Öcalan: «Las guerras nunca son la elección del pueblo»

En los sistemas sociales jerárquicos y estatistas, el fenómeno político más importante es el conflicto entre el elemento democrático y la camarilla del poder y la guerra. Existe una lucha constante entre los elementos democráticos basados en la comunalidad —el modo de existencia de la sociedad— y las camarillas del poder y la guerra que se disfrazan de jerarquía y Estado. A este respecto, no es la lucha de clases en sentido estricto el motor de la historia. El motor real es la lucha entre el modo de existencia del demos (el pueblo), que incluye la lucha de clases, y la camarilla guerrera en el poder, que se nutre de atacar este modo de vida. Las sociedades existen esencialmente sobre la base de una de estas dos fuerzas. Qué mentalidad domina, quién llega a poseer la autoridad, cómo son el sistema social y los medios económicos: todo esto depende del resultado de la lucha entre estos dos poderes. Dependiendo del nivel de lucha, a lo largo de la historia se han producido tres resultados, a menudo entrelazados.
El primero es la victoria total de la camarilla guerrera gobernante. Se trata de un sistema de esclavitud total impuesto por los conquistadores, que presentan sus gloriosas victorias militares como los acontecimientos históricos más importantes. Todo y todos deben estar a su disposición; su palabra es la ley. No hay lugar para la objeción ni la oposición. Ni siquiera se permite pensar en desviarse del plan predeterminado por el gobernante. ¡Hay que pensar, trabajar y morir exactamente como se ordena! Lo que se busca es la cúspide del orden dominante sin alternativas: los imperios, el fascismo y todo tipo de prácticas totalitarias entran en esta categoría, y las monarquías suelen esforzarse por lograr ese sistema. Este es uno de los sistemas más comunes de la historia.
El segundo resultado posible es exactamente lo contrario: el sistema de vida libre de la sociedad —clanes, tribus y grupos aşiret con idiomas y culturas similares— contra la oligarquía del poder guerrero velado como jerarquía y Estado. Esta es la forma de vida de los pueblos invictos y resistentes. Todo tipo de grupos étnicos, religiosos y filosóficos no afiliados a la oligarquía que resisten los ataques en los desiertos, las montañas y los bosques representan esencialmente esta forma de vida social. La fuerza más importante de la lucha de resistencia por la libertad social y la igualdad fue la forma de vida de los grupos étnicos, basada en la inteligencia emocional y mucho trabajo físico, y la de los grupos religiosos y filosóficos, basada en la inteligencia analítica. El flujo libertario de la historia es el resultado de este modo de vida basado en la resistencia. Conceptos importantes, como el pensamiento creativo, el honor, la justicia, el humanismo, la moralidad, la belleza y el amor, están muy relacionados con este estilo de vida.
La tercera posibilidad es «paz y estabilidad». En esta situación, existe un equilibrio entre las dos fuerzas en varios niveles. Las guerras, los conflictos y las tensiones constantes suponen una amenaza para la supervivencia de la sociedad. Ambas partes podrían llegar a la conclusión de que no les conviene estar en peligro constante o siempre en guerra y podrían llegar a un compromiso sobre un «pacto por la paz y la estabilidad» a través de diversas formas de consenso. Aunque el resultado podría no corresponder del todo a los objetivos de ninguna de las partes, las condiciones hacen que el compromiso y la alianza sean inevitables. La situación se gestiona así hasta que surge una nueva guerra. En esencia, el orden caracterizado como «paz y estabilidad» es en realidad un estado de guerra parcial, en el que están presentes tanto el poder de la guerra y el poder gobernante como el poder invicto y la resistencia del pueblo. Es más preciso llamar a este estado de equilibrio en el dilema guerra-paz una guerra parcial.
Una cuarta eventualidad, en la que no hay problema de guerra y paz, surgiría si desaparecieran las condiciones que llevaron a la aparición de ambas partes. Una paz permanente solo es posible en sociedades que nunca han experimentado estas condiciones o en las que se ha trascendido el orden social natural comunal primordial y el orden de guerra y paz. En tales sociedades, no hay lugar para los conceptos de «guerra» y «paz». En un sistema en el que no hay ni guerra ni paz, estos conceptos ni siquiera pueden imaginarse.
