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Un intento por definir la paz y el papel de la memoria

Jineoloji.eu – Nora Merino – 1 septiembre 2025 – Editado por Rojava Azadi Madrid

La paz y sus procesos

Según cifras oficiales, en 2023 había alrededor de 45 procesos y negociaciones de paz en el mundo, y 52 en 2024. Son decenas y decenas los procesos de paz, o intentos de ello, que se han vivido en todo el mundo desde inicios del siglo XXI; pero a pesar de ello, es difícil vislumbrar las soluciones verdaderas que dichos procesos y anuncios de paz han proporcionado a los pueblos que, en un momento dado, se organizaron para defender su existencia y sus voluntades políticas, y cuánto han contribuido a la Paz, en un mundo que se acerca cada vez más al abismo con interminables guerras, militarización, agresivas políticas de inmigración, crecimiento del neofascismo, y exterminio mediante el feminicidio, ecocidio y sociocidio, en el periodo conocido como Tercera Guerra Mundial.

Examinemos algunas definiciones que pueden arrojar luz al asunto.

Según la definición de Vicenç Fisas 1Analista catalán sobre conflictos y procesos de paz, Doctor en Estudios sobre Paz por la Universidad de Bradford, y Director de la Escola de Cultura de Pau, de la Universidad Autónoma de Barcelona., un proceso de paz es un “esfuerzo para lograr un acuerdo que ponga fin a la violencia (…) mediante negociaciones que pueden requerir la mediación de terceros. (…) Un proceso no es un momento puntual, sino un conjunto de fases o etapas alargadas en el tiempo, en las que intervienen todos los actores afectados, en un esfuerzo colectivo para, en un momento determinado, alcanzar acuerdos que permitirán acabar con la situación anterior, dominada por la violencia y el enfrentamiento armado, para dar paso, mediante el diálogo y el consenso, a pactos o acuerdos que pongan fin a la violencia física, y, mediante la implementación de los acuerdos, iniciar una nueva etapa de progreso y desarrollo que permita superar igualmente las violencias estructurales que propiciaron el surgimiento del conflicto”.

Según Vicenç Fisas, existen principalmente cinco modelos de procesos de paz, dependiendo de los objetivos que se busquen:

1. Modelo de reinserción. Se da en casos donde un grupo u organización armada accede a dejar las armas a cambio de facilidades para reintegrarse en la sociedad. Se acoge al programa conocido como DDR, Desarme, Desmovilización y Reintegración. “Este (proceso) se produce después de llegar a un alto el fuego, procederse a una amnistía, integrar parte de los combatientes a las Fuerzas Armadas gubernamentales y conceder algunos privilegios políticos o económicos a los líderes de los grupos desmovilizados.”

2. Modelo de reparto del poder. Se da principalmente en situaciones en las que los grupos u organizaciones armadas buscan formar parte de las instituciones y del poder. Es un modelo que predomina en países africanos.

3. Modelo de intercambio. Requiere de una contrapartida a cambio de la paz. En los procesos de paz en el Salvador y Guatemala se pedía la democratización de los respectivos regímenes a cambio de poner fin a la lucha armada. Durante muchos años, el Movimiento Vasco de Liberación Nacional puso sobre la mesa la formulación “paz por presos” para tratar de forzar al Gobierno de España a liberar a sus presos a cambio de dejar la lucha armada.

4. Modelo basado en el establecimiento de medidas de confianza. Es un modelo que consiste en que cada una de las partes pone en marcha medidas bilaterales y recíprocas para reducir poco a poco la tensión. Es un modelo que no es suficientemente sólido por sí solo, especialmente si siguen dándose situaciones que generen desconfianza. Un ejemplo sería la India y Paquistán.

5. Modelo de autogobierno. “Se refiere al logro de alguna forma de autogobierno para aquellas regiones con demandas de autonomía o de independencia.”

Así mismo, Fisas afirma que son procesos “elitistas” los procesos de paz que implican ante todo a los principales actores del conflicto, es decir, el Estado y la organización armada, con la participación eventual de mediadores internacionales, como sería, por ejemplo, el caso de Colombia, con la participación del gobierno colombiano, por un lado, y de las FARC, por otro, junto con la mediación de Cuba; mientras que son procesos “participativos” si cuentan con la participación activa de actores locales, como por ejemplo representantes de la sociedad civil, creando “estructuras participativas que permitan dar la palabra a la sociedad”.

