Con todos los ojos puestos en Palestina, no hay que olvidar Rojava
Novara Media – Dani Ellos – 6 noviembre 2023 – Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid
Los kurdos no tienen «más amigos que las montañas».
El 5 de octubre de 2023, un importante aliado de Occidente inició una feroz campaña aérea contra un pequeño territorio de Oriente Medio, destruyendo infraestructuras vitales y desencadenando una crisis humanitaria sin precedentes en las décadas de lucha por la liberación de la región. No se trataba del asalto de Israel a Gaza, sino el de Turquía a Rojava: la parte de Siria con autogobierno famosa por su papel en la derrota del ISIS y la implantación de una sociedad radicalmente democrática y pluralista basada en la liberación de la mujer.
Rojava fue noticia por última vez en octubre de 2019, cuando la retirada de las fuerzas estadounidenses de la región provocó una gran ofensiva militar turca y la pérdida de dos grandes ciudades a manos del Ejército Nacional Sirio (SNA), apoyado por Turquía. Desde entonces, ha pasado prácticamente desapercibida para la prensa mundial, a pesar de los ataques casi diarios con drones y los bombardeos esporádicos contra sus dos millones de ciudadanos. Dos veces desde el establecimiento de un frágil alto el fuego, la aparentemente interminable campaña aérea de Turquía ha ido in crescendo en ataques contra edificios e infraestructuras: primero en agosto de 2021, mientras la atención de los medios de comunicación estaba ocupada por la caída de Kabul, y de nuevo a finales de 2022, culminando con la destrucción generalizada (pero limitada en última instancia) de las infraestructuras eléctricas y de gas de la región.
Estos ataques han tenido como telón de fondo una larga crisis económica en la región. Cada año, los ríos Éufrates y Tigris se ven más estrangulados por las presas turcas y los proyectos de irrigación al norte de la frontera, lo que reduce el acceso de los sirios a la vital energía hidroeléctrica y al agua para la agricultura. Al mismo tiempo, la estación de bombeo de Alouk -la principal fuente de agua dulce para más de un millón de personas en Rojava- ha sido cortada en repetidas ocasiones por los militantes del SNA que la capturaron durante su ofensiva de hace cuatro años.
A pesar de las amenazas periódicas, todavía no se ha producido otra invasión terrestre debido a la presencia de tropas estadounidenses y rusas y, sin duda, al trabajo de los diplomáticos estadounidenses entre bastidores. Por ello, Turquía considera que el poder aéreo es su herramienta más eficaz para desmantelar la autonomía de Rojava, algo que ve como una amenaza existencial.
El 4 de octubre de 2023, Hakan Fidan, ministro de Asuntos Exteriores turco, de etnia kurda y antiguo jefe de la Organización Nacional de Inteligencia de Turquía (MIT), anunció que las infraestructuras y las instalaciones energéticas de Irak y Siria se considerarían objetivos militares. Esto se produjo como respuesta a un ataque suicida contra la sede de la policía en Ankara por parte de miembros del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), de extrema izquierda, que opera en gran medida en la región montañosa entre Irak y Turquía y que Turquía afirma que es indistinguible de las fuerzas kurdas de Rojava.
A pesar de las protestas de numerosos grupos sirios que afirmaban que los autores del ataque no tenían ningún vínculo con la región, pocos días después Turquía tomó los cielos de Rojava para llevar a cabo una campaña de destrucción de una semana de duración que prácticamente ha aniquilado la red eléctrica, los pozos de petróleo y el suministro de gas natural de la incipiente democracia. Según las estimaciones de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), los daños ascienden a la friolera de 1.000 millones de dólares, una cifra superior a todo el gasto público anual de Rojava, más del 75% del cual depende de las infraestructuras petrolíferas destruidas.
Tras ataques aéreos previos, la respuesta de la Coalición Internacional anti ISIS, liderada por EE UU. rara vez se ha desviado de un guión de desescalada «para ambas partes». Pero el 5 de octubre, las fuerzas estadounidenses conmocionaron a la región al derribar un avión no tripulado turco después de que sus operadores ignoraran las exigencias estadounidenses de evitar una de sus bases al noroeste de la mayor ciudad de Rojava, al-Hasakah. Luego vino otra conmoción: una acusación directa de Washington contra las acciones de Turquía mediante una orden ejecutiva del presidente Biden en la que se describen las acciones de Turquía como «una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos» y la ampliación de los poderes de emergencia nacional con respecto a la participación de Estados Unidos en Siria durante un año más. Se trata, con diferencia, del mayor voto de confianza de Estados Unidos a la Administración Autónoma de Rojava desde el despliegue de decenas de vehículos blindados en 2020 por parte del entonces recién elegido Biden, y se produjo apenas unos días antes de que Estados Unidos adoptara una postura totalmente opuesta respecto a Gaza, apoyando firmemente al Estado israelí en su campaña de bombardeos.
