El genocidio turco de los asirios fue un crimen islamista
El genocidio turco de los asirios fue un crimen islamista.
Un siglo después de iniciarse la sangrienta persecución, ¿será reconocido el genocidio como tal?
Fuente: TabletMagazine
Autoría: Mardean Isaac
Fecha de aparición: 08/01/2018
Traducción: María José Aguirre de Carcer – Rojava Azadi
Hace justo un siglo esta semana, fuerzas turcas y kurdas invadieron tierras que el pueblo asirio había poblado desde la antigüedad y comenzaron a exterminarlo. La masacre subsiguiente duró de 1915 a 1923 y dejó 300.000 asirios muertos e incontables mujeres secuestradas.
Year of the Sword: the Assyrian Christian Genocide (El año de la espada: el genocidio de los asirios cristianos) de Joseph Yacoub, publicado en francés en 2014 y traducido al inglés en 2016, es la crónica histórica más accesible en torno a los sucesos que conformaron el genocidio, así como un análisis exhaustivo de aquellos sucesos reconociéndolos como genocidio. Yacoub, profesor emérito de ciencias políticas de la Universidad Católica de Lyon, proporciona una síntesis de fuentes en las lenguas empleadas tanto por los atacantes como por los testigos del genocidio. Leer Year of the Sword es necesario para conocer ampliamente y en profundidad la información de dicha síntesis, además de ordenarla cuidadosamente.
El genocidio asirio fue un capítulo distinto, pero indivisible de un programa de erradicación que abarcó también los genocidios armenio y griego de la misma época. El objetivo era poner fin a la presencia de los tres pueblos cristianos en el territorio que se convertiría en la República de Turquía. La política del genocidio era no permitir el desarrollo de fuertes ideologías y tradiciones nacionalistas. (El nacionalismo turco siempre se ha esforzado por reconciliar un sentimiento atávico de orígenes raciales, normalmente localizados en alguna parte de Asia central, y la necesidad de sojuzgar y adherirse territorios de Asia Menor.) La República de Turquía fue fundada mediante la imposición de una violenta yihad en los límites territoriales del emergente Estado turco. La islamización de Turquía fue inseparable del establecimiento de su soberanía nacional.
Yacoub comenta los acontecimientos políticos en las décadas previas al genocidio: la draconiana centralización del poder del agitado califato otomano bajo el Sultán Hamid II (1876-1909), y el nacionalismo de los Jóvenes Turcos que lo derrocaron y marcaron el inicio de la era del genocidio. Este trasfondo no es tratado como una fuente que conduzca a la comprensión, sino como un contexto. La obra de Yacoub se centra principalmente en las matanzas.
Los métodos empleados en el genocidio del pueblo asirio fueron los asesinatos en masa, el pillaje y la violación y secuestro de mujeres jóvenes. Christian Pfander, pastor germano-estadounidense de Urmia (en el actual noroeste de Irán), escribió que «en las aldeas, los kurdos mataban a todos cuantos podían.» Los asirios eran «atacados con hachas hasta morir y arrojados al río», o abandonados «medio muertos… y expuestos al sol», escribió Hyacinth Simon, un misionero y escritor francés, pues «como dijo un kurdo: nuestra tierra es demasiado pura para actuar de tumba de los perros cristianos.» Los clérigos eran sometidos a formas espectaculares de tortura: «A un sacerdote le desollaron la cabeza antes de ser degollado.» Otro sacerdote fue «atado a una pila de estiércol seco de vaca y quemado vivo», y otro «apuñalado hasta morir mientras rezaba de rodillas.»
En ciudades como Diyarbakir, la esclavitud sexual significaba «pasar de manos de un turco a otro.» En zonas más remotas— los campos de exterminio de Urmia y la adyacente ciudad de Hakkari— los pistoleros incluso «violaban en ocasiones a jóvenes moribundas.» El Departamento Médico Americano de Urmia observó que «ni una sola mujer o niña mayor de 12 años (y algunas más jóvenes aún) se libraban de ser violadas.» Confirmar el número de mujeres asirias secuestradas ha demostrado ser más difícil que establecer el número de muertos. Dado que «todas las chicas, mujeres y niños raptados por los turcos eran tratados como musulmanes,» los secuestros en masa servían para los propósitos simbióticos de reducir drásticamente la población asiria, su capacidad de reabastecerse, reproducirse y ampliar así el tamaño de los grupos de musulmanes conquistadores.
La atención prestada por Yacoub a evidenciar la planificación y organización— pilares legales esenciales para el reconocimiento del genocidio— es uno de los más poderosos legados de Year of the Sword. Yacoub especifica una repetición, observada ampliamente, del proceso de las matanzas. Entre los elementos principales, estaban el traslado de los hombres «a un destino desconocido», la lectura pública de un edicto del Estado otomano previo a las ejecuciones («jurado sobre el Corán») y la orden de guardar silencio sobre los «actos cometidos por los verdugos» y «el destino de los ejecutados.» «Todos los observadores y testigos aseguran que la conducta de las autoridades turcas fue motivada por un objetivo premeditado, definido y criminal,» alega Yacoub, que confirma que «la fuerza impulsora no se encontraba en las montañas, sino en la capital.»
