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Ahogado por el cambio climático y la guerra ecocida de Turquía, el norte de Siria lucha contra la «peor sequía en 70 años»

Foto de portada: Tocones de árboles talados en la zona forestal de Bafilyoun, en Afrín, ocupada por Turquía. Controlado por el Frente de Levante (al-Yabha al-Shamiya), el bosque ha sido explotado despiadadamente con fines lucrativos desde 2020, lo que ha provocado la pérdida total de la cubierta arbórea en 2023. Familias desplazadas ocupan ahora estas tierras arrasadas. © STJ

Turning Point – Henry Sulku – 10 julio 2024 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid

A medida que la primavera va dando paso al verano, la Administración Autónoma Democrática del Norte y Este de Siria (DAANES) se enfrenta a la estación más precaria del año agrícola. Debe asegurar la cosecha anual de trigo en una región castigada por el recalentamiento del clima y el grave agotamiento de las reservas naturales de agua. Mientras tanto, la guerra civil siria ha dejado a su paso contaminación del suelo, inseguridad alimentaria crónica e infraestructuras dañadas. Los recursos escasean debido al consiguiente asedio militar y económico impuesto al enclave autónomo por sus vecinos: el gobierno central sirio, Turquía y el Partido Democrático de Kurdistán (KDP) en la región fronteriza de Kurdistán en Irak.

El noreste de Siria es uno de los territorios del mundo más gravemente afectados por el cambio climático, agravado por 13 años de guerra y décadas de políticas agroindustriales destructivas administradas por el régimen baasista sirio. Si no se cambia de rumbo rápida y radicalmente, el desierto sirio, en constante expansión, convertirá la parte siria de la media luna fértil en una meseta de arena estéril e inhabitable.

El preludio de la catástrofe pendiente ya se vivió entre 2006 y 2009, cuando Siria sufrió tres años consecutivos de sequía. Según cifras de Naciones Unidas, la sequía provocó que 800.000 agricultores se vieran privados de su medio de vida y que los pastores perdieran hasta el 80-85% de su ganado. En total, hasta tres millones de personas cayeron en la «pobreza extrema», principalmente en las provincias de Hasakah, Deir ez-Zor y Raqqa. La DAANES, nacida de la Revolución de Rojava liderada por los kurdos en 2012, fue abarcando gradualmente la mayoría de estas provincias afectadas por la sequía, al tiempo que se convertía en una confederación multiétnica que abarcaba todo el noreste del país. Además de comprometerse a contrarrestar los males del cambio climático y a sanar el territorio de los daños causados por el gobierno baasista derrocado en la región, la DAANES se propone construir una sociedad revolucionaria y ecosocialista, un ejemplo que el mundo entero podría seguir.

Dejando a un lado el cambio climático, existen amenazas más urgentes y siniestras que la asediada confederación autónoma debe combatir. El frágil estado de la ecología y la agricultura del país ha sido convertido en arma por las facciones enfrentadas en la guerra civil, a menudo sin un objetivo militar claro, contra el medio ambiente y la población civil. Para la vecina Turquía, el desgaste ecocida se ha convertido en una característica destacada de sus operaciones transfronterizas.

«No sabemos qué quieren de nosotros y por qué albergan tanto odio y malicia hacia nosotros», se l
amentaba un agricultor kurdo, Faris Muhammad Ali Sayyid Salo, a los medios de comunicación locales el 4 de junio de 2024, mientras inspeccionaba los daños en su granja. La noche anterior, su granja de 20 hectáreas, situada cerca de la frontera turca, fue incendiada. El sustento de hasta 20 familias dependía de la cosecha de la granja, que ahora yacía hecha cenizas. En el ataque ardieron en total 80 hectáreas de campos de trigo en tres pueblos fronterizos de las campiñas de Qamishlo y Amûdê.