No es de extrañar que las luchas kurda y palestina tengan una larga historia común. Rojava probablemente no existiría hoy si no hubiera sido porque el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) acogió a Abdullah Öcalan, el entonces líder del PKK que más tarde conceptualizaría el «confederalismo democrático», la filosofía en la que se basa Rojava. Öcalan, junto con varios centenares de militantes, se entrenó en campamentos del valle libanés de la Bekaa oriental durante la década de 1980 y forjó vínculos con Fatah y otros partidos y milicias palestinos. Cuando se supo que el Mossad (la agencia nacional de inteligencia israelí) había participado en la detención y encarcelamiento de Öcalan en 1999, el apoyo kurdo a Palestina y la oposición a Israel se hicieron aún más fuertes.
Pero mientras que las facciones de izquierda de Palestina han prestado su apoyo a la lucha kurda, los grupos predominantemente nacionalistas árabes y sus principales partidarios (como el movimiento Baaz) no lo han hecho. Mientras el Consejo Nacional de Kurdistán (KNK) -una alianza de partidos de izquierda de las cuatro partes de Kurdistán- redactaba su carta de apoyo a la lucha palestina el pasado viernes, los recién llegados se instalaban en sus casas construidas por la Fundación Palestina Ihveder en territorio kurdo ocupado en Afrin, al noroeste de Siria. Este avance es el último de una serie de asentamientos respaldados por palestinos en la región capturada por Turquía a principios de 2018. Los asentamientos han suscitado escasa atención internacional, a pesar de que muchos kurdos han puesto el grito en el cielo por su aparente hipocresía.
Pero, ¿por qué esta última ofensiva turca contra Rojava no ha llegado a los titulares, mientras que los palestinos han sido testigos de una ola de solidaridad internacional, incluida una de las mayores manifestaciones de la historia británica? Sin duda, la magnitud y el coste inmediato para la población de Gaza superan con creces lo ocurrido recientemente en Siria, pero la ocupación israelí de Palestina siempre ha acaparado más atención que la de Kurdistán.
Aunque ambos pueblos tienen una diáspora relativamente grande, la kurda es más joven que la palestina. La mayoría de los kurdos residentes en Europa y Estados Unidos se marcharon durante las décadas de 1990 y 2000 como consecuencia de las guerras del Golfo, la opresión del Estado turco y la actual guerra civil siria. Así que, mientras que muchos palestinos han alcanzado protagonismo en Occidente, todavía no ha habido un Edward Saïd kurdo. No existe un equivalente kurdo de Al Jazeera, ni los kurdos han recibido el tipo de apoyo político y militar de las potencias regionales del mismo modo que Palestina. Igualmente, el apoyo popular e internacionalista a la lucha kurda es mucho menos maduro; la Red de Solidaridad con Kurdistán en el Reino Unido, por ejemplo, es una organización mucho más joven, más pequeña y con menos fondos que la Campaña de Solidaridad con Palestina.
La lucha kurda, especialmente en Siria, también se encuentra atrapada entre los objetivos geopolíticos opuestos de Occidente. Estados Unidos y Europa dependen de Turquía tanto para el comercio (especialmente la venta de armas, en el caso del Reino Unido) como por su posición como puerta oriental de la UE (y, por tanto, como baluarte contra millones de refugiados que huyen de las guerras en Siria, Irak y Afganistán). Turquía controla, en última instancia, el paso marítimo al Mar Negro, y es el emplazamiento de una de las mayores bases aéreas de EE.UU. en ultramar. Al mismo tiempo, el territorio controlado por los kurdos en Siria atraviesa una de las rutas terrestres de Irán hacia Siria, y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) -la alianza militar en Rojava de la que forman parte las YPJ y las YPG- son, con diferencia, la fuerza regional más eficaz en la lucha contra ISIS y las milicias respaldadas por Irán, que amenazan la influencia estadounidense en la región. Las potencias occidentales no quieren enfadar a Ankara ni dejar que el noreste de Siria se hunda en otro atolladero, por lo que se muestran moderadas tanto en sus respuestas a los ataques de Turquía como en su propio apoyo a los kurdos de Siria.
Por tanto, Rojava se encuentra sin voz y sin un apoyo internacional decisivo. De hecho, el mantra tantas veces citado de los kurdos de no tener más amigos que las montañas sigue siendo cierto. Mientras Biden resida en la Casa Blanca, la existencia de Rojava como proyecto político parece asegurada. Pero que siga desempeñando un papel en la lucha internacional por un futuro más democrático depende de cómo la región pueda reconstruirse y adaptarse tras el asalto más devastador de Turquía desde la caída de ISIS.
Dani Ellis es ingeniera, trabaja en el noreste de Siria y es miembro fundador del Centro de Información de Rojava.