El individuo y el vecindario – Las Asambleas Ciudadanas de Montreal
¿Cómo se gestaron y desarrollaron las herramientas de organización comunitaria utilizados en los barrios de Montreal para ayudar a la gente a convertirse en ciudadanos participativos? ¿Cómo se ayudó a los ciudadanos a comprender la importancia de las prioridades de la comunidad local, ampliar la idea de ciudadanía en ciudadanía urbana, y a movilizar a los ciudadanos en asambleas en las que encontró su lugar la democracia directa? El empoderamiento de los ciudadanos, que insisten en tomar la toma de decisiones en sus manos y formar asambleas, naturalmente amenaza a la élite del poder. ¿Cuáles son los frutos del modelo y la experiencia de Montreal?
“Desafiar la Modernidad Capitalista II” – Hamburgo, Alemania – 5 abril 2015
Ponente: Dimitri Roussopoulos
Cada año, a finales de enero, un amplio grupo de malas personas se reúnen en Davos, Suiza, en el Foro Económico Mundial, para planificar su pesadilla sobre el planeta en nombre de un nuevo orden y economía mundiales. Pero, desde 2001, un nuevo movimiento transnacional ha surgido contra Davos, el Foro Social Mundial. Y, hace unos días, regresé de Túnez desde el Foro Social Mundial más reciente, en el que más de 44.000 activistas de unos 5.000 movimientos de todo el planeta se reunieron en diferentes lugares en el campus de la Universidad El Manar, donde se habían organizado más de 1.000 talleres para discutir cuál sería nuestra estrategia, con una dirección horizontal, para enfrentarnos al nuevo orden económico mundial y plantear una alternativa. Los talleres, tengan en cuenta, tratan tanto temas locales como regionales y globales. Con un enfoque interrelacionado, tejiendo juntos un gran tapiz de ejemplar activismo. Resulta muy interesante constatar el hecho de que muchos de los talleres y otros encuentros informales, discutieron la importancia de las reuniones de la gente a nivel local para determinar la importancia de la participación y la democracia. Y hablo desde esta experiencia cuando les invito a pensar en lo que está sucediendo en tantos lugares por todo el mundo. No estamos solos. Hay un tremendo sentido de solidaridad transnacional y espero que la lucha kurda ocupe un lugar central. Debo señalar de inmediato que el Foro Social Mundial no es un ente decisorio que proponga una acción particular, con declaraciones políticas sobre éste o el otro tema. Por el contrario, es una cita en la que varios movimientos sociales se reúnen y discuten, debaten sus preocupaciones mutuas, sobre una base temática, y deliberan si se requiere una red de acción, a través de la cual se puedan emprender acciones transfronterizas. Una vez realizados varios talleres interrelacionados temáticamente, se tiende a seguir lo que se llaman asambleas de convergencia, donde se tejen lazos de solidaridad y se articulan las bases de acciones comunes. Todas estas relaciones se preparan como base de redes, construidas y mantenidas horizontalmente. Así logramos un magnífico ejemplo de lo que se puede llamar horizontalismo, a través de redes basadas en valores y acciones comunes. De forma que cuando se convoca una reunión es una asamblea genuina. Para más detalles sobre el Foro Social Mundial, dirijo su atención a su Carta Constitutiva, además de varios libros escritos sobre esta experiencia. (1)
Es mi intención presentar brevemente un importante caso sobre la viabilidad y las consecuencias políticas prácticas de la organización comunitaria y del proceso de una asamblea de barrio. El caso se ubica en Montreal, una ciudad de casi 2 millones de habitantes, hasta 3 millones considerando la región adyacente, una ciudad insular situada en uno de los mayores ríos, el San Lorenzo, que desciende de los grandes lagos entre Canadá y los Estados Unidos y desemboca en el Atlántico. Es importante destacar que, en los últimos diez años, Montreal se ha convertido en la ciudad más descentralizada en Norteamérica, en parte como resultado de las presiones de la izquierda urbana.