La quema de campos de cultivo durante la estación seca y calurosa de la cosecha ha asolado la región desde que el grupo terrorista ISIS sufrió una derrota en la ciudad de Kobane en 2015. Durante su retirada, las células clandestinas de ISIS se infiltraban en tierras agrícolas detrás de las líneas del frente y las incendiaban en la oscuridad de las noches de verano. En 2019, incendios apocalípticos arrasaron 40.000 hectáreas en todo el noreste de Siria mientras ISIS montaba una última y furiosa defensa de su dominio territorial. En los años siguientes, esta táctica de tierra quemada fue adoptada por el ejército turco y empleada en su ofensiva sobre la región.

Khalaf Sami, agricultor de la zona rural de Serêkaniyê, en la provincia de Hasakah, perdió sus campos de trigo en un incendio a finales de mayo de 2020. Tras verse obligado a abandonar sus tierras originarias por el acoso de las facciones apoyadas por Turquía, había alquilado y cultivado nuevos campos en la aldea de al-Mansaf, en Tel Tamer, hasta el incendio. © STJ

Según el Centro de Información de Rojava (RIC), un instituto independiente de investigación y medios de comunicación de la región, la desolación de granjas en el campo de Qamishlo y Amude a principios de junio es característica de la racha más reciente de ataques contra la agricultura de la región. A diferencia de 2019, la mayoría de los incendios de cultivos de este año fueron causados por fuego de artillería, disparos e incendios provocados desde los territorios ocupados por Turquía o desde el lado turco de la frontera. En unos pocos casos, los ataques de drones apuntaron a vehículos que incendiaron sus alrededores.

«Es poco probable que ISIS esté relacionado con estos incendios, ya que actúa sobre todo en las partes meridionales, en particular en Deir ez-Zor, mientras que todos los incendios [de este año] se han producido en las partes septentrional y occidental del territorio de la DAANES»,
comentó Mario del RIC a Turning Point. En algunos casos, testigos presenciales identificaron a los autores como soldados turcos. Sin embargo, a menudo es imposible determinar si un incendio fue provocado por el ejército turco o por una de sus fuerzas sirias del llamado Ejército Nacional Sirio (SNA).

Este año, la DAANES envió al menos 83 brigadas de bomberos de emergencia para proteger sus vastas tierras agrícolas durante la temporada de cosecha. Las brigadas sofocaron 300 incendios de cultivos sólo en las tierras de labranza de los alrededores de la ciudad de Manbij, que habían sido intensamente atacadas debido a su proximidad a la zona de Al-Bab-Jarablus, ocupada por Turquía. A pesar de sus esfuerzos, entre el 19 y el 21 de mayo, los continuos bombardeos de artillería desbordaron a las brigadas de bomberos, y el consiguiente brote de incendios consumió hasta 1.500 hectáreas de tierras agrícolas, incluidos 18.000 olivos.

Los incendios de campos registrados este año se han concentrado a lo largo de las fronteras con Turquía y las regiones ocupadas por Turquía. CC Turning Point

La agricultura y la ganadería constituyen la columna vertebral de la economía del noreste de Siria y, por tanto, también su vulnerable subsuelo. Antes de la guerra civil, las 750.000 hectáreas de tierras cultivadas de la región producían cereales para toda Siria. Este año, la ONU calcula que 16,7 millones de sirios, casi el 75% de la población, necesitarán ayuda humanitaria, ya que la producción agrícola se ha reducido a la mitad durante la última década. La hiperinflación de la libra siria ha agravado aún más esta crisis humanitaria, ya que los precios de los alimentos experimentaron un aumento del 116% sólo el año pasado.

Por segundo año consecutivo, la DAANES ha anunciado que comprará toda la cosecha de trigo de la región para mantener a los habitantes alimentados y los precios bajo control. El precio estandarizado, 0,31 USD por kilo al cambio actual, es un compromiso difícil de alcanzar entre los crecientes costes de producción de los agricultores, el decreciente poder adquisitivo de la población y la invariable necesidad de pan y harina de todos. A pesar de que este año las precipitaciones han sido relativamente buenas, cualquier incendio de grandes proporciones durante la época crucial de la cosecha puede alterar el frágil equilibrio y sumir a comunidades enteras en la inseguridad alimentaria o la hambruna.«La magnitud de estos incendios amenaza sin duda la soberanía alimentaria de toda la región y debilita la capacidad de la DAANES para intercambiar [productos agrícolas] por otros de primera necesidad para la población», comentó Mario.

