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10 años después: el significado de las protestas de Gezi

Gezi Park el 30 de mayo de 2023. © Paul Benjamin Osterlund

Turkey recap – Paul Benjamin Osterlund – 6 junio 2023 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid

Hoy, en la entrada principal del Parque Gezi, subiendo las escaleras desde la plaza Taksim, hay una zona vallada y abarrotada de autobuses utilizados para transportar a la policía antidisturbios. A lo largo de su perímetro, los agentes montan guardia con armas semiautomáticas en la mano.

Esta presencia policial ha sido un elemento fijo de la plaza central de Estambul desde que estallaron las protestas masivas en mayo de 2013, inicialmente para proteger el Parque Gezi de su urbanización y más tarde como un movimiento antigubernamental más amplio. Conocidas como las «Protestas de Gezi», provocaron una dura respuesta del Estado que ha sentado precedente sobre cómo se tratan desde entonces incluso las manifestaciones más pequeñas.

La mayoría señala el 28 de mayo de 2013 como el aniversario de las protestas, cuando los ciudadanos se enfrentaron por primera vez a la policía en el parque después de que se talaran varios árboles para preparar la construcción de un complejo comercial que pretendían el presidente Recep Tayyip Erdoğan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP).

Diez años más tarde, Erdoğan ha sido reelegido para su tercer mandato como presidente después de tres como primer ministro, lo que probablemente ampliará su mandato a un cuarto de siglo. Como señaló recientemente el periodista Izzy Finkel, Erdoğan valoriza las fechas significativas tanto de la historia lejana como de la reciente, por lo que no es casualidad que la segunda vuelta de las elecciones -y la victoria de Erdoğan- coincidieran con el décimo aniversario de las protestas de Gezi.

Las elecciones y sus decepcionantes resultados para la oposición eclipsaron el decenario de Gezi, pero para quienes estuvieron allí, cada año, cuando el final de la primavera se convierte en verano, vuelven los recuerdos.

Por aquel entonces, yo estudiaba un máster en Estudios Turcos y mi tesis incluía un capítulo sobre la destrucción de[l parque] Gezi antes de que estallaran las protestas. El proyecto urbanístico había sido objeto de polémica desde que se anunció unos meses antes, y los ecologistas y activistas se oponían a cualquier iniciativa que pusiera en peligro el parque.

Las semanas siguientes pasé largos días y noches en Gezi, actualizando mi tesis para poder incluir todo lo ocurrido antes de entregarla y prepararme para su defensa. Nadie podía imaginarlo entonces, pero un movimiento antigubernamental similar no ha tomado forma en los siguientes diez años, y Turquía ha pasado por muchas cosas desde entonces.

Atentados terroristas en las principales ciudades, guerra en zonas del sureste de mayoría kurda, un golpe militar fallido, purgas aún en curso, medidas enérgicas contra los disidentes, severos límites a la libertad de expresión, una crisis económica marcada por una inflación desorbitada y, más recientemente, devastadores terremotos que mataron al menos a 50.000 personas. Ninguno de estos acontecimientos ha interrumpido el dominio de Erdoğan sobre la política y la vida cotidiana turcas.

El principal revés del presidente en este periodo fueron las victorias de la oposición en las principales ciudades, incluidas Estambul y Ankara, durante las elecciones municipales de 2019, que provocaron una oleada de optimismo ante la posibilidad de que el mandato del gobierno estuviera menguando.

Tales esperanzas resultaron ser infundadas en las últimas elecciones. Al mismo tiempo, a los nuevos movimientos de masas les ha faltado oxígeno para desarrollarse. Sin embargo, a pesar de las limitaciones impuestas a los críticos del gobierno -o quizá debido a ellas- Gezi sigue siendo un símbolo visceral del deseo de cambio entre amplios sectores de la sociedad turca, y las conmemoraciones anuales de la protesta sirven para recordar que existe una oposición y que puede tener repercusiones si se orienta adecuadamente su potencial latente.