A nivel social y cultural, la descentralización se basa en 19 barrios, dentro de cada cual hay varios distritos electorales. Cada barrio tiene su propio presupuesto (en el que yo vivo, Plateau, es el segundo más grande y tiene un presupuesto anual de casi 60 millones de dólares). Estos barrios tienen un consejo administrativo compuesto por concejales electos del vecindario y la ciudad, incluyendo un alcalde. La existencia de estos barrios ha mejorado la conciencia vecinal y el sentido de identidad local. Por ende, esta conciencia ayuda a la movilización social en ciertos barrios, como fue el caso durante la revuelta estudiantil, la Primavera del Arce de 2015.
La práctica con teoría es inútil. Pero la teoría sin práctica es aún más inútil. En los años 1960, el teórico urbano de la izquierda francesa Henri Lefebvre introdujo la idea del “Derecho a la Ciudad”, elaborando una visión de la ciudad creada y poseída por sus ciudadanos, que tienen el derecho a hacerlo así, independientemente de su estatus o marca de clase, género, etnia, idioma o sexualidad. En tal visión, los recursos se distribuyen y se toman decisiones basadas en el «valor de uso», disponibles para ser utilizados por aquéllos que los necesitan, en vez de en el “valor de cambio”, comprando, poseyendo y vendiendo según las reglas del beneficio. Se trata de reconocer la ciudad como un «espacio vivido», en el sentido de que es subjetivamente apropiada por los individuos y los grupos sociales que la utilizan, en lugar de los desarrolladores e inversores con su plétora de proyectos especulativos y transacciones comerciales. Por extensión, el enfoque del Derecho a la Ciudad enfatiza la participación de tales ciudadanos, los mismos sujetos que viven y usan la ciudad. Henri Lefebvre escribió en 1968, tras la mayor huelga general de la historia que tuvo lugar en Francia: El Derecho a la Ciudad es mucho más que la libertad individual para acceder a los recursos urbanos. Es un derecho a cambiar nosotros mismos cambiando la ciudad. Es, además, un valor común más que un derecho individual, ya que esta transformación depende inevitablemente del ejercicio de un poder colectivo para remodelar los procesos de urbanización. La libertad de hacer y rehacer nuestras ciudades y nosotros mismos es, quiero exponer, uno de los más preciosos, pero más descuidados de nuestros derechos humanos.
Desde la comunidad que se organizaba entre los inquilinos pobres y las personas socialmente marginadas en barrios con viviendas deficientes de la década de 1960, a un período de intensas luchas urbanas en las décadas de 1970 y 1980, ha surgido en Montreal una cultura política combativa, documentada en la ecología social de Murray Bookchin, que se ha anotado una serie de victorias seminales. Una de las mayores fue el establecimiento en el centro de Montreal de un vecindario cooperativo, nacido de una lucha de 11 años, en el que unas mil personas obtuvieron una vivienda decente por medio de 22 cooperativas y asociaciones de vivienda sin ánimo de lucro, basadas en un fideicomiso que eliminó las 641 unidades de vivienda del mercado capitalista, haciendo imposibles la compra y venta de terrenos y edificios. Debe tenerse en cuenta el hecho de que estas cooperativas de vivienda están literalmente gobernadas por sus respectivas asambleas generales, siguiendo los principios fundacionales del movimiento Rochdale. A partir de aquí, el proyecto Milton-Park ha provocado una serie de ideas radicales, una vez que los activistas lograron la seguridad de la vivienda. En la década de 1990, fue fundado el Centro de Ecología Urbana por activistas de Milton-Park, en medio de este céntrico barrio, que organizó una serie de cinco cumbres ciudadanas. Estas asambleas invitaban a la participación de toda la ciudad en un proceso inspirado por el Foro Social Mundial, que tuvo su primera gran reunión en Porto Alegre, Brasil, en 2001.
