Ankara: el nuevo dolor de cabeza sirio
Derrocar a Assad no ha resuelto los problemas de Turquía, sino que los ha empeorado.

Foreign Policy – Gonul Tol – 9 septiembre 2025 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid
Cuando el dictador sirio Bashar al-Assad fue derrocado a finales del año pasado, parecía una oportunidad de oro para el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Durante más de una década, la guerra en el país vecino había supuesto una carga para Ankara con problemas que no podía resolver: millones de refugiados sirios que tensaban la política interna, milicias kurdas respaldadas por Estados Unidos atrincheradas a lo largo de la frontera con Turquía y un campo de batalla dominado por la influencia rusa e iraní que dejaba a Ankara expuesta a los caprichos de Moscú y Teherán.
La caída de Assad, especialmente a manos de fuerzas cercanas a Turquía, parecía prometer un alivio en todos los frentes, y no podía haber llegado en mejor momento. Erdogan y sus aliados nacionalistas acababan de reabrir el diálogo con el líder del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), Abdullah Ocalan, para asegurarse el apoyo del partido prokurdo en el Parlamento, una maniobra destinada a allanar el camino para la candidatura de Erdogan a la reelección en 2028. Debilitar el ala siria del PKK mejoraría las posibilidades de un avance en el diálogo con Ocalan.
El cálculo en Ankara era que, con un gobierno amigo en Damasco, Turquía podría remodelar Siria a su antojo. Sin embargo, ocho meses después, el panorama posterior a Assad ha dado lugar a lo contrario: una Siria que está creando más dolores de cabeza a Ankara que los que jamás causó Assad.
Israel se ha convertido rápidamente en el mayor desafío de Ankara en la Siria post Assad. Desconfiando del presidente interino Ahmed al-Sharaa debido a su pasado yihadista, Israel no perdió tiempo en ampliar su presencia una vez que se derrumbó el antiguo régimen. Menos de un día después de la caída de Assad, las fuerzas israelíes avanzaron por los Altos del Golán —territorio conquistado en la Guerra de los Seis Días de 1967— y se apoderaron de las fortificaciones abandonadas por el ejército sirio. En diez días, la fuerza aérea israelí bombardeó cientos de objetivos en toda Siria. Sobre el terreno, su ejército se adentró al menos 12 kilómetros (7,5 millas) en territorio sirio, construyendo nueve puestos avanzados, pavimentando carreteras y colocando campos de minas.
Israel presenta estas medidas como defensivas, necesarias para prevenir las amenazas yihadistas y proteger a las minorías vulnerables. Ankara ve algo más: un avance israelí que desestabiliza la frágil nueva Siria y socava el proceso de paz que Erdogan ha iniciado con el PKK.
El malestar de Turquía con las acciones de Israel en Siria refleja una inquietud más profunda por el surgimiento de Israel como hegemón militar regional. Desde los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, Israel ha ampliado su alcance, atacando a Irán y a sus aliados, afianzando su presencia en los Estados vecinos y, más recientemente, atacando a Qatar, aliado regional de Turquía. Para Ankara, el debilitamiento de Teherán es un acontecimiento bienvenido, pero no lo es la postura cada vez más desenfrenada de Israel. Ahora, con algunos comentaristas israelíes advirtiendo que Turquía es «el nuevo Irán» y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, prometiendo impedir el resurgimiento del Imperio otomano, la amenaza ha comenzado a sentirse como algo personal.
La preocupación turca también tiene su origen en un cambio estructural: a diferencia de lo que ocurría en la década de 1990, Israel ya no necesita a Turquía como antes. En aquel entonces, los dos países forjaron una alianza estratégica contra enemigos comunes —Irán y Siria— que culminó en el histórico acuerdo de cooperación militar de 1996. Israel modernizó la flota aérea de Turquía, le transfirió tecnología avanzada de misiles y compartió información de inteligencia, mientras que Turquía le dio a Israel una legitimidad poco común en un vecindario musulmán hostil, la cobertura de la OTAN y un puente hacia Europa.