Según la agencia de noticias local Hawar, a mediados de junio de este año se habían quemado un total de 2.443 hectáreas de campos de cultivo y huertos en los territorios autónomos, una superficie equivalente a unos 4.000 campos de fútbol. Aunque el verano está lejos de terminar, el Centro de Información de Rojava ya estima que este año se producirá un aumento de los daños causados por los incendios de cultivos. Las cifras tampoco incluyen los territorios ocupados por Turquía, donde las ONG y los medios de comunicación no pueden operar de forma independiente. Varias fuentes cercanas a la DAANES afirman que los daños medioambientales están aún más extendidos en estas zonas.

«La magnitud de estos incendios amenaza sin duda la soberanía alimentaria de toda la región y debilita la capacidad de las DAANES para intercambiar [productos agrícolas] por otros de primera necesidad para la población», comentó Mario.

Según la agencia de noticias local Hawar, a mediados de junio de este año se habían quemado un total de 2.443 hectáreas de campos de cultivo y huertos en los territorios autónomos, una superficie equivalente a unos 4.000 campos de fútbol. Aunque el verano está lejos de terminar, el Centro de Información de Rojava ya estima que este año se producirá un aumento de los daños causados por los incendios de cultivos. Las cifras tampoco incluyen los territorios ocupados por Turquía, donde las ONG y los medios de comunicación no pueden operar de forma independiente. Varias fuentes cercanas a la DAANES afirman que los daños medioambientales están aún más extendidos en estas zonas.

«Según nuestras estadísticas, entre el 60% y el 65% de las zonas verdes de Afrin han sido quemadas, taladas o destruidas de alguna otra forma durante la ocupación [turca]», ha declarado Ibrahim Şêxo por teléfono. Şêxo es el presidente de la Organización de Derechos Humanos de Afrín (HROA, por sus siglas en inglés), que se dedica a documentar violaciones de derechos humanos en la región, por lo demás aislada.

Situada en el extremo noroccidental de Siria, Afrín es una región montañosa conocida por su producción de aceite de oliva y sus amplias zonas boscosas. Turquía ocupó la región en 2018 tras una invasión militar de dos meses que desplazó a los 300.000 kurdos de la región. Desde entonces, Afrín ha estado gobernada por una serie de milicias islamistas, cada una de las cuales controla una pequeña zona territorial bajo la supervisión de funcionarios turcos. La región se ha caracterizado por luchas intestinas y guerras territoriales entre las milicias, acaparamiento ilegal de tierras y graves violaciones de los derechos humanos.

Parche forestal en Qūrt Qūlāq, al norte de Afrin. STJ identificó 57 zonas forestales muy degradadas en Afrin, «donde los perpetradores talaron los bosques casi por completo.» ©STJ

Gracias a su amplia red de fuentes que han permanecido en la zona, HROA es una de las pocas organizaciones de derechos humanos con información directa desde Afrín. Sus cifras coinciden con la investigación de la organización pacifista holandesa PAX, que informó de una pérdida del 56% de la cubierta arbórea en Afrin un año antes, en marzo de 2023, basándose en un análisis de imágenes por satélite de la región.

«Este año, Afrin ha sido testigo del mayor desarraigo y quema desde 2019. Si algo no estaba quemado ya, ahora lo está», suspira Şêxo. Según los registros de la asociación, solo en mayo y junio ardieron 15 hectáreas de bosque en el distrito Jindires de Afrin, más de 10 hectáreas en el distrito Rajo y 150 hectáreas en la montaña Hawrê, entre Rajo y Bulbul.