Este proceso también se entremezcló con la política de la idea de Derecho a la Ciudad y el análisis de urbanización y la posición de la ciudad antinatural que se haya en el núcleo de la ecología social. Así pues, les voy a presentar el caso concreto de un barrio céntrico de una ciudad, cuyos ciudadanos han pasado de la organización política comunitaria de 1960 y la ecología social, a desafiar los planes de una gran corporación de “desarrollo” inmobiliario, que pretendía demoler seis bloques de edificios de viviendas en el centro de Montreal para construir complejo urbano millonario, con edificios de apartamentos, incluyendo un enorme centro comercial, un hotel y un edificio de oficinas. Este proyecto monstruoso se llamaba la ciudad del siglo XXI. Los especuladores fueron los suficientemente tontos como para anunciar su plan en 1968. Casi de inmediato nació el Comité de Ciudadanos de Milton-Parc y, durante once años, emprendió una intensa lucha urbana para salvar toda la zona amenazada. Utilizando todas las herramientas de la organización comunitaria de los años sesenta, y manteniendo a la asamblea de ciudadanos como el órgano soberano para la toma de decisiones, aliándose con movimientos sociales de toda la ciudad, se alcanzó una victoria ciudadana, con la que se fortaleció el sentido de comunidad, creándose la mayor cooperativa de vivienda sin ánimo de lucro basada en un fideicomiso urbano en América del Norte. Se organiza en una federación local de 22 cooperativas y grupos de vivienda para asegurar la práctica de una autogestión democrática.
Los residentes con bajos ingresos de Milton-Parc quedaron así protegidos frente a la expulsión, y ahora viven en viviendas renovadas, cómodas y lejos de la especulación inmobiliaria en esa comunidad de seis bloques que se asienta sobre un fideicomiso de terrenos urbanos, dentro del cual no se puede comprar ni vender ningún edificio. Este radical proyecto se rige por un contrato social que vincula a todos, respetando las reglas básicas de cooperación y asegurando la gobernabilidad democrática. Este ha sido un logro completo de abajo a arriba, basado en reuniones de barrio y pequeñas asambleas (cada cooperativa de vivienda tiene sus propias asambleas), y las asambleas de barrio más grandes, quedan coronadas finalmente por una asamblea de toda la federación. Por supuesto, este proyecto puede haberse deshecho de las garras del capitalismo de mercado en un territorio del centro de la ciudad, pero la cultura social y política del capitalismo sigue envenenando las mentes y los hábitos de las personas. Así, aunque se hayan creado las condiciones objetivas para lograr una comunidad diferente, se mantienen muchos desafíos que llevan infiltrada la visión de un nuevo modelo sociopolítico. Hablando realísticamente, no estoy describiendo aquí una comunidad intencional despreocupada que es una utopía urbana. Nos vemos plagados diariamente por cuestiones urbanas y humanas que complican cualquier renovación social, política y económica importante. El proceso de renovación es un trabajo continuo y muy duro, pero las herramientas de autogestión siguen vigentes después de 35 años y la asamblea es la entidad soberana que nos gobierna.
Una vez alcanzada la victoria inicial, y completado el largo proceso de compra de las 641 viviendas y de su renovación, los radicales de la ecología social, que ayudaron a coordinar y dirigir la batalla con otros vecinos, dirigieron su atención a la ciudad en su conjunto, más allá del barrio de Milton-Parc. Se realizaron varios experimentos políticos a finales de los ochenta y principios de los noventa. Las limitaciones de tiempo y espacio no me permiten tratar aquí esta interesante experiencia. Baste decir que, en 1994, los radicales de Milton-Parc estaban dispuestos para hacer crecer las semillas que habían sido sembradas. El Centro de Ecología Urbana de Montreal (UECM) se estableció inicialmente en 1996 en el centro de Milton-Parc.