Hoy, sin embargo, Israel ha reducido progresivamente su dependencia de Ankara, tanto en materia de defensa como de diplomacia y energía. Israel ha sustituido a Ankara por Nicosia y Atenas, forjando estrechos lazos militares y diplomáticos con Chipre y Grecia. Dentro de la Unión Europea, ambos Estados actúan ahora como defensores de Israel en momentos de tensión, especialmente en lo que respecta a la cuestión palestina. En el ámbito militar, las maniobras conjuntas navales y aéreas con Grecia y Chipre han llenado el vacío dejado por el colapso de la cooperación en materia de defensa entre Israel y Turquía.
Los Acuerdos de Abraham profundizaron este cambio. Si antes el reconocimiento de Turquía otorgaba a Israel una legitimidad poco común en el mundo musulmán, la paz con varios Estados árabes ha hecho que Ankara sea mucho menos importante para la posición internacional de Israel.
El resultado es evidente. Hoy en día, Israel es más poderoso militarmente, se siente envalentonado para remodelar la región por la fuerza y depende mucho menos de Turquía. Para los responsables políticos turcos, eso convierte a Israel en la amenaza más inmediata para las ambiciones de Ankara en Siria.
El derramamiento de sangre en Suwayda ha confirmado los peores temores de Ankara. Lo que comenzó con el secuestro de un vendedor de verduras druso por parte de una banda beduina se convirtió rápidamente en un infierno sectario: represalias, ejecuciones y violencia en toda la comunidad en una región marcada desde hace tiempo por las rivalidades entre drusos y beduinos. El Gobierno de transición de Sharaa envió tropas para restablecer el orden, pero la intervención fracasó tanto en el frente táctico como en el político. Las fuerzas gubernamentales no solo no lograron contener los combates, sino que también fueron acusadas de cometer abusos contra civiles drusos.
Israel aprovechó rápidamente el caos. Cumpliendo su promesa de febrero de mantener desmilitarizado el sur de Siria y proteger a los drusos, aviones israelíes atacaron instalaciones del Ministerio de Defensa sirio en Damasco e incluso apuntaron a una zona cercana al palacio presidencial. En cuestión de días, las fuerzas sirias se retiraron de Suwayda.
Las consecuencias son devastadoras para Damasco. La violencia ha puesto de manifiesto la debilidad del Gobierno provisional de Sharaa y la firmeza de la determinación de Israel de controlar el sur de Siria.
Más preocupante aún para Ankara, la crisis de Suwayda ha arruinado sus propios planes: el esfuerzo, respaldado por Turquía, de integrar a las fuerzas kurdo-sirias en las estructuras estatales se enfrenta ahora a una resistencia aún más feroz. A raíz del derramamiento de sangre, las minorías sirias, incluidos los kurdos, se han vuelto aún más contrarias a la visión centralizada del gobierno de Sharaa, endureciendo sus demandas de autonomía.
Erdogan y su aliado nacionalista Devlet Bahceli, uno de los principales artífices de las conversaciones con Ocalan, están profundamente alarmados por la posibilidad de que los kurdos sirios, animados por la promesa de Israel de proteger a las minorías sirias, redoblen sus demandas de autonomía. Esa perspectiva socava el discurso central de Ankara: que ha «derrotado» al PKK, incluso cuando una milicia vinculada al PKK atrincherada en la frontera sur de Turquía gobierna amplias zonas del territorio sirio.
Ankara había confiado en el presidente estadounidense Donald Trump y su enviado, el embajador de Estados Unidos en Turquía Tom Barrack, para resolver los dilemas tanto con Israel como con los kurdos. Barrack se hizo eco de los argumentos de Ankara, insistiendo en que el federalismo no era la solución, presionando a los kurdos sirios para que llegaran a un acuerdo con Damasco e incluso tratando de frenar las operaciones israelíes. Pero esos esfuerzos dieron pocos frutos, y Suwayda se ha convertido en el símbolo más claro de ese fracaso. Ante los crecientes retos de la nueva Siria, Erdogan está volviendo a la vieja estrategia: la intervención militar y la petición de ayuda a Rusia.