Durante los períodos históricos en los que prevalecen los sistemas sociales jerárquicos y estatistas, las tres situaciones coexisten de manera desequilibrada, sin que ninguna de ellas pueda funcionar por sí sola como sistema histórico. En esa situación, ni siquiera existiría la historia como tal. Tenemos que entender que el «gobierno absoluto» y la «libertad e igualdad absolutas» deben considerarse dos extremos que, en realidad, son abstracciones conceptuales idealizadas. En el caso del equilibrio social, al igual que en el equilibrio natural, ninguno de los dos extremos puede prevalecer por completo. En realidad, solo podemos hablar de lo «absoluto» como un concepto con dimensiones espaciales y temporales muy limitadas. De lo contrario, el orden universal no puede sobrevivir. Imaginemos que no existiera la simetría ni el equilibrio. La preponderancia de una tendencia habría llevado sin duda al fin del universo. Pero aún no hemos visto este tipo de finitud, por lo que podemos concluir que lo absoluto solo existe en nuestra imaginación, no en el mundo de los fenómenos reales. El lenguaje y la lógica del sistema universal, incluido el de la sociedad, es uno de dualismos dialécticos casi equilibrados que se enriquecen o empobrecen en un flujo constante. La validez y la complejidad del sistema social que prevalece en una amplia variedad de comunidades es el estado de guerra y paz parcial conocido como «paz y estabilidad». El pueblo se encuentra en una constante batalla ideológica y práctica con las fuerzas de la guerra y el poder para inclinar la situación a su favor y mejorar sus condiciones sociales, económicas, legales y artísticas, así como su mentalidad. La guerra es el estado más crítico y violento de este proceso. La fuerza esencial detrás de la guerra es la fuerza de este poder guerrero dominante, y su razón de ser es apoderarse de la acumulación del pueblo de la manera más fácil posible. El pueblo y las clases oprimidas se ven obligados a responder con una guerra de resistencia para defender su existencia contra este saqueo insistente y para sobrevivir. Las guerras nunca son una elección del pueblo; sin embargo, son imprescindibles para defender su existencia, su dignidad y su sistema de vida libre.
Es interesante e instructivo observar la democracia en los sistemas históricos desde esta perspectiva. Hasta el día de hoy, las concepciones históricas dominantes se corresponden básicamente con el paradigma del grupo guerrero gobernante. Las expediciones de masacre para obtener botín y saqueo podían calificarse fácilmente como «guerras santas», desarrollando así la idea de un «Dios que ordena la guerra». Las narrativas presentaban las guerras como acontecimientos extraordinariamente espléndidos. Incluso hoy en día, la opinión dominante es que la guerra es una situación en la que el ganador se lo lleva todo, que lo que se obtiene mediante la guerra se ha ganado. La comprensión de los derechos y los marcos jurídicos basados en la guerra es el modo de existencia dominante de los Estados. Todo ello estableció la noción común de que cuanto más se libra la guerra, más derechos se tienen. «Quienes quieran sus derechos tendrán que luchar por ellos». Esta mentalidad es la esencia de la «filosofía de la guerra».
No obstante, es alabada por la mayoría de las religiones, filosofías y formas artísticas. Esto llega hasta el punto de que la acción de un puñado de usurpadores se describe como la acción más «sagrada». El heroísmo y la sacralidad se han convertido en el título de este acto de usurpación. Honrada de esta manera, la guerra se convirtió en la forma de pensar dominante y se ganó la reputación de ser el instrumento para resolver todos los problemas sociales. Una moralidad que presentaba la guerra como la única solución aceptable, incluso si existían otras vías posibles, ató a la sociedad. El resultado fue que la violencia se convirtió en la herramienta más sagrada para resolver problemas. Mientras continúe esta interpretación de la historia, será difícil analizar los fenómenos sociales de forma realista para encontrar soluciones a los problemas que no sean la guerra. El hecho de que incluso los representantes de las ideologías más pacíficas hayan recurrido a la guerra demuestra la fuerza de esta mentalidad. El hecho de que incluso las principales religiones y los movimientos contemporáneos de liberación de clase y nacional, que han luchado por la paz permanente, hayan combatido al estilo de las camarillas guerreras en el poder es una prueba más de ello. La forma más eficaz de imponer restricciones a la mentalidad guerrera del poder es que el pueblo adopte una postura democrática. Esta postura no es una situación de «ojo por ojo, diente por diente». Aunque una posición democrática incluye un sistema de defensa que abarca la violencia, esencialmente se trata de adquirir una cultura de libre autoconformación luchando contra la mentalidad dominante. Estamos hablando de un enfoque que va mucho más allá de las guerras de resistencia y defensa; se centra en la comprensión de una vida que no está centrada en el Estado y la pone en práctica. Esperar que el Estado se encargue de todo es como ser un pez atrapado en el anzuelo de la camarilla guerrera del poder dominante. Puede que te ofrezcan un cebo, pero solo para poder cazarte. El primer paso hacia la democracia es concienciar a la gente sobre la naturaleza del Estado. Otros pasos adicionales incluyen una amplia organización democrática y la acción civil.
Del libro Beyond State, Power and Violence (Más allá del Estado, el Poder y la Violencia), por Abdullah Öcalan.
Extracto traducido y editado por Rojava Azadi Madrid
El libro aún no está disponible en castellano.