La UECM se embarcó de inmediato en un programa de concienciación y educación para enfrentar muchos problemas urbanos que resultaban apremiantes. Las numerosas actividades emprendidas se basaron en la ecología social desde el principio. Se atacó una amplia gama de cuestiones que comprendían todo el ámbito de la problemática urbana, no sólo desde el punto de vista educativo, sino también con visión práctica. Nuevamente las limitaciones de tiempo no me permiten entrar en esta importante historia. Pero, hacia 2001, la asamblea se acercó al primer Foro Social Mundial que tuvo lugar en Porto Alegre, al que yo asistí. En junio de ese año se celebró la primera Cumbre Ciudadana sobre el «Futuro de Montreal», y se convocó la primera reunión de activistas de diversas organizaciones comunitarias y sociales para debatir cuestiones clave, para crear una red y coordinar las luchas urbanas y vincularse con la futura política urbana.
En 2001, la Primera Cumbre Ciudadana sobre el Futuro de Montreal fue organizada por el Centro de Ecología Urbana, desde el corazón del proyecto de Milton-Parc, en colaboración con académicos de estudios urbanos de las cuatro universidades de Montreal y algunas organizaciones comunitarias. Esta primera cumbre reunió a unos 240 activistas de toda la ciudad en un amplio programa. Esta asamblea rompió el aislamiento y la fragmentación de muchos movimientos sociales, y la euforia de su éxito fue muy evidente. Las elecciones municipales estaban programadas para noviembre, así que muchos candidatos liberales y de izquierda acudieron a la asamblea. De hecho, el impacto fue tal, que el futuro alcalde de Montreal, que asistió a toda la cumbre como observador, prometió que si él y su partido ganaran las elecciones, organizarían una Cumbre de Montreal, utilizando todos los recursos del Ayuntamiento. Y, de hecho, eso es lo que pasó. La transferencia de poder político se produjo en enero de 2002, de un alcalde y administración de derechas a otro de centro-izquierda, abierto a la consulta pública sobre diversos temas urbanos. Sin embargo, los organizadores de la primera cumbre ciudadana eran escépticos frente a los políticos profesionales y decidieron, ante la insistencia de muchas personas de la comunidad, organizar una Segunda Cumbre Ciudadana, para avanzar en una discusión más profunda sobre qué proponer y cómo a la alcaldía con el un apoyo vecinal proporcional. Una idea clave que se discutió en esta cumbre ciudadana fue el concepto de los derechos humanos de los ciudadanos en la ciudad. Canadá y la provincia de Quebec ya tienen una carta de derechos humanos, pero no existe tal articulación de derechos a nivel urbano con respecto a la ciudad. La propuesta original era tener una Carta de Derechos de Montreal. Esta propuesta se llevó al Ayuntamiento, apoyada por la cumbre de Montreal y fue fácilmente adoptada y apoyada incluso por el nuevo alcalde. En 2002, se creó un grupo de trabajo, que presidí, para redactar la Carta de Derechos y Responsabilidades de Montreal. Fue adoptada por ley por el Ayuntamiento en enero de 2006. Esta carta es impresionante, ya que es una declaración pública completa de que la Ciudad de Montreal es responsable de sus ciudadanos, y los invita a presentar denuncias ante el Defensor del Pueblo de la Ciudad si sus derechos son ignorados o abusados de alguna manera. Además, la Carta reconoce el derecho de los ciudadanos a solicitar la celebración de consultas públicas sobre una amplia gama de asuntos públicos, invitando a la gente a crear nuevas políticas públicas entre elecciones. La Carta de Montreal es única en América del Norte; es una herramienta democrática que consiguió que la UNESCO la promoviera como parte de su programa de Derecho a la Ciudad, y ha inspirado a otras ciudades como Ciudad de México y Gwangju, en Corea del Sur, para adoptar cartas similares. Resultan notables estos efectos colaterales de una asamblea ciudadana, en 2002, en la que participaron unos 370 activistas; una cumbre que también promovió que el ayuntamiento diese un paso en política exterior y adoptase una resolución instando al gobierno de Canadá a respaldar el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático. En pocas semanas, el consejo de la ciudad hizo lo propio, al igual que otras ciudades de Canadá, y seguidamente, el gobierno canadiense apoyó el protocolo. Muchos otros debates claves se llevaron a cabo en las asambleas ciudadanas, algunas de las cuales han avanzado en silencio por los corredores del poder institucional local.
