paralelamente la capacidad de esta clase para dominar la política, el poder judicial y los medios de comunicación, ya que las formas directas de democracia, integradas con las instituciones confederales, se convierten en el corazón de la transformación revolucionaria. La absorción gradual de los recursos para administrar los bienes comunes permitirá la toma gradual de los segmentos del aparato estatal -como la salud pública, el transporte, la provisión de infraestructuras y los bienes públicos- que son a la vez constructivos y esenciales en los asuntos humanos.
Debe ser obvio que las reconfiguraciones generalizadas de las primeras cuatro contradicciones crean una situación en la que será extremadamente difícil para una clase capitalista constituirse como clase dominante con poder exclusivo sobre el estado, como es actualmente el caso.
Esta definición, esbozada aquí, de lo que significa ser anticapitalista, descansa parcialmente en un desembalaje teórico de las contradicciones del capital. Pero también descansa en algún conocimiento de la historia de los movimientos revolucionarios (como la Comuna de París de 1871). Y una profunda apreciación del éxito y los fracasos de las innumerables luchas que han tenido lugar en la historia de la humanidad en la búsqueda de una vida mejor. La lucha continúa.
 
(1) En castellano, hafiz. Donación en usufructo a perpetuidad (generalmente inmuebles o tierras), de carácter facultativo, que en el mundo islámico se torna, por tanto, inembargable.
 
Prof. David Harvey es Profesor Honorífico de Antropología y Geografía en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Recibió su Doctorado en Geografía por la Universidad de Cambridge en 1961. Harvey es autor de muchos libros y ensayos que han sido prominentes en el desarrollo de la geografía moderna como disciplina. Es un defensor de la idea del derecho a la ciudad.
 

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