Tal vez uno de los ejemplos de proceso participativo podríamos encontrarlo en el desarme de la organización ETA, en Euskal Herria, quien después de anunciar el fin de la lucha armada en octubre de 2011 completó su desarme en la primavera de 2017. Ante la negativa de los estados contra los que ETA había luchado, Francia y España, de participar en un proceso bilateral para la solución de un conflicto de más de 60 años (si tenemos en cuenta tan solo los años de actividad de ETA, pero varias decenas más si contamos los años de persecución y negación de la identidad vasca que en el siglo pasado tomaron forma mediante el franquismo, condiciones que propiciaron el nacimiento de ETA), fue finalmente con la ayuda y participación de asociaciones y personalidades internacionales y de los movimientos sociales y de la sociedad civil vasca, a través de los llamados Artesanos de la Paz, como se finalizó el desarme y posterior disolución de la organización. Pero, ¿acaso podemos hablar de paz en el ejemplo de Euskal Herria? Intentaremos dar un esbozo de respuesta a esta pregunta en la segunda parte del artículo.

Junto con la definición de Fisas de “procesos elitistas” y “procesos participativos” una de las preguntas que puede surgir es, ¿quién hace la paz? Recientemente, en la perspectiva escrita y enviada por Abdullah Öcalan para el 12º Congreso del PKK, en el cual se decidió poner fin al método de la lucha armada y la disolución de las estructuras organizativas del Partido de los Trabajadores de Kurdistán, Öcalan mencionaba que:

“Solo los que pelean pueden hacer la paz. Es decir, no segundas o terceras fuerzas, no fuerzas intermediarias o aliadas, solo las fuerzas que han tomado la responsabilidad de la guerra sobre sus hombros, pueden tomar la responsabilidad de la paz sobre sus hombros. Porque la paz es como mínimo algo tan serio como la guerra. Y la responsabilidad de algo tan serio, solo las personas que han tomado el primer nivel sobre sus hombros pueden realizarla.”

¿Se trataría esto de una situación elitista? No, más bien podemos ver la responsabilidad de quienes han tomado las armas para construir la paz y la libertad. Es posible que, en primera instancia, especialmente para aquellas personas que vengan de movimientos pacifistas y se hayan formado en la “cultura de la paz”, esto pueda sonar contradictorio. Pero por todos es sabido que, cuando nos referimos a movimientos revolucionarios que han optado por el camino de la lucha armada, hablamos de movimientos que no han tomado esta decisión de manera precipitada, sino sobre fundamentos muy firmes. Tal y como ha subrayado Öcalan en su llamamiento histórico “Paz y Sociedad Democrática” realizado el pasado 27 de febrero:

“El PKK nació en el siglo XX -el más intenso siglo de violencia de la historia- en medio de las condiciones creadas por dos guerras mundiales, la Guerra Fría, la supresión de las libertades y, sobre todo, la negación de la identidad kurda. (…) La aparición y el apoyo generalizado al PKK -el levantamiento y movimiento armado más largo y completo de la historia de la República (turca)- fueron consecuencia del cierre de los canales políticos democráticos.”

Así mismo, en el tercer tomo del Manifiesto por la Civilización Democrática, Sociología de la Libertad, escrita desde la isla-prisión de Imrali, Öcalan afirmaba que:

“Cuando una sociedad ya no es capaz de crear y gestionar instituciones que proporcionen orientación moral y política de importancia, significa que esa sociedad ha sucumbido a la opresión y la explotación. Está en estado de guerra. Se puede definir la historia como un estado de guerra librado por las civilizaciones contra la sociedad. Cuando la moral y la política son disfuncionales, a una sociedad solo le queda un camino: la autodefensa. Un estado de guerra no es más que la ausencia de paz. De esta manera, solo la autodefensa hará posible la paz. Una paz sin autodefensa solo puede ser expresión de sumisión y esclavitud. El liberalismo impone hoy a las sociedades y a los pueblos la paz sin autodefensa. El juego unilateral de la estabilidad democrática y la reconciliación no es más que la hoja de parra que encubre la dominación de la clase burguesa lograda por las fuerzas armadas. No es más que un estado de guerra encubierto. El principal pilar de la hegemonía ideológica capitalista es la idea de que una paz verdadera es una paz que no requiere autodefensa.”

Llegados a este punto, encontramos la necesidad de definir qué es la paz.

