Henry Jackson Society lo ha vuelto a hacer: problemas con su último artículo sobre el PYD
FUENTE: The Region
AUTOR: Meghan Bodett
FECHA: 24/12/2017
TRADUCTOR: Irene
El último artículo de Henry Jackson Society sobre el Norte de Siria está plagado de imprecisiones y carece del contexto necesario para informar sobre los movimientos y conflictos que definen la situación política actual en la región.
La premisa del artículo es que una «alianza a largo plazo» entre el PKK y Siria, Rusia e Irán plantea un problema para el apoyo de los EEUU a las SDF. Reduce la hábil diplomacia del PYD y su comprensión clara de sus mejores opciones de supervivencia a un vestigio de esta supuesta «alianza», al tiempo que malinterpreta los objetivos ideológicos y las estructuras políticas de varias organizaciones políticas y militares kurdas involucradas en el conflicto. Al hacerlo, niega la entidad de estos grupos, sugiriendo que todos ellos son actores de los poderes extranjeros y, a su vez, que las causas legítimas que representan no son dignas de consideración en la resolución del conflicto sirio.
El autor, Kyle Orton, comienza con una cuestionable historia del PKK, calificando al movimiento como «un hijo de la Guerra Fría» y refiriéndose a su formación como «parte de los movimientos radicales de la década de 1960», sin mencionar la represión de los kurdos en Turquía en las décadas previas a su fundación. La rivalidad de la Guerra Fría y el radicalismo de los años 60 no forzaron a Turquía a prohibir el idioma kurdo, suprimir la cultura kurda y masacrar a quienes se mantuvieron firmes ante las políticas de asimilación forzada del Estado.
La afirmación de Orton de que «para el PKK, los estados aliados con Occidente como Turquía e Israel eran fundamentalmente ilegítimos, meras extensiones del colonialismo y racismo occidental a los que la Historia pondría fin» también carece, de forma similar, de contexto histórico. El alineamiento de Turquía con Occidente no fue lo que lo hizo ilegítimo; su ocupación del Kurdistán sí. Para un grupo oprimido que vivía en las condiciones que el pueblo kurdo tenía entonces en Turquía, una perspectiva marxista-leninista que rechazaba las fuerzas económicas y políticas que llevaron a la ocupación de sociedades como la suya era una solución basada en la realidad material. No fue, como afirma Orton, un «arma contra Turquía» de la Unión Soviética, a pesar de su ideología comunista compartida. Ésta no es la primera vez que el artículo reduce la lucha kurda a intereses de otros poderes; una conclusión peligrosa y simplista.
Al omitir el contexto histórico y las motivaciones, Orton enmarca la guerra en los años 80 y 90 destacando los actos más cuestionables cometidos por el lado kurdo como una característica definitoria de su movimiento, al tiempo que se refiere a la destrucción y despoblación del Kurdistán por parte de Turquía como «tácticas convencionales efectivas». Ignorando las razones por las cuales lucharon ambas partes, y escribiendo como si el estado turco respondiera en defensa propia en lugar de tratar de aplastar un movimiento de autodefensa, el análisis desdibuja la realidad del conflicto.
El informe dice que, a fines de la década de 1990, la organización había perdido el apoyo de Siria e Irak, contradiciendo la idea de una «alianza a largo plazo» que conforma su tesis. También, extrañamente, sugiere que el PKK se alió con el Irak de Saddam Hussein para luchar contra los kurdos iraquíes. El apoyo de Turquía a los partidos kurdos iraquíes contra el PKK no se menciona, tampoco la cooperación militar turco-iraquí contra la organización que existió a lo largo de los años ochenta y noventa y las bases militares turcas en todo el país que la hicieron posible.
A lo largo de esta parte de la publicación, Orton intenta argumentar que la lucha kurda es meramente una extensión de las ambiciones geopolíticas de otros estados en la región, y simplifica su agenda y motivaciones. Está claro que poco de esto es cierto, y que aquello que sí es verdad se presenta sin el contexto necesario.
Su tratamiento del conflicto sirio es el mismo. El PYD se menciona como un grupo escindido del PKK inventado para eludir la designación como terroristas, y Orton señala que no hay indicadores de etnia kurda en los nombres del PYD e YPG. Afirma que esto fue hecho para apaciguar a Assad, mientras que, en realidad, fue el cambio ideológico del marxismo-leninismo al confederalismo democrático, una ideología política que rechaza el estado-nación y el nacionalismo étnico, lo que explicaría esa elección del nombre. Orton rechaza la posibilidad de pluralismo en la Federación Democrática del Norte de Siria, a pesar de haber informes sobre el terreno que indican lo contrario.