En junio de 2007, algunos meses antes del Foro Social de Quebec, celebrado el 1 y 2 de junio, se celebró la cuarta Cumbre Ciudadana de Montreal. Se reunieron casi 600 personas de diversos entornos y sectores de la actividad sociopolítica en torno al tema El derecho a la ciudad explícitamente, y esto por primera vez. Este evento, que los medios de comunicación ignoraron, merece una atención especial. Primero, porque siguió el paso de tres cumbres previas de ciudadanos de Montreal celebradas desde 2001, en las que se discutieron los problemas urbanos que enfrenta Montreal y el impacto que puede tener la democracia participativa. Estos encuentros estaban abiertos a todos los ciudadanos y no eran partidistas.
Las cumbres precedentes organizadas desde 2001 fueron realizadas por una organización, la Sociedad de Desarrollo Comunitario de Montreal, hoy conocida por su buque insignia, el Centro de Ecología Urbana. La cuarta cumbre de la serie, sin embargo, fue dirigida por unas quince redes y sindicatos socialmente activos y se ocuparon de cuestiones que iban desde la defensa de los derechos de las mujeres, los inmigrantes y los refugiados, los trabajadores, la lucha contra la pobreza y la ecología urbana.
Por medio de esta experiencia, que supuso una década de peticiones, llamadas a puertas, reuniones públicas, ocupaciones, incluida la de las oficinas del «promotor» que condujo al arresto y encarcelamiento de 59 de nosotros, ganamos. No sólo queríamos ver la cancelación del proyecto propuesto, sino el derecho de los residentes a vivir en una comunidad vibrante, protegidos de la amenaza de los desalojos y la subida de rentas. Ganamos, pero al llevar a cabo con éxito y organizar juntos el proyecto de Milton-Parc, nos dimos cuenta de nuestro poder colectivo como ciudadanos para hacer realidad posibilidades y transformar nuestro vecindario; y estábamos llenos de ideas y posibles proyectos a los que podríamos dedicar nuestros nuevos poderes. No sólo mirábamos al interior, centrándonos en nuestro vecindario como si fuéramos una isla separada del mundo que nos rodeaba; siempre teníamos una perspectiva más amplia, considerando nuestra ciudad en su conjunto, sus crisis y sus necesidades, la Montreal que nos rodeaba y que seguía estando profundamente interconectada con nuestro vecindario.
La descentralización de la ciudad de Montreal se basa en sus barrios, la mayoría de los cuales tienen asambleas y asociaciones vecinales. En estos lugares, la gente se reúne regularmente, interactúa y establece interrelaciones en torno a temas como la vivienda cooperativa, el transporte urbano o lucha contra el aburguesamiento.
Las cumbres o asambleas de ciudadanos, que se iniciaron en 2001, culminaron con la V Cumbre Ciudadana de 2009, con unos 1000 ciudadanos participantes. Hay que destacar que esta asamblea en particular, contrariamente a la anterior, ratificó una Agenda Ciudadana, que se convirtió en un instrumento durante las elecciones municipales de ese otoño.