Por ejemplo, Ayfer Karakaya-Stump, profesora asociada de Historia en el College of William & Mary, sostiene que las victorias municipales de 2019 del Partido Popular Republicano (CHP) pueden vincularse a la persistente energía generada por las conmemoraciones de las protestas de Gezi.

«Gezi sirvió como una importante inyección de moral para la oposición democrática en el país, demostrando que las personas que deseaban una sociedad verdaderamente democrática, pluralista e igualitaria no eran, ni mucho menos, pocas y distantes entre sí», afirma Karakaya-Stump, autora de un artículo sobre cómo los medios de comunicación progubernamentales trataron de retratar de forma poco sincera la naturaleza de las protestas.

El Parque Gezi palidece en comparación con otros lugares conocidos de Estambul, como el más popular y cercano Parque Maçka o el Parque Costero Moda, en la parte anatolia de la ciudad.

Dicho esto, las protestas del Parque Gezi tenían un carácter simbólico: desafiaban a un gobierno cada vez más autoritario que tomaba decisiones sin consultar a la población. Un gobierno que había estado diezmando los espacios verdes y los bosques de la ciudad en pos de un desarrollo rápido y lucrativo porque el sector de la construcción formaba parte integrante del motor económico del AKP.

Una pareja sentada cerca del parque Gezi en junio de 2013. En la pancarta se lee: «Al principio, todo era una nube de polvo y gas». © Paul Benjamin Osterlund

Las protestas

A lo largo de los 13 años que llevo viviendo en Estambul, creo que solo he socializado en el Parque Gezi una o dos veces, pero cada vez que lo recorro me acuerdo vivamente de la importancia que tiene, es decir, de que sigue existiendo.

Muchos marcan el aniversario de las manifestaciones del Parque Gezi como el 31 de mayo de 2013, un viernes por la noche en el que la protesta adquirió una nueva dimensión. A primera hora de la mañana, la policía lanzó gases lacrimógenos a los manifestantes acampados en sus tiendas en el parque, lo que provocó una indignación que llevó a decenas de miles de personas a salir a la calle con el objetivo de reunirse en el parque mientras coreaban consignas para que el Gobierno dimitiera.

En la principal avenida peatonal, İstiklal, la policía antidisturbios disparaba interminables botes de gas lacrimógeno y balas de plástico contra multitudes como sardinas en lata que intentaban dirigirse hacia Taksim. Un grupo de media docena de amigos y yo nos acercábamos cada vez más a la primera línea cuando varios botes de gas cayeron al suelo cerca de nosotros. Inmediatamente, nos vimos envueltos por una espesa nube de gas que llenó mis pulmones y me dejó sin poder respirar.

Divisamos un edificio con una puerta abierta y subimos las escaleras hasta el último piso. Después de estar sin oxígeno durante lo que me pareció una eternidad y de pensar que no lo conseguiría, por fin pude respirar y me di cuenta de que mis amigos también estaban a salvo.

Pasamos las horas siguientes descansando en el estudio de un amigo en una callejuela junto a Istiklal. Los vecinos golpeaban cacerolas y sartenes en las ventanas en solidaridad con los manifestantes.

Pasada la medianoche, cuando los manifestantes intentaban de nuevo llegar a la plaza Taksim y al parque Gezi desde el barrio de Cihangir, vehículos blindados rociaron agua a presión con sustancias químicas que hicieron que la gente se desplomara al suelo y vomitara. Yo estaba entre esas personas y nunca olvidaré la imagen de los manifestantes corriendo en dirección contraria, muchos tropezando y cayendo como moscas en medio del caos.

Sentí un dolor que me recorría desde la cabeza hasta los dedos de los pies que no se parecía a nada que hubiera experimentado antes. Mi cuerpo temblaba y mis amigos estaban preocupados. El pañuelo que me cubría la cara era notablemente insuficiente y había inhalado una fuerte dosis de dios sabe qué estuvieran rociando. Después de más o menos una hora de extrema incomodidad, me bebí un litro y medio de agua, vomité la mayor parte y mi cuerpo volvió a sentirse algo normal. Por la mañana, me sorprendió despertarme sin haber empeorado.