Se cree que la intensa deforestación de Afrin está relacionada con la tala ilegal que proporciona material de construcción y calefacción a los nuevos asentamientos ilegales, algunos de los cuales se han construido directamente en las zonas forestales arrasadas. A la invasión turca siguió la reubicación de más de 750.000 colonos árabes y turcomanos en lo que las organizaciones de derechos humanos calificaron de cambio demográfico o limpieza étnica.

Una zona boscosa a las afueras de la ciudad de Afrin, convertida poco a poco en asentamiento informal. © STJ
Lice, ciudad kurda de 35.000 habitantes, fue incendiada por el ejército turco del 21 al 23 de octubre de 1993. Sólo se salvaron dos tiendas (abajo a la derecha), propiedad de colaboradores kurdos protegidos por el ejército. A pesar de la destrucción, la comunidad internacional guardó silencio. En la década de 1990, más de 4.000 aldeas, pueblos y caseríos kurdos corrieron la misma suerte. © Mark Campbell

Las elecciones siguen a un proceso de años en el que las comunidades constituyentes -principalmente árabes, kurdos, sirios y armenios- redactaron un nuevo Contrato Social para regular la vida social y política en su territorio autónomo de facto. El Contrato Social estipula un sistema político basado en el Confederalismo Democrático, una visión del autogobierno democrático articulada por Abdullah Öcalan, el líder del PKK encarcelado.

Basándose en el legado del socialismo democrático y federalista, Öcalan propuso un sistema descentralizado de gobierno que se apoya en los fundamentos de la democracia directa, la liberación de la mujer y la ecología como solución pacífica y política a la cuestión de la autodeterminación de los kurdos de Turquía, Siria, Irán e Irak.

Asimismo, Şêxo cree que la destrucción medioambiental sistémica de la región bajo control turco está vinculada a la ingeniería demográfica: «El objetivo [de Turquía] es borrar la identidad nacional de Afrin. En términos de población, árboles y campos, quieren borrar la milenaria identidad kurda de la región.»

La insoportable intensidad de la guerra de «baja intensidad»

Desde su última incursión a gran escala, Turquía ha librado lo que los expertos denominan «guerra de baja intensidad» contra la región. en otras palabras, una agresión sistémica que se mantiene por debajo de la intensidad de una guerra convencional. En muchos aspectos, el enfoque de Ankara se inspira en el «modelo israelí» de expansión colonial en los territorios palestinos. Debido a su naturaleza oculta, la guerra de baja intensidad tiende a evitar la atención y el clamor internacionales. Ha permitido a Turquía ejercer una presión continua contra la región autónoma sin que se cuestione en la escena internacional. 

«La ocupación, la guerra de baja intensidad y el ecocidio persiguen el mismo objetivo: obligar a la gente a abandonar la tierra y eliminar de ella a su población»,
afirma Luqman Guldive, sociólogo que estuvo de gira por la región en mayo y junio. Durante los últimos 15 años, Guldive se ha centrado en Kurdistán y ha investigado el ecocidio como parte de la guerra contra los kurdos en el noreste de Siria.

Además de los enfrentamientos militares localizados, Guldive enumera el bloqueo económico, los asesinatos selectivos de funcionarios civiles y militares, los ataques selectivos contra las infraestructuras y la guerra propagandística, entre los principales métodos de la guerra de baja intensidad de Turquía. En particular, las tácticas incluyen también los señalados delitos ecocidas, como la quema de bosques y tierras agrícolas.

«Turquía utiliza estos métodos para agravar los efectos del cambio climático»,
explicó Guldive, quien añadió: «Todos estos métodos de guerra no sólo se entrecruzan, sino que están relacionados entre sí, forman parte unos de otros.»

A pesar de ser etiquetada como guerra de baja intensidad, para la población civil, la intensidad es de todo menos baja. Muchas de las tácticas empleadas se consideran crímenes de guerra en el marco de una guerra convencional, ya que se dirigen principalmente contra la población civil y las infraestructuras. En el contexto de los conflictos prolongados de baja intensidad, pasan desapercibidos si la comunidad internacional no identifica las agresiones aparentemente aisladas como factores de una guerra sistemática o si su atención se centra en otra cosa.

