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Diyarbakir: perder la esperanza bajo un toque de queda

diyarbakir3Manifestación en Diyarbakir

Suena una bomba. Nadie se inmuta. Suena otra explosión. «¿Una noticia? ¿Para qué?». Otra bomba.

‘Sur’ significa muro, y la muralla rodea al barrio histórico al que da nombre, en la mayor ciudad kurda en Turquía, Diyarbakir. La capital oficiosa. Los años y la historia derribaron parte de la muralla, lo que queda es Patrimonio de la Humanidad. Lejos de estar obsoleta, en estos tiempos sus muros vuelven a ser tan importantes como otrora. El Ejército turco se asentó a su alrededor en un férreo toque de queda. «Hace poco los soldados subieron a la muralla y empezaron a disparar hacia adentro», acusa un comerciante local. Dentro del barrio, en cada casa, los guerrilleros del PKK kurdo lanzan contra ellos todo lo que tienen. Las conversaciones de paz, que duraron tres años, son ya un espejismo rápidamente dilapidado. La guerra había llegado a la ciudad. Y a la capital.

Una familia come en un descampado destrozado. «Da igual lo que pase. Ya no hay diferencia entre tener un toque de queda y no tenerlo. Seguiremos aquí y así». Un toque de queda más, entre las decenas que se declararon en el sureste turco, y que se alargó durante meses. El ambiente está impregnado del sonido de armas automáticas, constante. Proviene de Hasırlı, justo detrás del descampado, la zona más al sureste del barrio, y por ende de la ciudad. Más allá se extienden el río y las explanadas. Cuando la familia vuelve a casa las ventanas retumban y se avista humo cerca. Nadie se inmuta.Cuando una ciudad entra en guerra las distancias se magnifican y cada calle es un mundo. En la suya, mientras, ofrecen ayuda a quien pase y la necesite.

En las calles empedradas, Metin tiene su negocio. Antes del comienzo de la «operación militar contra el terrorismo» en diciembre, vivía vendiendo alfombras por 300 liras. Los disparos, que llegaron hasta su propia calle, le obligaron a cerrar la tienda dos meses. Su familia tenía una parcela, pero fue una de las 7.000 rápidamente expropiadas por el Gobierno, por una muy pobre compensación. Sin pan en casa, descolgó el cartel de abierto para sobrevivir vendiendo el resto de alfombras por 50 liras.

En Diyarbakir viven, como él, un millón de personas, más los que llegaron de ciudades como Cizre o Silopi, las primeras que vivieron la operación militar. «¿Mi casa era el PKK? ¿Mi familia era el PKK? Si lo eran, yo también. Pueden venir a por mí», exclamó una mujer entre ruinas, era Cizre. Según International Crisis Group la guerra ha provocado 350.000 desplazamientos. En casa de Necla llegaron a vivir 30 familiares, la mayoría mujeres, que en el 8 de marzo salieron orgullosas portando la bandera kurda. Su prima huyó de la guerra a pie desde la misma ciudad de Cizre, pero ésta pronto la alcanzó.

En la oficiosa capital viven en la zona nueva, donde las bombas no se escuchan, pero los tanques siguen presentes. Ellas van habitualmente al café Zin, más desde que Necla dejó de colaborar con el HDP, el partido prokurdo, por problemas internos. Un día normal la tranquilidad salta, un hombre en la calle dispara en frente del café, o a fallar o erra el intento. El hombre que corta kebap en el local del otro lado del paseo ni se giró. Al parecer era una disputa por un perro.

Diyarbakir./ Foto CARLES SÁNCHEZ

La región kurda en Siria, llamada Rojava, que era la menos importante de todas, es ahora el espejo donde mirarse. Recientemente proclamaron «la Federación» en el marco del confederalismo democrático, la ideología que lidera Abdullah Öcallan –fundador del PKK–, basado en las entidades locales. En el barrio de Sur el movimiento kurdo anunció la autonomía administrativa, pero su eficacia es muy limitada.

«Esto está lleno de terroristas. Han muerto bastantes soldados. En cualquier momento puede estallarte una bomba», es lo primero que dice Ayhan, el soldado de guardia en la muralla. Más de cien soldados fallecieron y, según datos del Gobierno de Ankara, 1.500 guerrilleros. Para el presidente Erdogan, los difuntos militares son unos «mártires de la nueva batalla de Galípoli». El PKK, por su parte, esperaba una insurreción popular, ya que el HDP había arrasado en las elecciones en el sureste kurdo. 91% de los votos en Sırnak, 90% en Nusaybin, 89% en Silopi.

Enfrentamientos

En torno al 15% de la población en Turquía es de etnia kurda, algo menos de 15 millones de personas. Tras el regreso a los enfrentamientos más duros, el PKK recordaba los tiempos de la guerra popular prolongada que aprendieron del maoísmo y que Öcallan avivaba desde la cárcel. Un niño enciende la radio, suena la voz de un comandante llamando a las armas. Pero el HDP no es el PKK, y más de 2.000 personas huyeron del barrio de Sur. Los que se quedaron en la zona de guerra son gente como Metin, los que no pudieron marcharse. En cambio, la guerrilla se ha nutrido de gente muy joven, que pueden rondar los 15 y 16 años. «Mi antigua casa ahora son escombros», dice el mismo niño. Este año no hubo curso escolar, la puerta de su escuela estaba cerrada. Sin exámenes, los niños son los más ansiosos de pisar calle. Sólo uno de cada tres está escolarizado.

Diyarbakir. / Foto PABLO FERNÀNDEZ

«En los dos últimos meses murieron entre 60 y 80 civiles en Sur. Alguno pertenecería al PKK, pero no podemos confirmarlo. Pero muchos otros no», afirma Ebrar, representante de la ONG Mazlumder-Diyarbakir Şubesi. «Nadie lo está investigando». A finales del año pasado el importante abogado de derechos humanos Tahir Elci fue asesinado a tiros, en directo. Mientras la televisión grababa una entrevista con él. «Rezad por nosotros», pide Rodrigo, un brasileño que trabaja en la única iglesia cristiana del barrio. Antes tenían una pequeña comunidad formada por kurdos, turcos y armenios. Ahora se encuentra prácticamente vacía, pero sigue siendo un buen cobijo, con vistas a todo el barrio. Varios periodistas se arrejuntan. «El de Le Monde Diplomatique acaba de ser acusado de espía en Nusaybin». «Mi amigo, el fotoperiodista francés, recibió un disparo ayer de un francotirador en Nusaybin. Pero se recuperará». Son frases habituales. Necla, ausente, afirma que «apreciamos que vengan, pero nadie quiere oírnos».

El comandante del PKK Murat Karayilan se arrepintió de lanzar la operación en las ciudades, y ahora es parte activa en el refortalecimiento, de vuelta, en el rural. Desde el comienzo de la operación militar al menos 250 civiles murieron en las diversas ciudades. En un conflicto que lleva en armas desde 1984. Necla cree que el destino está marcado, y no hay solución posible. Las mismas palabras melodramáticas. 103 días después, el toque de queda había terminado. El día siguiente fue igual.

 

Fuente: Diagonal

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