La semana y media siguiente, los manifestantes bloquearon con barricadas la zona que rodeaba el parque en sus diversas entradas, y se convirtió en una especie de festival utópico con voluntarios que distribuían comida, limpiaban la basura, prestaban asistencia médica e incluso organizaban conciertos, clases de yoga y otras muchas actividades.

La plaza Taksim bullía de actividad, mientras una multitud de grupos de izquierda había entrado en el desocupado Centro Cultural Atatürk y cubierto su fachada con diversas pancartas y banderas. Muchas personas subieron al tejado del edificio y contemplaron a la multitud en la plaza y el parque.

Mientras en el Parque Gezi reinaba el júbilo y la tranquilidad, no muy lejos se sucedían las escaramuzas. El 5 de junio, desde la terraza del histórico edificio Taşkışla de la Universidad Técnica de Estambul, observé escenas surrealistas de manifestantes disparando fuegos artificiales contra vehículos blindados, que devolvían el favor con ráfagas de agua a presión y gases lacrimógenos. En el barrio vecino de Gümüşsuyu, se disparaban más ráfagas de gas lacrimógeno y bombas de sonido, y las nubes de gas llegaban hasta el parque.

Durante las protestas de 2013, una pancarta en el interior del Parque Gezi reza «Basta ya». © Paul Benjamin Osterlund

La respuesta

Permitir que Gezi siguiera ocupado fue sin duda una maniobra táctica de las fuerzas de seguridad para dejar que la situación se calmara antes de volver a irrumpir y obligar a los manifestantes a salir. Durante el resto del verano, las protestas callejeras continuaron en oleadas por todo el país y se enfrentaron sistemáticamente a la brutalidad policial.

Erdoğan se apresuró a llamar «saqueadores» a los manifestantes y a difundir la falsedad de que habían bebido alcohol dentro de la mezquita Dolmabahçe de Estambul, lo que fue desmentido por el almuédano de la mezquita. Aunque pagó el precio por ello cuando fue trasladado a otra mezquita fuera de la ciudad.

Cabe destacar que ese año el desfile anual del Orgullo se celebró sin sobresaltos, pero la marcha fue prohibida en los años siguientes.

Desde Gezi, es habitual que la policía acordone amplias zonas del centro de Estambul para impedir que los manifestantes del 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, se reúnan en la plaza de Taksim, así como las manifestaciones internacionales de mujeres del 8 de marzo, aunque estas últimas siguen celebrándose todos los años con una gran participación, debido a que el movimiento feminista es una de las fuerzas de oposición más resistentes del país.

Teniendo en cuenta estas reacciones, Karakaya-Stump afirma que, al parecer, el gobierno sigue sintiendo un profundo recelo ante las manifestaciones pluralistas de masas.

«Están empleando diversas medidas para impedir que vuelva a producirse otro movimiento similar al de Gezi», declara Karakaya-Stump a Turkey recap. «Estas tácticas incluyen el mantenimiento de las políticas opresivas del Estado policial, la manipulación de las decisiones judiciales, el apoyo a la empresa contratista militar progubernamental SADAT y el establecimiento de una alianza en las regiones kurdas con el islamista Hüda-Par, un partido conocido por sus vínculos con Hezbolá [turco]».

Y continúa: «Estas acciones, entre otras cosas, pretenden infundir miedo en la población ante la posible violencia policial o de las turbas y disuadirla de participar en protestas callejeras, a pesar de que la protesta pacífica sigue siendo un derecho constitucional en Turquía.»

Efectivamente, en el primer aniversario de las protestas de 2014, una amplia zona del centro de Estambul quedó prácticamente cerrada, y la zona estaba abarrotada de cientos, si no miles, de policías que se extendían desde el distrito de Beyoğlu, donde se encuentra el parque, hasta el distrito vecino de Şişli, donde yo vivía en ese momento.

Recuerdo la espeluznante sensación de deambular por las calles, en su mayoría vacías, donde el número de policías que patrullaban parecía superar al de civiles.

