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En las fronteras que dividen Kurdistán, las minas terrestres devastan comunidades

(Foto: Departamento de Defensa. Servicio de Información de las Fuerzas Americanas. Centro de Información Visual de Defensa. 1994)

KPI – Gordyaen Benyamin Jermayi – 4 junio 2024 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid

El uso global de minas terrestres en conflictos militares y las lesiones, amputaciones, discapacidades y costes sociales, psicológicos y económicos que causan son reconocidos como problemas importantes por las comunidades afectadas. Aproximadamente entre 60 y 70 millones de minas terrestres están diseminadas por unos 70 países, lo que provoca unas 800 víctimas mortales y 1.200 heridos al mes.

Irak es el país más afectado por minas terrestres del mundo por superficie total contaminada. La mayor parte de la contaminación conocida es el resultado de la invasión liderada por Estados Unidos en 2003, la Guerra del Golfo en 1991 y el conflicto con Irán entre 1980 y 1988. Las fronteras de Irak con Arabia Saudí e Irán están contaminadas por campos de minas de barrera. Las minas y las explosiones de restos militares se cobran la vida de decenas de iraquíes cada año. Según datos del Servicio de Acción contra las Minas de la ONU, 8,5 millones de los 41 millones de habitantes del país corren peligro. Irak informó de que, a finales de 2019, había en el país 1,23917 millones de hectáreas contaminadas por minas terrestres antipersona y otras 62.758 hectáreas por minas improvisadas.

Irán también figura entre los países con mayor densidad de tierras contaminadas por minas terrestres. Los ocho años de guerra con Irak provocaron una gran contaminación por minas terrestres en vastas regiones de Irán, sobre todo en las provincias kurdas de Kirmashan (Kermanshah), Sine (Kurdistán), Ilam y Urmia (Azerbaiyán Occidental), y en la provincia de Juzestán, de población predominantemente árabe.

Las minas terrestres y los restos de explosivos de la guerra entre Irak e Irán, así como los colocados por el Estado turco, han afectado considerablemente a la vida de la población kurda en las fronteras de Kurdistán, sobre todo en las zonas donde se han producido conflictos.

Se calcula que hay un millón de minas terrestres que separan Turquía, Irán y Armenia, y entre 16 y 25 millones de minas terrestres y explosivos abandonados entre Irak e Irán. Ambas regiones albergan grandes poblaciones kurdas.

Según las estadísticas estatales iraníes, entre 4 millones y 200 mil hectáreas del territorio iraní están contaminadas con minas terrestres. La provincia de Ilam posee la mayor extensión de terreno contaminado por minas, con un total de 1,7 millones de hectáreas, seguida de la provincia de Juzestán, con 1,5 millones de hectáreas. Le sigue de cerca la provincia de Kirmashan (Kermanshah), con 700 mil hectáreas afectadas. Las provincias de Sine (Kurdistán) y Urmia (Azerbaiyán Occidental) cuentan con 150.000 hectáreas de tierras contaminadas por minas, lo que las sitúa entre las provincias más afectadas por este problema.

El gobierno iraní afirma que utiliza las minas terrestres como «herramientas de defensa» para vigilar sus fronteras e impedir el paso de los narcotraficantes. Sin embargo, se han plantado nuevas minas con moderación y en zonas fronterizas donde el narcotráfico es poco frecuente, principalmente para limitar la presencia de los partidos políticos kurdos.

El uso, almacenamiento, producción y transferencia de minas antipersona están prohibidos por la Convención de Ottawa de 1997. Irán aún no ha firmado esta convención y sigue utilizando minas terrestres a través de sus fronteras. A pesar de haberla ratificado el 1 de marzo de 2004, Turquía ha ignorado voluntariamente sus obligaciones en virtud de la convención, aunque ha recibido financiación de la Unión Europea para limpiar las tierras contaminadas por minas.

Estos explosivos matan y hieren a los civiles que entran inadvertidamente en contacto con ellos, especialmente kolbars, pastores, montañeros y aldeanos que van a las montañas a recoger hierbas durante la primavera. Las heridas causadas por explosivos pueden provocar a menudo discapacidades permanentes, como la pérdida de miembros o traumatismos graves. Las minas terrestres también causan importantes daños psicológicos y sociales, como miedo y ansiedad generalizados, trauma y TEPT, depresión y otros problemas psicológicos, estigma social y aislamiento, y daños en las relaciones interpersonales. Por último, tienen efectos adversos en el medio ambiente y el paisaje de la región, como la contaminación del suelo, la destrucción del hábitat de la fauna, la contaminación del agua y la deforestación.

MINAS TERRESTRES, SUICIDIO Y DEPRESIÓN EN EL KURDISTÁN

La provincia de Ilam, en el Kurdistán Oriental, es la más contaminada por minas terrestres de Irán. La Organización Mundial de la Salud realizó allí un estudio para determinar la prevalencia, gravedad y síntomas de los trastornos de ansiedad y depresión entre las víctimas de minas terrestres de esta provincia y evaluar la calidad de vida teniendo en cuenta otros factores. De los 137 heridos encuestados, 95 tenían puntuaciones elevadas de ansiedad y depresión (69,3%), mientras que sólo 42 de los heridos (5,8%) tenían puntuaciones que estaban dentro del rango normal. Al comparar a los individuos que se consideraba que se habían recuperado totalmente de su lesión con los que no, se observó una diferencia significativa en el grado de ansiedad. El estudio descubrió que las personas heridas por minas terrestres presentan niveles elevados de ansiedad y depresión. Además de los daños físicos, los supervivientes de accidentes con minas terrestres pueden sufrir traumas psicológicos en forma de ansiedad, depresión o trastorno de estrés postraumático, todo lo cual puede mermar su calidad de vida. La ansiedad y la depresión persistentes pueden verse exacerbadas por la negación de una nueva imagen corporal, un futuro incierto y la falta de confianza.