El debate sobre posibles respuestas al genocidio acompañó a la propagación de las noticias. Yacoub traza magníficamente la red de instituciones y actores implicados a la hora de decidir el destino de los asirios supervivientes.
Poco después de su aparición como entidad política nacional en el sentido moderno, los asirios intentaron superar la hostilidad de sus vecinos mediante la divulgación de los hechos en occidente. Pero se toparon con la realidad de que cualquier sentimiento de expansión geográfica del cristianismo, que aún existiera en Europa, estaba descendiendo con rapidez y desaparecería definitivamente después de la Primera Guerra Mundial. En una de las frases más significativas de Year of the Sword, escritores asirios escriben usando el arameo, su lengua materna: «todos los autores sin excepción expresan su asombro de que Alemania y Austria, dos países cristianos, pudieran encontrarse en el mismo bando que Turquía durante la guerra.»
La esperanza de contar con la solidaridad del oeste, que en el siglo XIX formaba la base del compromiso externo político e institucional asirio, se oscureció dando paso a una actitud de ruego frente a la comunidad internacional. Desde la Conferencia de Paz de París de 1919 hasta la actualidad, los asirios han estado atrapados mediante sistemas de apelación y recursos por los poderes occidentales, animados por la profunda y trágica creencia de que la legitimidad moral de la causa asiria sería finalmente recompensada. Las peticiones de «un refugio seguro» y de «protección internacional» dominaron el activismo asirio y las iniciativas de apoyo después de que, en 2014, el Estado Islámico invadiera la Llanura de Nínive en Irak, el último lazo sustancial de concentración demográfica asiria en Oriente Medio. Es muy significativo que Raphael Lemkin ligara explícitamente la nueva categoría de genocidio (entre cuyas víctimas incluyó a los «asirios cristianos») con el concepto de protección internacional. La nación-estado había creado un tipo de matanza en masa, cuyo desagravio debía proceder del poder moral y de las intervenciones legales de instituciones internacionales.
La falta de recursos y de legitimidad del Estado, después del genocidio, contribuyó al continuo fracaso (con algunas excepciones) de los asirios para obtener reconocimiento o una recompensa por el éxito de su comisión. El Departamento de Estado norteamericano, el Parlamento Europeo y otros organismos, sin embargo, sí han calificado de genocidio los recientes crímenes de ISIS. En este caso, su calificación se centró en la intención de los atacantes y no se definió por el sufrimiento de las víctimas, que consistían en una enumeración de grupos religiosos, incluidos cristianos. Esta calificación no fue seguida de ninguna medida específica para empoderar a los asirios.
El propósito del genocidio es borrar el pasado para iniciar un futuro libre de lastres. En Hakkari, los autores estuvieron a punto de conseguir su meta. Después de que los asirios estuvieran establecidos allí durante miles de años, Hakkari es hoy en día un páramo en su mayor parte. Las ruinas desparramadas de iglesias— fueron destruidas 250 iglesias y monasterios asirios— son monumentos silenciosos de un genocidio recordado íntimamente por sus hijos e hijas en Europa, pero ampliamente desconocido por los descendientes de sus autores. Los kurdos locales a menudo muestran falta de conocimientos o de curiosidad por saber por qué figura una abuela cristiana en sus carnés de identidad. La tradición local, que confunde las cruces grabadas en piedra de las iglesias asirias con instrucciones para desenterrar un tesoro, incita a la exhumación de tumbas en busca del enriquecimiento personal, una parodia de las excavaciones cuyo fin es recuperar el pasado.
Turquía se niega a reconocer ningún genocidio en su propia tierra. El presidente Recep Erdoğan, que recientemente calificó la persecución de musulmanes en Myanmar de genocidio, dijo en 2009 que «a los musulmanes les es imposible cometer un genocidio.» Los líderes nacionalistas kurdos siguen persiguiendo a los asirios y ocasionalmente evocan los sucesos del genocidio como una forma de enfatizar la necesidad de un estado kurdo independiente, dominados por un liderazgo concreto responsable de semejante evocación. Yacoub deja claro que los kurdos respondieron «con entusiasmo bajo la dirección planificada y concertada de las autoridades turcas» a la llamada de «la guerra santa proclamada en Kurdistán» hace un siglo. Sin embargo, en una parte del mundo en el que los mártires se acumulan como moneda de cambio para reivindicaciones presentes, no es de extrañar que el legado del genocidio asirio, así como la tierra que lo acogió, sigan estando a disposición de cualquiera.
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