La portada del 31 de mayo de 2023 del periódico Birgün: «No pierdas la esperanza, recuerda Gezi». © Paul Benjamin Osterlund

El símbolo

Gezi ha seguido en el candelero desde entonces, con destacados líderes de la sociedad civil condenados a 18 años de prisión por supuestamente ayudar a un intento de derrocar al gobierno, cargos construidos sobre acusaciones ridículas.

Entre ellos se encuentran Mücella Yapıcı, arquitecto y activista, Çiğdem Mater, cineasta galardonado, y Osman Kavala, filántropo condenado a cadena perpetua agravada como supuesto cerebro del «golpe» de Gezi. El abogado Can Atalay también figura entre los condenados, aunque recientemente fue elegido diputado por el Partido de los Trabajadores de Turquía (TIP). Como tal, Atalay tiene derecho legal a salir de prisión, aunque los tribunales se han negado hasta ahora a ponerlo en libertad.

Tras las elecciones de mayo de 2023, en las que Erdoğan y su coalición parlamentaria gobernante han retenido el poder, el significado simbólico de Gezi sigue resonando.

El 31 de mayo, uno de los pocos periódicos de oposición que quedan en Turquía, Birgün, publicó un titular en portada que decía: «No pierdas la esperanza, recuerda Gezi». Ese mismo día, miembros del Partido Comunista Turco (TKP) se reunieron en la avenida İstiklal para la ocasión, sólo para ser rápidamente recibidos por la policía, que detuvo al menos a 35 participantes.

«Tanto los partidos de la oposición como la población en general se han mostrado reticentes a participar en manifestaciones callejeras, a pesar de los altos niveles de opresión y corrupción que existen actualmente en Turquía», declara Karakaya-Stump.

«Dadas estas circunstancias, actualmente considero que la probabilidad de que se produzcan manifestaciones masivas espontáneas similares a las de Gezi es bastante baja, incluso en situaciones en las que proyectos importantes como Kanal İstanbul amenazan gravemente el medio ambiente y la calidad de vida general de la ciudad», añade.

Con todo, un optimista consideraría que las protestas del Parque Gezi fueron una victoria, ya que acabaron salvando el parque. Aunque el gobierno eligió a varias personalidades como chivos expiatorios y les impuso largas condenas, los promotores inmobiliarios no siguieron adelante con sus planes iniciales de arrasar el espacio verde.

Aun así, está por ver si el Parque Gezi seguirá siendo lo que es hoy.

«Desde luego, no hay garantías de que Erdoğan no vuelva a intentar poner en práctica sus planes de construir sobre el Parque Gezi», afirma Karakaya-Stump. «También hay que tener en cuenta que el nuevo Parlamento turco es el más conservador y derechista de la historia de la Turquía moderna, en gran parte gracias a la coalición que Erdoğan formó con partidos aún más a la derecha que el AKP.»

«Tales gestos simbólicos», como arrasar el Parque Gezi, explica Karakaya-Stump, «pueden resultar muy útiles para mantener unida esta coalición de extrema derecha, especialmente en momentos de crisis interna. Me temo que la situación en Turquía se deteriorará aún más y se volverá aún más descorazonadora antes de que empiece a mejorar. Espero que el tiempo demuestre que me equivoco».

A lo largo de los años, Gezi ha seguido siendo una fuente de esperanza incluso para los más afectados por la brutalidad policial que se produjo durante las protestas.

El 16 de junio de 2013, un adolescente de 14 años llamado Berkin Elvan iba al mercado a comprar pan en el barrio de Okmeydanı de Estambul cuando fue alcanzado en la cabeza por un bote de gas lacrimógeno y finalmente sucumbió a sus heridas casi nueve meses después. El joven se convirtió en el símbolo más visible de las protestas, y su muerte también se conmemora cada año.

«Nos quedaremos en este país y continuaremos nuestra lucha hasta el final. En el futuro, volveremos a gritar en nombre de la democracia y la humanidad», declaró Sami, el padre de Elvan, a Birgün el 31 de mayo. «Por tanto, no hay que ser pesimista. Si yo aún tengo esperanzas, nadie debe perderlas».


Paul Benjamin Osterlund es un periodista independiente con base en Estambul.

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