El artículo también ignora la derrota del ISIS frente a las YPG y YPJ en el norte de Siria con el fin de documentar cualquier ejemplo posible de colaboración militar y política entre el PYD y el gobierno sirio. Discute el asedio de Kobane sin mencionar el papel de Turquía en la agravación del conflicto, y sugiere que sin el apoyo de los Estados Unidos y Siria la ciudad nunca habría sido liberada. Volver a escribir la historia de esos eventos, insinuando que rendirse al ISIS habría sido mejor que aceptar cierto apoyo, es falaz. Los EEUU no intervinieron en Kobane hasta una etapa avanzada de la batalla, y aunque los medios estatales sirios afirmen que proporcionaron armas a las YPG durante esta batalla, los líderes kurdos lo niegan.
Los ejemplos reales de colaboración o coordinación frente al conflicto no son tan sospechosos como el informe los hace parecer. Las autoridades en el Norte de Siria han declarado explícitamente que esperan tener un estatus autónomo dentro de una Siria federal, por lo que no tienen motivos para provocar al gobierno central más de lo necesario. Además, ISIS y al-Qaeda plantearon amenazas existenciales inminentes a la seguridad del Norte de Siria; el gobierno sirio no. No había ninguna razón estratégica, entonces, para que las YPG lucharan contra las fuerzas del gobierno cuando el ISIS todavía tenía territorios cerca de las áreas que controlaban.
Esta priorización por parte del Norte de Siria de sus intereses en materia de seguridad no lo convierte en un agente del gobierno central. A medida que el ISIS pierde sus últimos territorios en Siria, se han producido enfrentamientos entre las SDF y SAA en Deir Ezzor, y los sistemas políticos de los territorios que cada uno controla difieren enormemente. El Norte de Siria ha celebrado dos vueltas electorales en los últimos cuatro meses, con una tercera programada para enero. El gobierno sirio no ha reconocido estas elecciones, y se ha referido a los kurdos en el Norte de Siria como «traidores». La administración del Norte de Siria, a su vez, ve su modelo confederalista aplicable a la totalidad del país en un futuro. Aunque se han celebrado negociaciones que incluyen representantes de ambos lados, está claro que no son tan equivalentes como argumenta el artículo.
Al final, el PYD deberá mantener una posición de negociación viable con todos los actores en el conflicto, incluida Rusia, el gobierno sirio y los Estados Unidos. Ya ha forjado relaciones tácticas con los estados que lo ayudaron en la lucha contra el ISIS, así como el PKK tiene relaciones tácticas con los estados que apoyaron su lucha contra Turquía. En lugar de retirarse, como escribe Orton, el apoyo de EEUU para las YPG y SDF parece tan fuerte como siempre, con medio billón de dólares asignados en el NDAA 2018 para su apoyo militar. Al mismo tiempo, Rusia apoya las operaciones de las SDF en Deir Ezzor, y hace poco invitó al comandante de YPG, Sipan Hemo, a Moscú para recibir un premio por «heroísmo» y reunirse con autoridades rusas. Los combatientes en el terreno han afirmado que tener apoyo ruso y estadounidense es tranquilizador en el plano militar y político; la KCK afirma que ambas relaciones son el resultado de objetivos estratégicos compartidos temporalmente, no una afinidad ideológica y política a largo plazo.
Las elecciones diplomáticas del norte de Siria son el resultado de una evaluación actual de los hechos sobre el terreno, no de una dilatada dependencia de Siria y Rusia, heredera del PKK. Afirmar lo contrario es devaluar la lucha contra ISIS y por la autonomía democrática en el Norte de Siria y malinterpretar la historia y motivaciones del PKK.
Vale la pena preguntarse a qué narrativa se atiene con este artículo simplista. A la Henry Jackson Society se le ha pagado antes por producir piezas que cumplen una determinada agenda, y Orton ya ha hecho anteriormente acusaciones infundadas contra grupos kurdos, mientras añade información personal -alguna de la cual es inexacta- sobre combatientes internacionales YPG y YPJ en otro artículo para la organización.
Los enemigos de la democracia y la autonomía en Kurdistán y Oriente Medio en general pueden usar centros de estudios como la Henry Jackson Society -y la credibilidad que dan al trabajo que publican- para presentar sus argumentos políticos contra Rojava. Los estados que están amenazados por la idea de una democracia local anticapitalista y una lucha organizada contra la opresión se benefician del análisis que reduce la resistencia a una guerra de intereses y descalifica a los movimientos revolucionarios en función de priorizar qué enemigos combatir primero. Todos aquéllos que desean combatir el terrorismo y el autoritarismo no deberían dar a esos estados material que les permita hacerlo.