La Real Academia Española (RAE) define la paz como “situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países”, “relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos” o “acuerdo alcanzado entre las naciones por el que se pone fin a una guerra”. Encontramos, pues, una definición de paz que, por un lado, supone únicamente una situación de falta de enfrentamiento, conflicto o lucha armada, y por otro lado, la situación acordada para poner fin a una guerra. Así nos encontramos con una definición insuficiente de paz, pues no tiene en cuenta los derechos y la voluntad ética y política de la sociedad. Así mismo, la RAE define la guerra como “lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación” y “desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias”, por lo que son necesarias, como mínimo, dos partes enfrentadas para hablar de guerra. Así, ¿cómo hablar de posible paz si una de las partes no reconoce estar en guerra? Es lo que nos encontramos, por ejemplo, en el caso de Euskal Herria, donde la derecha española se oponía al propio concepto de “proceso de paz” al considerar que no existía una situación de guerra, si no que únicamente era, en palabras del expresidente del Gobierno de España Mariano Rajoy, “una parte de la sociedad vasca atacando a la sociedad española”.

Abdullah Öcalan, en el tomo de Sociología de la Libertad, lo explica de la siguiente manera:

“En la modernidad capitalista, la palabra paz está llena de trampas. Utilizar la palabra sin definirla correctamente tiene muchos inconvenientes. Redefinamos la paz: no es ni la eliminación completa del estado de guerra ni la estabilidad o la ausencia de guerra bajo la supremacía de una de las partes. Hay diferentes partes en cualquier paz y el dominio total de una parte sobre otra no conlleva paz. (…) Para que exista una paz bien fundamentada deben cumplirse tres condiciones. Cualquier otro tipo de paz no tiene sentido. (…) Desarrollemos esas condiciones: en primer lugar, un desarme completo de las diferentes partes no está sobre la mesa. Las partes en conflicto deben comprometerse a no atacarse mutuamente independientemente de la disputa. No se tratará de conseguir la superioridad militar. Todas las partes deben aceptar y respetar el derecho de la otra a mantener los medios necesarios para garantizar su seguridad. En segundo lugar, no está en juego la superioridad última de una parte sobre las demás. Si bien es posible lograr la estabilidad y la quietud bajo el dominio de las armas, esto no puede considerarse paz. La paz solo estará a la orden del día cuando todas las partes acuerden parar la guerra sin que una de las partes alcance la superioridad armada, independientemente de que tenga razón o no. En tercer lugar, de nuevo independientemente de las posturas de las diferentes partes, se acuerda respetar las instituciones morales y políticas de las sociedades a la hora de abordar los problemas subyacentes al conflicto. (…) En esa situación, la política democrática desempeña un papel vital. Sólo el diálogo entre las fuerzas democráticas puede hacer frente al poder y a las fuerzas del Estado y lograr un proceso de paz significativo. Sin esa paz, aunque las partes beligerantes silencien las armas durante un tiempo, el estado de guerra continuará. El silenciamiento de las armas en este contexto no puede considerarse paz, sino más bien un alto el fuego que es presagio de una guerra más feroz por venir. Para que un alto el fuego conduzca a una paz auténtica deben cumplirse las tres condiciones descritas.”

En las lenguas romance, pau (català), paz (castellano), paix (francés), pace (italiano) así como en el inglés peace se cree que su origen etimológico se ubica en el latin pax, con la base indoeuropea *pak-, que significa pacto o acuerdo. La palabra alemana para paz, frieden, comparte raíz con freude (alegría) y freiheit (libertad). De la misma manera, en holandés vrede (paz) comparte raíz con vriend (amigo) y vrijheid (libertad). El árabe salam y hebreo shalom, utilizados ambos como forma de saludo, provienen de la raíz semítica s-l-m que implica conceptos como paz, seguridad y plenitud. En euskera, aunque se desconoce el significado etimológico de bake, se cree que puede estar relacionada con otras palabras vascas que significarían “lugar tranquilo”, “refugio”, “espacio abierto”, o “sin movimiento”, palabras que evocan descanso, tranquilidad, armonía y bienestar. La palabra utilizada en kurdo y persa para referirse a paz, aşitî, tiene su origen en la antigua lengua hurrita, en la cual significaba mujer, lo que nos hace recordar la tradición entre las mujeres kurdas de que, en caso de disputa entre dos tribus o dos personas, eran ellas las encargadas de tomar la iniciativa e intervenir en favor de la paz, quitándose los pañuelos de la cabeza para colocarlos en medio de la pelea y así detenerla.