El ministro de Asuntos Exteriores turco, Hakan Fidan, ha amenazado abiertamente con una acción militar contra las fuerzas kurdo-sirias si intentan dividir Siria, al tiempo que ha firmado un acuerdo con Damasco para suministrar armas y entrenamiento. Ankara también está instando a Damasco a profundizar sus lazos con Moscú, que ha quedado marginado en la Siria post Assad, pero que está negociando con los nuevos dirigentes para mantener sus bases. Para Ankara, un punto de apoyo ruso podría servir de contrapeso a la creciente presencia de Israel y reforzar los esfuerzos para frenar la autonomía kurda. Sin embargo, estas estrategias conllevan graves riesgos, tanto para Turquía como para Damasco.
Una nueva campaña militar contra los kurdos sirios supondría una victoria para los partidarios de la línea dura dentro del PKK, que nunca confiaron en el diálogo de Ocalan con Erdogan y se opusieron a los llamamientos para que el grupo depusiera las armas. Eso, a su vez, pondría en peligro un proceso fundamental para el plan de Erdogan de reescribir las reglas para volver a presentarse en 2028. Desde la caída de Assad, Ankara ha tenido cuidado de no dar la impresión de que busca dominar la Siria posterior a Assad, una postura destinada a tranquilizar tanto a los Estados del Golfo como a las capitales occidentales. Incluso si la operación fuera llevada a cabo por tropas sirias con el respaldo de Turquía, en lugar de directamente por las fuerzas turcas, se rompería esa imagen cuidadosamente cultivada.
Una operación militar contra los kurdos sirios, que siguen gozando de simpatía en muchas capitales occidentales que son vitales para el impulso de Sharaa en materia de inversión extranjera y ayuda a la reconstrucción, también perjudicaría a Sharaa, que ha trabajado para convencer a Occidente de que tiene la intención de respetar los derechos de las minorías y tratarlas de buena fe.
No está nada claro que la limitada presencia de Rusia en las bases sirias —o el acercamiento de Damasco a Moscú— sirva para frenar a Israel o a los kurdos. En junio, Rusia se mantuvo al margen cuando Israel atacó las instalaciones nucleares iraníes, a pesar de la «asociación estratégica» que Moscú había firmado con Teherán solo unos meses antes. La realidad es que Rusia valora sus lazos con Israel: ambos ejércitos operan en Siria y cada uno de ellos se cuida mucho de evitar un enfrentamiento directo. Por su parte, Israel se ha mantenido en gran medida neutral con respecto a Ucrania, temeroso de antagonizar a Rusia dada su considerable comunidad judía.
Rusia tampoco es un socio fiable en la cuestión kurda. A diferencia de Turquía, Estados Unidos o la UE, el Kremlin nunca ha incluido al PKK en su lista de grupos terroristas, e incluso permitió a los kurdos sirios abrir una oficina de representación en Moscú en 2016. En todo caso, la presión de Turquía para acercar Damasco a Moscú corre el riesgo de ser contraproducente, ya que aleja a Estados Unidos y Europa, que han acogido con satisfacción la disminución de la influencia de Rusia tras la caída de Assad. Para Sharaa, acercarse a Moscú no solo podría agriar las relaciones con Occidente, sino también inflamar a una base interna que detesta a Rusia por apoyar al antiguo régimen.
No hay una solución rápida para los crecientes problemas de Ankara en Siria, y desempolvar el viejo manual no funcionará. Lo que Turquía necesita es una visión completamente diferente. Aferrarse a la idea de un Estado centralizado al estilo turco ignora la realidad de que ese modelo no producirá la estabilidad que Ankara tanto necesita.
La alternativa puede no ser el federalismo puro y duro, sino una Siria en la que las minorías, incluidos los kurdos, disfruten de una auténtica autonomía en los asuntos locales y de garantías constitucionales de sus derechos. Y no hay mejor momento para explorar este camino: Ankara ya está en conversaciones con el PKK en su país, y los funcionarios turcos están barajando la idea de una nueva constitución que podría abordar algunas de las demandas kurdas en Turquía. El futuro de Siria —y los dividendos políticos que Erdogan esperaba obtener tanto en su país como en el extranjero— pueden depender de que se acepte ese cambio.
LA AUTORA:
Gonul Tol es la directora fundadora del programa sobre Turquía del Middle East Institute y autora de Erdogan’s War: A Strongman’s Struggle at Home and in Syria (La guerra de Erdogan: la lucha de un hombre fuerte en su país y en Siria). X: @gonultol