Entre el 5 de octubre y el 15 de enero, mientras los ojos del mundo se volvían hacia Gaza, las Fuerzas Aéreas turcas llevaron a cabo 650 ataques aéreos contra 250 emplazamientos en todo el territorio de la DAANES. Con una media de seis ataques al día, la campaña fue descrita como «la peor escalada desde 2019» por Make Rojava Green Again (MRGA). A lo largo del invierno, la organización documentó los daños de los ataques aéreos en la región de Jazira y publicó sus hallazgos en el informe «Defenderemos esta vida, resistiremos en esta tierra – Construyendo una vida socioecológica bajo ataques«.

«Por supuesto, está relacionado con [la guerra en] Palestina», afirmó Ferzad, miembro del equipo de MRGA que elaboró el informe, en una entrevista. Continuó explicando cómo todos los acontecimientos en Oriente Medio están íntimamente relacionados, ya que las potencias regionales -e internacionales- tratan de ampliar su control e influencia, a menudo explotando situaciones que abren otros conflictos regionales. Ferzad describió la situación como una «tercera guerra mundial», una versión del siglo XXI de una guerra global, que ya se libra con distintas intensidades desde Ucrania y Oriente Medio hasta África y Taiwán.

Al igual que las campañas aéreas rusas en Ucrania en el invierno de 2022-23, la mayoría de los ataques turcos tuvieron como objetivo la infraestructura energética vital del norte de Siria: el informe documentó 18 estaciones de agua y 17 plantas eléctricas destruidas, junto con hospitales, escuelas, centros industriales e instalaciones de producción y almacenamiento de alimentos. El 17 de enero de 2024, la DAANES condenó los ataques aéreos calificándolos de «política de genocidio, destrucción y eliminación de la seguridad de la región». Dos días antes, dos millones de personas se habían quedado sin gas ni electricidad a temperaturas cercanas al punto de congelación.

Varias fuentes de la región afirman que los ataques turcos contra las infraestructuras energéticas y la agricultura pretenden llevar a del noreste de Siria a un punto de ruptura medioambiental y a un círculo vicioso de supervivencia. «Los recursos y esfuerzos de la DAANES se han dirigido y se dirigirán a la fuerza principalmente hacia acciones urgentes de arreglo y reparación, en lugar de avanzar en la construcción de un sistema ecológico», concluye el informe del MRGA.

«Como consecuencia de los ataques [contra las plantas petrolíferas], la gente empezó a quemar petróleo de baja calidad en los generadores domésticos»,
afirmó Jiyan, que, junto con Ferzad, analizó el impacto regional de los ataques. Explicó cómo el petróleo sin refinar es más contaminante y menos eficiente energéticamente que el refinado, y cómo los generadores domésticos son más contaminantes que las estaciones de energía, intoxicando de hecho a sus usuarios a largo plazo.

«Los ataques contra las plantas petrolíferas también provocaron la contaminación del suelo en las zonas circundantes, y las instalaciones incendiadas contaminaron el aire con sustancias tóxicas», continuó Jiyan, describiendo un impacto en cascada próximo al colapso de las infraestructuras. Según los informes, los agricultores de la ribera del río Jabur han interrumpido el riego esta primavera debido a la contaminación por petróleo del río, con la esperanza de que llueva para mantener vivas sus cosechas. El riego con aguas subterráneas también se ha reducido por el creciente temor de algunos agricultores a que el petróleo sin refinar y de baja calidad dañe o destruya sus caros equipos de bombeo, para los que apenas hay repuestos.