Vemos pues como en la mayoría de los ejemplos dados la paz se refiere a una situación de armonía, calma, y amistad, o bien a una situación pactada. Tal y como dice Öcalan, “la paz no es sino la reconciliación condicional de la democracia y el Estado”. Por otro lado, la relación etimológica kurda-hurrita entre paz y mujer nos hace pensar en el importante papel de las mujeres para la consecución de dicha situación de calma y armonía.

Si lo miramos desde una perspectiva dialéctica, de la misma manera que no podemos hablar de luz sin oscuridad, no sería correcto pensar en una paz total. Aquí entra en juego el concepto acuñado por Francisco Muñoz de la “paz imperfecta”. Esta es una “paz imperfecta, en permanente construcción, responsabilidad de todas y todos, procesual; paradójica, porque convive con la violencia.” 2De la paz imperfecta a la agencia pacifista. Artículo de Juan Manuel Jiménez Arenas para la Revista Historia de la Educación Latinoamericana. “Otra de las diferencias sustanciales que presenta la paz imperfecta es que no necesariamente depende de la violencia. La paz es una forma de transformación de los conflictos, y como he expresado anteriormente, los conflictos deben ser considerados una oportunidad, y la gestión pacífica de los mismos, una expresión de la creatividad humana.” 3Ibid

“La paz no se trata de silenciar los fusiles. Se trata de un proceso de transformación social.” Rigoberta Menchú 4Líder indígena del pueblo maya quiché de Guatemala. Ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1992.

Así pues, la paz nunca es total, sino que es un proceso constante de construcción. Así mismo, la paz no supone el fin de la lucha, como muchos estados pretenden durante los procesos de paz. En ese caso ya no hablaríamos de paz, sino de rendición. Tal y como afirmaba el Grupo por la Paz y la Sociedad Democrática, conformado por 15 guerrilleras y 15 guerrilleros del PKK que quemaron sus armas el pasado 11 de julio,

“Como sabéis, las cosas no se lograron con facilidad, sin coste alguno ni sin lucha. Al contrario, todos los logros llegaron con un alto precio, mediante una lucha reñida. Y lo que está por venir, sin duda, requerirá una lucha exigente. Somos plenamente conscientes de ello, y con el objetivo de asegurar mayores logros democráticos, creemos firmemente en la visión y el paradigma del Líder Abdullah Öcalan, así como en nosotras mismas y en nuestra fuerza colectiva.”

En este sentido, a pesar de la insistencia del Gobierno de Turquía por referirse al actual proceso como “una Turquía libre de terrorismo”, continuando de esta manera con definiciones y lenguajes que no contribuyen a la solución, la forma de referirse por parte del Movimiento Kurdo como proceso de “Paz y Sociedad Democrática”, inspirado en el llamado del mismo nombre realizado por Öcalan el 27 de febrero, es revelador, puesto que conlleva una construcción de paz que no es etérea, ni tiene una posición clásica de negociaciones con el Estado para conseguir algo a cambio, ni busca el poder, ni tampoco desmantelarse unilateralmente, sino que es la construcción y realización de una paz que solo es posible con la construcción y la realización de un proyecto social y político que ofrece una nueva dimensión al concepto de paz, y a sus procesos. Porque tal y como afirmaba Öcalan en su mensaje histórico emitido el 9 de julio, primeras imágenes en video desde que fuera capturado el 15 de febrero de 1999, “la política no conoce vacíos; por lo tanto, el vacío debe llenarse con el programa de la Sociedad Democrática y la estrategia de la Política Democrática.” De esta manera, se aporta la mayor contribución a la paz, sacándola de los moldes en los que había sido colocada, y pasa a ser una paz no solo con el Estado, sino una paz para la sociedad, donde el principal papel que debe jugar la sociedad no es únicamente participar en el proceso de paz como tal, sino en el proceso de construcción de sí misma. Esto puede dar respuesta, a su vez, a las desconfianzas legítimas y fundamentadas ante el Estado por parte de una sociedad que no olvida todo lo sufrido, puesto que el proceso de Paz y Sociedad Democrática es una llamada a resignificarse y reorganizarse como pueblo y sociedad, más allá de los estados.

La importancia de la memoria en la construcción de la paz

Memoria, del latín memor (el que recuerda).

Recordar, del latín re-cordis (volver a pasar por el corazón).

Teniendo en cuenta que la paz no es únicamente “ausencia de armas” o “ausencia de conflicto”, hemos visto la importancia de definir el concepto de paz y desarrollar un entendimiento común para poder construirla.