Diversos factores psicológicos, políticos, económicos, sociales, biológicos, culturales y medioambientales influyen en las tasas de suicidio. Las minas terrestres pueden ser un factor. La tasa media de suicidios en Irán es de 5,09 casos por cada 100.000 habitantes; las tasas más altas se dan en la provincia de Ilam y en Kirmashan, con 11,49 y 11,78 casos por cada 100.000 habitantes, respectivamente, lo que supera la media en más del doble.

Las minas terrestres son uno de los muchos elementos causantes de problemas psicológicos en el Kurdistán, junto con otros factores como la pobreza, el racismo, la discriminación y la opresión. Los efectos psicológicos de las minas terrestres afectan a comunidades enteras, además de a los supervivientes individuales, minando la cohesión social, mermando la salud mental y obstruyendo los intentos de sanar y desarrollar resiliencia.

Para hacer frente a estos efectos psicológicos son necesarios servicios integrales de apoyo psicosocial, como grupos de apoyo entre iguales, intervenciones basadas en la comunidad, asesoramiento e iniciativas para reducir el estigma y fomentar la inclusión de las personas afectadas y sus familias. Sin embargo, el gobierno iraní no ha proporcionado asistencia adecuada a las comunidades afectadas e incluso ha aumentado el número de minas terrestres que ha sembrado en las zonas fronterizas del Kurdistán. El gobierno turco sigue la misma política de apoyo a las comunidades afectadas.

LOS RETOS DE LA RETIRADA DE MINAS TERRESTRES

La remoción de minas y la neutralización de artefactos explosivos sin detonar en las zonas fronterizas plantean importantes retos humanitarios y financieros debido al tiempo, los recursos y los conocimientos técnicos necesarios. Se calcula que retirar y neutralizar cada mina cuesta entre 300 y 1.000 dólares. Teniendo en cuenta la cantidad estimada de minas terrestres y artefactos explosivos sin detonar en las fronteras de Kurdistán, se calcula que serán necesarios entre 10.000 y 16.000 millones de dólares para limpiar completamente las zonas contaminadas de Kurdistán. Huelga decir que los gobiernos de Turquía, Irak, Irán y Siria nunca invertirán esta cantidad de dinero en desminar las tierras de Kurdistán.

Además de la falta de recursos financieros, también faltan equipos, profesionales formados y organizaciones que puedan contribuir a retirar y neutralizar los explosivos de las zonas contaminadas. Uno de los pocos voluntarios que lleva más de 38 años desminando las fronteras del Kurdistán meridional y oriental (la frontera entre Irak e Irán) es Hoshyar Halabjayi. Utilizando sus propias manos o equipos primarios, ha limpiado más de 54.000 hectáreas de terreno y retirado más de 2 millones de minas terrestres y artefactos explosivos sin detonar, a pesar de todas las restricciones y riesgos. No sólo perdió las dos piernas mientras desminaba, sino que dos de sus hermanos también murieron ayudándole. Su historia y sus esfuerzos son uno de los ejemplos del impacto de la negligencia de los cuatro Estados que ocupan Kurdistán en lo que respecta a las minas terrestres.

CONCLUSIÓN

Las minas terrestres no sólo suponen una amenaza directa para la vida humana, sino que también provocan la degradación del medio ambiente, ya que contaminan el suelo y las fuentes de agua. La biodiversidad, la salud del ecosistema y la sostenibilidad medioambiental general de la zona pueden verse afectadas negativamente durante algún tiempo por esta contaminación.

La presencia de minas terrestres obstaculiza los esfuerzos para promover el desarrollo socioeconómico y la reconstrucción en las regiones fronterizas. Dificulta la realización de proyectos de infraestructuras, como la construcción de escuelas, hospitales y carreteras, que son necesarios para mejorar las condiciones de vida y aumentar la resiliencia de las comunidades afectadas.

Las minas terrestres cerca de las fronteras tienen el potencial de alejar a la gente de sus hogares, provocando desplazamientos internos o migraciones a regiones más seguras. Estos desplazamientos alteran los medios de subsistencia, separan a las familias y ponen a prueba los ya limitados recursos de las comunidades de acogida.

En general, las minas terrestres tienen repercusiones complejas y de gran alcance en la vida de la población kurda que vive a lo largo de las fronteras de Irán, Irak y Turquía. Suponen graves obstáculos para su seguridad, su modo de vida y sus oportunidades de desarrollo sostenible a largo plazo. Se necesitan estrategias integrales para abordar estos efectos, como la mitigación, la asistencia a las víctimas, la educación sobre riesgos, el apoyo a la defensa del tratado de prohibición de minas y la asistencia a iniciativas destinadas a rehabilitar y reforzar la resiliencia de las comunidades afectadas. Sin embargo, como ya se ha mencionado, esto requiere una financiación masiva, inversión, promoción e incluso apoyo internacional. Sin embargo, Estados como Irán y Turquía no tienen ningún deseo de dar estos pasos, ya que las minas terrestres son uno de los innumerables medios con los que mantienen su autoridad en Kurdistán.

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