El petróleo se había convertido en un salvavidas para la región desde que Turquía rompió los protocolos de reparto del agua con Siria y empezó a suprimir el flujo de agua al país en torno a 2014. Hogar de unos 4-6 millones de personas, el noreste de Siria solía generar el 75% de su electricidad en centrales hidroeléctricas, la mayoría a lo largo del río Éufrates. En la actualidad, el caudal del Éufrates es de unos 200 metros cúbicos por segundo, es decir, solo el 40% de la cantidad contractual, lo que hace que las centrales hidroeléctricas sean parcial o totalmente inoperativas. Según el Centro de Información de Rojava, el suministro eléctrico se enciende y se apaga de forma imprevisible, sumando un máximo de «unas pocas horas al día». Además, la supresión de los caudales fluviales añade una dimensión artificial a la crisis regional del agua, junto con la disminución de las precipitaciones y del acceso al agua potable.

El Éufrates, el río más caudaloso de Oriente Próximo, ha registrado niveles mínimos históricos en su superficie debido a la supresión por Turquía del caudal de agua procedente de los montes Tauro. En enero de 2021, el caudal era de 200 metros cúbicos por segundo. © Agencia de Noticias Hawar ANHA

A diferencia de la desastrosa sequía de 2006-2009, el impacto del cambio climático en la actual escasez de agua es indistinguible de una guerra ecocida. Aunque Turquía niega las acusaciones de convertir el agua en un arma, el actual es el cuarto año consecutivo de sequía en medio de una supresión intencionada del caudal de los ríos. El 3 de julio, la USAID describió la prolongada aridez como «la peor sequía en 70 años», repitiendo la evaluación del Comité Internacional de Rescate de dos años antes.

En el momento de escribir estas líneas, las temperaturas estivales superan los 40 grados centígrados y la escasez de agua está llevando al noreste de Siria al borde del abismo. Además del impacto inmediato en la agricultura y la naturaleza, la reducción y el estancamiento de las aguas han provocado que la calidad del agua descienda a niveles no potables y se produzcan nuevos brotes de enfermedades transmitidas por el agua y los mosquitos, como cólera y leishmaniasis.

Guldive describió una crisis sanitaria inmediata que está surgiendo en la ciudad de Hasaka, cuyo suministro de agua está bajo ocupación turca. La capital provincial, que acoge a unas 600.000 personas, muchas de ellas desplazadas internas, está racionando el agua potable y la no potable, esta última para otras necesidades domésticas como la colada y la jardinería. «Cuando estuve allí, muchas personas fueron atendidas en los hospitales porque estaban envenenadas por agua no apta para el consumo», declaró, calificando la situación de genocidio.

Entre un genocidio y la desertificación «la revolución ecológica es la única solución a largo plazo»

Durante años, el noreste de Siria se ha visto atrapado en lo que Alan  J. Kupermann, profesor de la Universidad de Texas en Austin y experto en causas y prevención de genocidios, describió recientemente como un patrón histórico: los genocidios tienden a desarrollarse bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo. Kupermann señaló que ese patrón caracterizaba los tres genocidios más recientes reconocidos por Estados Unidos en Darfur, Myanmar y China, al tiempo que lanzaba una advertencia sobre los actuales acontecimientos en Gaza.

La situación en el noreste de Siria presenta todas las características y señales de advertencia del patrón de Kupermann. En el centro del conflicto están los vínculos entre la DAANES y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que ha liderado la lucha de los kurdos por sus derechos culturales y políticos dentro de Turquía desde finales de la década de 1970. Tras el golpe militar de 1980 y la supresión de la vida política en el país, el PKK recurrió a la resistencia armada. Desde entonces, Turquía -y por extensión sus aliados occidentales de la OTAN- ha calificado a la organización de terrorista, aunque se han discutido los fundamentos jurídicos de esta calificación.

El presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha amenazado repetidamente al noreste de Siria con una nueva invasión a gran escala para frenar la «influencia del PKK». El 15 de junio de 2024, Erdogan habló con los periodistas a su regreso de la cumbre del G/, declarando: «Nunca dudaremos en hacer lo que sea necesario para lograrlo».