Para el Estado, la paz es una situación que no requiere tan solo que la contraparte deponga las armas, sino que requiere el abandono de la lucha, sus objetivos y reivindicaciones. Para ello, o tras ello, el Estado asienta un relato que ha venido generando ya desde los años de conflicto; el relato hegemónico de vencedor. Podemos ver este ejemplo en la insistencia de nombrar al proceso de Paz y Sociedad Democrática por parte del gobierno turco como “una Turquía libre de terrorismo”, o podemos verlo de una manera muy clara y evidente en el caso de Euskal Herria, donde los gobiernos, tanto el español como el propio gobierno vasco, han asentado el relato de que “la democracia ha vencido al terrorismo”. A través de espacios como la Asociación de Víctimas del Terrorismo; de números oficiales donde solo cuentan los muertos de uno de los bandos, dejando fuera la gente asesinada en Euskal Herria tanto en los años de dictadura como ya en democracia, sin olvidar a las más de 4.000 personas torturadas por las fuerzas del orden; a través de la prensa que, 14 años después del fin de la lucha armada y siete desde la disolución de ETA, aún hablan de los “etarras” cuando se refieren a los presos políticos vascos o cuando algún vasco reclama sus derechos; mediante libros tendenciosos y sensacionalistas que afirman explicar la verdad de la “banda terrorista”; y a través de películas donde se muestra a los militantes de ETA como gente sanguinaria y sin dos dedos de frente, (como es el caso de la película La infiltrada) sin tener en cuenta ni explicar la realidad de un pueblo y la expresión organizada del mismo para defender su propia existencia. Tal y como afirmaba una familia vasca con la que hablamos hace poco, “le debemos nuestra existencia a ETA, sin ellos ya no existiríamos.”

De esta manera, el Estado genera un relato, y la importancia del relato es que supone una narración de la historia, generando así una memoria. Así, si no se encuentra con una oposición organizada a dicho relato que busque construir una memoria más cercana a la verdad, el Estado impondrá su memoria y su verdad. Cuando lo que se abandona no es solamente la lucha armada, sino la lucha en general, no será posible construir una memoria que solo puede ser válida si es colectiva y organizada. Por ejemplo, en Kurdistán, a pesar de los esfuerzos del Estado por ponerse la medalla de vencedor ante un supuesto grupo de desalmados y sanguinarios terroristas, existe un pueblo organizado, miles de militantes organizadas y un movimiento vivo y dinámico capaz de defender su memoria y presentar su propio relato, es decir, su narración de la historia, más cercana a la verdad.

En caso contrario, la narración de la historia que quede como memoria para las siguientes generaciones será la del Estado, y únicamente la gente que lo haya vivido en primera persona sabrá lo que realmente ocurrió, o por lo menos lo que ella vivió, ya que la historia debe estar construida por todas las voces que la vivieron. Las nuevas generaciones, al conocer únicamente el relato del Estado, acogerán esa memoria como propia, y la convertirán en su verdad. Esto podemos verlo, de nuevo, en el caso de Euskal Herria, donde en pocos años se ha dado una ruptura generacional que, más que cultural o política, es de memoria. Así, las nuevas generaciones en Euskal Herria, o bien no sabrán quién era ETA ni el Movimiento Vasco de Liberación Nacional, o bien, según el relato del Estado, lo que sabrán es que eran unos terroristas o unos derrotados, siguiendo la línea narrativa del Estado de vencedores y vencidos.

De esta manera se asesina la memoria. ¿Dónde quedan la memoria y la verdad de un pueblo, la expresión contemporánea del carácter guerrero y luchador de quienes quisieron mantenerse como pueblo? Evidentemente, para construir una memoria comprometida con la verdad se necesita del coraje de la crítica y la autocrítica, reconocer los propios errores y carencias, dejar los egos a un lado, y expresarse desde el corazón, desde un sentipensar que comprenda la memoria como una forma de sanar, como un homenaje a los que se fueron y un deber hacia los que vendrán.

¿De qué manera se puede construir paz y hablar de solución, si se está construyendo sobre la base de una memoria asesinada? ¿Cómo se puede hablar de paz sin memoria? En la primera parte de este artículo me preguntaba si acaso se puede hablar de paz en Euskal Herria. Pues bien, mi sentipensar me dice que no, puesto que la paz no se trata únicamente de sacar las armas de la ecuación. La violencia no es solo física; asesinar una memoria, imponer una verdad, es también violencia. Un pueblo no puede estar en paz, ya no con terceros, ya no con un adversario, sino consigo mismo si carece de memoria, o si ésta está troceada y desvalorizada.