Las consecuencias más amplias
Todo este horizontalismo, este asambleísmo, si se quiere, afectó no sólo a la gente de los vecindarios, sino aún más ampliamente a la nueva generación. Y así fue cuando la gente de fuera de Montreal comenzó a oír hablar de la Primavera del Arce de 2012: cientos de miles de estudiantes universitarios y de secundaria se empeñaron en oponerse, en primer lugar, a los aumentos de tasas que el Estado quería imponerles; los huelguistas fueron entrando, lento pero seguro, en una agenda social más amplia, hasta el punto de abogar por una huelga social. ¿De dónde surgían estas ideas? Bueno, no cayeron del cielo. Estuvieron germinando y creciendo durante muchos años de preparación a nivel de barrio, así que cuando los cientos de miles de estudiantes y jóvenes salieron a las calles manifestándose el día 22 de cada mes, los barrios también participaron. Cada tarde a las 8, cientos de miles de personas salían de sus casas, golpeando sus sartenes y teteras en solidaridad con las demandas del creciente movimiento social. Y así fue como pusimos en marcha la Primavera del Arce de 2012. Esto, por cierto, derribó al gobierno, que fue derrotado en las siguientes elecciones. Y un nuevo gobierno fue elegido con la promesa de que se pararían ciertas cosas. Y, por supuesto, como inevitablemente hacen los gobiernos, traicionó ciertas promesas y fue derrotado entre los seis y ocho meses después de asumir el poder. Así que la calle tiene poder. Tiene poder para tumbar a esas personas. Y no debemos olvidarlo nunca.
El cauce subyacente y duradero a través del cual, antes, durante, entonces y ahora, se informa este movimiento social tan importante, que reúne a jóvenes y viejos, hombres y mujeres, barrios de todo el espacio geográfico, está muy inspirado por algunas de las ideas de las que hemos estado hablando aquí, muy inspirado por la ecología social y las ideas de Murray Bookchin. ¿Se imaginan una huelga general, con sus cientos de miles de estudiantes, con todos los procesos de toma de decisiones basados directamente en la democracia directa de las asambleas, enormes espacios llenos de gente debatiendo y discutiendo? ¿Qué estamos haciendo hoy y cómo lo estamos haciendo? ¿Qué vamos a hacer mañana y cómo lo vamos a hacer? Todo era discutido abiertamente. Los medios comerciales se volvieron locos. ¿Cómo pueden decidir lo que su movimiento social va a hacer mediante esas malditas asambleas generales? ¿Dónde están sus líderes? Bueno, ahí están: son cientos de miles.
La razón de relatar el año 2012 en forma esquemática es demostrar que esta revuelta social tenía profundas raíces en las organizaciones comunitarias que se implantan aquí y allá. Es importante observar que esta revuelta social estaba anclada en un sentimiento y una identidad comunalistas. A lo largo de toda la huelga se requiere repetición; todas las decisiones tomadas en asambleas generales en cada universidad y universidad, utilizando la democracia directa como proceso de decisiones. Esta política se demostró de manera más general durante la manifestación masiva del 22 de junio, cuando se distribuyó ampliamente un panfleto titulado Manifeste pour une démocratie directe, subtitulado «Detrás de la democracia representativa, hay escondida una oligarquía”. Sus autores eran varios anarquistas afiliados a asociaciones vecinales. Este panfleto declara: «La solución para salir de la crisis actual es la democracia, la única, verdadera, real democracia directa -o autogestión-, en la que los ciudadanos ejerzan el poder directamente. Necesitamos reconstruir asambleas generales, consejos populares, presupuestos participativos, cooperativas autogestionadas y el uso de referendums para que nuestra sociedad pueda orientarse desde la base y con un horizontalismo democrático «.