La escalada de ataques transfronterizos se ha producido en medio de las quejas del gobierno turco por los preparativos de la DAANES para celebrar elecciones municipales. Programadas para agosto, estas serían las primeras elecciones municipales unificadas en todo el noreste de Siria, liberado de ISIS en 2019. Mientras que para las circunscripciones de la DAANES, la votación representa un hito histórico en la región multiétnica y asolada por la guerra, el gobierno de Erdogan lo considera un «juego para legitimar una organización terrorista.»

Durante el punto álgido de la expansión de ISIS, en torno a 2014-15, el PKK envió a miles de sus guerrilleros para detener los avances de ISIS en el norte de Siria y proteger a la población de la limpieza étnica. Con la ayuda de la intervención del PKK, las milicias locales Unidades de Defensa Popular (YPG) y Unidades de Defensa de las Mujeres (YPJ) pudieron evitar que la región cayera en manos de ISIS. Posteriormente, la visión de Öcalan y el PKK de autonomía local y democracia confederada arraigó en muchas de las comunidades defendidas más allá de los kurdos. En particular, asirios, yezidíes, armenios y árabes abrazaron el confederalismo democrático como alternativa a décadas de opresión estatal, tensiones étnicas y falta de protección ante el genocidio de ISIS.

Frente a los ataques de todos los bandos, la DAANES cree que el confederalismo democrático es la única propuesta realista para poner fin a la sangrienta guerra civil en Siria por medios pacíficos y democráticos. Además, el Comité de Ecología de la Administración sostiene que la visión de Öcalan de la ecología comunal sería exactamente el cambio rápido y radical que necesita la región para evitar la desertización y mantener la habitabilidad de Siria a largo plazo.

En abril, la DAANES celebró su primera Conferencia General sobre Ecología, a pesar de los ataques que recibió desde el otro lado de la frontera. Para liberarse del ciclo de reparación y supervivencia, hasta 120 delegados de la administración, ONG y otros grupos de interés -también extranjeros- se reunieron en Qamishlo para analizar los retos medioambientales más profundos a los que se enfrenta la región. Se debatieron soluciones bajo epígrafes como «Desarrollar la cultura agrícola ecológica como parte del fin de la ocupación en el norte y este de Siria» y «Llevar a cabo la lucha ecológica junto con la lucha contra el capitalismo y el colonialismo».

Según Jiyan, miembro del MRGA que participó en la conferencia, tras los ataques turcos que dejaron las infraestructuras en ruinas, se respiraba un ambiente de «impulsar la revolución» y encontrar soluciones prácticas a los problemas urgentes sin perder de vista la dirección a largo plazo. Según ella, la gente intenta ahora convertir la destrucción de las infraestructuras energéticas en un salto hacia una producción de energía más ecológica y descentralizada, reuniendo dinero para instalar paneles solares a pesar de su coste relativamente elevado.

«Además de ser más ecológico, un sistema descentralizado de paneles solares es más resistente a los ataques», afirma Jiyan. También enumera las campañas de reforestación, la producción doméstica de fertilizantes orgánicos, los nuevos métodos de irrigación y los experimentos con nuevas plantas y técnicas de cultivo como ejemplos de nuevas iniciativas surgidas durante el último invierno. Sorteando intensas amenazas medioambientales y militares, la asediada confederación se ha fijado como objetivo ser autosuficiente desde el punto de vista agrícola, al tiempo que restablece el equilibrio ecológico de la región.

«Kurdos, árabes y armenios son pueblos muy resistentes. Y no quieren abandonar su tierra», concluyó Guldive. Después de visitar la región durante un mes, su voz ya llevaba la misma combinación característica de cansancio y dignidad que suele distinguir el habla local de la región devastada por la guerra que se niega a agachar la cabeza. «No quiero idealizar la situación, pero la revolución sigue adelante. Hay mucha acción, hay esperanza».


El autor:

Henri Sulku es editor de Turning Point y se centra en la economía política, la historia de los pueblos y los movimientos de resistencia.

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