“Porque el poder se alimenta principalmente de la falta de memoria.” Nagihan Akarsel 5Miembro de la Academia de Jineolojî asesinada el 4 de octubre de 2022 por un mercenario de Turquía.

El Estado Español tiene una larga experiencia en cuanto al asesinato de la memoria; tres años de guerra y 40 años de dictadura franquista que asesinaron la memoria de millones de personas a través del silencio impuesto por el miedo, ¿cuántas de nosotras supimos ya de adultas lo que vivieron nuestros familiares en los años de franquismo? ¿Cuántas de nosotras nos enteramos ya de mayores que teníamos familiares en las cunetas, o en el exilio? ¿Cuántas de nosotras supimos por casualidad que familiares nuestros habían combatido en el frente contra las tropas franquistas? Y esto, solo, las que hemos sido más afortunadas. La gran mayoría se han encontrado con silencio, con ignorancia, con olvido. ¿Acaso no hemos sentido en numerosas ocasiones frustración por ese silencio y ese olvido, esa memoria asesinada, que no ha permitido cerrar la herida? El golpe de gracia, de hecho, lo dio la llamada transición democrática con los Pactos del Olvido. El historiador Ismael Saz afirmó que “se trataba de olvidar un pasado para construir un futuro en paz y democracia”. Y bien, ¿cómo construir paz sin memoria? El franquismo sentenció la memoria a través del silencio y la transición democrática la ejecutó con el olvido. Generaciones que no hemos vivido el franquismo seguimos sintiendo la herida abierta, se ha quedado en nuestro ADN social y familiar; nuestros familiares fueron asesinados y la tierra está llena de cadáveres, pero no hay memoria, no recordamos, somos una sociedad amnésica.

La RAE define el olvido como “cesación de la memoria que se tenía” o “cesación del afecto que se tenía”. A su vez, algunos de los sinónimos que ofrece son “amnesia”, “indiferencia”, “desprecio”, o “ingratitud”. Expresiones como “caer en el olvido”, “echar al olvido”, “enterrar en el olvido” muestran esta realidad. En italiano dimenticare procede del latín mens (mente), y significa “sacar fuera de la mente”, o en portugués esquecer, derivado del latín cadere (caer). La lengua griega antigua contiene lethé. En Lethé o Leteo, el río del olvido según la mitología griega, está la raíz leth, que designa lo escondido, lo encubierto, lo oculto, y que encontramos en el término aletheia –verdad-, mostrándonosla como lo “no olvidado” o como lo “que no hay que olvidar”.

A su vez, en la mitología griega Mnemósine, musa de la memoria, era la madre de las nueve musas protectoras de las artes y las ciencias. Los antiguos filósofos griegos vinculaban la memoria con la idea de inmortalidad del alma.

Así pues, la triada verdad – memoria – paz es la base para fortalecer la sociedad democrática, proteger nuestros valores como pueblos, y garantizar una vida digna y en libertad. Renunciar a una de ellas (verdad, memoria, paz) significaría renunciar a las demás, puesto que la relación entre las tres es dinámica, orgánica e imprescindible.

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Notas:

  1. Analista catalán sobre conflictos y procesos de paz, Doctor en Estudios sobre Paz por la Universidad de Bradford, y Director de la Escola de Cultura de Pau, de la Universidad Autónoma de Barcelona.
  2. De la paz imperfecta a la agencia pacifista. Artículo de Juan Manuel Jiménez Arenas para la Revista Historia de la Educación Latinoamericana.
  3. Ibid
  4. Líder indígena del pueblo maya quiché de Guatemala. Ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1992.
  5. Miembro de la Academia de Jineolojî asesinada el 4 de octubre de 2022 por un mercenario de Turquía.
  • 1
    Analista catalán sobre conflictos y procesos de paz, Doctor en Estudios sobre Paz por la Universidad de Bradford, y Director de la Escola de Cultura de Pau, de la Universidad Autónoma de Barcelona.
  • 2
    De la paz imperfecta a la agencia pacifista. Artículo de Juan Manuel Jiménez Arenas para la Revista Historia de la Educación Latinoamericana.
  • 3
    Ibid
  • 4
    Líder indígena del pueblo maya quiché de Guatemala. Ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1992.
  • 5
    Miembro de la Academia de Jineolojî asesinada el 4 de octubre de 2022 por un mercenario de Turquía.

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