El 12 de julio, Classe, el mayor y más militante de los tres sindicatos estudiantiles que conducían la huelga, publicó, en un francés cotidiano, el siguiente notable manifiesto, titulado ‘Compartir nuestro futuro’:
«Desde hace meses, por toda Quebec, las calles han vibrado al ritmo de cientos de miles de pies caminando. Lo que comenzó como un movimiento soterrado, rígido aún con el consenso del invierno, acumuló nueva fuerza en primavera y fluyó libremente, dando energía a estudiantes, padres, abuelos, niños y gente en general con y sin trabajo. La huelga estudiantil inicial se convirtió en una lucha social, mientras que el problema de las tasas de matrícula abrió la puerta a un malestar mucho mayor: nos enfrentamos ahora a un problema político que realmente nos afecta a todos. […] La manera en que nosotros lo vemos es que la democracia directa debe ser experimentada en cada momento de cada día. Nuestras voces deben ser escuchadas en las asambleas de las escuelas, en el trabajo, en nuestros barrios. Nuestro concepto de democracia posiciona a la gente en permanente responsabilidad política, y por «el pueblo» nos referimos a aquéllos de nosotros en la base de la pirámide: el fundamento de la legitimidad política. … La democracia, vista desde el otro lado, tiene la etiqueta de ‘representativa’ y nos preguntamos qué representa exactamente». Lo que sigue en este manifiesto no es sólo una crítica de la democracia liberal, sino un análisis de las dimensiones de la injusticia social, la degradación del medio ambiente, la visión de una alternativa social y la cuestión de la igualdad de género completa. El manifiesto concluye así: «Al elegir la huelga, hemos elegido luchar por estas ideas. Hemos elegido crear una relación de poder. … Compartiendo esta responsabilidad juntos, podemos lograr mucho. …[En] un momento en que surgen nuevos espacios democráticos a nuestro alrededor, debemos hacer uso de éstos para crear un mundo nuevo. … Al llamar hoy a una huelga social, estaremos marchando junto a vosotros, pueblo de Quebec, mañana en la calle».
Todo está empezando de nuevo. De 2012 a 2015, todo está empezando de nuevo. Esos estudiantes y jóvenes vuelven a salir a la calle. Coincidiendo con una reunión de las autoridades provinciales canadienses sobre el tema del cambio climático, el movimiento climático de Quebec y Canadá organizó una gran manifestación de confrontación ante la Asamblea Nacional; 25.000 personas asistieron de todo Quebec y Canadá.
En conclusión:
Muchos investigadores y activistas contemporáneos que abordan el surgimiento de la ciudad global han señalado que esta concentración favorece el surgimiento de una nueva ciudadanía: el ciudadano urbano, el sujeto político o el acto político, en un entorno urbano. Otros prefieren hablar de una ciudadanía en múltiples niveles, pero en la que es a nivel local donde se promueve la ciudadanía activa. Sin caer en la trampa del localismo, lo qué debería tenerse en cuenta es que los profundos cambios iniciados por los movimientos urbanos han abierto cauces para prácticas a diversas escalas, donde los temas locales encajan en temas globales y, al mismo tiempo, construyen o van más allá de la escala nacional.
Claramente, la metrópoli es central para una reflexión sobre la democracia porque las sociedades de hoy están marcadas cada vez más por el urbano. Recordemos que hoy, desde 2007, más de la mitad de la población total del planeta vive en ciudades. Este punto de inflexión no tiene precedentes históricos y tiene muchas consecuencias profundas. Además, cuestiones como la justicia social, la inclusión, la diversidad, el cosmopolitismo y la ecología, todas las cuales se vinculan al imperativo de la transformación social, se concentran en los espacios urbanos. En otras palabras, el espacio urbano ofrece la oportunidad de repensar las relaciones sociales y políticas.
La asamblea es la base de la reconstrucción social de la comunidad. Como se prevé en el Derecho a la Ciudad, estamos luchando por nuestras ciudades; de hecho, recuperando nuestras ciudades, mediante la ocupación del espacio urbano. Estamos comprendiendo la importancia de los barrios vivos, estamos entendiendo la importancia de conocer a nuestros vecinos, de encontrar maneras empáticas, formas apasionadas de relacionarnos con nuestros vecinos. Así que mi conclusión para todos ustedes es ‘todo el poder para el pueblo’.
Bibliografía:
(1) Foro Social Mundial – Desafiando Imperios. Jai Sen y Peter Waterman, editores. 2009, Montreal, Black Rose Books; otros libros en www.blackrosebooks.com
Dimitrios Roussopoulos es un activista político, ecologista, escritor, editor, organizador comunitario y orador público en Montreal. Con formación en filosofía, política y economía en varias universidades de Montreal y Londres.